La señora Dalloway

La señora Dalloway Resumen y Análisis Parte 2

Resumen

[Parte 2: desde “La violenta explosión que hizo dar un salto (…)” (p.31) hasta “(...) el humo que, retorciéndose, escribió una C y una A y una R” (p.51).]

La explosión que las mujeres oyeron provenía de un automóvil. Los peatones dicen haber reconocido el rostro de alguien importante en la ventanilla. El auto avanza pero el disturbio que este originó no desaparece. Corren rumores de que al interior de ese auto viajaba el príncipe de Gales, o la reina, o el primer ministro. El movimiento de la calle queda detenido y obstaculiza el paso de Septimus Warren Smith, un hombre de treinta años, veterano de guerra, mental y emocionalmente devastado por su experiencia en la Primera Guerra Mundial, que se imagina que él mismo es la causa del detenimiento. Su joven esposa, Rezia, lo convence de seguir, un tanto irritada: siente que todo el mundo se da cuenta de que Septimus no está bien mentalmente, que la gente sabe que él intentó suicidarse. Rezia se avergüenza. Él últimamente intenta complacerla, dado que ella no conoce a nadie más en Inglaterra, pero sus esfuerzos no tienen éxito.

Clarissa tiene la esperanza de que el rostro en la ventanilla pertenezca a la Reina, porque el auto permanece detenido hasta que el chofer habla con un policía que le permite avanzar. Clarissa se siente tocada por la magia. Imagina a Hugh Whitbread en el Palacio Buckingham, y su propia fiesta. La gente de Bond Street se toma unos momentos para retornar a la vida cotidiana. El auto avanza por Piccadilly. Mientras tanto, se forma una multitud en las puertas del Buckingham. De pronto, Emily Coates, una mujer que presencia los sucesos, se da cuenta de que un avión está haciendo letras de humo. La gente adivina las palabras.

En Regent's Park, Rezia intenta mostrarle a Septimus las letras de humo, ya que el doctor recomendó que lo distrayera con asuntos exteriores a sí mismo. Septimus cree que las letras lo señalan, y un sentimiento de belleza trae lágrimas a sus ojos. La voz de una enfermera vibra luego en sus oídos; él siente que los árboles vuelven a la vida. Rezia detesta cuando Septimus queda mirando fijo a la nada. Piensa que la gente se debe dar cuenta. A veces, Rezia desearía que Septimus estuviera muerto. Camina a la fuente e intenta distraerse. No puede hablar con nadie sobre el estado de su marido y se siente sola. No es el mismo hombre con el que se casó. El médico dijo que no le pasaba nada. Mientras tanto, Septimus se sienta y oye a los pájaros cantar en griego. Balbucea en voz alta. Cuando Rezia vuelve, él se para de un salto, moviéndose entre la gente e ignorando a su esposa.

Maisie Johnson, una chica joven de Edimburgo, le pide a la pareja indicaciones para llegar al subterráneo. Rezia le contesta abruptamente, esperando que Maisie no note el estado mental de Septimus. Maisie queda algo impactada por ambos y horrorizada por la mirada de Septimus. Mientras tanto, el señor Bentley piensa que el esfuerzo del avión al dibujar las letras representa la concentración del alma de un hombre. Frente a la Catedral de Saint Paul, un hombre de aspecto sórdido se sorprende pensando en los miembros de la sociedad que son invitados a esos salones. El avión continúa sin rumbo fijo, las letras salen de su movimiento circular constante.


Análisis

La situación de explosión y el automóvil andando permite destacar dos cuestiones importantes en la novela. Por un lado, resalta el énfasis que la cultura británica coloca en sus líderes y símbolos patrios. Nadie está seguro de quién viaja en el auto de apariencia importante, pero los que lo ven pasar se sienten tocados “por la magia”, como Clarissa. El tráfico se detiene, también los peatones que observan, hasta que corren al palacio de Buckingham: "El automóvil, con las cortinillas corridas y un aire de inescrutable reserva, avanzó hacia Piccadilly, siendo todavía contemplado, alterando todavía los rostros a ambos lados de la calle con idéntico aliento oscuro de veneración, sin que nadie supiera si se trataba de la reina, el príncipe o el primer ministro" (p. 34).

El auto, como muchos otros elementos de los cuales Clarissa se rodea, es un símbolo vacío: lo que hay adentro no importa realmente, sino el hecho de que simbolice o represente determinado status, determinada nobleza. Lo que este automóvil provoca en quienes lo ven funciona para describir al común de los ciudadanos de esa Londres de la cual la señora Dalloway es representativa.

Una pequeña multitud se reúne en Buckingham, “reservaban su tributo, en espera de la ocasión adecuada, al paso de este o aquel automóvil; y dejaban en todo instante que el rumor se acumulara en sus venas y tensara los nervios de sus muslos, al pensar en la posibilidad de que la realeza los mirara” (p. 38). En ese grupo, aclara el narrador, hay gran cantidad de personas pobres, entusiasmadas, fascinadas con la posible aparición de la reina, rindiendo un respeto que al señor Bowley, que pasa por allí, lo hace llorar de dolor. Esta circunstancia funciona también como una crítica al sistema social, hondamente jerárquico y visiblemente absurdo, en que los pobres adoran y honran a estas figuras que ostentan riqueza, en lugar de ver allí una injusticia que combatir.

En este marco de injusticias del sistema e irresponsabilidad estatal aparece la figura de Septimus Warren Smith. Es un veterano de guerra que sufre, a sus treinta años, problemas mentales por todo lo que ha tenido que vivir y presenciar, en combate, por el supuesto bien de su país. Este personaje se introduce, también, en el momento del automóvil, y el narrador adquiere su perspectiva:

y allí estaba el automóvil, corridas las cortinillas, y en ellas un curioso dibujo en forma de árbol, pensó Septimus, y aquella gradual convergencia de todo en un centro que estaba produciéndose ante sus ojos, como si un horror casi hubiera salido a la superficie y estuviera a punto de estallar en llamas, le aterró. El mundo vacilaba y se estremecía y amenazaba con estallar en llamas. Soy yo el que obstruye el camino, pensó Septimus. (p.33)

En el mismo exacto momento en que Clarissa está colmada por el placer o el encanto, imaginando las fiestas de la reina, Septimus está congelado por la aprehensión y el miedo. El modo en que la escena se presenta en su mente evidencia que este personaje posee una oscuridad que hasta entonces no ha aparecido en la novela. El narrador focaliza en Septimus para mostrar el modo en que este procesa la situación como una secuencia de imágenes que se van abstrayendo cada vez más, enarbolando una fantasía aterradora. Probablemente el elemento de las llamas esté haciendo referencia a retazos de memoria, recuerdos oscuros propios de un veterano de guerra que vivenció el horror. El final del fragmento citado, en el cual Septimus concluye que él es la razón por la que el tránsito se detuvo, deja ver que los caminos de la fantasía en la mente del personaje no responden simplemente a un instinto creativo, sino más bien a lesiones irreversibles en la mente.

Gran parte de la crítica literaria señala a Septimus y Clarissa como dobles: Septimus sería “el otro” de Clarissa, su reverso oscuro, de una personalidad más interna o profunda comparada con el carácter más social y señorial de Clarissa. Otra parte de la crítica, sin embargo, señala que catalogar a Septimus como el doble de Clarissa es limitar a ambos personajes, reducirlos. Quizás la mejor manera de entender a esos personajes sea tomarlos como puntos apartados en la línea de la intensidad de la experiencia humana, aunque conectados entre sí. La novela ofrece solo un día en la vida de Clarissa y en la de Septimus, y de todos modos conocemos a estos personajes con profundidad. Ambos personajes, aparentemente distantes, se corresponden e interrelacionan. Clarissa y Septimus nunca se conocen y aún así sus vidas se cruzan, desde el momento en que la calle se detiene hasta la noticia de la muerte de Septimus en la fiesta de Clarissa.

También conocemos a Rezia, la esposa de Septimus, quien lucha contra la vergüenza que le produce la enfermedad mental de su marido: “la gente debe darse cuenta, la gente debe ver (...) porque Septimus había dicho ‘Me mataré’, y eran unas palabras terribles. ¿Y si habían oído? Lucrezia miró a la multitud. Sentía deseos de gritar ¡socorro!, ¡socorro!” (p.34). En el caso de Rezia, la situación respecto a la incomunicación se agrava: ella no puede comunicarse con su marido, y además no conoce a nadie en el país, por lo que su situación es de extrema desolación: “Era ella quien sufría, pero no podía contárselo a nadie” (p.44). Su desesperación no encuentra ayuda, tampoco, en los doctores. El modo en que los problemas de Septimus son subestimados por los médicos, el modo en que los médicos proceden y conducen al final trágico del personaje, configuran una crítica al sistema de la medicina en general y de la psiquiatría en particular. Esta disciplina no parece saber cómo tratar realmente a los pacientes con enfermedad mental, y parecen provocar más daño que cura. Septimus es víctima del estatuto psicosocial en la Inglaterra de posguerra. Como representante de la “generación perdida”, tópico recurrente en la literatura de esta época, Septimus sufre delirios y alucinaciones. Como resultado, marido y mujer no pueden comunicarse como alguna vez lo hicieron.

En cuanto al tema de las dificultades en la comunicación, es interesante el momento en que el avión exhala letras de humo: “detrás iba dejando una gruesa y alborotada línea de humo blanco, que se rizaba y retorcía en el cielo formando letras. Pero, ¿qué letras? ¿Era acaso una C? ¿Una E y después una L?” (p.40). Las letras resultan incomprensibles. Los ciudadanos ponen su atención en ellas y adivinan las palabras, pero las lecturas de los personajes son todas distintas; no coinciden en cuál es el mensaje: “-Blaxo- dijo la señora Coates”; “-Kreemo- murmuró como una sonámbula la señora Bletchley” (p.40). De algún modo, estas letras de humo funcionan como un símbolo de la imposibilidad comunicativa. Irónicamente, sin embargo, muchos personajes se conectan a través de la imposibilidad de comunicarse simbolizada por el mensaje inentendible del avión. Como otro síntoma de su enfermedad, Septimus cree que el avión le está hablando a él; que se trata de un mensaje.