La señora Dalloway

La señora Dalloway Ironía

El trabajo que Clarissa hace por su cuenta se limita a comprar flores (Ironía situacional)

“La señora Dalloway dijo que ella misma se encargaría de comprar las flores. Sí, ya que Lucy tendría trabajo más que suficiente” (p.17), dice la primera frase de la novela. De manera irónica, se introduce al personaje de Clarissa en una suerte de proclamación de independencia y autosuficiencia: ella buscará las flores por su cuenta, ya que Lucy, su empleada, tiene otras tareas que cubrir para la fiesta de esa noche. La ironía yace en que la tarea de la que se encarga Clarissa consiste simplemente en comprar flores. El hecho de que una de las tareas a resolver sea comprar flores para dar una fiesta revela inmediatamente varios aspectos de la protagonista, como, por ejemplo, su condición social y económica, a la vez que sus preocupaciones y su modo de mirarse a sí misma y lo que la rodea.

Peter Walsh piensa en los triunfos de la civilización cuando pasa la ambulancia con el cuerpo de Septimus (Ironía situacional)

Luego de todo un episodio que termina con la muerte de Septimus, que se suicida intentando escapar del asfixiante doctor Holmes, la sección siguiente se abre con una observación de Peter que constituye una ironía: “Uno de los triunfos de la civilización, pensó Peter Walsh. Esto es uno de los triunfos de la civilización, mientras oía el alto y ligero sonido de la campana de ambulancia” (p.209). Peter se enorgullece de Londres, de “la eficiencia, la organización, el espíritu comunitario” (p.209) mientras observa la ambulancia pasar e imagina cómo instantes atrás la “civilización” debe haber acudido al rescate de una vida, de una persona accidentada. Esto constituye una ironía situacional, si se tiene en cuenta lo que Peter ignora: en esa ambulancia viaja el cuerpo de Septimus, hombre empujado primero por el Estado a la locura y luego por la institución psiquiátrica a la muerte. La ironía yace en que, justamente, Septimus no representa un triunfo de la civilización, sino una víctima de esta.

El respetable y enigmático Primer Ministro resulta un hombre de apariencia ordinaria (Ironía situacional)

La figura del Primer Ministro ha sido capaz de detener la circulación de Londres: nadie estaba seguro, pero la sola sospecha de que ese hombre estuviera dentro del auto que pasaba frente a ellos los enorgullecía e inquietaba enormemente. En la fiesta de Clarissa, el Primer Ministro aparece en carne y hueso y protagoniza una situación irónica. Cuando se desplaza por la fiesta, los invitados deben esforzarse para aguantar la risa por el modo en que viste: “Uno no se podía reír de él. Tenía aspecto ordinario. Uno hubiera podido ponerlo detrás de un mostrador y comprarle pasteles… Pobre hombre, todo cubierto de bordados de oro” (p.237). El narrador aclara que el hombre “Intentaba parecer alguien. Era divertido contemplarlo. Nadie le prestaba atención. Todos siguieron hablando, pero se advertía a la perfección que todos se daban cuenta (...) del paso de aquella majestad, del símbolo de aquello que representaban, la sociedad inglesa” (p.237). Resulta irónica la situación en tanto aquella figura que más respeto y admiración supone reunir sobre sí, es la que resulta más rídicula, desconcertando a todos. La percepción que los ciudadanos podían tener por el título, el símbolo, el estatus de Primer Ministro se ve absolutamente burlada por la evidencia empírica. El prestigioso auto que casi no podía avanzar a través de Londres debido a la excitación de los ciudadanos pareciera, en este momento, develar su desconcertante interior. Y al verlo, ahora no solo casi nadie le habla al Primer Ministro, sino que nadie quiere siquiera mirarlo.

La supuesta nobleza y sabiduría del doctor Bradshaw (Ironía verbal)

Lo que la novela instala como una institución más contraproducente que beneficiosa es la psiquiatría, encarnada especialmente en el doctor Bradshaw. Desde el principio, el narrador adopta un aire irónico cuando describe a este supuesto salvador cuyo tratamiento cuesta una fortuna: “sir William recorría cien kilómetros o más tierra adentro para visitar a los ricos, a los afligidos, que podían pagar los crecidos honorarios que sir William, con toda justicia, cobraba por sus consejos” (p.136). Más tarde, el personaje de sir William Bradshaw es equiparado irónicamente con una suerte de líder espiritual: “y realmente era el automóvil de sir William Bradshaw; bajo, poderoso, gris, con las sencillas iniciales enlazadas en la plancha, como si las pompas de la heráldica fueran impropias, al ser aquel hombre el socorro espiritual, el sacerdote de la ciencia” (p.135). Pero este sacerdote de la ciencia no logra socorrer a quienes acuden a él: tal como evidencia el final de la novela, acaba funcionando más bien como un agente de la muerte.