La señora Dalloway

La señora Dalloway Resumen y Análisis Parte 3

Resumen

[Parte 3: desde “-¿Qué miran?- (...)” (p.51) hasta “(...) mientras Peter cerraba la puerta” (p.76)]

Clarissa entra a su casa fría y, oyendo el movimiento de los sirvientes, se siente como una monja volviendo a su hábito diario. Respira con felicidad mientras Lucy la observa, hesitante. Clarissa encuentra una nota en papel avisando que Lady Bruton solicitó la compañía de Richard para el almuerzo. Se siente desairada. Lucy lo sabe, así que la ayuda con las cosas y la deja sola. Los almuerzos de Lady Bruton, supuestamente, son entretenidos e importantes. Clarissa se siente sola. Sube al ático solitario que ocupa desde su enfermedad. Allí, disfruta leer las Memorias del Bardon Marbot. La habitación da una sensación de virginidad, con las sábanas blancas firmes, estiradas sobre la cama estrecha. Se pregunta si le falló a Richard. De inmediato piensa en el pasado, en la conexión que estableció con otras mujeres, como la que era su mejor amiga, Sally Seton. Clarissa siente lo mismo que los hombres cuando tiene cerca a mujeres como Sally.

Recuerda a su amiga sentada en el suelo, fumando, diciendo que era descendiente de María Antonieta, y siendo absolutamente cruda. Sally es quien le enseñó a Clarissa sobre la vida, el sexo, los hombres, la política; todas cosas que permanecían ocultas para ellas en Bourton, donde vivía antes de casarse. Los sentimientos que tenía por Sally eran puros. Clarissa recuerda el entusiasmo que sentía las noches en que Sally cenaba con ellos, así como el momento exquisito que compartieron cuando, mientras hablaban, Sally frenó para tomar una flor y besar a Clarissa en la boca. Un momento después, Peter Walsh y Joseph, un viejo amigo de la familia, interrumpieron, quizás a propósito, dado que Peter tendía a ser celoso. Clarissa recuerda haberse horrorizado con esa intrusión.

Ahora, pensando en Peter, Clarissa se pregunta si él la encontrará más vieja cuando vuelva de la India. Desde su enfermedad es aún más blanca. Su cara es puntiaguda y su cuerpo, como un diamante. Es una buena mujer, piensa, aún si Lady Bruton no la invita a sus almuerzos. Clarissa encuentra su vestido más bello, uno verde, y lo lleva abajo para enmendarlo. De pronto, suena el timbre y Clarissa oye la voz de un hombre preguntando por ella.

Peter Walsh entra, tomando sus manos y besándolas. Peter nota que Clarissa envejeció. Para Clarissa, él tiene el mismo aspecto de siempre. Peter juega con su cortaplumas y le pregunta por su familia; imagina que Clarissa ha estado enmendando su vestido y yendo a fiestas constantemente durante el tiempo en que él estuvo afuera. Clarissa le pregunta si recuerda Bourton. Peter lo recuerda, aunque con dolor, porque allí fue donde Clarissa se negó a casarse con él. Clarissa está demasiado captada por la emoción. Los recuerdos de Peter le traen lágrimas. Él cuenta que está enamorado de una mujer india, aunque no quiere contar mucho sobre Daisy porque Clarissa lo pensaría como un fracaso. Él siente que Clarissa cambió para peor desde que se casó con Richard.

Clarissa le pregunta por su vida. Hay mucho para contar, pero él solo menciona que la mujer de la que está enamorado está casada con el mayor del ejército de la India. Su regreso a Londres tiene que ver con eso; ver si puede arreglar el divorcio. La vida de Peter es una locura, un fracaso, piensa Clarissa. De todos modos, está contenta por él. De pronto, Peter empieza a llorar. Clarissa lo consuela, besándolo y estrujando sus manos, hasta que él recupera el control y se sienta. Se siente a gusto con Peter, y se da cuenta de que sentiría esta alegría de forma constante si estuviera casada con él. Ahora desea que él se la lleve lejos. Pero un momento después su pasión disminuye. Clarissa acompaña a Peter a la ventana. Él la toma por los hombros y le pregunta si es feliz con Richard. De pronto, entra Elizabeth. Clarisa dice “Aquí está mi Elizabeth”. Peter la saluda y luego sale, apurado. Clarissa intenta alcanzarlo, gritándole que no olvide asistir a su fiesta esa noche.


Análisis

La sección en la que más se desarrolla en la novela el tema de la sexualidad y el deseo es aquella que comienza con esta suerte de imágenes clericales: "La señora Dalloway oyó el rumor de las faldas de Lucy, y se sintió como una monja que se ha apartado del mundo y nota la sensación de los familiares velos que la envuelven, y su reacción a las viejas devociones" (p.51). La imagen de la virgen, que simboliza la reclusión, la independencia y la aridez sexual, toma relevancia a medida que pasamos de una Clarissa emocionada por la vida a otra más apartada, reflexiva y solitaria. Su alivio al volver a casa es comparado explícitamente con la acción de una monja volviendo a su hábito: “se inclinó bajo aquella influencia, y se sintió bendita y purificada” (p.51).

Irónicamente, solo vuelve a su ático virginal porque se siente rechazada por la sociedad: “La desagradable sorpresa de que lady Burton hubiera invitado a almorzar a Richard sin ella hizo que el momento en que Clarissa se hallaba se estremeciera, tal como la planta en el cauce del río siente el golpe del remo y se estremece” (p.52). Y es por ese pequeño rechazo que captamos la importancia que tiene lo social para Clarissa: su meditación, su reflexión acerca de sí misma y de su valía es originado por él. “Como una monja retirándose, o como un niño explorando una torre, fue hasta el piso superior” (p.54).

No obstante, también nos enteramos aquí que a Clarissa le gusta estar sola y que conserva ese espacio en el que descansó durante su enfermedad: aún curada, sigue durmiendo allí, sola. Es entonces cuando las sábanas en su cama del ático “limpias, tensamente estiradas” (p.54) se asocian directamente a una imagen virginal: “el dormitorio era una especie de ático; la cama, estrecha; y mientras yacía allí, leyendo, ya que dormía mal, no podía apartar de sí una virginidad conservada a través de los partos, pegada a ella como una sábana” (p.54). Es instantáneamente después de esta asociación que Clarissa piensa en que frustró a Richard, incluso desde poco después de casarse: “Clarissa sabía qué era lo que le faltaba. No era belleza, no era inteligencia. Era algo central y penetrante; algo cálido que alteraba superficies y estremecía el frío contacto de hombre y mujer, o de mujeres juntas.” (p.54). El tema de la sexualidad aparece de dos maneras en esta misma frase. Por un lado, se evidencia una falta o escasez de relaciones carnales entre Clarissa y su marido; por el otro, se revela que para Clarissa la sexualidad no se presenta solamente en términos de heteronorma.

La sexualidad solo asoma con la fuerza del deseo, de hecho, cuando la protagonista piensa en mujeres: “a veces no podía resistir el encanto de una mujer” (p.55), o “Clarissa sentía sin lugar a dudas lo que los hombres sienten. Sólo por un instante; pero bastaba. Era una súbita revelación, un placer cual el del rubor que una intenta contener…” (p.55). Aunque pareciera que la verdadera orientación sexual de Clarissa dista mucho de la heterosexualidad, el lesbianismo aparece, de todos modos, como un sentimiento que debe reprimirse: Clarissa intenta “resistirse”, “contenerse” cuando piensa en su deseo por otra mujer. La protagonista está casada con un hombre, probablemente porque su personalidad no le permite transgredir reglas tan importantes en la sociedad de la época, que claramente no veía con buenos ojos las relaciones amorosas entre mujeres, mucho menos si estas eran formalizadas: ella misma parece haber introyectado el conservadurismo de la sociedad, reprimiendo sus deseos. Lo que aparece implícito es que no se siente atraída, al menos sexualmente, por su marido, y que nunca lo estuvo. De hecho, quizás nunca sintió ese tipo de atracción por ningún hombre. Quien más encarna la plenitud del amor y el deseo es, en la memoria de Clarissa, el personaje de Sally Seton: “su relación en los viejos tiempos con Sally Seton. ¿Acaso no había sido amor, a fin de cuentas?” (p.56).

La descripción de Sally resalta sus rasgos acotando que “era de una extraordinaria belleza, la clase de belleza que más admiraba” (p.56). Además, el carácter de Sally aparece asociado con lo que Clarissa anhela y no posee: “con aquel aire que, por no tenerlo ella, siempre envidiaba, una especie de abandono, cual si fuera capaz de decir cualquier cosa, de hacer cualquier cosa” (p.56). Sally aparece, en la imaginación de Clarissa, como quien no solo representa el deseo sino también la libertad. A Sally no le interesan las ataduras sociales que fijan a Clarissa, y es de la mano de esa muchacha que Clarissa puede ver su propio mundo desde otra perspectiva: “Sally fue quien le hizo caer en la cuenta, por primera vez, de lo plácida y resguardada que era la vida en Bourton. Clarissa no sabía nada acerca de sexualidad, nada acerca de problemas sociales” (p.57). Es interesante la manera en que la sexualidad y lo social aparecen ligados en la mente de Clarissa, además, como algo que descubre gracias a Sally: es esa muchacha el total reverso de la represión sexual y la sumisión al orden social. La relación con Sally es recordada como pura, íntegra, desinteresada; “no eran como los sentimientos hacia un hombre” (p.58). Clarissa y Sally eran como “aliadas”, tenían la sensación de que “algo forzosamente las separaría (siempre que hablaban de matrimonio, lo hacían como si se tratara de una catástrofe (…)”) (p.58). El amor entre mujeres aparece como lo que, alrededor de 1920, es posible hasta que llega la aplacadora e impostergable presencia masculina; el matrimonio es en esa época, por supuesto, entre hombres y mujeres. Esto es interesante en la medida en que la presencia masculina irrumpe de un modo violento en dos momentos distintos en este mismo apartado.

La primera intrusión aparece en el recuerdo: Clarissa rememora su beso con Sally como “el momento más exquisito de la vida” (p.60):

Sally se detuvo; cogió una flor; besó a Clarissa en los labios. ¡Fue como si el mundo entero se pusiera cabeza abajo! Los otros habían desaparecido; estaba a solas con Sally. Y tuvo la impresión de que le hubieran hecho un regalo, envuelto, y que le hubieran dicho que lo guardara sin mirarlo, un diamante, algo infinitamente precioso, envuelto, que mientras hablaban (arriba y abajo, arriba y abajo) desenvolvió, o cuyo envoltorio fue traspasado por el esplendor, la revelación, el sentimiento religioso, hasta que el viejo Joseph y Peter Walsh aparecieron frente a ellas. (p.60)

La descripción del momento previo a la aparición de los hombres aparece plena de imágenes de una plenitud asociada a la intimidad: Clarissa era poseedora de algo precioso, maravilloso, revelador, hasta que la presencia masculina irrumpe con violencia, como si abriera una puerta secreta, desnudándolo todo, de una forma arrolladora. “¡Fue como darse de cara contra una pared de granito en la oscuridad! ¡Fue vergonzoso! ¡Fue horrible!” (p.60), piensa Clarissa, y aparece en su sentimiento el impacto horroroso de la violencia: “No por ella. Solo sintió que Sally ahora era maltratada, sintió la hostilidad de Peter, sus celos, su decisión de entrometerse en el compañerismo de ellas dos” (p.60).

Así como la relativa soledad y falta de intimidad de Clarissa en su matrimonio es simbolizada a través de la metáfora de la monja virginal, el momento sexualmente más intenso en la vida de Clarissa es simbolizado a través de un intenso sentimiento religioso. Así, el beso representa la atracción sexual y la revelación con la que Sally aparece en la vida de Clarissa. El regalo, el diamante, el rompimiento de la flor a manos de Sally, son todos símbolos de esa experiencia sexual. No es extraño entonces el sentimiento violatorio que invade a Clarissa cuando los hombres se entrometen en ese momento. La intrusión de Peter y Joseph simboliza la dominación patriarcal en la sociedad y el conservadurismo de las relaciones sexuales que clausuran los verdaderos deseos de Clarissa.

El hombre aparece para destruir una intimidad verdadera, sagrada, y ese hombre es representado por Peter Walsh, tal como se da también en la segunda intromisión. Clarissa, en medio de su introspección en ese ático en que resguarda su intimidad, elige un vestido verde para enmendar y ponérselo esa noche. El verde, de por sí, es un color que simboliza la libertad. Y es ese vestido el que se apura a esconder cuando, sin previo aviso, irrumpe en su momento Peter Walsh: “Oyó una mano en la puerta. Intentó ocultar el vestido, como una virgen protegiendo la castidad, resguardando su intimidad” (p.65). El gesto, así como el símil, reúnen los elementos simbólicos que se habían dispersado en la narración del apartado. La intimidad que Clarissa busca con desesperación resguardar ante la intromisión violenta del hombre, tal como en la escena del beso con Sally, es asociada a la castidad a través de un sentimiento de pureza: la pérdida de la virginidad, de lo casto y lo sagrado, viene de la mano forzosa del hombre. La plenitud, la epifanía, el éxtasis, en la imaginación de Clarissa, se sitúan en el pasado, cuando era joven, antes de casarse y, por lo tanto, antes de perder su virginidad.

Esto no hace sino enfatizarse y expandirse en la escena entre Clarissa y Peter. Peter juega con su cortaplumas, lo despliega y bien puede considerarse ese elemento como un símbolo fálico, representativo del poderío masculino y el peligro que significa para una mujer. El cortaplumas es un objeto punzante, capaz de romper el envoltorio del regalo y desnudar el diamante que se asocia, para Clarissa, con su plenitud e intimidad, su único tesoro; su recuerdo de la libertad perdida.

También se asocia al cortaplumas un sentimiento de Clarissa respecto de sí misma que se opone a la plenitud y a la inspiración que suscitaba en ella Sally: “Qué costumbre tan extraordinaria, pensó Clarissa; siempre jugando con un cuchillo. Y siempre, también, haciéndola sentirse una frívola, de mente vacía, una simple atolondrada” (p.70). La dominación patriarcal no solo somete a Clarissa a un rol falto de plenitud, de deseo, sino que también la juzga por aquello en que ese rol la convierte: “¡Por lo que más quieras, deja ya el cortaplumas!, gritó para sí misma, incapaz de contener su irritación; constituía un estúpido desembarazo, esta debilidad de Peter; en Peter, esta falta de siquiera la sombra de la noción de los sentimientos de los demás molestaba a Clarissa” (p.73). Esta escena parece condensar, imprimir en literatura, la crítica feminista que Virginia Woolf sostenía con fervor en sus ensayos.

En lo que respecta al tema del deseo sexual vs. las normas sociales, la escena entre Clarissa y Peter ofrece aún más elementos, en tanto el diálogo ilustra también todo lo que se ausenta en la relación entre Clarissa y Richard. En un momento de esa conversación, Clarissa tiene un rapto de deseo en el que anhela que Peter la lleve consigo y cambie su vida: “Llévame contigo, pensó Clarissa impulsiva, como si en aquel instante se dispusiera Peter a emprender un gran viaje” (p.75). El rapto pierde pronto la voluntad de concreción: "en el instante siguiente, fue como si los cinco actos de una obra teatral muy excitante y conmovedora hubieran terminado, y Clarissa hubiera vivido toda una vida en su transcurso, y hubiera huido, y hubiera vivido con Peter, y ahora todo hubiera terminado" (p. 75). El símil que equipara el anhelo de Clarissa con una obra teatral evidencia, en un nuevo aspecto, el modo en que la protagonista se encuentra atada a los regímenes sociales: irse con Peter, y por lo tanto abandonar su rol de madre y esposa, configuran para ella una fantasía que no tiene más estatuto que una ficción, que una obra que se ve con entusiasmo pero que se sabe que, una vez terminada, el espectador se levanta del teatro y vuelve a su casa, a su vida tal como la dejó.

El momento, por lo tanto, caduca, pero la intensidad entre ella y Peter se mantiene durante toda la novela. Se trata de una intensidad que nunca se concreta en acción, sino que se conserva reprimida, perturbando el presente y las decisiones de vida tomadas. Peter no abandona su tendencia a jugar con el cortaplumas, lo cual simboliza también un deseo sexual reprimido que sigue representando para él Clarissa. Ella, por su parte, recibe esa represión y la comparte: Peter y su cortaplumas invaden su paz y sus certezas. Clarissa siente pasión en presencia de Peter, una alegría fugaz. Como representante de un amor de juventud, con el cual, de haberlo elegido, tendría una vida completamente diferente, Clarissa no puede evitar preguntarse, en presencia de Peter, qué hubiera pasado si... Las emociones fluctúan, van y vienen como las olas de mar -otro símbolo de libertad- que se funden, al final de la escena, con las campanas del Big Ben, que hacen resonar el presente y el deber.