La Fiesta del Chivo

La Fiesta del Chivo Resumen y Análisis Capítulos 22-24

Resumen

Capítulo 22

De madrugada, Balaguer atiende el teléfono. Presiente que algo grave ha ocurrido, o sea, que el complot probablemente haya tenido éxito; del otro lado, oye la voz de Pupo Román convocándolo a una reunión en el cuartel. Sin dudarlo, le responde que, como Presidente no debe ir ahí sino al Palacio Nacional. Sin esperar contestación, corta la llamada.

Al llegar, ve a la familia Trujillo desesperada, sin rumbo. Intenta consolarla; le asegura que nada malo va a pasar. Acto seguido, recibe la visita de tres funcionarios que le avisan que el monseñor Reilly ha sido violentamente capturado. Se compromete a liberarlo y a llevarlo a su despacho. Cuando regresa a la sala donde están los Trujillo, oye a Johnny Abbes decir que Balaguer debe renunciar para que alguien de la familia se ocupe de la Presidencia. Con modestia, el Presidente sugiere esperar la llegada de Ramfis de París antes de tomar cualquier decisión. La viuda del Benefactor adhiere a esta propuesta. Con preocupación, Balaguer regresa a su despacho: sabe que la verdadera batalla será contra Abbes García y su inteligencia despiadada. En la antesala, García Trujillo y el obispo Reilly lo esperan. El Presidente abraza a Virgilio y le agradece por su compromiso con salvar la República. El general le responde que la orden ha sido enviada por Román directamente. En ese instante, Pupo irrumpe en el despacho, enfurecido con Balaguer por haber incumplido sus órdenes. Esta reacción desmedida le confirma que Román está relacionado con la muerte del Generalísimo: no hay otra explicación para su conducta irracional.

El Presidente regresa a la sala. El cuerpo de Trujillo, cosido a balazos, está colocado sobre la mesa. Doña María Martínez clama por venganza y anuncia que hay que matar a todos los responsables de este crimen. Frente a este espectáculo, Balaguer lleva a la viuda a una sala contigua para sugerirle que, con la excusa de cuidar el patrimonio familiar, transfiriera su dinero a cuentas del exterior. La señora, agradecida por este considerado gesto, acepta la propuesta.

Balaguer se dirige también a hablar con Ramfis, sabiendo que de esa conversación depende su futuro. Así, con su manera calmada, le larga el discurso que tenía preparado: la única forma de resguardar el legado de Trujillo es aceptar el plan que le propone para garantizar la continuidad democrática. Si bien Ramfis parece extraviado, admite que también él ha llegado a las mismas conclusiones, para poder liberarse de las presiones internacionales. Sin embargo, asegura que él se encargará de todo aquel involucrado directa o indirectamente en el asesinato de su padre. Balaguer le jura que no se interpondrá con su deseo de justicia. Al día siguiente, el Presidente convoca a Johnny Abbes para sugerirle un nombramiento diplomático en Japón. Displicente, el ex jefe lo acepta.

Para encabezar la transición democrática, Balaguer decide que el nuevo presidente parlamentario sea Henry Chirinos. Si bien él hubiera preferido a Cerebrito Cabral, entiende que rehabilitar a alguien caído en desgracia tan pronto podría entenderse como una provocación al trujillato. Sin embargo, se encarga de descongelar sus cuentas bancarias y ofrecerle una pensión. El único problema que el Presidente no puede resolver de manera razonable para la prensa internacional es el tema de los derechos humanos.

Luego de la muerte de Trujillo, el sentimiento de la sociedad va mutando. Ya no profesa un amor al Jefe, sino que aumentan las críticas y voces disidentes. Así, el Presidente se anima a anunciar en un discurso general en las Naciones Unidas que la dictadura de Trujillo violó lo derechos humanos. Pide ayuda a las naciones libres para recuperar la libertad de los dominicanos. Luego de esta situación, Ramfis Trujillo lo increpa violentamente por sus dichos. Sin embargo, Balaguer se excusa en que no tiene ninguna otra alternativa si quiere el apoyo de Estados Unidos. Le dice que la familia Trujillo debe exiliarse del país. Si bien los hermanos del Benefactor huyen, vuelven unas semanas después con la intención de encabezar un golpe de Estado contra Balaguer. En simultáneo, el Presidente se entera de la huida de los presos que habían atentado contra Trujillo. Alarmado, obliga al jefe de la Policía a encontrarlos. Sin embargo, la tarea se lleva adelante sin éxito. Los medios sugieren que los prisioneros asesinaron a sus guardias y huyeron. Al día siguiente, los hermanos de Trujillo, alcoholizados y violentos, irrumpen en su despacho: quieren acabar con los traidores del régimen. Calmo, Balaguer les sugiere seguir el camino de Ramfis y huir del país. Finalmente, los matones aceptan irse, con un monto razonable de dinero bajo el brazo.

Sin derramamiento de sangre, Balaguer se corona como un gran estadista, capaz de restituir la paz en su país. Así, se dispone a recibir a Luis Amiama y Antonio Imbert como héroes, agradecido por los servicios ofrecidos a la Patria.

Capítulo 23

Luego de la partida de Amadito, Antonio Imbert permanece un largo rato en la casa de su primo, el doctor Manuel Durán Barreras. Planea algunas opciones alternativas: la casa de una prima lejana, de su dentista. Finalmente, un antiguo amigo le asegura conocer a la persona perfecta para hospedarlo. Así, el señor Cavaglieri y su mujer lo hacen sentir, durante más de seis meses, como en casa, cuidado y protegido. En este largo encierro, Imbert desarrolla una rutina rigurosa: ayuda con la limpieza doméstica, lee durante muchas horas, ve los noticiarios. Así, se entera del discurso de Balaguer en la ONU y llora profusamente cuando ve el asesinato de sus compañeros por televisión. Sin embargo, tiene esperanza en que pronto podrá estar en libertad. Poco después de la partida de los Trujillo al extranjero, se otorga una amnistía política. Los diarios, la radio y la televisión ya no los llama asesinos, sino que comienzan a reconocerlos como héroes. Imbert regresa a su casa, donde ve a su mujer y a su hija, enflaquecidas por los meses en prisión. Con el paso de los días, el hogar de los Imbert se llena de parientes, amigos y desconocidos que vienen a felicitar a Antonio por su hazaña y a agradecerle por lo que ha hecho. Entre los visitantes, aparece un edecán militar para comunicarle que el Presidente lo espera al día siguiente en el Palacio Nacional, junto con Luis Amiama. Además, le informa que el senador Henry Chirinos acaba de presentar una ley para nombrarlos generales del ejército dominicano, por los servicios extraordinarios prestados a la nación.

A la mañana siguiente, Antonio y su familia van a la cita en el Palacio. Allí conoce a Luis Amiama, de quien se volverá un amigo inseparable. En eso, la puerta del despacho se abre: el doctor Joaquín Balaguer los recibe con una sonrisa y los brazos extendidos.

Capítulo 24

Urania Cabral le cuenta a su familia la noche del encuentro con Trujillo. Manuel Alfonso la pasó a buscar en su coche para llevarla a la residencia. Camino a Casa de Caoba, el hombre describió al Jefe como un intachable caballero, delicado con las bellas mujeres. Además, le indicó a Urania la enorme posibilidad que tenía ella de poder pasar una noche a solas con el Benefactor, ya que era una ocasión única de poder ayudar a su padre a salir de la trampa que le habían tendido. Al llegar a la casa, la cuidadora le hizo un recorrido por la casa y le preguntó qué tomaría de desayuno al día siguiente. Así, Urania se enteró de que la fiesta consistía en pasar la noche con Trujillo. Bajo la luz del bar, apareció, vestido de militar, el dictador. Le propuso algo de tomar y que bailaran juntos. La joven, al borde del desmayo, intentaba seguir su pasos, sin éxito. Luego, la regresó al sillón y se sentó muy cerca de ella. Sorprendido por su silencio, el Jefe le recitó un poema y la besó, forzosamente, en la boca. Al descubrir que Urania no sabía besar, le preguntó si era virgen y la invitó a subir con él a la habitación. Como una pareja dispar, compuesta por una niña de catorce años y un viejo de setenta, se dirigieron al dormitorio. Sin apuro, Trujillo comenzó a desnudarla. Ella se dejaba hacer, sin ofrecer resistencia, pero sin corresponder a las caricias. Esta inacción de Urania enfureció a Trujillo, quien le ordenó que le practicara sexo oral.

Frente a esta confesión, la tía Adelina le suplica que no proceda con la historia. Está absolutamente espantada. Sin embargo, Urania continúa. Como fracasó en su tarea de darle placer al Benefactor, el hombre, enfurecido, se colocó encima de ella y la manoseó groseramente. Urania comenzó a sangrar y, entonces, Trujillo empezó a sollozar por su imposibilidad de tener relaciones sexuales, sin entender por qué le pasaba eso a él, después de tanto luchar por su ingrato país. La joven intentó pasar desapercibida hasta que el dictador la echó, con asco, porque había manchado la cama. Mareada, Urania corrió descalza, sin poder emitir sonido. Al subirse al coche, le pidió al chofer que la dejara en el Colegio Santo Domingo. Allí, pudo hablar con sister Mary y contarle todo lo que había padecido.

Sus primas y su tía la escuchan, atónita, sin poder creer. Intentan destacar todas las cosas lindas que Urania consiguió en la vida: estudiar en la mejor universidad, tener un trabajo envidiable. Sin embargo, la mujer las interrumpe para decirles que nunca más un hombre había vuelto a tocarla desde que pasó lo de Trujillo, porque siente asco por ellos. Desolada, sin nada más que trabajar y trabajar, admite que las envidia porque ellas, al menos, tienen una vida llena de cosas.

De ese terrible panorama, Urania destaca la bondad y generosidad de sister Mary. La monja se encargó de gestionarle una beca en el extranjero y de hablar con el mismísimo Presidente para acelerar los trámites de la muchacha, cuya vida corría peligro.

Urania mira el reloj. Debe irse al hotel para empacar las maletas. Se despide de sus primas, comprometiéndose a volver a verlas y escribir. Marianita, la hija de Manolita, le promete que va a escribirle todos los meses, sin importar si ella no le responde. Ya en el hotel, un hombre la invita a tomar un trago. Urania, sin detenerse, le dice que se corra de su camino. En su habitación, mira el mar y piensa en que, si Marianita le escribe, le contestará todas las cartas.

Análisis

En estos capítulos finales, la novela cierra todos los distintos conflictos desarrollados a lo largo de la narración. Por una parte, la historia centrada en Joaquín Balaguer ofrece una mirada sobre las formas en las que la sociedad dominicana se sobrepuso a la muerte de Trujillo. El Presidente, que era considerado un intelectual inofensivo, termina posicionándose como un estadista hábil, capaz de despegarse políticamente de la dictadura, la represión y las violaciones a los derechos humanos. Con numerosas estrategias políticas, Balaguer ataca todos los frentes conflictivos de su gobierno: la familia Trujillo, Johnny Abbes, los senadores y ministros y la sociedad dominicana.

Joaquín Balaguer es, ante todo, un político diestro. Si bien es, para los demás, un personaje enigmático o poco claro, el Presidente es lo suficientemente sutil como para nunca comprometerse del todo. Así, nadie puede comprobar su efectiva participación en el asesinato de Trujillo, pero él es el primero en intuir que el complot fue exitoso y, frente a la llamada de Pupo Román, reacciona con seguridad: “«Lo han matado», pensó” (p. 445). La habilidad de Balaguer consiste en, justamente, estar al tanto de todas las intrigas sin ser parte activa de ellas. En este sentido, su capacidad de pasar desapercibido es la que, finalmente, le salva la vida y le permite ejercer el poder a pesar de haber pertenecido al régimen de Trujillo.

En este punto, la novela ofrece una oposición entre el personaje de Balaguer y Johnny Abbes García. En La Fiesta del Chivo, el jefe del SIM es el ejecutor de todas las medidas represivas y el encargado de vigilar y castigar a todo agente subversivo del trujillato. La ironía radica en que la estrategia que lleva adelante el Presidente de construirse como un personaje insignificante hace que Abbes García no pueda detectarlo ni registrarlo como un potencial sospechoso. Así, la política paranoica del trujillato falla notablemente: Balaguer no solo sabía de la existencia de un complot sino que termina posicionado como un líder reconocido ante la sociedad dominicana y, especialmente, Estados Unidos. En este punto, es simbólico que Abbes García, el encargado de controlar la vida de los dominicanos, sea incapaz de ver el rol que cumplía de Balaguer. Esta ceguera reaparece cuando el Presidente decide alejarlo del país. En ese momento, Abbes le responde que todas esas tretas son en vano, porque, al fin y al cabo, “está tan identificado como yo con este régimen. Tan manchado como yo” (p. 461). Los hechos dirán precisamente lo contrario: con el paso de las semanas, Balaguer se consolidará como un líder político, no solo en su país sino también para el extranjero. Por otra parte, el desenlace de Johnny Abbes exhibe hasta qué punto Balaguer aleja estratégicamente a sus contrincantes: le ofrece una misión diplomática en Japón para garantizar su bienestar. La astucia del Presidente radica, justamente, en poder gobernar sin la cercanía de estas influencias negativas.

Para poder lograr este objetivo, el rol de Estados Unidos es fundamental en la novela. En este punto, la injerencia del país en la soberanía dominicana resulta llamativa. En primer lugar, representa una amenaza latente: cualquier síntoma de inestabilidad política puede conducir a una “posible intervención militar norteamericana” (p. 446). Pero, además, esta mirada sobre los Estados Unidos reproduce su función como garante de la democracia y los derechos humanos. Así, esta percepción coloca a República Dominicana en un lugar de subordinación infantil, en tanto es incapaz de poner orden en su propio territorio y requiere de la ayuda de otro país para hacerlo. La habilidad de Balaguer consiste en percibir estas advertencias y utilizarlas como herramientas de gestión y negociación política. De esta manera, logra convencer a Ramfis y a los hermanos de Trujillo de que el exilio es la mejor alternativa para poder evitar los controles de Estados Unidos: “Mientras estén aquí, ni la comunidad internacional, ni la opinión pública, creerán en el cambio” (p. 471), le dice, implacable, al primogénito del Jefe. Una vez más, el Presidente mantiene lejos a estos personajes disruptivos, capaces de atentar en su contra.

Sin embargo, es necesario destacar que la función de Estados Unidos es compleja y está llena de matices. Por un lado, es cierto que se encarga de vigilar de cerca las maniobras de la política dominicana, tal como lo demuestra la confesión del cónsul a Balaguer: “Unos dos mil marines desembarcarían si había golpe” (p. 474). Pero, por otro lado, el mismo complot contra Trujillo contó con la complicidad de la Agencia de Inteligencia estadounidense, que no solo sabía sobre el plan sino que también aportó armas para llevarlo adelante. Esto muestra que las formas de involucrarse en la soberanía dominicana son numerosas y sutiles; aún sin intervenir directamente, Estados Unidos es también responsable del inestable proceso político desatado en República Dominicana luego de la muerte de Trujillo.

En este sentido, el final de la novela exhibe una situación social inestable y volátil. Tras solo seis meses del nuevo gobierno, los asesinos de Trujillo son llamados héroes. Así, la aparición pública de Antonio Imbert y Luis Amiama, aplaudidos y festejados por algunos de los integrantes más íntimos del círculo trujillista, exhibe la hipocresía reinante en una sociedad que mira hacia el futuro sin cuestionar demasiado el pasado. Si bien puede entenderse que el desenlace es optimista, en tanto hay esperanza de construir un país sin violencia ni opresión, la permanencia de algunos funcionarios en el poder y el silencio sobre las violaciones de los derechos humanos exhiben que nadie parece dispuesto a ahondar verdaderamente en las tragedias de la dictadura y en las condiciones que la habilitaron durante más de tres décadas.

Esta mirada desesperanzadora se sostiene en la historia de Urania Cabral, contada treinta y cinco años más tarde. De manera circular, la novela empieza y termina en ella. Si bien poner en palabras y dar a conocer los hechos acallados en su vida significa la exposición del hecho más traumático de su vida, también le da la posibilidad a su familia de mantener un lazo de empatía con ella y su distanciamiento forzado. Así, en La Fiesta del Chivo, hay otras realidades que atentan contra la historia oficial. Si, para los Cabral, Agustín siempre fue un padre ejemplar y sacrificado, Urania viene a opacar esa figura heróica: “¿No querías saber por qué dije esas cosas sobre papá? ¿Por qué, cuando me fui a Adrian, no quise saber más de la familia? Ya sabes por qué” (p. 510). Poner en escena las verdades reprimidas es ejercitar la memoria; contra el olvido, la mujer es testimonio vivo de las peores atrocidades del régimen.

La unión de la historia de Trujillo y la de Urania nos revela, finalmente, que la muchacha que atormentaba al Benefactor era la hija de Agustín Cabral. Así, los lectores entendemos también la obstinación del dictador con el exilio de Urania: está obsesionado con la posibilidad de que su pésimo desempeño sexual sea difundido entre los adeptos y los críticos del régimen.

En los recuerdos de Urania, reaparece el poder como una forma de disponer libremente de las voluntades y el consentimiento de los demás. Por un lado, es claro que la diferencia de edad y jerarquía entre Trujillo y ella los construye como una pareja dispar. Desde esta desigualdad, el dictador cuenta con el monopolio de la fuerza: Urania está subordinada a él, en tanto es una niña, y además simboliza la caída en desgracia de su padre. Para la muchacha, no hay posibilidad de negarse a los pedidos de Trujillo; se ve forzada sexualmente a cumplir con las expectativas del dictador. Sin embargo, cuando no logra cumplir con su tarea de mujer, en la que debe darle placer al hombre que tiene al lado, ve la verdadera transformación de Trujillo en una bestia. La imposibilidad de mantener una erección hace llorar al Jefe, en tanto simboliza el fin de su masculinidad y su vigorosidad juvenil. Además, su omnipresente paranoia le hace creer que será motivo de burlas y risas por ser incapaz de ejercer como corresponde su deber de hombre. A la luz de los años transcurridos, Urania ve el sollozo de Trujillo como irónico: “Parecía medio loco, de desesperación. Ahora sé por qué. Porque ese güevo que había roto tantos coñitos, ya no se paraba. Eso hacía llorar al titán. ¿Para reírse, verdad?" (p. 510). Frente a las múltiples preocupaciones y temores que atormentan al dictador, su único punto vulnerable es padecer de impotencia sexual.

Urania, sobreviviente de la violencia sexual del trujillato, muestra que no es gratis atravesar una experiencia de esas dimensiones. De alguna manera, la imposibilidad de Urania de entablar un vínculo con intenciones amorosas exhibe que no ha podido resolver el problema de su sexualidad, y que, por lo tanto, no conocerá de afectos y satisfacciones. A pesar de sus cuarenta y nueve años, Trujillo es el único hombre de su vida, en tanto sigue siendo aún dueño de su potestad y consentimiento. Sin embargo, la protagonista no aparece para reclamar por sus derechos violentados ni para superar esta imposibilidad de vincularse sexoafectivamente con un otro. Urania considera que su frialdad es un rasgo de su carácter, y que, como tal, debe vivir con ello. Así, la mujer carece de esperanzas o posibilidad de redención; debe vivir con la perspectiva de una vida desolada, focalizada únicamente en el trabajo, y negar que en ella solo hay vacío: “A mí, papá y Su Excelencia me volvieron un desierto” (p. 513). De esta manera, está condenada a permanecer para siempre como aquella niña sacrificada, violada por el dictador y violentada por su padre, quien la ofrece como mercancía para poder salvarse.

Si bien el final de Urania es pesimista, en tanto no concibe posibilidad alguna de modificar el rumbo de su vida, hay una mirada esperanzadora en la promesa que se hace de responder las cartas de Marianita, la joven hija de su prima. En este gesto, la novela muestra que, si bien la sociedad que vivió en el trujillato está irremediablemente destrozada, las nuevas generaciones representan una fe en hacer las cosas bien. Para poder llevar adelante esta tarea, es crucial recordar y mantener vivo el testimonio de las víctimas y sobrevivientes de la dictadura de Trujillo, como forma de ejercitar la memoria e impedir que vuelva a repetirse esa historia signada por los crímenes y las atrocidades en nombre del Estado.