La Fiesta del Chivo

La Fiesta del Chivo Resumen y Análisis Capítulos 1-3

Resumen

Capítulo 1

Después de treinta y cinco años, Urania Cabral, una mujer de cuarenta y nueve años, de ojos tristes y espigada, regresa a su ciudad natal, Santo Domingo. Vive en Nueva York, y se sorprende de ver la ciudad tan cambiada luego de tanto tiempo: más bulliciosa, más grande y frenética que en el pasado.

Es un día de intenso calor, y ella decide salir a caminar desde el hotel Jaragua, donde reside. Recorre lugares históricos. Piensa en su casa de la infancia, en su padre, de ochenta y cuatro años, que está inválido hace tiempo, cuidado por enfermeras que se encargan de alimentarlo, bañarlo y asistirlo. En estos años, ella jamás le ha contestado ni una carta ni una llamada telefónica. Durante la caminata, Urania recuerda su infancia, a sus tíos, Adelina y Aníbal, y a sus primas, Manolita y Lucinda. Su padre, Agustín, formaba parte del círculo íntimo del dictador Rafael Leónidas Trujillo durante el régimen. Piensa que su familia hizo todo lo posible por llenar la ausencia de su madre, fallecida cuando Urania era una niña. Durante esos años, su padre cumplió la función de ambos. Aunque algo ocurrió entre los dos, siente que no le guarda rencor ni odio. Si no, no habría decidido volver a República Dominicana.

Cuando regresa al hotel, decide seguir de largo y dirigirse a la casa de su padre. Siente el corazón desbocado y llega sin aliento. La casa está descascarada, y del jardín solo queda un matorral de ramas secas. Una empleada le pregunta a quién está buscando. Urania, agitada, emocionada, permanece muda pero, finalmente, dice que es la hija de Agustín Cabral.

Capítulo 2

A las cuatro menos diez de la mañana, Trujillo despierta. Disciplinado, recuerda sus días de entrenamiento militar, en los que disfrutó cada prueba de agilidad, audacia y resistencia. Calificado con la nota más alta, su entrenador auguraba un próspero futuro. A las cuatro en punto se levanta de la cama. El recuerdo desagradable de una muchacha lo disgusta. Trujillo se pone su traje y las zapatillas para hacer ejercicio. Piensa en su esposa, María Martínez, con desprecio: la ve como una analfabeta que se hace pasar por una escritora moralista.

Luego de su rutina de ejercicios, oye en la radio las noticias del día. El locutor ataca a dos obispos extranjeros, Reilly y Panal, por inmiscuirse en los asuntos políticos del país. Trujillo los insulta internamente, por traicionarlo a pesar de haber sido condecorados por el Vaticano. Escucha al periodista, que anuncia una victoria del equipo dominicano de polo en París. Trujillo siente en la boca del estómago un ataque de acidez, como cada vez que piensa en sus hijos, Radhamés y Ramfis. Los ve como zánganos, bohemios y vagos; no entiende a quién salieron. Cree que se parecen más a sus hermanos que a él mismo.

Toma una ducha que lo anima notablemente. En la radio, la voz despotrica contra el presidente venezolano, Romúlo Betancourt. Trujillo piensa que es un maricón. No le teme a su poder, pero sí lo inquieta que la Iglesia pueda destituirlo. Se cambia mientras la rabia asciende por todas las partes de su cuerpo. Sabe que atacar a los obispos extranjeros significaría un conflicto con Estados Unidos y eso no es conveniente para el país.

Reflexiona con placer sobre esos tiempos en los que podía ser cruel sin poner en riesgo el Estado. Así, recuerda numerosos rivales que lanzó al mar para que fueran devorados por tiburones. Termina la etapa del aseo final y, ya vestido con chaqueta y corbata, entra a su despacho a las cinco en punto. El director del Servicio de Inteligencia, Johnny Abbes García, lo saluda.

Capítulo 3

Salvador Estrella Sadhalá, Amado García Guerrero, Antonio Imbert y Antonio de la Maza están sentados en el automóvil frente al Malecón, una de las calles principales de la ciudad. Están esperando la aparición de un Chevrolet azul celeste, y discuten sobre si vendrá o no. Salvador, creyente católico, habla de que esa noche, finalmente, acabarán con el tirano Trujillo. Imbert lo provoca: le pregunta si comulgó esa mañana para llegar al gran acontecimiento con el alma limpia. Salvador afirma que lo hace todos los días, y que solo Dios sabe cómo debe tener el alma un buen cristiano.

Amado, que admira a Estrella Sadhalá, recuerda que dos años atrás Salvador le confesó que era un conspirador clandestino contra el régimen de Trujillo. García Herrero lo consideraba de la familia y jamás lo delató. Recuerda también a su novia, Luisita Gil, y ese noviazgo jamás prosperó porque Trujillo lo impidió: uno de los hermanos de la muchacha formaba parte de los movimientos en su contra. Así, lo citó personalmente para disuadirlo de seguir adelante con su romance, y Amadito se vio obligado a renunciar a su amor. Días después, su jefe le aseguró que tenía listo su permiso para ascenderlo a teniente. Si bien a Amado le pareció extraño, creyó que era una forma de recompensarlo por la pérdida de Luisita. La misión consistía en matar a un traidor con sus manos, sin temblar. A quemarropas disparó dos veces contra un prisionero que, supo luego, era el hermano de su enamorada. Desde ese entonces, se juró que la próxima vez que disparara un arma, sería contra Trujillo.

Análisis

En estos capítulos se plantean las tres historias que se desarrollarán a lo largo de toda la novela: una centrada en Urania Cabral y su regreso a República Dominicana, otra focalizada en Rafael Leónidas Trujillo y la tercera, sobre los conspiradores que llevarán adelante el asesinato del Benefactor. Cada uno de estos capítulos posee un narrador omnisciente que incluye no solo pensamientos de los personajes sino también recuerdos, a veces motivados por conversaciones o sensaciones físicas. En el primer capítulo, los olores de la ciudad llevan a Urania a su infancia: “Es un olor cálido, que toca alguna fibra íntima de su memoria y la devuelve a su infancia, a las trinitarias multicolores colgadas de techos y balcones, a esta avenida Máximo Gómez. ¡El Día de las Madres! Por supuesto” (p. 20). Con este recurso, la novela se posiciona como un texto polifónico, en el que cada voz aporta su mirada sobre la realidad, a partir de las experiencias y vivencias particulares que cada uno trae consigo.

La Fiesta del Chivo es una novela que ficcionaliza hechos históricos. Es decir, en ella coexisten personajes y acciones propias de la realidad junto con otros que fueron inventados para dar mayor profundidad a determinados aspectos. Urania Cabral y su padre Agustín forman parte del mundo de la ficción, lo que no quita que su historia sea absolutamente verosímil bajo los términos de lo que significa la dictadura de Trujillo en República Dominicana. En el presente de enunciación, el regreso de Urania a su país natal ocurre en 1996, y ella es una mujer de cuarenta y nueve años, profesional que vive en Nueva York y trabaja para una firma de abogados. El retorno de la mujer a su país de origen, después de treinta y cinco años, da a entender la presencia de un hecho silenciado que implicó la ruptura definitiva del lazo con esa vida que llevaba adelante en la isla. Al respecto, el narrador comenta: “Por eso lo habías querido tanto. Por eso te había dolido tanto, Urania" (p. 22). En este sentido, volver al hogar familiar es también enfrentar las huellas de ese pasado desde un presente en el que sufre aún las consecuencias del trauma. Al fin y al cabo, Agustín Cabral, su padre, es víctima de un derrame cerebral que lo dejó muerto en vida. Sin embargo, esta calamidad no es suficiente y Urania no se siente aún aliviada. En este punto, a pesar de desconocer el motivo del enfrentamiento entre ambos, el lector puede intuir la gravedad de una situación que condujo a que la mujer no se contactara con su padre durante más de tres décadas.

En este encuentro entre el recuerdo y el presente, Urania visita una ciudad que se le presenta como desconocida en todas sus dimensiones: más grande, más bulliciosa, más viva que antes. El Santo Domingo que recorre la mujer contrasta absolutamente con la Ciudad Trujillo que abandonó treinta y cinco años atrás. Esta oposición se ve claramente en la residencia familiar de los Cabral: “el gris de sus paredes lo recordaba intenso y es ahora desvaído, con lamparones, descascarado” (p. 23). A través de la percepción de Urania, la casa aparece arrasada por el paso del tiempo, abandonada. Es particular al respecto la mirada de la protagonista sobre su tierra natal: mientras que ahora Santo Domingo es efervescente y ruidosa, su residencia de la infancia no tiene vida, es un “matorral de yerbas, hojas muertas y grama seca” (p. 23). Así, la liberación de una dictadura opresiva le otorga vitalidad a la ciudad, mientras que la casa familiar queda anclada en ese pasado gris y asfixiante del que no puede salir.

Ya en estos primeros capítulos aparece la venganza como un motor de vida. Es interesante que este sentimiento emerge en las tres historias contadas, es decir, aparece como una forma de vivir que no se limita a una decisión individual sino que se entiende como algo colectivo. En todos los casos, la venganza está ligada con la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo y su forma violenta de ejercer el poder.

En el caso de Urania Cabral, la mujer asegura ya no sentir resentimiento alguno hacia su padre, en parte por la condición tan penosa en la que se encuentra. Sin embargo, ve la situación actual de Agustín como “una dulce venganza” (p. 14) que, sin embargo, no le permite reparar el daño causado. En este punto, la novela revela la complejidad de este sentimiento: ni siquiera la venganza ofrece el alivio suficiente para el dolor infligido por su propio padre.

En la historia de los conspiradores, la venganza aparece claramente en el móvil de Amado García Herrero, obligado a renunciar a su amor por órdenes de Trujillo. En este sentido, el régimen como sistema político se inmiscuye en las historias privadas de cada uno de sus integrantes, impidiendo su libre decisión, aún en los temas más personales, como las elecciones amorosas. En este hecho puntual aparece representado otro de los temas fundamentales de la novela: la ausencia de libertad. García Herrero no tiene más opción que abandonar a su amada porque ni siquiera se puede pensar en la posibilidad de oponerse a una orden directa del Jefe. Así, toda individualidad queda subordinada a las órdenes de Trujillo.

Sin embargo, el Benefactor no se conforma únicamente con aceptar la promesa de Amadito; debe garantizar que su disposición sea eficaz y que no ofrezca ni un mínimo resquicio de desacato de sus subordinados. Así, el régimen exhibe su maquinaria perversa y le ofrece al damnificado, García Herrero, la posibilidad de ascender de rango. No obstante, para eso debe matar a un prisionero que es, justamente, el hermano de su amada. En esta siniestra estrategia, Trujillo se asegura de que Amadito no pueda volver con su enamorada, ya que se convierte en el asesino de su hermano. Y además, lo premia por esta acción. Este disciplinamiento enloquece a García Herrero, quien, desde ese momento, se jura matar al Benefactor. La venganza como móvil aparece como respuesta a las disposiciones y estrategias de Trujillo, que borran la libertad del ser humano y lo reducen a ser nada más que un instrumento de exterminio y violencia.

Así como Urania y Amadito planean maneras de desquitarse contra el dictador, el mismo Trujillo tiene como política de Estado la ejecución de la venganza a todo aquel que se posicione en su contra. En el capítulo 2, el Benefactor piensa: “qué agradable era dar curso a la rabia cuando no había en ello riesgo para el Estado, cuando se podía dar su merecido a las ratas, sapos, hienas y serpientes” (p. 35). En esta reflexión, Trujillo da cuenta del uso de manera discrecional del aparato represivo del Estado para su beneficio. Así, exhibe la presencia de una sociedad disciplinada para obedecer las directivas del Generalísimo. La idea de “dar su merecido” muestra que hay conductas que deben ser sancionadas por una figura de autoridad, encargada de restituir el orden. En este punto, Trujillo es un hombre fuerte que castiga a quienes se oponen desde una postura paternalista, tal como lo hace un padre que pone orden sobre sus hijos rebeldes.

En estos capítulos, la violencia como eje estructural de La Fiesta del Chivo aparece en cada una de las historias, con distintos matices. En el relato de Urania, la mirada de la mujer sobre su país está cargada de agresividad: “Desperdiciar una semana de vacaciones, tú que nunca tenías tiempo (...) retornando a la islita que juraste no volver a pisar. ¿Síntoma de decadencia?” (p. 12) se pregunta. En este punto, volver a su casa natal es un desperdicio, en tanto no le ofrece nada que valga la pena. De esta manera, entendemos que la percepción de Urania está vinculada con esa experiencia traumática, que hace que perciba a su propio país como una fuente de atraso, sin esperanzas de cambiar. Este sentido se refuerza con la forma de ver a sus compatriotas: “Algo en los dominicanos se aferra a esa forma prerracional, mágica: ese apetito por el ruido” (p. 15). La mirada despectiva sobre sus coterráneos se ve en esta caracterización como seres incapaces de abordar la vida desde la razón, aferrados a las explicaciones mágicas o míticas. En este punto, Urania contrasta la idiosincrasia dominicana con su experiencia en Nueva York, donde nunca oyó algo como esta “sinfonía brutal”. En la mirada de la mujer, Estados Unidos es el paradigma de lo civilizado en oposición a su país natal, salvaje y animal.

En el capítulo 2, el uso de la fuerza para ejercer un fin determinado se ve de manera clara en las estrategias de Trujillo para sostener el poder sin oposiciones. En este sentido, el conflicto con los obispos extranjeros alimenta su necesidad de violencia: “Aún no había llegado el momento de tomar cuentas a Reilly, o al otro hijo de puta, el españolete del obispo Panal. Llegaría, pagarían” (p. 31). En este punto, Trujillo entiende el enfrentamiento en su dimensión más personal, en la que toda afrenta al régimen es, directamente, un ataque a él mismo. Esta imposibilidad de distinguir críticas lo posiciona en un rol paranoico, según el cual todos son potenciales traidores que complotan en su contra. Frente a esta situación, la única alternativa es disciplinar con la violencia. En este sentido, el personaje de Johnny Abbes García como director del Servicio de Inteligencia Militar incentiva en Trujillo este costado más despiadado. En este punto, La Fiesta del Chivo permite leer que la violencia existe más allá de la figura del dictador, justamente por aquellos que están dispuestos a ejecutar órdenes represivas y cruentas sin cuestionarse los principios y motivos.

De esta manera, no es casualidad que sea Johnny Abbes el encargado de la prueba de lealtad de Amadito. Aún más, es él quien le confiesa que el prisionero asesinado era su ex cuñado, a pesar de que el mismo García Herrero le pide no saberlo. En este gesto, se ve que la violencia no se limita a los opositores sino que se ejerce también hacia los propios súbditos, para “hacerte sentir más comprometido, más esclavo” (p. 61). Nuevamente, el trujillato se construye como un modelo político que destroza a sus integrantes y coarta toda posibilidad de libertad individual.

Sin embargo, la violencia parece ser justificada, en la novela, cuando se utiliza como herramienta contra la opresión. Es ejemplar al respecto la relación entre Estrella Sadhalá y la respuesta que le ofrece la religión. Frente a la provocación de sus compañeros, que le preguntan si su credo le permite asesinar a un ser humano, Salvador responde: “Matar a cualquiera, no. Acabar con un tirano, sí” (p. 42). En este sentido, la violencia sirve para la liberación de la tiranía de Trujillo, y es, por lo tanto, legítima.