La importancia de llamarse Ernesto

La importancia de llamarse Ernesto Citas y Análisis

Nada me inducirá a deshacerme de Bunbury, y si tú llegas a casarte, lo cual me parece extremadamente problemático, te alegrarás mucho de conocer a Bunbury. Un hombre que se case sin conocer a Bunbury, siempre estará muy aburrido.

Algernon (Acto I, p.33)

Algernon es el más escéptico y hedonista de los personajes. En su diálogo con Jack, le explica la práctica del "Bunburysmo", y su relato sugiere una burla a uno de los pilares fundamentales de la institución matrimonial y de la sociedad victoriana, que es la heteronorma. En los parlamentos de Algernon no es difícil captar un sentido sexual: “Bunbury” parecería denominar a cualquier hombre con el cual Algernon mantuviera una relación secreta, oculta, lejos de sus desconocidos -viviendo en la ciudad, Bunbury es a quien ve en el campo-. Y sin bunburysmo, un hombre, según Algernon, se aburrirá demasiado. Sobre todo, enfatiza él, si este hombre está casado. Mediante el humor y la ironía, Wilde revela en estos parlamentos una práctica que los espectadores londinenses que veían la obra en su momento reconocían fácilmente. Porque en la sociedad victoriana, época de puritanismo y exaltación de la castidad, la sexualidad era considerada un vicio que debía mantenerse oculto, mucho más si se trataba de relaciones homosexuales. La contracara de ese aire de represión es la proliferación de los “vicios” en forma de cabarets, prostíbulos, etcétera, bajo el manto de la clandestinidad nocturna. Las personas utilizaban entonces una suerte de máscara de decencia social y, luego, se la quitaban para dejarse llevar por los placeres sin “manchar” su nombre ni su status. Algo similar sucedía con la homosexualidad, completamente inaceptable para esta sociedad puritana: ningún hombre que se inclinara sexualmente hacia otros hombres podía exhibir su homosexualidad en público. Era común, entonces, que hombres homosexuales se casaran con mujeres, exhibiendo así una fachada pública heterosexual, y mantuvieran relaciones con otros hombres, de forma privada y secreta. Oscar Wilde, justamente, fue uno de ellos. Volviendo al diálogo citado: en boca de Algernon se exhibe la necesidad de recurrir a un alter ego para sobrevivir, en la época, a la opresión de la sociedad y sus instituciones.

No pareces darte cuenta de que en la vida matrimonial tres son una compañía y dos no son nadie.

Algernon (Acto I, p.33)

El carácter escéptico de Algernon le permite poner en duda conceptos instalados en la sociedad, como lo es la institución matrimonial. La forma de los parlamentos de este personaje suele ser la del epigrama, es decir, un modo típico de presentar paradojas. En las comedias de Oscar Wilde es usual encontrar esta estructura epigramática en los parlamentos: breves frases que expresan pensamientos satíricos de una forma ingeniosa. El estilo de Wilde, en torno a este punto, suele identificarse con el movimiento de subvertir frases ya previamente instaladas en la cultura. Una de ellas es aquella que enaltece el estatuto de pareja mediante la sentencia “tres son multitud”. El parlamento de Algernon reversiona el conocido dicho, ridiculizando así el concepto de monogamia, principal acuerdo social en el cual se erige la institución matrimonial.

Los parientes son simplemente un montón de gente aburrida, que no tienen ni el más remoto conocimiento de cómo hay que vivir ni el más leve instinto de cuándo deben morir.

Algernon (Acto I, p.49)

Mientras personajes como Lady Bracknell enfatizan en la importancia que tiene para ella la familia, el personaje más escéptico de la pieza ofrece un contrapunto. Algernon, así como cuestiona la moral del matrimonio, no tiene más que sentimientos de irritación acerca de la cuestión familiar. Declaraciones como la citada ofrecen una perspectiva opuesta a la de Lady Bracknell: ella reviste a lo familiar de una importancia fundamental, en base a conceptos como la aristocracia, la nobleza y la decencia, mientras que su sobrino describe a la “familia” despojando al concepto de cualquier atributo idealista: no son más que un grupo de gente, básicamente aburrida.

Espero que no haya llevado una doble vida, pretendiendo ser malo y siendo en realidad bueno en todo momento. Eso sería una hipocresía.

Cecily (Acto II, p.63-p.64)

Algernon aparece ante Cecily, haciéndose pasar por Ernest. El parlamento citado en boca de Cecily explicita el tema principal de la obra. En una pieza cuyo principal foco se coloca en la hipocresía de la sociedad victoriana, en la cual las personas ocultan su verdadera oscuridad bajo la máscara de la decencia social, el ingenio del autor consiste en invertir los términos: la indignación de Cecily responde al hecho de que Ernest haya pretendido ser malo, siendo en realidad bueno. Más allá de la inversión de valores -producto de la búsqueda de un efecto satírico-, lo que se mantiene vigente en el parlamento de Cecily es la crítica al estatuto dual de las personas en sociedad: pareciera que todos, en la sociedad victoriana, visten algún tipo de máscara social, sea lo que sea que escondan detrás de ella.

No parece usted darse cuenta, querido doctor, de que la soltería persistente convierte al hombre en una tentación pública permanente. Los hombres deberían tener más cuidado; el celibato hace que se echen a perder los caracteres.

Miss Prism (Acto II, p.67)

Uno de los valores más enarbolados por la sociedad victoriana es el de la “decencia” que, en cuanto a la sexualidad, se traduce como castidad. Sin embargo, las exigencias que dichos valores ponen sobre los individuos solían producir, en la época victoriana, un efecto contrario al buscado: el de la proliferación de lo sexual. De algún modo, Miss Prism pone en palabras esta paradoja: el celibato, la castidad, no protegen al hombre de la acechante sexualidad tan temida, sino que por el contrario lo exponen a ella, convirtiéndolo en una “tentación”.

CECILY: Y esta es la caja en la que guardo todas sus amadas cartas.

ALGERNON: ¡Mis cartas! Pero, Cecily mía, yo nunca le he escrito ninguna carta.

CECILY: No necesita usted decirme eso, Ernest. Recuerdo perfectamente que me vi obligada a escribir sus cartas por usted. Escribí tres veces a la semana y a veces más.

Cecily y Algernon (Acto II, p.82)

Cecily, al igual que Jack y Algernon, inventó su propio personaje. A partir del interés y la confianza que le producía un simple nombre, sumado a su propia imaginación e ideales, construyó a un ser ficticio con quien, incluso, llegó a comprometerse. Cecily es incluso más creadora de Ernest que los hombres que se hacen pasar por él: ella es la autora de un Ernest Worthing ficcional, en tanto literalmente escribió cartas firmadas por él.

No debe reírse de mí, querido, pero siempre soñé en amar a alguien que se llamara Ernest. Hay algo en ese nombre que parece inspirar absoluta confianza. Compadezco a la mujer casada cuyo marido no se llame Ernest.

Cecily (Acto II, p.84)

Declaraciones como estas ponen en escena el protagonismo de la hipocresía incluso en aquellos campos que podrían entenderse más regidos por sentimientos genuinos, como lo es el amor. A Cecily, el nombre “Ernest” le produce los mismos sentimientos que a Gwendolen: ambas creen que inspira absoluta confianza, y solo quieren casarse con hombres que se llamen así. Las muchachas no buscan enamorarse de estos hombres por lo que son, sino simplemente por lo que representan. Y, paradójicamente, encuentran confianza en un nombre falso. La ironía de la situación aumenta si se tiene en cuenta el juego de palabras detectable en el idioma original. Lo que inspira confianza a Cecily es tener un marido que aparente responsabilidad y honestidad, un hombre serio (“earnest”), y por lo tanto, el anhelo es desplazado de esa cualidad a un nombre homófono (“Ernest”). Lo paradójico del razonamiento se evidencia por el contexto al que pertenece el parlamento: la obra constantemente pone en escena la no correspondencia entre la máscara y lo que hay detrás, lo cual en términos de lenguaje equivale a una no correspondencia entre la palabra y la cosa (el nombre y lo que nombra). Esta no correspondencia es exhibida, por la pluma de Wilde, hasta el exacerbamiento, en tanto los hombres llamados Ernest no solo no son serios sino que ni siquiera se llaman Ernest.

GWENDOLEN: No tenía idea de que hubiese flores en el campo.

CECILY: ¡Oh! Las flores son muy corrientes aquí, como la gente en Londres.

Gwendolen y Cecily (Acto II, p.92)

El campo y la ciudad aparecen, desde el comienzo de la obra, como elementos representativos de la identidad desdoblada: tanto Jack como Algernon utilizaban a sus personajes inventados para poder huir de un lado al otro. Aquí, los términos campo y ciudad aparecen en boca de personajes cuya identidad se corresponde con solo uno de ellos: Gwendolen es una muchacha londinense, mientras que Cecily vive cómodamente en el campo. El enfrentamiento entre ambos personajes, en este diálogo, se sirve de los términos campo y ciudad, y los plantea aquí como signos opuestos. Gwendolen realiza comentarios despectivos sobre el ambiente campestre, al cual señala como vulgar en oposición a los valores de la moda londinense. Cecily, por su parte, contraataca señalando peyorativamente la concentración masiva de personas en el área urbana. El símil propuesto por esta última se inserta dentro de este diálogo pasivo-agresivo, en donde los ataques aparecen disimulados por la cordialidad. La comparación que Cecily hace entre lo corriente de las flores en el campo con lo corriente de la gente en la ciudad apunta a realizar un señalamiento peyorativo acerca de la ciudad, de donde es proveniente Gwendolen. Diciendo que en Londres la gente es “corriente”, no sólo sugiere la masificación que caracteriza al área urbana en contraposición a la tranquilidad del campo, sino que también está utilizando “corriente” como adjetivo calificativo, refiriendo así que los londinenses -como Gwendolen- son seres comunes, poco especiales.



Querida niña, naturalmente sabrá usted que Algernon no tiene más que deudas. Pero yo no apruebo los matrimonios interesados. Cuando me casé con lord Bracknell yo no tenía fortuna de ninguna clase, pero no soñé ni por un momento en permitir que esto fuera un obstáculo en mi camino.

Lady Bracknell (Acto III, p.112)

Lady Bracknell termina erigiéndose como el personaje más hipócrita de la pieza: ella consiente el matrimonio entre Algernon y Cecily cuando se entera de la fortuna que posee la muchacha y que, de casarse con su sobrino, pasaría a las arcas familiares. La frase citada presenta una ironía, en cuanto Lady Bracknell dice desaprobar los “matrimonios interesados”, cuando tanto en el caso de Algernon y Cecily como en el de ella y su marido, ella parece estar persiguiendo un interés económico: de la misma manera que Algernon no tiene “más que deudas”, ella no tenía dinero antes de casarse. Wilde subvierte la lógica en los parlamentos de los personajes, logrando un efecto paradojal. Lady Bracknell dice no consentir los matrimonios por interés, y para ello utiliza como ejemplo el hecho de que ella, no teniendo fortuna, no vio en eso un problema para casarse con un hombre adinerado. Es decir, utiliza una anécdota que ejemplifica perfectamente en qué consiste un matrimonio interesado (casarse, no teniendo dinero, por el dinero del otro) para defender un valor opuesto.

Siempre se lo dije, Gwendolen: mi nombre es Ernest. Bueno, es Ernest, después de todo. Quiero decir que es Ernest, naturalmente.

Jack (Acto III, p.125)

Al final de la obra, la identidad que Jack imaginó y construyó como un personaje de ficción, termina develándose real. De algún modo, este movimiento puede pensarse en relación con uno de los postulados más célebres de Oscar Wilde en relación con el arte: aquel que señala que el arte no copia a la naturaleza -como sugiere la idea de “representación”-, sino que es la naturaleza la que copia al arte. En La importancia de llamarse Ernesto, la verdadera identidad de Jack, su naturaleza, se revela al final de la obra tal y como el protagonista la creó, es decir, tal como la diseñó artísticamente.