La señora Dalloway

La señora Dalloway Temas

El tiempo

La novela está atravesada por y configurada a partir del tema del tiempo. En principio, hay una unidad temporal en el presente de la trama que se expande a lo largo de un día, el día en que la protagonista dará una fiesta en su casa. Pero ese presente convive constantemente con el pasado, que se presenta de un modo circular al que los personajes retornan, desde su interioridad, en forma constante. En el caso de Clarissa y Peter, ese pasado coincide con su juventud en Bourton, donde vivieron una relación amorosa que culmina cuando Clarissa conoce a su actual marido, Richard. Los personajes se transportan, por vía de sus pensamientos, constantemente a ese pasado en donde yace el tesoro de su juventud, las raíces de quienes son en el presente. Por su parte, el tema temporal también atraviesa a personajes como Septimus, un joven que cambió por completo su personalidad a través de la experiencia de la guerra.

El tiempo aparece en la novela metaforizado constantemente por la imaginería del mar: la temporalidad no se ofrece como una linealidad cronológica, sino como un oleaje que transporta, en las idas y venidas de sus olas, a los personajes. A su vez, tienen lugar en la novela teorías sobre la trascendencia que atentan contra la percepción lineal de la temporalidad. Por ejemplo, Clarissa sostiene cierta idea de eternidad del ser, por medio de la cual postula que algo de ella sobrevivirá en lugares o personas incluso después de su muerte. Esta teoría es relacionada también con la pervivencia eterna del amor aún después de la conclusión formal de una relación, como sucede con el vínculo entre Clarissa y Peter.

El deseo sexual (femenino) vs. las normas sociales

La novela sitúa una sutil crítica a las normativas sociales que atentan contra el deseo de las personas en general y de las mujeres en particular. Clarissa es descrita por algunos personajes como una mujer "fría", y de hecho, aún estando casada hace tiempo, ella duerme sola en una habitación con aire virginal. En un momento, el narrador se interioriza en la mente de Clarissa, quien navega por su pasado recordando el momento más feliz de su vida, que es cuando su amiga Sally la besó. De por sí, Clarissa pertenece a una clase social y a una época en la cual la heterosexualidad no debía cuestionarse, además de que mucha información aparecía vedada para las jovencitas como ella. Es Sally, una muchacha mucho más libre y despojada de las ataduras sociales que fijan a Clarissa, quien le enseñó sobre la vida, el sexo, los hombres, la política y todo lo que permanecía oculto para ella. En la interioridad de Clarissa, el deseo sexual aparece encarnado en Sally: Clarissa siente "lo que los hombres sienten" frente a una muchacha. Y Sally representa para ella no solo el deseo sino también la libertad, el compañerismo, el amor verdadero y desinteresado. Sin embargo, esa relación se ve impedida por las normas sociales: termina cuando Clarissa debe casarse.

El tema del deseo sexual vs las normas sociales aparece ligado en la novela en tanto así se encuentra introyectado en la mente de la protagonista. Por quien Clarissa sintió más deseo en su vida fue Sally, pero esa plenitud se vive incuestionablemente como un "momento" -aunque el más feliz de su vida- previo a la intrusión masculina. Esta intrusión es literal, pues la escena se interrumpe por la llegada de los hombres, y también simbólica, pues Clarissa debe enlazarse en casamiento a un varón. En este aspecto, es relevante atender al título de la novela: la vida adulta de la protagonista se da bajo su identidad de casada; su presente está signado de por sí por su existencia social como "la señora Dalloway", es decir, la esposa de Dalloway. Incluso Sally acaba apareciendo en el presente bajo el nombre de "Lady Rosseter", casada ahora con un hombre y madre de cinco hijos.

El amor entre mujeres aparece entonces como lo que, alrededor de 1920, es posible hasta que llega la aplacadora e impostergable presencia masculina -el matrimonio es en esa época, por supuesto, entre hombres y mujeres-. La descripción del momento en que Clarissa y Sally se besan, previo a la aparición de los hombres, aparece plena de imágenes de una plenitud asociada a la intimidad: Clarissa era poseedora de algo precioso, maravilloso, revelador, hasta que la presencia masculina irrumpe con violencia, como si abriera una puerta secreta, desnudándolo todo, de una forma arrolladora.

Por otra parte, el tema aparece también en el vínculo entre Clarissa y Peter Walsh. Estos compartieron un amor de juventud que nunca se disolvió, pero que, sin embargo, aparece reprimido en ambos. Cuando vuelven a encontrarse, Clarissa siente un rapto de deseo y anhela irse con él. Sin embargo, la voluntad de concretar ese deseo se disuelve por el precio que involucraría: revelarse ante toda normativa social, abandonando su rol de madre y esposa.

El trauma de la guerra y la insanidad mental

En la novela aparece el tema de la insanidad mental como consecuencia de la experiencia traumática de la guerra. Esta problemática se encarna en el personaje de Septimus, un hombre joven que gozaba de salud y felicidad hasta que fue enviado a la guerra y retornó físicamente intacto, pero con su interioridad mental y emocional completamente destruida. Este joven, como todos los de la llamada generación perdida (la guerra tematizada en la novela es la Primera Guerra Mundial) llega al campo de batalla sin noción de lo que eso significará. Allí es obligado a presenciar y a cometer crímenes terribles, pero además sufre la pérdida de su único amigo en el ejército. Es a partir de ese suceso que el narrador ubica la aparición de las secuelas mentales en el personaje: Septimus se alegra al principio por no sentir tristeza ante esa pérdida, hasta que se llega a horrorizar cuando se da cuenta de que se volvió completamente incapaz de sentir.

Es claro que Septimus experimentó en la guerra sucesos de una intensidad intolerable, lo cual parece haber anulado algunos de sus canales de percepción, entre ellos, el que le permite comunicarse con sus propios sentimientos y con los de los demás. Por las secuelas, Septimus queda enajenado mentalmente de todo lo que le rodea y habla consigo mismo o con su amigo muerto, que cree aparecer ante él. Además, otorga verdad a todo lo que piensa, y basa teorías o decisiones en razonamientos falaces. Por ejemplo, Septimus cree que su reacción inicial sin emociones a la muerte de Evans es real, no el resultado de un shock emocional, y progresivamente basa su construcción de la realidad en este error de cálculo. Él no puede afrontar su dolor y, en lugar de eso, lo niega y destruye el resto de la realidad que le queda, hasta acabar suicidándose, prácticamente empujado por los psiquiatras, que no solo no lo ayudan sino que además empeoran su desesperada situación.

La irresponsabilidad estatal frente a sus veteranos de guerra

Ligado al tema de la insanidad mental como consecuencia de la experiencia de la guerra, aparece en la novela el tema de la irresponsabilidad y la ausencia estatal frente a sus veteranos. La novela se sitúa en Inglaterra a cinco años de finalizada la Primera Guerra Mundial, y el clima de posguerra aparece ilustrado con claridad en los retratos de esa sociedad y ese país orgullosos de sus “logros” e invisibilizadores de lo que se sacrificó para conseguirlos.

El retrato se configura a partir de las constantes imágenes de contraste. Por un lado, tenemos el pueblo admirando y festejando la pompa de la realeza y el sector político; la alta sociedad involucrada con las fuerzas militares (como el personaje de Lady Bruton); Peter Walsh y su admiración por la civilización imperial. Por el otro, aparece Septimus, un joven veterano que padece su trastorno mental fruto de la experiencia traumática de la guerra, sin más atención que la de su joven y desesperada esposa. Son numerosas las referencias al entorno de posguerra, y, a nivel de detalle, son muchas las que funcionan como crítica social, como la admiración de Peter por los jóvenes soldados marchando, que lo hace sentir orgulloso de Londres y su civilización, sin reparar en la manera mecánica en que los muchachos se comportan: desde jóvenes, los muchachos destinados a la guerra se entrenan en la pérdida de su individualidad, pues su tarea se limita a dar su vida por lealtad a un conjunto de valores y abstracciones sostenidas por intereses políticos y económicos.

Septimus es un hombre joven cuya vida se destruye por haber defendido a su país en la guerra. “Londres se ha tragado a muchos millones de jóvenes llamados Smith” (p.123), dice el narrador. Y Septimus representa a una generación perdida de hombres a fines de la Primera Guerra Mundial. Mientras la pompa y las celebraciones continúan entre los ingleses de la alta sociedad, un grupo de hombres retorna de la guerra habiendo vivido una experiencia incalculablemente traumática y sin ninguna ayuda para superar su frustración. La civilización inglesa los perjudica de por vida al enviarlos al campo de batalla, pero la clase política está aún demasiado ocupada en intentar dominar el mundo o festejar la victoria como para reparar en ellos y ayudarlos a recobrar sus vidas saludablemente.

En el personaje de Septimus, su trastorno mental y su trágico final, la novela configura una crítica a la sociedad de la época, particularmente a la irresponsabilidad estatal y la indiferencia social ante el dolor que el mismo país produce en los jóvenes al enviarlos al campo de batalla.

La actitud evangelizadora y normativa de la ciencia psiquiátrica

La novela realiza una crítica a la institución científica, particularmente al área de la psiquiatría. El doctor Holmes y el doctor Bradshaw no solo no ayudan al joven Septimus en su recuperación, sino que aumentan la desesperación y la asfixia de este hasta el punto en que el joven decide suicidarse, incluso sin tener deseos de morir, simplemente para escapar de sus doctores. Los discursos pronunciados por Bradshaw son enmarcados con un tinte irónico por parte del narrador de la novela, que enfatiza en el parecido que sus teorías científicas tienen con el discurso evangelizador de la religión. El doctor Bradshaw dice que, para curarse, Septimus debe recuperar "el sentido de la proporción", y el narrador establece un paralelo entre el concepto de proporción y el de conversión religiosa. La novela enfatiza en la actitud evangelizadora del discurso científico en su afán de normalizar a sus pacientes, destruyendo así su individualidad y sensibilidad.

La alta sociedad

Casi todos los personajes de la novela pertenecen a la alta sociedad. Clarissa, la protagonista, está casada con Richard Dalloway, un hombre vinculado a la política, y la pareja vive en un hogar con numerosos sirvientes, a la vez que mantiene las mejores relaciones con todos los miembros relevantes de la alta sociedad inglesa: Lady Bruton, los Bradshaw y Hugh Whitbread son solo algunos nombres de esa selecta lista que incluye incluso al mismo Primer Ministro, quien se presenta como invitado a la fiesta que Clarissa ofrece en su casa. Todo este ambiente se encuentra en la novela cuestionado por personajes que no pertenecen del todo a ese círculo pero que se vinculan con él. Peter Walsh no puede evitar considerar snob a ese grupo social y acusar a Clarissa, sarcásticamente, de ser "la perfecta dama de sociedad". La señorita Kilman, por otra parte, detesta y envidia a las damas como Clarissa, preocupadas por comprar flores y dar fiestas.

El doble

Cierto sector de la crítica señala en la novela un paralelismo entre los personajes de Clarissa y Septimus, según el cual estos estarían funcionando como dobles. La particularidad del vínculo entre ambos personajes yace mayoritariamente en la ausencia de relación real entre ambos, dado que pertenecen a círculos sociales distintos y ni siquiera llegan a conocerse.

La lectura del tema del doble en la novela apunta a señalar a ambos personajes como opuestos invertidos: Clarissa es una mujer de más de cincuenta años, perteneciente a la clase alta, cuya rutina diaria consiste en organizar fiestas y mantener vínculos sociales. Septimus, por su parte, es un joven veterano de guerra cuya interioridad psíquica está dañada como consecuencia de la experiencia traumática de la guerra. A pesar de sus diferencias, ambos personajes parecerían evidenciar una conexión que trasciende el plano físico, lo cual se manifiesta hacia el final de la novela cuando Clarissa sufre una suerte de epifanía al enterarse del suicidio de este joven al que no conoce. Al atravesar una ola de emociones y sentimientos de extrema empatía con aquel personaje (puede imaginarse a sí misma caer por la ventana y morir, tal como sucedió al joven), Clarissa siente una revitalización y es invadida por una alegría inconmensurable. De algún modo, es como si la parte insana y angustiosa de ella hubiera muerto con Septimus para que ella sea feliz.

Las dificultades en la comunicación

Un tema que atraviesa la novela es el de la imposibilidad o dificultad en la comunicación. En las escenas entre parejas, por ejemplo, esa imposibilidad aparece constantemente: Peter y Clarissa no pueden decirse lo que piensan; Richard no logra decirle a Clarissa que la ama; Septimus y Rezia no se comprenden al hablar.

Esta dificultad se encuentra incluso metaforizada por medio de una imagen: en determinado momento, los ciudadanos que caminan por un parque son sorprendidos por el espectáculo de un avión que exhala letras de humo blanco. Todo el mundo mira e intenta formar las palabras, decodificar el mensaje, gritando lo que creen leer en el cielo. Pero, en cierto modo, las letras resultan incomprensibles, y las lecturas de los diferentes personajes son todas distintas; no coinciden en cuál es el mensaje. Esta escena es interesante en tanto la novela misma hace continuo énfasis en la interioridad de sus personajes, en su perspectiva individual y su mundo propio de referencias, mucho más que en el diálogo entre ellos. Muchas veces, sobre un mismo hecho se ofrecen distintas interpretaciones, según a quién pertenece el pensamiento, el recuerdo, el punto de vista. Como en la situación del avión, parecería imposible el acuerdo sobre un hecho en términos objetivos; más bien, lo que la novela muestra es que siempre asistimos a la multiplicidad discordante de interpretaciones: aunque muchos personajes observen lo mismo, cada uno entiende algo diferente.