La señora Dalloway

La señora Dalloway Resumen y Análisis Parte 6

Resumen

[Parte 6: desde “Fue terrible, gritó Peter (...)” (p.97) hasta “(...) el doctor Holmes con menos amabilidad”. (p.135)]

Peter se siente mal; el sol está demasiado fuerte. De todos modos, cuando la pequeña hija de la enfermera corre hasta chocar con la pierna de una mujer, Peter ríe en voz alta. La pierna pertenece a Rezia, que dejó a Septimus hablando consigo mismo y se pregunta por qué sufre tanto, por qué no vive más en Milán, y empieza a llorar. Luego se acuerda de que es momento de llevar a Septimus a una consulta con el doctor William Bradshaw. Septimus alterna entre hablar consigo mismo o con su amigo Evans, que murió en la guerra. Que un amigo muera no es tan raro, de todos modos: Rezia no entiende por qué Septimus se vuelve cada vez más extraño. Hay momentos, sí, en que la pareja es feliz, pero luego Septimus menciona que va a suicidarse porque la gente es malvada. El doctor Holmes dice que Septimus no tiene nada, y que cada uno es responsable por su propia salud.

Rezia encuentra a Septimus pero su marido se aparta de ella, señalándole la mano. Ella explica que su dedo adelgazó y el anillo ya no le queda, pero él sabe que la ausencia del anillo significa el fin del matrimonio. Septimus se siente aliviado, aunque piensa haber visto a un perro convertirse en hombre. Vuelve a hablar consigo mismo. Abriendo sus ojos nota que la belleza está en todos lados. Rezia le dice que es tiempo de irse. La palabra “tiempo” desata una ola de emociones al interior de Septimus, cuyo clímax es la voz de Evans diciendo que la muerte vendrá de Tesalia, el lugar donde este fue asesinado. Septimus ve a Evans acercándose. Rezia le dice a su marido que se siente infeliz.

Peter Walsh ve a la pareja infeliz y atribuye su discusión a que son jóvenes. Londres nunca le pareció tan encantadora. Peter siempre fue capaz de cambiar de humor rápidamente. En los cinco años que hubo entre 1918 y 1923, Londres cambió. Ahora, por ejemplo, mujeres solteras pueden ponerse maquillaje en público. Peter piensa en Sally Seton, en cómo ella inesperadamente se casó con un hombre rico y ahora vive en una gran casa. Entre los viejos amigos de Clarissa, Sally es quien le cae mejor. Ella podía ver a través de la artificialidad de los Withbread y los Dalloway. Ambos compartían el desprecio por lo artificial, y también el hecho de que al padre de Clarissa no le caía bien ninguno de ellos dos. Ahora, Peter tendría que pedir un trabajo a Hugh Whitbread o a Dalloway. Richard no es tan malo, piensa Peter. Probablemente Clarissa se enamoró de él por su habilidad para estar a cargo, por su responsabilidad. Recuerda que ella creía que Richard era independiente porque no le gustaban los sonetos de Shakespeare.

Clarissa nunca se hubiera casado con Hugh, Peter lo sabía. Ella sabía lo que quería. Cuando entraba a una habitación no pasaba desapercibida. Peter lucha consigo mismo para recordar que no está más enamorado de ella. Hasta Clarissa misma admitiría lo mucho que le importaba el rango social. Lo mucho que le gustaban los duques, las duquesas. Peter sabe que Clarissa organiza fiestas porque siente que Richard debería tenerlas. La mayoría de sus opiniones, desde que se casó, son originalmente de Richard. Ella necesita que otra gente despierte su sentido del humor. Seguramente adora a Elizabeth, quien debe considerarla a ella y a sus amigos, como Peter, viejos y aburridos. Las pasiones de Peter siguen habitando en él pero, con la edad, puede analizarlas de una manera más objetiva. No necesita más a la gente. Quizás realmente está enamorado de Daisy, a pesar de que últimamente casi no piensa en ella. Como Daisy lo ama, lo corresponde, él se puede relajar. Después de todo, su viaje a Londres no es para casarse con Daisy, sino para finalizar el divorcio de esta.

Desde la estación de subte se eleva el canto incomprensible de una mujer. Parece una antigua canción de amor. Peter le da una moneda a la vieja cantante. Rezia Smith también ve a esa mujer y la compadece; por alguna razón empieza a sentir que todo estará bien. Piensa que el doctor William Bradshaw ayudará a Septimus.

Septimus ha dejado su casa para venir a Londres siendo muy joven, dejando una nota tras él. En Londres se enamoró de la señorita Isabel Pole, una mujer que hechizó al poeta en él, prestándole libros y hablándole de Shakespeare. El señor Brewer, gerente de Septimus en la oficina de Sibleys y Arrowsmiths, decía que Septimus sería muy exitoso si mantenía su salud, y le aconsejaba que practicara deportes para mantenerse en forma.

Septimus fue uno de los primeros voluntarios en el ejército para la Primera Guerra Mundial. Se alistó para proteger a Shakespeare y a Isabel. Se hizo amigo de su superior, Evans, que murió justo antes de que la guerra terminara. A Septimus lo alivió el hecho de no sentir demasiada pena por esa muerte, hasta que se dio cuenta de que había perdido la capacidad de sentir. En un momento de pánico, se casó con una joven italiana, Lucrecia. La pareja se mudó a Londres y Septimus volvió a su puesto de trabajo anterior. Empezó a dudar de que la vida tuviera sentido. Volvió a leer a Shakespeare y entendió que Shakespeare despreciaba el amor entre hombres y mujeres. Después de cinco años de matrimonio, Lucrezia quería tener un bebé. Septimus no podía imaginarse traer un niño a este mundo. Rezia empezó a volverse cada vez más infeliz. Lamentablemente, Septimus no sentía nada al respecto, ni siquiera cuando ella lloraba. Él solo se preguntaba si se volvería loco y, progresivamente, se fue rindiendo ante la locura.

El doctor Holmes no pudo ayudar. Septimus sabía que no tenía ningún problema físico, pero el recuerdo de los crímenes de guerra seguían impactando en su interior. A pesar de eso, no sentía nada y se había casado sin amor. La tercera vez que Homes fue a visitarlo, Septimus lo rechazó. Holmes forzó la puerta. Aunque Septimus hablaba de suicidarse, Holmes le decía que debía librarse de su depresión. Septimus pensaba que Holmes, como representante de la naturaleza humana, estaba tras él. Odiaba a Holmes. Rezia no podía entender ese odio. Sin el apoyo de Rezia, Septimus se sintió abandonado. Escuchaba al mundo pedirle que se matara. Una vez vio a Evans y le gritó. Rezia entró a la habitación, se horrorizó y llamó a Holmes. Al ver a Holmes, Septimus dio un grito de espanto. El doctor, irritado, le recomendó atenderse con el doctor Bradshaw.

Análisis

En una novela en la que dos tiempos conviven en la mente de los personajes, constantemente se dan contraposiciones: "Fue terrible, gritó Peter, ¡terrible, terrible! Sin embargo, el sol seguía calentando. Sin embargo, uno se adaptaba a la realidad. Sin embargo, la vida daba los días uno tras otro" (p.97). Por un lado, un sentimiento intenso se arraiga a una escena pasada que cambió la vida para siempre; por el otro, la vida continúa en el presente, acompasada por las campanadas del Big Ben y el ritmo de la ciudad.

Todo es una mixtura, por momentos, de coherencia imposible: “Sally Seton, la última persona en el mundo que uno hubiera creído capaz de casarse con un hombre rico y vivir en una gran casa cerca de Manchester, ¡la loca, la osada, la romántica Sally!” (p.107). Cuando Peter vuelve a hundirse en el recuerdo, en Clarissa, un sonido del presente lo interrumpe: “una voz burbujeando sin dirección ni vigor, sin principio ni fin (...), la voz de una vieja fuente brotando de la tierra” (p.118). El arquetipo femenino maternal no abandona la interioridad de Peter. Lo que antes era representado por la mujer que veía el viajero solitario, ahora se encarna en una mujer vagabunda cantando en el subte. Canta sobre el amor eterno: “estaba de pie cantando una canción de amor, del amor que dura un millón de años, cantaba, del amor que prevalece” (p.119).

Esta figura funciona de vehículo de transición entre la interioridad de Peter a la de Rezia, dos personajes que tienen en común cierta soledad. Y esa soledad se relaciona estrechamente con el carácter de esos personajes que no los corresponden: Clarissa y Septimus, dos personajes que cierto sector de la crítica señala como dos caras de una misma moneda. Esos dos personajes tienen sus propias teorías en torno a lo relativo al amor eterno. Clarissa, como se había expuesto anteriormente, cree que partes de ella quedan en los lugares donde estuvo. La teoría de Septimus acerca de la belleza del mundo no difiere demasiado.

Es a través de la similitud entre sus apreciaciones sobre el mundo que se empiezan a hacer visibles las verdaderas similitudes entre Septimus y Clarissa. Ambos, por ejemplo, registran siempre la belleza inmediata del momento. Podría pensarse que Septimus cubre cierta profundidad de sentimientos de la que parece carecer Clarissa. Septimus al principio se alegra por no sentir tristeza cuando su amigo Evans es asesinado, pero después acaba castigándose a sí mismo por no sentir absolutamente nada. Es claro que Septimus presenció y sintió en la guerra sucesos de una intensidad intolerable, lo cual parece haber anulado algunos de sus canales de percepción, entre ellos, el que le permite comunicarse con los demás. Pero también como parte de las secuelas, Septimus otorga verdad a todo lo que piensa, y basa teorías o decisiones en razonamientos falaces. Por ejemplo, Septimus cree que su reacción inicial sin emociones a la muerte de Evans responde a un sentimiento real, y no es el resultado de un shock emocional, y progresivamente basa su construcción de la realidad en este error de cálculo. Él no puede afrontar su dolor y, en lugar de eso, lo niega y destruye el resto de la realidad que le queda. Rezia ya no usa su anillo de casada, y él no puede sentir nada al respecto ni evitar distraerse: “No hay delito; amor; repitió Septimus, buscando una tarjeta de visita y un lápiz, cuando un perro terrier Skye le olisqueó los pantalones y Septimus se sobresaltó con angustioso terror. ¡El animal se estaba convirtiendo en hombre!” (p.101). Septimus imagina perros convirtiéndose en hombres (una inversión de la imagen que él creó para representarse a sí mismo y a Evans: “fue una amistad como la de dos perros que juegan ante el fuego del hogar”, p.125) porque la imaginación ya tiene, en su mente, el estatuto de verdad:

Septimus cantó. Evans le contestó desde detrás de un árbol. Los muertos estaban en Tesalia, cantaba Evans, entre orquídeas. Allí esperaron hasta que la guerra terminó, y ahora los muertos, ahora el propio Evans…

-¡Por el amor de Dios, no vengas!- gritó Septimus.

No, porque no podía mirar a los muertos. (p.104)

En la medida en que su mundo imaginario avanza, también se incrementan, en Septimus, el aislamiento y la soledad. Su mujer, Rezia, entra en desesperación debido a que ella también está sola, en un país desconocido, y además la única persona que conoce y ama, Septimus, es cada vez más extraño. La comunicación entre ellos es casi imposible en la medida en que, además, Rezia no puede comprender el nivel de dolor que azota (o azotó) el interior de Septimus hasta destruirlo: “Todos tenemos amigos muertos en la guerra. Todos renunciamos a algo cuando nos casamos. Ella había renunciado a su hogar” (p.99). Septimus sufrirá para siempre su soledad, en tanto está reinsertado en una sociedad que nunca comprenderá lo que él experimentó. La novela evidencia la distancia irresoluble entre los mundos internos de los diversos personajes, entre sus perspectivas. Por ejemplo, la situación entre Rezia y Septimus en el parque es horrorosa, y aún así Peter la interpreta como algo pintoresco:

Lo divertido de regresar a Inglaterra, después de cinco años de ausencia, era, por lo menos durante los primeros días, que todas las cosas parecían nuevas, como si uno nunca las hubiera visto; una pareja de enamorados peleándose bajo la copa de un árbol; la doméstica vida de las familias en los parques públicos. Nunca le había parecido Londres tan encantadora. (p.105)

“Londres se ha tragado a muchos millones de jóvenes llamados Smith” (p.123). Septimus representa una generación perdida de hombres a fines de la Primera Guerra Mundial. Mientras la pompa y las celebraciones continúan entre los ingleses de la alta sociedad, un grupo de hombres retora de la guerra habiendo vivido una experiencia incalculablemente traumática y sin ninguna ayuda para superar su frustración. La civilización inglesa los había perjudicado de por vida al enviarlos al campo de batalla, pero la clase política está aún demasiado ocupada en intentar dominar el mundo como para pensar cómo reabsorberlos pacíficamente en la sociedad. El clima de posguerra aparece con claridad en la novela, en los retratos de esta sociedad orgullosa de sus “logros” e invisibilizadora de lo que se sacrificó para conseguirlos. Y son muchos los personajes que colaboran con ese retrato: las mujeres involucradas con las fuerzas militares, como Lady Bruton o la señorita Parry; Peter y sus pensamientos acerca del imperio y su admiración por los jóvenes soldados; o bien Septimus y su trastorno mental. La novela se sitúa cinco años después de la guerra pero su sombra tiene clara presencia. Son numerosas las referencias al entorno de posguerra, y, a nivel de detalle, son muchas las que funcionan como crítica social. Por ejemplo, la admiración de Peter por los jóvenes soldados marchando, que lo hace sentir orgulloso de Londres y su civilización, sin reparar en la manera mecánica en que los muchachos se comportan: desde jóvenes, los muchachos destinados a la guerra se entrenan en la pérdida de su individualidad, pues su tarea se limita a dar su vida por lealtad a un conjunto de valores y abstracciones sostenidas por intereses políticos y económicos.

“Septimus fue uno de los primeros en presentarse voluntario. Fue a Francia para salvar a una Inglaterra que estaba casi íntegramente formada por las obras de Shakespeare y por la señorita Isabel Pole, en vestido verde, paseando por una plaza” (p.125). El amor, la lealtad de Septimus a Shakespeare y a Isabel Pole es orientada a la causa inglesa: él se une a la Armada para proteger todas esas cosas. Quien lo persuade de unirse a la Armada es su jefe, con el discurso de que le falta la virilidad que solo el atletismo o la guerra pueden proporcionar. Adquirir la virilidad de un hombre de guerra hace que Septimus pierda a Shakespeare y a Isabel Pole, porque pierde la habilidad de apreciar a cualquiera de ellos. Septimus es separado de sus pasiones, y su mentalidad es reemplazada por una versión endurecida que enseña a no amar ni preocuparse por nadie. Septimus sobrevive la guerra pero todo en su interior vuelve muerto:

Aún no había cumplido los treinta años y estaba destinado a sobrevivir (...). Las últimas bombas no le dieron. Las vio explotar con indiferencia. Cuando llegó la paz, se encontraba en Milán, alojado en una pensión con un patio, flores en tiestos, mesillas al aire libre, hijas que confeccionaban sombreros, y de Lucrezia, la menor de la hijas, se hizo novio un atardecer en que sentía terror. Terror de no poder sentir. (p.126)

Para Septimus no fue fácil convertirse en una estatua; el esfuerzo que tuvo que hacer fue directamente proporcional a la sensibilidad que poseía, y ahora todo en él está desgarrado. Siente angustia por la discrepancia entre su sentimiento de que el mundo natural es hermoso (“Belleza, parecía decir el mundo" p.103) y el mundo humano, corrupto (”puede ser que el mundo carezca de significado en sí mismo”, p.128; “uno no puede traer hijos a un mundo como este. Uno no puede perpetuar el sufrimiento”, p.129).

Mediante el paralelo que la narración construye entre el personaje de Clarissa y el de Septimus se implicita una suerte de crítica social. La novela ilustra la humanidad que le falta a una persona cuerda y la profundidad del sentimiento que posee un personaje demente, revirtiendo los estereotipos que asolaban en la época. De hecho, una referencia se repite como elemento común entre ambos. Septimus adora a Shakespeare y da su vida, en la guerra, por una lealtad que hubiera sido imposible sin ese imaginario literario. El amor que Septimus tiene por Shakespeare hace que Isabel Pole se enamore de él. Del lado opuesto, Clarissa parece respetar a Richard porque este “afirmaba que ningún hombre decente debía leer los sonetos de Shakespeare porque era como escuchar por el ojo de la cerradura” (p.111). La crítica social en la novela no apunta solo a las injusticias estatales en relación a la guerra, sino también a la sumisión en general: una de las sumisiones más comunes es la de las mujeres a sus maridos en una sociedad patriarcal. Esta sección, que alterna entre la interioridad de Septimus, la de Rezia y la de Peter, parecería evidenciar paralelos entre los distintos tipos de sumisión que ahogan el alma de los diversos personajes. De la misma manera en que Septimus, siendo un hombre joven, sano y sensible, echa todo a perder por el bien de la patria, “siendo dos veces más inteligente que Dalloway, Clarissa tenía que verlo todo a través de los ojos de Dalloway, lo cual es una de las tragedias de la vida matrimonial” (p.113).