Mujercitas

Mujercitas Resumen y Análisis Capítulos 6-9

Resumen

Capítulo 6: Beth encuentra el Palacio Hermoso

Para las hermanas March, el Palacio Hermoso resulta ser la casa de los Laurence, y los leones que deben enfrentar se asocian a la incomodidad de ser pobres ante la riqueza de sus vecinos. No obstante, pronto aprenden que Laurie no se siente un benefactor, sino que las considera a ellas sus benefactoras, y terminan aceptando “el intercambio de atenciones sin medir cuál era mayor” (90). La filosofía y el trabajo duro de la familia March influye positivamente sobre Laurie y todas disfrutan de la casa de los Laurence excepto Beth, a la que le cuesta superar su miedo del hosco Sr. Laurence. Al enterarse de esto, el abuelo de Laurie le pregunta a la Sra. March, mientras Beth escucha, si una de las chicas podría ir a su casa a tocar el piano para mantenerlo afinado. Beth se aproxima y el Sr. Laurence le cuenta enternecido que ella le recuerda a una nieta que falleció. Al día siguiente Beth junta coraje para ir a la casa grande, donde encuentra partituras fáciles de aprender sobre el piano. A partir de entonces, empieza a ir todos los días.

Para agradecerle al Sr. Laurence, Beth le hace unas zapatillas. Conmovido con el regalo, el Sr. Laurence sorprende a Beth regalándole el piano vertical que su nieta solía tocar. Beth está tan emocionada que decide ir de inmediato a agradecerle al Sr. Laurence, antes de que el miedo no se lo permita. El Sr. Laurence la sube a sus rodillas y la abraza, recordando a la nieta que perdió. Beth le da un beso en la mejilla y, desde entonces, ambos se hacen grandes amigos.

Capítulo 7: El valle de la humillación de Amy

Amy desea tener dinero y comprar unas limas confitadas para convidarle a sus amigas en la escuela. Meg le da un cuarto de dólar y Amy lleva las limas al colegio. Todas las chicas se enteran y una de ellas, que ha sido mala en el pasado con Amy, se muestra amable con ella para recibir una, pero Amy, rencorosa, le dice que no le dará ninguna. Como venganza, la niña le cuenta al profesor, el Sr. Davis, que Amy tiene ocultas unas limas en su pupitre.

El Sr. David obliga a Amy a tirar sus limas por la ventana, luego le golpea las palmas de la mano y la hace quedarse de pie en el estrado hasta que termine la clase. Para Amy, esta experiencia es muy humillante, puesto que nunca ha recibido tal castigo, ni en la escuela ni en su casa. En el recreo, Amy toma sus cosas y se va a su casa. Marmee retira a Amy de la escuela porque no aprueba el castigo físico, pero reprende a Amy por romper las reglas del colegio y la alienta a ser más modesta. Amy reflexiona y se fija en Laurie, que es un chico culto pero no engreído, y comprende que “tener talento y ser elegante es bueno, lo que está mal es darse importancia o vanagloriarse de ello” (108).

Capítulo 8: Jo conoce a Apolión

Laurie invita a Jo y a Meg al teatro. Amy ruega que la dejen ir con ellos, pero Jo se niega a tener que cuidarla. Amy se enoja tanto con su hermana que decide vengarse quemando un manuscrito de ella, que es una colección de cuentos que venía escribiendo hacía varios años. Jo, que tiene un temperamento iracundo, agarra con fuerza a Amy y la zarandea, luego le da una bofetada y se marcha. Amy se da cuenta de que estuvo mal y le pide disculpas a su hermana, pero esta se niega a perdonarla.

Al día siguiente, Jo se va a patinar con Laurie. Amy los sigue pero Jo, enojada, la ignora, y no le advierte dónde el hielo es seguro para patinar. Amy se dirige al centro del lago, donde la capa del hielo es más fina. Jo está a punto de alejarse aun más cuando se da vuelta y ve a su hermana caer dentro del agua helada, porque el hielo se ha quebrado. Laurie la rescata con la ayuda de Jo. De regreso en la casa, Amy está fuera de peligro pero Jo le confiesa a su madre que, por estar tan enojada, casi pierde para siempre a su hermana. Marmee le cuenta a Jo que ella también tiene mal carácter, pero que aprendió a controlarlo con la ayuda del Sr. March, y que su intención es dar un buen ejemplo a sus hijas con su comportamiento. Jo encuentra gran consuelo en la confidencia que le hace su madre, y ruega no dejar nunca más que su ira la acerque tanto a la tragedia.

Capítulo 9: Meg visita la feria de las vanidades

En primavera, Meg va a pasar una quincena a la casa de Annie Moffat. A la Sra. March le preocupa que Meg regrese disgustada, pero le da permiso para ir. Meg se preocupa porque no tiene linda ropa para vestir, pero se alegra igualmente de tener esta oportunidad.

Al principio, Meg se siente intimidada por los lujos de su anfitriona y sus visitas, pero pronto empieza a disfrutar del ocio y de las elegantes cenas, y adopta sus gestos, a la vez que envidia a sus amigas. Mientras se prepara para una fiesta informal, Meg se avergüenza de su segundo mejor vestido y decide ponerse el más lindo, si bien este también es sencillo. Se siente entristecida hasta que recibe unas flores de parte de Laurie y una nota de su madre. Ya más animada, comparte las flores con sus amigas y disfruta de la fiesta y de algunos cumplidos que recibe. Desafortunadamente, Meg deja de divertirse cuando oye a unas personas cotillear, diciendo que su madre quiere que se case con Laurie por su fortuna, y que Meg debería desechar su vestido para que sus amigas le pueden regalar otro para el próximo baile. Meg se siente dolida e insultada, pero la vergüenza no la deja defenderse. A la noche llora, sintiendo que su mundo inocente ha sido corrompido por especulaciones románticas y chismes malintencionados.

Al día siguiente, las otras chicas la tratan con más respeto, creyendo que Laurie la está cortejando. Meg se ríe de esto y responde que Laurie es un niño. Su amiga Bell insiste en prestarle uno de sus vestidos para la próxima fiesta y le pide que la deje vestirla como si ella fuese el hada madrina y Meg, la Cenicienta. Ella acepta y la noche de la fiesta aparece vestida a la última moda, llamando la atención de los invitados de la alta sociedad. Meg disfruta la atención, pero se siente extraña e incómoda. Laurie llega y también se incomoda con la apariencia de Meg; no le gusta cómo se ve ni cómo se comporta. Meg se da cuenta de su error y Laurie se disculpa por haber sido descortés. Meg pasa el resto de la velada interpretando su papel, bailando con Ned Moffat, coqueteando y bebiendo champagne, pero en verdad no se divierte. Está lista para regresar a su casa cuando llegue el momento.

De vuelta en su hogar, Meg le confiesa a Marmee y a Jo lo ocurrido. La Sra. March le dice que se olvide de aquellos chismes y se lamenta de haberla dejado ir. Meg dice que está agradecida y admite que a veces es lindo ser admirado. Marmee comprende, pero espera que Meg sepa valorar los elogios de quienes respeta, y que sea modesta. Les explica a sus hijas que tiene planes para ellas, pero que estos son diferentes a los de otras madres: Marmee no espera que se casen por dinero, sino que se conviertan en buenas mujeres y que encuentren maridos honestos y amorosos con quienes compartir deberes y alegrías. Ella anhela que se preparen para ese momento haciendo que su hogar actual sea feliz, y que confíen en que los hombres buenos y sinceros no se sentirán intimidados por la pobreza.

Análisis

Esta sección se basa principalmente en El progreso del peregrino, con cada una de las chicas enfrentando un desafío similar al que debe afrontar Christian en el libro de John Bunyan.

Para disfrutar del Palacio Hermoso, que es la casa de sus vecinos, Beth debe enfrentar primero a los leones, una metáfora de su miedo al Sr. Laurence. Para el protagonista de El progreso del peregrino, esta es una prueba de fe, porque en realidad los leones están encadenados. La fe de Beth en la bondad de los Laurence, su gratitud y la compasión que siente por el Sr. Laurence, que perdió a su nieta, la ayudan a superar la carga de su timidez.

Amy, por su parte, pasa como Christian por el Valle de la Humillación, un lugar en el que el personaje de El progreso del peregrino se desvía un poco de su camino, a pesar de contar con la ayuda de la Discreción, la Piedad, la Caridad y la Prudencia personificadas. Amy también se desvía en su camino cuando, llevada por su vanidad y egoísmo, compra unas limas que decide no convidar a su enemiga, orgullo que la conduce a su “caída” en el Valle de la Humillación cuando aquella le cuenta al profesor que Amy ha llevado unas limas al colegio. Si bien Marmee repudia el castigo corporal que el Sr. Davis aplica a su hija, está de acuerdo con que Amy necesitaba una lección, que la niña aprende.

Al igual que Christian, Jo debe enfrentar a Apolión, un monstruo que intenta destruir al protagonista de El camino del peregrino. La alusión liga el temperamento de Jo a un demonio externo que ella debe vencer, enfatizando el mal que su ira puede producir. Marmee insta a Jo a tener fe en Dios para vencer su mal genio, del mismo modo en que Christian derrota a su monstruo.

Meg, por último, debe pasar por una situación similar a la que tiene Christian en la feria de las Vanidades cuando pasa unas semanas en la casa de los Moffat. En la alegoría cristiana, la feria está diseñada para tentar a los viajeros con codicias que ellos anhelan. Del mismo modo, Meg envidia los lujos de sus amigas y se ve tentada a pertenecer, pero aprende que sus vanidades no pueden ser satisfechas sin consecuencias. Alcott utiliza otro símil comparando a Meg con “la grajilla de la fábula” (136) de Esopo, que toma prestadas plumas elegantes para ser coronada como reina de los pájaros, para luego quedar expuesta por su fraude.

La pobreza es un tema dominante en esta parte de la novela. La diferencia económica que separa a los March de los Laurence es inicialmente una barrera para su amistad, pero como ambas partes son bondadosas y nobles, logran superar esta división. Marmee les dice a Meg y a Jo que “el dinero es un bien necesario y valioso y, si se hace buen uso de él, se convierte en algo noble, pero no quiero que creáis que es lo más importante o aquello a lo que debéis aspirar” (146). Tanto Amy como Meg deben lidiar con aceptar vivir genuinamente con lo que tienen, pero no pueden resistir la atención que proviene de lujos como las limas o los vestidos de seda. Como la grajilla de la fábula de Esopo, ambas sufren humillación. Las presiones y las expectativas de la sociedad difieren de la moralidad que se inculca en la familia March. En la narración se hace referencia a que Marmee lee para sus hijas a Maria Edgeworth, cuyo cuento popular “The Purple Jar” (El tarro morado) motiva la elección sensata de elementos útiles en lugar de bonitos.

En el capítulo 8, la vemos a Meg preocupada por cómo la pobreza puede afectar sus prospectivas maritales. El chisme que oye en la fiesta rompe su inocencia y marca el inicio de la transición de Meg de la niñez a la adultez, para consternación de Jo. Marmee reconoce que ha llegado el momento de hablar sobre sus planes matrimoniales con sus hijas mayores. Lo que les dice contradice la visión dominante sobre el rol de la mujer de la época, porque si bien afirma que casarse con un buen hombre es “lo mejor que le puede ocurrir a una mujer”, también sostiene que “más vale ser una solterona feliz que una esposa desgraciada o una jovencita desvergonzada ávida por encontrar marido”. No quiere que sus hijas se degraden aspirando a casarse por dinero, prefiriendo que se conviertan “en esposas de hombres pobres pero felices” (146-147).

Marmee es un ejemplo de tal esposa, porque su marido es un hombre bueno y humilde. Ella lo extraña mucho pero se consuela sabiendo que está cumpliendo con su deber para con él, para su país y para el Padre Celestial. Esta rápida transición de hablar del padre de las niñas, que las alienta desde lejos, a hablar de Dios, nos permite comparar las dos figuras paternales. El Sr. March, como capellán y ministro, es para las chicas una fuente distante –como Dios– de consuelo cristiano, que las inspira a ser buenas. La comparación también nos da una imagen de la representación de Dios que aparece en el relato, similar al tipo de padre amoroso que las hermanas March tienen.