La Fiesta del Chivo

La Fiesta del Chivo Resumen y Análisis Capítulos 19-21

Resumen

Capítulo 19

La búsqueda de Pupo Román es inútil: no logran encontrarlo por ningún lado. Desesperanzados, Antonio de la Maza, Sadhalá, Juan Tomás Díaz, su hermano Modesto y Luis Amiama deciden esconderse en la casa de un conocido totalmente apolítico. Al día siguiente, el doctor Vélez Santana sale en busca de noticias. Cuando regresa, les confirma que no hay ningún levantamiento militar en pie; por el contrario, se advierte una movilización de patrullas de los Servicios de Inteligencia Militar. El país está repleto de redadas contra los antitrujillistas; hasta la familia de Antonio de la Maza fue arrestada. Comienzan a pelearse entre ellos, acusándose de haberse involucrado en una conspiración absurda y disparatada.

Al tercer día, ya sus nombres y fotografías están en todos los periódicos del país. Deciden salir de la casa para no comprometer más a la familia que los ha hospedado. A la mañana siguiente se separan: Estrella Sadhalá se va solo, y Díaz y de la Maza caminan sin saber qué hacer. Suben a un taxi, sin rumbo, hasta que a Antonio se le ocurre ir a ver a un abogado antitrujillista para pedirle prestado un automóvil y huir. El hombre, espantado, los echa. Deciden regresar al taxi para ir al parque Independencia. Detrás suyo, los coches de los servicios de inteligencia los persiguen. De la Maza y Díaz saltan del auto, con el revólver en la mano, mientras oyen las voces que los obligan a rendirse. Ambos comienzan a disparar. Díaz cae muerto, primero. Antonio se niega a morir, pero es inevitable: desde el suelo ve la cara de su hermano Tavito.

Capítulo 20

Luego del reto de Trujillo, Román se queda abandonado en el lodazal, temblando de pies a cabeza. Si bien hace tiempo ya que el Jefe se encarniza con él, nunca había recibido tantas ofensas como en ese día. Sospecha por un momento si, efectivamente, Trujillo está al tanto de su participación en el complot, pero afirma que es completamente imposible que se haya enterado. Román siempre ha sido bueno peleando, pero frente a Trujillo es una criatura servil y dócil. Por eso, cinco meses atrás, le respondió a Luis Amiama que la única forma de sacar al Jefe del poder era matarlo; no había otra alternativa. Pupo aceptó sumarse a la conjura para volver a sentirse un hombre con vida propia, para recuperar la seguridad en sí mismo, perdida frente a tantos malos tratos de Trujillo. La única condición que les impuso a los conspiradores es que se involucraría recién cuando pudieran mostrarle el cadáver de Trujillo.

Román sabe que el operativo es inminente y que cuentan también con el respaldo del Presidente Balaguer, que, a su manera, les ha asegurado que contarán con su ayuda. Llega a su casa por la noche y llama por teléfono al general García Trujillo para amonestarlo por el caño roto de la Base Aérea. Poco después, un auto frena violentamente en la puerta. Román ve al ex jefe del SIM, Navajita Espaillat, que viene a comentarle que algo grave sucedió con el Jefe. Si bien Pupo sabe precisamente lo que debería hacer, decide hacer todo lo contrario: hace entrar al general Espaillat y telefonea al hermano de Trujillo para comentarle sobre un posible atentado. Se dirige a la escena del crimen y reconoce el coche del Jefe, que está perforado. Piensa en que Amiama y Juan Tomás deben estar buscándolo, con el cadáver de Trujillo a cuestas. Sin embargo, no se contacta con ellos. Por el contrario, alienta a los oficiales militares a que estén listos para actuar en caso de ser necesitados. Inseguro y desorientado, llama a Balaguer, Abbes y al hermano de Trujillo para apresarlos a los tres por atentar contra el Jefe. Sin embargo, ninguno de ellos va a su despacho. Román se da cuenta de que su plan no tiene posibilidad de concretarse.

Perdido, va al Palacio Nacional, donde encuentra un panorama desolador. Casi toda la familia Trujillo está allí, llorando la muerte del Jefe. Román descubre que ya uno de los conspiradores, Pedro Livio Cerdeño, ha caído. Así, confirma que carece absolutamente de poder y que las decisiones no salen de su despacho, sino del de Johnny Abbes o de los parientes del Benefactor. En la reunión, discuten sobre cómo seguir, quién debería tomar el poder. El Presidente Balaguer propone esperar la llegada de Ramfis desde París y tomar una decisión con su consentimiento. Román descubre que, en el contexto de caos en el que están sumergidos, ese hombrecillo insignificante comienza a cobrar notable autoridad. Desorientado, Pupo toma la iniciativa de sacar al obispo Reilly y ejecutarlo, ya que considera que la Iglesia estuvo involucrada en el complot asesino. Sin embargo, el Presidente Balaguer impide este asesinato y, así, se rebela contra la orden de Román.

Desde ese momento, Pupo se siente atormentado y confundido. Luego de una misa, Petán Trujilo lo lleva a la Base Aérea, donde lo detienen por complicidad con los asesinos del Benefactor. Sin que le pregunten nada, Román confiesa y nombra a las personas involucradas. Más tarde, lo trasladan a una residencia destinada a arrancarles información a los priosioneros. Allí se encuentra con Ramfis, encargado de dirigir la sesión de tortura, que le pregunta especialmente por la presencia de Balaguer en el complot. Pupo afirma no saber demasiado. Es torturado brutalmente. Llegan a castrarlo y a coserle los párpados. Soporta durante cuatro meses hasta que Ramfis lo mata. Román, aliviado, espera esa descarga final.

Capítulo 21

Cuando Estrella Sadhalá se entera de que los servicios de inteligencia se han llevado a su mujer y a sus hijos, el Turco decide entregarse. Primero va a la casa de un conocido, que le cierra la puerta en la cara. Sin rumbo, le pide al chofer del taxi que lo lleve a una Iglesia para confesarte. Sin embargo, lo detienen antes. Sin ofrecer resistencia, el Turco se rinde. Lo llevan a una de las cárceles para torturarlo. Allí, Johnny Abbes y Ramfis Trujillo le aplican corrientes eléctricas para obligarlo a confesar. Al lado suyo, su hermano Guarionex, trujillista acérrimo, también es torturado e interrogado, a pesar de desconocer absolutamente el plan que llevaba adelante Salvador. Hasta su padre, el general Piro Estrella, lo repudia por haber matado al Jefe. Sin embargo, el Turco sigue adelante: encuentra en la religión una tranquilidad que le permite sobrellevar ese momento tan terrible.

Un día, meten en su celda a Fifí Pastoriza, Huáscar Tejeda, Pedro Livio Cerdeño y a un sobrino de Antonio de la Maza. Así, Salvador se entera de que Antonio de la Maza, Amadito y Juan Tomás Díaz han muerto peleando, pero que Imbert y Luis Amiama están prófugos. Si bien todos comparten el resentimiento contra el traidor de Pupo Román, ninguno se alegra cuando se enteran del estado en el que terminó sus días.

El 9 de octubre, Ramfis obliga a Salvador a leer una carta publicada por su padre en el periódico El Caribe. En ella, el general Piro Estrella explica que su hijo es un traidor, y agradece a Ramfis por haberle regalado dinero para mantenerse. Pocos días después, trasladan a los presos a otra cárcel, donde pueden ver a sus familias. La esperanza en ellos renace luego de escuchar un discurso de Balaguer, que condena la dictadura de Trujillo. Aunque los planes no han salido como lo esperaban, saben que sin la muerte del dictador, ningún cambio sería posible.

Unos días después, los trasladan con la excusa de reconstruir el crimen de Trujillo. Aunque algunos están esperanzados por esta posibilidad, Estrella Sadhalá y Modesto Díaz están convencidos de que es una farsa. El procedimiento dura horas y, en el camino de regreso a la prisión, la camioneta se detiene en el patio de una casa. Al bajar los tres guardias encargados de los conspiradores, el director de la cárcel los fusila para simular que fueron asesinados por los presos. Luego de este cruento episodio, Ramfis y sus aliados matan, uno por uno, a los magnicidas. El último, Estrella Sadhalá, le agradece a Dios su presencia aún en estos momentos.

Análisis

En estos capítulos, llama la atención la ausencia de la historia de Urania Cabral. Esta omisión da a entender una decisión autoral de privilegiar las secuencias narrativas vinculadas con el asesinato de Trujillo y el destino de sus conspiradores. Así, estos capítulos conducen de manera acelerada al desenlace de la novela; los lectores accedemos al final de gran parte de los involucrados en el complot.

En primer lugar, aquí se confirman las sospechas insinuadas en los capítulos anteriores: Pupo Román es un traidor por partida doble. Por un lado, como jefe de las Fuerzas Armadas ofrece su apoyo a la sublevación antitrujillista, pero, por el otro lado, finalmente se niega a ayudar a los participantes del atentado. Así, esta falta de compromiso elimina toda esperanza y refuerza la idea de que, muerto el Chivo, el régimen continúa impunemente en el poder. Luego del asesinato de Trujillo, los conspiradores observan, con resignación, que “no había levantamiento militar alguno” (p. 389). Por el contrario, el Servicio de Inteligencia actúa más implacable que nunca, arrestando y amedrentando a todo potencial sospechoso de antitrujillismo. En este sentido, la decepción que sienten revela una mirada ingenua sobre la política: pensar que el pueblo dominicano iba a seguirlos ciegamente por haber asesinado al estadista más importante del país exhibe el gran desconocimiento que tienen sobre el tema y, especialmente, sobre su propia sociedad.

Otro elemento clave que subraya la ingenuidad de los conspiradores es la ausencia total de planes alternativos. En este punto, están tan convencidos de que su triunfo es inevitable, que ni siquiera consideran la posibilidad de que algo falle. Así, la traición de Pupo Román los deja absolutamente desorientados, sin saber cómo reaccionar. Es claro al respecto cómo cada integrante del complot busca refugio en casas de conocidos como una solución provisoria. Esta confusión revela también su inconsciencia: incapaces de pensar un plan más allá de la muerte de Trujillo, no conciben que las cosas puedan llegar a salir mal.

La carencia de una estrategia muestra también que el objetivo final era el asesinato de Trujillo. Todo lo que pudiera suceder después de la muerte del Jefe estaba por fuera de sus planificaciones y deseos. Así, el final de de la Maza y Díaz es previsible: si bien ambos piensan en suicidarse antes de ser atrapados por los bestiales agentes de Inteligencia, terminan asesinados a plena luz del día, a la vista de todos los transeúntes. Pensar en el suicidio como una alternativa viable exhibe, por otra parte, un conocimiento profundo de los métodos y maneras ejercidos por el trujillato: Antonio y Juan Tomás saben que es preferible matarse antes que ser vejado y humillado por esos monstruos.

Es significativo, en particular, el desenlace de Antonio de la Maza. En el suelo, moribundo, “veía la risueña cara de Tavito y se sentía joven otra vez” (p. 396). La presencia de su difunto hermano como lo último en lo que piensa antes de morir muestra hasta qué punto la influencia de Trujllo continúa atormentando a los dominicanos. Cuando Antonio se despide de este mundo, revela que su partida no representa el peor de los finales sino una posibilidad de estar nuevamente con los seres amados. Una vez más, la novela destaca la idea de que la vida bajo el régimen de Trujillo es más inhumana que la muerte misma.

Si para los conspiradores y para el régimen Pupo Román es un traidor, el capítulo 20 nos ofrece la otra mirada, necesaria para entender por qué el general toma la decisión de abandonar el complot luego de la muerte de Trujillo. Sin embargo, la respuesta es decepcionante. A pesar de haber preparado minuciosamente el ataque, Pupo hizo exactamente lo contrario: “Se lo preguntaría muchas veces los meses siguientes, sin encontrar respuesta” (p. 403). Si bien Román desconoce los motivos por los que cambió de opinión, la novela plantea una posible hipótesis.

Acostumbrado a los maltratos y humillaciones del Jefe, a Pupo le sobran los motivos para asesinar a Trujillo y, así, poder recuperar su integridad como humano y como hombre. Por ser parte de su familia y por su alto rango jerárquico, se encuentra en una situación muy comprometida, en la que tiene que disimular su pertenencia al complot: “Ya no tenía escapatoria; estuviera Trujillo muerto o herido, él era cómplice” (p. 405). Una vez más, la imposibilidad de elegir agobia a los personajes: para cuidar a su familia de las represalias que implican estar involucrado en la conspiración, decide llevar adelante una estrategia frágil, que fracasa rápidamente.

La pérdida abrupta de su poder como jefe de las Fuerzas Armadas contrasta con el rol que cumple Joaquín Balaguer. Si bien el Presidente apoya en secreto el complot, cuenta con la astucia suficiente como para no quedar involucrado en la conspiración. De esta manera, puede posicionarse como el garante de la estabilidad política y dar órdenes que desobedecen las decisiones del mismo Pupo. Con esta caída en desgracia, Román se sumerge en un estado agónico: “Aunque el cuerpo del jefe estuviera muerto, su alma, su espíritu o como se llamara eso, continuaba esclavizándolo” (p. 411). La percepción de Pupo revela la letalidad de la influencia de Trujillo, capaz de destrozar las voluntades aún después de muerto. En este sentido, la respuesta posible que ofrece La Fiesta del Chivo es que la desesperanza ya es constitutiva de los dominicanos, habituados a la crueldad y la desidia de un régimen deshumanizante.

No es casualidad que Pupo reciba las peores torturas. El ensañamiento con el general se debe, justamente, a su carácter de traidor: “Todo lo que eres y todo lo que tienes se lo debes a papi. ¿Por qué lo hiciste?” (p. 423), le cuestiona Ramfis. Esta incomprensión muestra, una vez más, la idea clientelar que los Trujillo tienen de la política: los favores obtenidos aseguran, de alguna manera, la adhesión al régimen. Así, les resulta insospechado que Pupo Román, casado con la sobrina del Jefe, pueda estar detrás de la conspiración que asesinó al dictador. El relato del martirio padecido por el general resulta demasiado explícito, y funciona para dar cuenta del grado de crueldad y perversión al que se llega en busca de venganza. La muerte se convierte, una vez más, en una esperanza, un alivio frente a una realidad inhumana: luego de una agonía de cuatro meses y medio, “con felicidad, el general José René Román sintió la ráfaga final” (p. 426).

Si bien Román recibe la tortura más sanguinaria, Estrella Sadhalá, Pedro Livio Cerdeño y Modesto Díaz no quedan exentos de las represalias planeadas por Ramfis Trujillo y Johnny Abbes. Frente a este panorama desolador, cada uno recurre a distintas formas de hacerle frente a la cruel realidad. En este sentido, la religión le ofrece al Turco Sadhalá la calma necesaria para poder sobrellevar las sesiones de tortura y hostigamiento. La fe en Dios aparece como una dimensión íntima del ser humano, capaz de otorgar paz en circunstancias tan adversas: “En sus rezos, rogaba a Dios que le devolviera la esperanza” (p. 438). Pero, para Salvador, la religión supone también una serie de valores y conductas morales que rigen sus decisiones cotidianas. Así, es el único de los detenidos que no intenta suicidarse y resiste hasta el final, soportando todo tipo de tormentos.

Entre las múltiples formas del amedrentamiento, Estrella Sadhalá es víctima también de la tortura psicológica. Así, Ramfis expone a Salvador a todo tipo de injurias e insultos por parte de su padre, avergonzado por su participación en el asesinato del Benefactor: “No volvió a levantar cabeza, aunque, ante sus compañeros, procuraba ocultar su desmoralización” (p. 437), comenta el narrador. La manipulación es tal que el Turco muere sin saber si las injurias e insultos de su padre fueron reales o una ficción a la que este se sometió para poder salvarse.

A pesar de todo, los conspiradores saben que la proeza no fue en vano. En este punto, el ámbito político se moviliza después de la muerte del Jefe: “El discurso del Presidente Balaguer en las Naciones Unidas, condenando la dictadura de Trujillo y prometiendo una democratización «dentro del orden», hizo renacer la esperanza en la prisión” (p. 438). Así, la certeza de haber liberado al país de la opresión los ilusiona con la posibilidad de vivir en libertad y volver a sentirse seres plenos.

Sin embargo, la fe de los presos en el proceso democrático dura poco. La novela lleva al límite la dimensión inhumana de los torturadores, que inventan una falsa reconstrucción de la escena del crimen de Trujillo para ofrecerles una mínima posibilidad de esperanza. Por un instante, algunos de los presos piensan que realmente no van a matarlos, y que están colaborando con el proceso de justicia. Con el montaje de esta ficción, Ramfis Trujillo prolonga el suplicio de los condenados con ilusiones y esperanzas. Sin embargo, ni Estrella Sadhalá ni Modesto Díaz se creen esta farsa: saben que detrás de este teatro, se encuentra el fin. Lo que desconocen es que el hostigamiento continuará hasta después de sus muertes. Así, el director de la prisión hace pasar el asesinato de los guardias de seguridad a su cargo por un enfrentamiento armado con los presos. No es suficiente con difamar en vida: también la muerte está orquestada para continuar con los amedrentamientos, para exhibirlos públicamente como unos asesinos sanguinarios, capaces de fusilar a tres hombres inocentes.