La Fiesta del Chivo

La Fiesta del Chivo Resumen y Análisis Capítulos 16-18

Resumen

Capítulo 16

Urania le cuenta a su tía Adelina y a sus primas sobre Manuel Alfonso, el único amigo que intentó ayudar a su padre cuando este cayó en desgracia. Alfonso era embajador en Washington, elegante y buen mozo, muy cercano a Trujillo. Como le debía favores a Agustín Cabral, se comprometió a hablar con el Jefe para ayudarlo a aclarar su situación.

Luego de este encuentro, Alfonso volvió a la residencia Cabral. Allí, le explicó a Cerebrito que la situación era difícil, ya que Trujillo notaba que el vínculo entre ellos se había enfriado y que el rendimiento de Cabral no era el de siempre. Agustín, sorprendido, aceptó esta crítica, afirmando que toda su vida la vivió dedicada al Benefactor y que, tal vez, sin darse cuenta, lo había decepcionado. Para recomponer el vínculo entre ambos, Manuel Alfonso le propuso ofrecerle a la joven Urania Cabral, de catorce años, a Trujillo, como prueba de cariño y lealtad. Agustín balbuceó, diciendo que Urania era solo una niña. Alfonso le sugirió prepararla para este encuentro, que aseguraría un futuro maravilloso para la familia Cabral.

Al día siguiente, Agustín Cabral ya se había decidido: le dijo a Urania que había una fiesta en la casa del Generalísimo, a la que ella estaba invitada y que debía ir. La mujer recuerda lo culpable que se sentía su padre, que se enredaba con sus mentiras y bajaba la cabeza, avergonzado. Su prima Manolita le pregunta si no se daba cuenta de lo que significaba en realidad esa fiesta. Urania era una niña inocente, incapaz de notar la verdadera intención de su padre. Para no decepcionar al Jefe, ella y su padre decidieron ir a la fiesta, pero quedarse solo hasta que la gente comenzara a irse.

Capítulo 17

Luego de la partida de Pedro Livio hacia la clínica, Imbert, Sadhalá y Amadito deciden buscar un médico para que les vea las heridas del tiroteo, mientras el resto del grupo busca a Pupo Román para mostrarle el cuerpo de Trujillo. Mientras que Estrella Sadhalá va a alertar a su mujer y a sus hijos, Imbert y Amadito se dirigen a la casa del doctor Durán Barreras, que los desinfecta y cura y les ofrece ir a la finca de un conocido para esconderse de los servicios de inteligencia. Amadito acepta, y pasa tres días absolutamente aislado. Su retrato está en todos los periódicos, junto con el de los otros seis participantes del asesinato. Pedro Livio los denunció y las represalias contra todo sospechado de antitrujillista son implacables.

Luego de estos días en soledad, Amadito decide esconderse en la casa de su tía Meca. A las pocas horas, varios individuos golpean la puerta y afirman que García Herrero se encuentra ahí dentro. Amadito abre la puerta con una mano mientras con la otra dispara, mata y hiere a tres agentes de inteligencia. Sin embargo, muere aniquilado y colocan su cadáver en el techo de uno de los coches, para ser exhibido triunfalmente a la vista de todos los transeúntes. Mientras tanto, su tía Meca es secuestrada y llevada a los locales del Servicio de Inteligencia Militar.

Capítulo 18

Irrumpe en el despacho de Trujillo el chofer de Manuel Alfonso, que viene a comunicarle al Jefe que encontró a aquella muchacha de diecisiete años que estaba buscando. Trujillo le ordena llevarla a su residencia Casa de Caoba a la noche. Se siente entusiasmado por este encuentro, rejuvenecido de tan solo pensar en tener en brazos a esa bella joven. Sale de la Estancia Radhamés camino a la casa de su madre para saludarla, tal como lo hace todos los días. Le dice unas frases con ternura al oído y sigue camino a la avenida, con dirección al mar. A su derecha se encuentran los funcionarios de su confianza. Llama a Modesto Díaz, hermano de Juan Tomás, para interrogarlo sobre el presunto complot en el que está metido y, especialmente, para saber qué hacer con el conflicto con los curas. Modesto le comenta que el enemigo principal no es la Iglesia sino Estados Unidos. Sin embargo, el Jefe lo corta de manera abrupta; no quiere pensar en temas sombríos. Piensa en la muchacha con la que tendrá sexo esa misma noche y le ruega a Dios ayuda para poder llevar adelante la tarea.

Ya cerca del mar, Trujillo llama a Abbes Díaz y le pregunta sobre Juan Tomás Díaz. El jefe del SIM le comenta que no hay novedades: estuvo en su finca con Antonio de la Maza sin mayores inconvenientes. El Benefactor sospecha sobre un encuentro entre Díaz y el Presidente Balaguer; teme que estén complotando en su contra. Sin embargo, Abbes afirma que no hay nada que permita llegar a esa conclusión. Luego de discutir sobre este tema, Trujillo lo increpa por haber permitido salir del país a la hija de Agustín Cabral. Quiere saber quién escondió ese permiso en su despacho. Su interlocutor se disculpa y se compromete a resolver el caso.

Trujillo continúa caminando. El ejercicio le sienta bien. Llama a Chirinos y le pregunta si Ramfis arregló su conflicto con el dinero del banco inglés. El senador asegura que el muchacho lo hará a la brevedad. El Jefe termina su caminata, se despide de sus acompañantes y le indica al general José René Román que se suba al coche. Dentro, Trujillo le reprocha severamente ser un oficial mediocre e inútil y haber descuidado la apariencia de la Base Aérea de San Isidro. Pupo oye estos insultos y recriminaciones, causados por una cañería rota que largaba pestilencias en la institución. El Jefe le advierte que debe castigar a todos los responsables y lo amenaza con resolver ese problema a la brevedad. Abandona a Pupo Román en el lodazal y se dirige de regreso a la Estancia Radhamés para asearse. Desesperado, Trujillo descubre una mancha de orina en su pantalón. Lo toma como un mal presagio respecto a su inminente encuentro nocturno. Luego de cambiarse, le pide a su chofer dirigirse a la casa de Moni, una mujer con la que quiere tener relaciones sexuales. Al llegar al hogar la nota nerviosa, evasiva, hasta que le comenta que tiene el período. Decepcionado, Trujillo se retira.

En el coche rumbo a Casa de Caoba, un auto les toca bocina. Alerta, el Jefe intenta alcanzar el revólver que lleva en el asiento, pero no puede. Un proyectil le arranca parte del hombro y el brazo izquierdo.

Análisis

En estos capítulos, se revela finalmente la causa del distanciamiento entre Urania y su padre: para regularizar su situación con Trujillo, Agustín Cabral entrega a su hija de catorce años para que el Jefe pase una noche con ella en su residencia Casa de Caoba. Este acto perverso permite entender numerosas claves de la novela. En primer lugar, se dibuja la idea de que Trujillo no es un personaje excepcionalmente sádico, sino uno más en una sociedad siniestra, que permite, respalda e incita este tipo de actos espeluznantes. En este sentido, la crueldad es una característica personal también de sus cómplices y colaboradores. Es el mismo Manuel Alfonso, amigo íntimo del Jefe, el que le propone esta idea a Cerebrito, porque, al fin y al cabo, “Trujillo es una de esas anomalías en la historia” (p. 344) y, como tal, merece recompensas que estén a su altura.

La novela deja entender que es el ejercicio del poder el que transforma a los seres humanos en monstruos; todo el séquito de Trujillo es capaz de hacer cualquier cosa con tal de no caer en desgracia o ser el favorito del Jefe. Al mismo tiempo, esta percepción sobre el ejercicio de la política permite que los lectores entendamos cómo un régimen opresivo y siniestro se mantiene impune en el poder durante décadas y décadas. La respuesta que ofrece La Fiesta del Chivo es clara: si Trujillo lidera el país, es gracias a la sumisión y reproducción de estas conductas en todos los estratos de la sociedad; en las familias, con los amigos, en los ámbitos laborales.

Es cierto que la propuesta de Alfonso descoloca a Agustín Cabral, que siente repulsión ante la idea de entregar a su hija. Sin embargo, no tiene potestad para elegir otra alternativa; sabe que, si se niega a hacerlo, las consecuencias serán terribles para ambos. Una vez más, La Fiesta del Chivo muestra hasta qué punto llega el control y la opresión del régimen de Trujillo: en las vidas privadas de los dominicanos no hay posibilidad real de elección, sino que se opta por la supervivencia.

En tercer lugar, se ve aquí que la mujer es considerada una moneda de cambio. Así, la virginidad de Urania Cabral tiene un valor específico: vale el aprecio de Trujillo, que entenderá que se equivocó al juzgar tan tajantemente a Cerebrito. En este punto, Urania es un objeto: no solo carece de posibilidad de decisión sobre su cuerpo sino que es llevada al encuentro con el Jefe bajo mentiras y engaños. Su padre, incapaz de decirle la verdad, inventa que es un honor para ella ser invitada especialmente por Trujillo para pasar una velada juntos. Urania no es más que una niña ingenua y no puede ver la perversión del hecho planeado por su propio padre.

No es casualidad que Urania se encuentre en esta instancia en el umbral entre la niñez y la adolescencia. Su corta edad le agrega un extra a su valor de mujer: la virginidad de Urania la posiciona como una muchacha pura. En este sentido, Trujillo representa la primera relación sexual, el primer encuentro, aquel que nunca se olvida y el que se encarga de enseñarle a la mujer cómo se deben hacer las cosas.

Sin embargo, la peor crueldad está en el planteo de que la entrega de Urania a un señor de setenta años es vista como un acto noble y honrado. Así, Manuel Alfonso le confiesa a Agustín que “nada me daría más satisfacción, más felicidad, que el Jefe hiciera gozar a una hija mía y gozara con ella” (p. 344). En esta mirada revela que el encuentro sexual entre Trujillo y Urania es un acto beneficioso y hasta lógico, en tanto es tarea de los súbditos entregar a sus mujeres al Jefe como recompensa por su duro sacrificio. Lo perverso es, entonces, que nadie parece ver en este acto una desigualdad, una falta de consentimiento, un abuso sexual, sino que se concibe como un premio, un honor al trabajo de Trujillo.

El derecho de Trujillo sobre la sexualidad de sus adeptos se termina de manifestar en el capítulo 18, que reconstruye los momentos finales del dictador antes de su asesinato. Así, el apartado comienza con la confirmación de una cita concertada con una muchacha de diecisiete años. Este encuentro motiva al Jefe a llevar adelante su día: “la perspectiva lo tenía entusiasmado” (p. 364), aclara el narrador. Como una anticipación irónica, Trujillo intenta disipar a lo largo de todo el día todo presagio funesto o comentario irónico, para no arruinar el buen ánimo necesario para concretar ese deseado acto sexual. La incontinencia urinaria o el recuerdo alterado de una mala noche de sexo lo afectan. Es ejemplar en este sentido su reacción al comprobar la mancha de orina en su pantalón: “Volvió a sumirse en un estado lúgubre. Le pareció un pronóstico agorero” (p. 382). Si bien la voluntad de Trujillo es disipar estos pensamientos, elllos reaparecen y con más fuerza. De esta manera, la novela plantea que más allá del deseo individual del dictador, su destino ya está escrito y no se puede cambiar.

Frente a las múltiples ocupaciones que lo conciernen como estadista, hay un tema en particular que desvela a Trujillo: el sexo. Entre todas las preocupaciones que implica llevar adelante un país, el sexo parece ser lo que le genera mayor inquietud. En este sentido, una mala performance sexual implica un agujero en su masculinidad; es confirmar que su deber como hombre está incompleta y, sobre todo, le recuerda que se está haciendo viejo. Así, el relato de Trujillo como el hombre omnipotente, capaz de controlar todo y a todos, falla cuando no puede concretar el acto sexual. El Jefe es muy claro al respecto: para gobernar no hace falta ayuda de Dios, pero para tener relaciones con una mujer, sí: “No me importan los curas, los gringos, los conspiradores, los exiliados. Yo me basto para barrer esa mierda. Pero, para tirarme a esa muchacha, necesito tu ayuda” (p. 372), ruega para sus adentros el Jefe.

Antes de dirigirse al auto en el que morirá, el Jefe llama a Abbes, Chirinos y Díaz para resolver algunas cuestiones de la agenda laboral diaria. Todos caminan cerca suyo y están a su disposición en caso de ser necesitados. En estas conversaciones, reaparecen sus preocupaciones principales: el temor a un complot, la desobediencia de su hijo Ramfis, el odio a la Iglesia, el exilio de la joven Urania Cabral. El eje conductor de estos temas, que pueden parecer tan disímiles, es su paranoia persecutoria. Trujillo sabe que se ha ganado muchos enemigos y que su caída es inminente. Lo que no puede prever es por dónde vendrá el ataque y, menos aún, que será asesinado ese mismo día, unas horas más tarde. En este punto, es significativa la charla con el jefe del Servicio de Inteligencia Militar, que le asegura que no hay forma de que una conspiración se lleve adelante sin su conocimiento. Con respecto a Balaguer, Abbes afirma: “No da un paso, no recibe a nadie, no hace una llamada sin que lo sepamos” (p. 374). Esta frase contrasta irónicamente con la confesión de Pedro Livio Cerdeño, que da cuenta de la complicidad del Presidente en el complot contra Trujillo. En este sentido, el Servicio de Inteligencia se revela como inútil, incapaz de saber las verdaderas intenciones de Balaguer y su participación implícita en el asesinato del Jefe.

El diálogo entre Pupo Román y Trujillo simboliza la naturaleza deshumanizante del régimen. El Benefactor castiga cruelmente al jefe de la Base Aérea de San Isidro por una nimiedad: un caño roto que larga pestilencias. Sin embargo, Trujillo ve en este elemento un indicio de la decadencia y el descuidado en el que se encuentra la Institución, y no tiene reparos en humillar a Román por este asunto. Es significativo entonces que, aún luego de estas afrentas, el general no se atreva a rebelarse contra Trujillo y le quite su apoyo a la conspiración. Este gesto deja entender que, a pesar de los maltratos, Román no se permite desobedecer al Jefe.

Así como el día de Trujillo preanuncia en varias instancias que alguna calamidad está por ocurrirle, el relato de Amadito García Herrero advierte que el complot no resultó como lo esperaban. La ausencia de Pupo Román, quien se había comprometido a levantar en armas al Ejército luego de la muerte de Trujillo, da cuenta de que el proceso es difícil. Trujillo está muerto, pero el poder sigue en sus manos, tal como lo demuestra la presencia de Johnny Abbes y sus patrullas: “Hay centenares de detenidos. Están como locos, buscándolos” (p. 358), le advierten a Amadito. Sin embargo, para él, la misión está cumplida: “El Chivo está tieso y no lo van a resucitar” (p. 358), le responde, con seguridad. Esta contestación esconde una mirada ingenua sobre el panorama político: pensar que con la muerte de Trujillo muere también el régimen es desconocer la complicidad y adhesión de miles de dominicanos al gobierno. Por lo pronto, los siete conspiradores son los hombres más buscados en todo el país, denunciados hasta por los propios vecinos a los servicios de seguridad.

El asesinato de Amadito da cuenta de la continuidad del trujillato bajo otros medios: cuando lo fusilan, colocan su cuerpo en el techo del automóvil para que, a la vista de todos, funcione como una forma de disciplinar al resto de la sociedad. Como una advertencia, el cadáver recuerda que ese es el único final para los rebeldes, para aquellos que se atreven a complotar en contra de Trujillo. Es posible prever que, para el resto de los integrantes de la conspiración, el destino será similar al de Amadito. La persecución de la tía Meca, la mujer que lo ayudó a esconderse, así como el saqueo de su casa, dan a entender que, con el fin de Trujillo, nada cambia verdaderamente.