La señora Dalloway

La señora Dalloway Resumen y Análisis Parte 7

Resumen

[Parte 7: desde “Eran exactamente las doce (…)” (p.135) hasta “(...) acercándose a la puerta de su casa” (p.165)]

Al anochecer, Clarissa termina de coser y los Warren Smith se aproximan a la casa del doctor William Bradshaw, que tiene un lujoso automóvil estacionado en la puerta. Bradshaw debe viajar seguido y atravesar largas distancias para visitar pacientes adinerados, mientras su mujer aprovecha su estadía en Londres visitando bazares o tomando fotografías. Bradshaw ganó su prestigio gracias a su trabajo duro. Ahora tiene en su poder una carta, enviada por el jefe de Septimus, asegurando la estabilidad financiera del joven. En cuanto Septimus entra, Bradshaw sabe inmediatamente que se trata de una persona con un trastorno mental. También reconoce los grandes errores que cometió su colega, el doctor Holmes.

Bradshaw lleva a la señora Smith a una habitación apartada y le pregunta si Septimus ha hablado de suicidio. Avergonzada, Rezia responde que sí. Bradshaw le asegura que Septimus necesita un largo descanso en una casa de campo para recuperar algún sentido de la proporción. Rezia duda que Septimus vaya a aceptar. Cuando vuelven a donde estaba Septimus, Rezia no puede reprimirse y le dice a su marido que está muy enfermo y que necesita ir a un sanatorio. Septimus pregunta si se trata del sanatorio del doctor Holmes. Visiblemente molesto, Bradshaw asegura que se trata de su propia casa de retiro. Septimus compara a Bradshaw con Holmes y con la maldad de la naturaleza humana. Se pregunta si, de confesar sus crímenes, lo dejarán ir. Pero no puede recordar sus crímenes. Mientras la pareja sale, Bradshaw le dice a Rezia que él se encargará de todo.

Rezia se siente enojada y abandonada. Bradshaw les ha dedicado tres cuartos de hora y solo diagnosticó, en Septimus, una falta de "proporción", que aparentemente se curaría en un sanatorio en el campo. Seguro hacía lo mismo con todos los casos parecidos. Haría que todos los ineptos de Londres compartieran su sentido de la proporción. Aún así, como explica el narrador, hay otro lado de la proporción, denominado conversión. Una delgada línea existe entre ambos términos. Habría que preguntarse si a Bradshaw no le gustaba imponer su parecer a aquellos más débiles que él. Bradshaw les muestra a sus pacientes que él está en control y ellos, muchas veces, colapsan en su presencia. Entonces él los reforma a su parecer.

Los Smith viajan hacia Harley Street al mismo tiempo que Hugh Whitbread pasa por un reloj cercano. El narrador pasa a Hugh. Hugh es el tipo de persona que ahonda en los problemas solo superficialmente. Aún así, fue un miembro honorable de la alta sociedad durante años. Quizás no participó de ningún movimiento importante, pero se hizo notar haciendo pequeñas pero relevantes reformas. Hugh siempre viste impecable y mantiene excelentes modales. Este día, como en cualquier otra visita a Lady Bruton, lleva claveles. Lady Bruton prefiere a Richard Dalloway antes que a Hugh. Ella invitó a ambos a almorzar para pedirles sus servicios. De todos modos, planea esperar que ambos hayan comido para tocar el tema.

El banquete del almuerzo es elaborado. Richard respeta mucho a Lady Bruton, en la medida en que ella es la bis (o bis-bis) nieta de un General. Cuando están llegando al café, Lady Bruton pregunta abruptamente por Clarissa. Clarissa sospecha que no le agrada a Lady Bruton, lo cual es muy probable. A Lady Bruton le importa más la política que la gente en general, y considera que las mujeres pueden causar que sus maridos rechacen determinados puestos militares. De pronto, Lady Bruton menciona que Peter Walsh está de vuelta en la ciudad. Le interesa ver la respuesta de Richard. Richard, a partir de ese momento, piensa que cuando vuelva a casa le dirá a Clarissa cuánto la ama.

Lady Bruton últimamente está muy interesada en el tema de la emigración a Canadá, especialmente en la gente joven y de buena familia. Es un proyecto en el que se embandera. Figura que si Richard la aconseja y Hugh escribe la carta para el Times por ella (Hugh escribe buenas cartas), podría poner en marcha sus planes. Lady Bruton espera hasta que todos estén fumando y le pide a Millie que traiga los papeles. Cuando Hugh termina de escribir, Lady Bruton está tan contenta con la carta que abraza a Hugh y luego les agradece enormemente a ambos. Cuando Richard se está por ir, le pregunta a Lady Bruton si la verá en la fiesta de Clarissa. Ella responde que es probable. A Lady Bruton no le gustan las fiestas. Cuando Hugh y Richard se van, ella se va a descansar a su habitación, sintiéndose orgullosa y poderosa.

Richard y Hugh se detienen en la esquina, esperando partir pero congelados en sus poses, hasta que finalmente deciden entrar a un negocio. A Richard no le interesan ni Canadá ni los collares que Hugh observa en el negocio. Luego recuerda a Clarissa y a Peter y piensa en comprarle un regalo a Clarissa. Le compra rosas y apura el camino a casa para decirle que la ama. No se lo dijo durante años. Sinceramente, piensa, es un milagro que ella se haya casado con él. Clarissa dijo haber hecho lo correcto cuando rechazó a Peter. Camina por parques apurando el paso y esquivando mendigos. Pasa cerca del Palacio Buckingham, pleno de prestigio y tradición. Richard se siente muy feliz por estar llegando a su casa para profesar su amor.


Análisis

La primera parte de esta sección profundiza en el tema de la insanidad mental, así como también en el de la actitud evangelizadora de la ciencia. Al interior de Septimus se da una mezcla de emociones, entre la culpa, la confusión y la impotencia de perder el control de lo que le sucede. Lo que la novela instala como un elemento e institución más contraproducente que otra cosa es la psiquiatría, encarnada en los personajes de los doctores Holmes y Bradshaw. Bradshaw es capaz de notar los errores cometidos por Holmes al no darse cuenta de la gravedad de los problemas de Septimus. Sin embargo, él también adopta un enfoque severo, rígido y dominante para con su nuevo paciente. Además, atiende a la pareja brevemente y, según siente Rezia, les dice lo mismo que a todos. Por supuesto, el tratamiento con el doctor Bradshaw cuesta una fortuna: “sir William recorría cien kilometros o más tierra adentro para visitar a los ricos, a los afligidos, que podían pagar los crecidos honorarios que sir William, con toda justicia, cobraba por sus consejos” (p.136). En la novela, casi todos los momentos que se centran en esta figura adquieren un tono irónico. El narrador expone toda una teoría acerca del tratamiento psiquiátrico, encarnado en el discurso entre científico y evangelizador de sir William Bradshaw, personaje que es equiparado irónicamente con una suerte de líder espiritual: "... y realmente era el automóvil de sir William Bradshaw; bajo, poderoso, gris, con las sencillas iniciales enlazadas en la plancha, como si las pompas de la heráldica fueran impropias, al ser aquel hombre el socorro espiritual, el sacerdote de la ciencia (p.135).

Pero este sacerdote de la ciencia no logra socorrer, aparentemente, a quienes acuden a él. Aunque Bradshaw acepta ayudar a Septimus y le dice a Rezia que hará todo lo necesario, Rezia se siente abandonada y traicionada. El por qué de esa sensación puede encontrarse en toda la cuestión alrededor de la proporción versus la conversión. El narrador expone con sorna el razonamiento de Bradshaw:

Debemos gozar de salud; y la salud es proporción; por lo tanto, cuando en la sala de consultas entra un hombre y dice que es Cristo (común engaño), y que tiene un mensaje, como casi todos lo tienen, y amenaza, como a menudo hacen, con matarse, uno invoca la proporción; prescribe descanso en cama; descanso en soledad; silencio y descanso; descanso sin amigos, sin libros, sin mensajes; seis meses de descanso; hasta que el hombre que llegó pesando ochenta kilos sale pesando cien. (p.142)

El paralelismo con lo evangelizador responde a que, en el intento de Bradshaw de que sus pacientes adquieran su sentido de la proporción, acaba convirtiéndolos en nuevos y poco originales reflejos del doctor mismo. En efecto, pareciera quitar la individualidad y la vida propia a sus pacientes, como si los convirtiera en algo distintos de ellos mismos, más que ayudarlos a ser quienes son sin dolor. Esa tarea pareciera extenderse como una suerte de religión, en la cual Bradshaw es el evangelizador y su Biblia, la ciencia médica, la verdad irrebatible de la proporción: “La proporción, la divina proporción, la diosa de sir William”, ironiza el narrador. “Gracias a rendir culto a la proporción, sir William no solo prosperó personalmente, sino que hizo prosperar a Inglaterra, encerró a los locos, prohibió partos, castigó la desesperación, e hizo lo preciso para que los desequilibrados no propagaran sus opiniones” (142). Parte de ese tratamiento que "hace prosperar a Inglaterra" es apartar de la sociedad a los enfermos mentales, incluso si la enfermedad que azota a estos es consecuencia de haber luchado en la guerra en defensa de su país. Tanto el doctor Holmes como sir William quieren aislar a Septimus en un hogar especial. En el momento en que sir William recomienda el aislamiento, Septimus equipara a los doctores:

-Y hemos acordado que debe usted ir a un sanatorio -dijo sir William.

-¿Uno de los sanatorios de Holmes?- preguntó Septimus con sarcasmo. (p.139)

Si bien el doctor Holmes ya intentó "curar" a Septimus por la vía del aislamiento, el doctor Bradshaw aparece más explícitamente como un agente de normalización. En su discurso sobre la "proporción" se evidencia el modo en que Bradshaw parece destruir la vida interior de sus pacientes. El narrador no deja de resaltar, por medio del sarcasmo, la similitud entre el discurso de Bradshaw y el discurso religioso evangelizador: “la Proporción tiene una hermana”, y continúa: “Se llama Conversión y se ceba en la voluntad de los débiles, porque ama impresionar, imponerse” (143).

Esta cuestión de poder y manipulación adquiere un nuevo tinte cuando esta desigualdad de condiciones ya no se limita a la relación doctor-paciente, sino que se evidencia también al interior del matrimonio de sir William. Según el narrador, una de las personas “convertidas” es lady Bradshaw: “Quince años atrás se había sometido. No se trataba de algo que se pudiera señalar con el dedo, no había habido una escena, ni una ruptura, solo fue el lento hundimiento de la voluntad de lady Bradshaw, como en tierras pantanosas, en la voluntad de su marido” (p.144). Lo que se expone para ejemplificar esta sumisión es la rutina de lady Bradshaw, prácticamente diagramada en función de los intereses de su marido, sirviendo a ocho, nueve comensales por noche con tal de que el doctor pueda resolver sus negocios con comodidad. Mediante este paralelo la novela sitúa nuevamente una crítica al sistema patriarcal de dominación, según el cual, en un matrimonio, el hombre puede desarrollarse profesionalmente a costa del trabajo en las sombras de su mujer, que modela su vida según la intención de este.

En la segunda parte de esta sección se desarrolla el personaje estéril e impasible de lady Bruton. De un modo similar a los doctores en relación a sus pacientes, ella tampoco tiene demasiado interés en las personalidades de aquellos con quienes se relaciona: “lady Bruton tenía fama de interesarse más por la política que con la gente” (p.150). De todos modos, ni el narrador ni los otros personajes le adjudican maldad. Solo Clarissa expresa un leve sentimiento en relación a ella, ya que cree que Lady Bruton la desprecia, idea que adquiere cierta sustancia cuando accedemos a la intimidad de esta reunión, en la que Lady Bruton mantiene un almuerzo con Richard y Hugh y, en un momento, pregunta por Clarissa:

Y cuando decía con su acento negligente ‘¿Cómo está Clarissa?’, los maridos tenían dificultades en convencer a sus esposas, e incluso, por fieles que fueran, lo ponían ellos mismos secretamente en duda, del interés que lady Bruton sentía por unas mujeres que a menudo obstaculizaban la carrera del marido, le impedían aceptar cargos en el extranjero, y tenían que ser llevadas junto al mar, en plena temporada social, para que se recuperaran de la gripe. (p.151)

Lady Bruton está segura de que las esposas, como Clarissa, distraen a los hombres de sus asuntos de gobierno y cuestiones públicas. Ella excluye a Clarissa de ese almuerzo no necesariamente por falta de simpatía, sino porque una persona como Lady Bruton, cuando socializa, está trabajando. La presencia de Clarissa en ese almuerzo hubiera obstaculizado el propósito que ella tiene en mente: precisa consejos, sugerencias, ayuda por parte de ambos hombres. Quiere las opiniones de Richard y la habilidad para escribir cartas de Hugh. Estableciendo de algún modo un paralelo con los doctores, Lady Bruton utiliza a sus invitados como herramientas para llevar a cabo una conversión: precisa que los hombres escriban una carta para el Times que convenza a todo Londres de su proyecto de emigración de jóvenes de buenas familias a Canadá. El narrador deja ver una asociación entre Lady Bruton y Bradshaw cuando, en un momento del almuerzo, Lady Bruton se impacienta, ya que quiere empezar a resolver los negocios pendientes, hasta que decide calmarse: “Exageraba. Quizá había perdido su sentido de la proporción” (p.154).

De cierta manera, Lady Bruton representa a la clase aristocrática de Inglaterra, ligada a la política y al poder: “Tenía poder, posición, dinero. Había vivido la vanguardia de su tiempo. Había tenido buenos amigos; había conocido a los hombres más capaces de su tiempo. El rumoroso Londres ascendía hasta ella, y su mano, descansando en el respaldo del sofá, se cerró sobre un imaginario bastón de mando cual los que hubieran podido sostener sus antepasados” (p.158). Sin embargo, las legendarias historias familiares de Lady Bruton no impresionan a Richard durante demasiado tiempo. Parado en una joyería, el único dato oído en el almuerzo que sobrevive al interior de Richard es el de la llegada a Londres de Peter Walsh. Richard reflexiona sobre la felicidad de su matrimonio, sobre el hecho de que nunca le ofrece regalos a Clarissa ni le dice cuánto la ama. Irónicamente, no es esto último lo que lo motiva a comprar flores para su esposa, sino más bien los celos. El narrador, focalizado en Richard, evidencia en la sintaxis el pensamiento encadenado del personaje mediante estructuras subordinadas que, sin embargo, no se subordinan a ninguna idea anterior: “Que Peter Walsh había estado enamorado de Clarissa; que después del almuerzo iría directamente a casa, para ver a Clarissa; que le diría, lisa y llanamente, que la amaba. Sí, esto le diría” (p.152).