La Fiesta del Chivo

La Fiesta del Chivo Resumen y Análisis Capítulos 4-6

Resumen

Capítulo 4

Urania entra a la casa, donde se sienta a tomar un café antes de subir a la habitación de su padre. Nota que la residencia está caída y deteriorada, y no reconoce nada de su antiguo hogar. Le pregunta a la enfermera quiénes visitan al desvalido. Ella le responde que las hijas de la señora Adelina, Lucinda y Manolita, van con frecuencia.

Toca la puerta y ve a su padre embutido en un pijama azul. De ese hombre seguro de sí mismo, que se creía dueño del mundo, ya no queda nada. Ahora la miran dos ojos asustadizos, una sonrisa sin dientes. Urania se sienta a un metro suyo y se presenta como su hija. Le comenta sobre su vida cotidiana: vive en Manhattan, tiene cuarenta y nueve años, es soltera, tiene todo el tiempo del mundo para leer. Agustín Cabral parece entender, pero está inmóvil, sin emitir ni un sonido.

Urania le cuenta sobre su fanatismo de la época de Trujillo, esos tiempos en los que él pertenecía al círculo íntimo del dictador, y le pregunta si, efectivamente, el Benefactor se había acostado con su madre. Cabral se sobresalta y se echa a temblar. La mujer le recuerda el caso de su vecino, don Froilán Arala, cuya esposa recibía las visitas del Presidente, sin poder negarse a estos encuentros. Años más tarde, la misma Urania oye la anécdota en boca de Henry Chirinos, colega y rival de su padre. La historia cuenta que el mismo Trujillo contó adelante de todos, en una recepción para el Partido Dominicano, que la mejor mujer con la que se acostó fue la esposa de don Froilán. Urania no entiende cómo los dominicanos más preparados del mundo aceptaban ser tan humillados como Arala lo fue en esa reunión.

Urania le pregunta a su padre si esas vejaciones valían la pena, si el poder adquirido era lo suficiente como para soportar esos maltratos. Agustín la mira sin pestañear. Entonces irrumpe la enfermera con una fruta para el desayuno, y le dice a Urania que se la dé a su padre.

Capítulo 5

El apartado comienza con el encuentro entre el coronel Johnny Abbes y Trujillo en el despacho del Generalísimo. El jefe del Servicio de Inteligencia Militar le advierte que debe tener cuidado con la Iglesia, que busca acabar con el régimen. Propone que únicamente hay dos caminos: rendirse o derrotar al enemigo. Si bien a veces sus palabras le parecían desagradables, agradecía su sinceridad. Le comenta que jamás podrá traicionarlo, ya que él es el único que no sueña con matarlo. Trujillo recuerda los rumores sobre Abbes, que, dicen, era cruel desde niño, capaz de reventarle los ojos con un alfiler a las gallinas. También evoca la primera misión asignada al coronel: asesinar a su ex secretario, exiliado en México.

El Generalísimo rememora muchas de la fechorías, llevadas a cabo con una red de informantes y cómplices a nivel continental. Señala un informe sobre el escritorio, que trata sobre una supuesta conspiración llevada adelante por Juan Tomás Díaz, ex jefe militar, en complicidad con la CIA, la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos. Trujillo recuerda los motivos de la destitución de Díaz: desacato a una orden suya y haber reprendido a un oficial que la estaba cumpliendo. Sin embargo, el Jefe no se muestra preocupado, ya que piensa que Díaz es indefenso. Abbes García manifiesta su preocupación por los dispositivos de seguridad que protegen a Trujillo, y le comenta que vive por él, para cuidarlo. Agrega que el Presidente Balaguer anunció la liberación de unos presos políticos y que piensa que no es un hombre del régimen, sino que solo defiende sus propios intereses. Trujillo disiente de esta opinión; lo concibe como un hombre inofensivo. Por último, le pide a Abbes García que tenga el dispositivo preparado para la operación de los obispos, por si cambia de opinión. Luego de este intercambio, el coronel se retira.

Capítulo 6

Baja de un auto Miguel Ángel Báez Díaz, que le comenta a Antonio de la Maza que Trujillo está demorado pero en camino. El resto de los integrantes del grupo se sorprenden de la complicidad de Báez Díaz, ya que solía ser un trujillista acérrimo. Sadhalá siente asco de que una persona como Miguel Ángel sea ahora aliado. Si bien es dueño de un aire sereno y razonable, Estrella Sadhalá es capaz de decir las cosas más crueles, como cuando culpó a su amigo de la Maza de haber vendido a su propio hermano.

Antonio de la Maza proviene de Moca, una región fervientemente antitrujillista y, durante tres años, se dedicó a combatir las fuerzas trujillistas junto con sus padres, tíos y hermanos. Cuando cayó herido, el propio jefe de Estado le ofreció un puesto de confianza como custodia personal. Antonio aceptó, sin darse cuenta de que era una estrategia de manipulación para tener a sus rivales dominados. Si bien nunca fue un trujillista de corazón, siempre respetó al líder y su capacidad de trabajo era incansable. Sin embargo, desde la muerte de su hermano Tavito, cuatro años atrás, Antonio planea vengarse contra el dictador.

Tavito era piloto de Dominicana de Aviación gracias a las órdenes de Trujillo, que permitieron que fuera admitido ahí. De esta manera, el muchacho siempre estuvo dispuesto a dar la vida por el Benefactor y a hacer cualquier cosa que le ordenara. Cuando le asignaron la misión de llevar a un individuo dopado y atado en avión hasta la hacienda de Trujillo, Tavito lo tomó como símbolo de la confianza que el Jefe sentía por él. Sin embargo, comenzaron las sospechas de que el hombre secuestrado era Jesús de Galíndez, un ciudadano norteamericano antitrujillista. Antonio, preocupado, le advirtió sobre la gravedad de la situación. Sin embargo, Tavito menospreció el nerviosismo de su hermano. Luego de este intercambio, Tavito fue detenido y se montó una operación que hizo pasar su muerte por un suicidio motivado por la culpa de haber matado al otro piloto testigo luego de que este le confesara su amor.

Después del entierro, Trujillo convocó a Antonio de la Maza para prometerle que iba a investigar qué había pasado realmente con Tavito. Además, como muestra de su agradecimiento al compromiso de la familia de la Maza, le otorgó la concesión de una carretera nacional. Desde ese entonces, Antonio sufre por su mala conciencia, destruido, culpable por la muerte de Tavito. Así, es él quien se encargó de contactarse con algunas de las figuras más altas del gobierno para garantizar su participación en este plan para asesinar a Trujillo. Ansioso, prende un cigarrillo. El Jefe todavía no aparece.

Análisis

En estos capítulos, el pasado como tiempo cronológico anterior al presente de los hechos aparece como un tema fundamental en relación a la forma de entender y vincularse con el aquí y ahora de la enunciación. En la historia de Urania, la mujer percibe su propio hogar familiar como un símbolo de la decadencia, de un presente arruinado sin posibilidad de salvación: “Ésta era una casita moderna, próspera, amueblada con gusto; ha caído en picada, es un tugurio” (p. 64) piensa cuando sube las escaleras para encontrarse con su padre.

El mismo Agustín Cabral es presentado como los restos de un hombre diferente, seguro de sí mismo, que es ahora solo ruinas de un ser humano, incapaz de tener movilidad propia ni capacidad de hablar. Así, el paso del tiempo les impide reconocerse; son personas diferentes. Agustín reacciona a través de gestos, pero es Urania la que le otorga significado a estas acciones: “Parece que entiende y que, interesado, no osa mover un músculo para no interrumpirla” (p. 66). El silencio forzado de su padre obliga a Urania a entablar un monólogo en el que es ella la única que pregunta, incrimina y cuestiona, por momentos de manera violenta. Del otro lado, las únicas respuestas son los gestos, los sonidos, pero no hay palabras que permitan confirmar las historias y suposiciones de Urania. En este sentido, el rol privilegiado de Agustín Cabral durante la Era de Trujillo le aporta una perspectiva de los hechos como testigo y partícipe de los crímenes y atrocidades llevadas adelante por el Benefactor y su séquito. Sin embargo, desde el presente, Urania habla sola; Agustín solo puede ofrecerle sus silencios como respuesta.

Es significativo al respecto el episodio sobre la virilidad de Trujillo y su desmesurado apetito sexual. Para los hombres del régimen, es un honor que sus mujeres gocen y le den placer al Jefe. En este punto, el hombre es concebido como un propietario de las mujeres de su casa -esposa, hijas- y debe entregarlas como un tributo, como una muestra de fidelidad y admiración por el incansable Trujillo. Si bien este hecho exhibe una mirada misógina y sexista, según la cual las mujeres carecen de cualquier posibilidad de decisión sobre su propio deseo y se ven obligadas a tener relaciones con el Benefactor, también muestra que los mismos hombres carecen de otra alternativa que obedecer a Trujillo, ya que las represalias pueden llegar al asesinato. La imposibilidad de decir "no" se entiende como un recorte de la libertad del ser humano, que, bajo este régimen opresor, debe acatar y aceptar las mayores vejaciones y humillaciones.

Como sobreviviente de la dictadura y, especialmente, como mujer, Urania representa la voz del cuestionamiento, incapaz de entender por qué funcionarios como su padre se prestaban a semejante maltrato. Sin embargo, intenta esgrimir una respuesta: “¿Era por la ilusión de estar disfrutando del poder? A veces pienso que no, que medrar era lo secundario. Que, en verdad, a ti, a Arala, a Pichardo, a Chirinos, a Alvarez Pina, a Manuel Alfonso, les gustaba ensuciarse” (p. 76). En este sentido, el poder se entiende como una dimensión oscura del ser humano, capaz de corromper aún a los seres más nobles y justificar los peores crímenes. Sin embargo, Urania lo ve como una quimera; el presente de su padre nos recuerda que el poder es transitorio y dinámico y la caída, inevitable. Agustín Cabral, Cerebrito, parte del círculo íntimo de Rafael Leónidas Trujillo, es ahora víctima de un derrame cerebral que vive abandonado por su hija, en una casa derruida, sin tener siquiera la posibilidad de desagraviarse frente a las preguntas incriminadoras de Urania.

Desde esta posición periférica -nacida en en República Dominicana pero exiliada desde adolescente-, Urania no puede entender cómo los dominicanos formados aceptaron semejantes humillaciones. Sin embargo, comprende la adhesión al régimen por parte de las “millones de personas, machacadas por la propaganda, por la falta de información, embrutecidas por el adoctrinamiento, el aislamiento, despojadas de libre albedrío” (p. 75). En este sentido, Urania posee una imagen peyorativa sobre su propio país, en tanto lo concibe como un conjunto de seres embrutecidos e ingobernables. Es irónico que esta idea coincida notablemente con las percepciones del mismo Trujillo. Al fin y al cabo, ambos poseen la imagen de una nación salvaje. La diferencia radica en que el Benefactor cree ser la única autoridad habilitada para ordenar ese caos.

En el trujillato, la política se presenta como un ejercicio abyecto, vinculado con la realización de los más oscuros deseos personales, desligado de la idea de la política como una serie de procedimientos y medidas destinados a la mejora de la sociedad. En el capítulo 5 se ve cómo el dictador entiende los conflictos políticos como afrentas dirigidas hacia su persona: “Si había que morir peleando contra los marines ¿cuántos dominicanos se sacrificarían con él?” (p. 81), piensa frente a una potencial invasión estadounidense. En este punto, una intervención extranjera es concebida como una ofensa personal, y el compromiso del resto de los ciudadanos se ve como una ofrenda dirigida directamente hacia él. Esta imposibilidad de entender los límites entre su rol como representante del Estado y el Estado mismo caracteriza los gobiernos autoritarios y personalistas; Trujillo usa las herramientas que están a su alcance para impartir justicia según sus criterios particulares. Es ejemplar al respecto el diálogo que mantiene con Johnny Abbes, en el que el jefe del Servicio de Inteligencia le sugiere tener a mano un plan para mantener a los disidentes callados. Esta estrategia consiste básicamente en aniquilarlos. En otras palabras, el autoritarismo del régimen no puede concebir la existencia de otras voces críticas.

El personaje de Johnny Abbes como la mano derecha de Trujillo está construido desde la crueldad y la perversión. Su predilección desde niño por hacer sufrir a animales se relaciona con el disfrute que siente al ver fotos morbosas y con la falta de cariño extendida a todos los ámbitos de su vida, aún en el vínculo desamorado con su propia esposa. Abbes se construye como el mal necesario del gobierno de Trujillo, es decir, como aquel que lleva adelante las tareas más ingratas y polémicas del régimen, pero que es imprescindible. En este punto, a ambos los une algo mucho más grande que la admiración: la sangre derramada por el país.

Esta mirada personal sobre la política se ve también en el personaje de Johnny Abbes: “mis veinticuatro horas del día están dedicadas a impedir que los enemigos destruyan este régimen y lo maten a usted” (p. 95). En este sentido, se destaca el peso de Trujillo como un hombre imprescindible e irremplazable; el régimen es el Jefe, no hay alternativa posible ni continuidad sin él. En este punto, Johnny Abbes, con sus informes de inteligencia, le presenta las posibles conspiraciones en su contra, le comenta qué focos hay que atacar y priorizar. Precisamente, esta disposición a hacerlo todo con tal de defender a Trujillo lo posiciona como el más fiel de sus súbditos: “estamos casados hasta que la muerte nos separe” (p. 82), le dice el Benefactor. Una vez más, la violencia se pone a disposición del aparato del Estado, utilizada para disciplinar a ese conjunto “de malgradecidos, cobardes y traidores” (p. 97), incapaces de comprender los esfuerzos llevados a cabo para sacarlos del estado de salvajismo en el que se encontraban antes de la llegada de Trujillo.

Esta relación entre el ámbito personal y el poder estatal se refuerza en la trágica historia de Antonio de la Garza y el asesinato de su hermano Tavito. En este sentido, es interesante la descripción de Trujillo como un ser hipnótico, capaz de transformar a sus interlocutores en individuos pasivos, sin poder de decisión. Esa progresiva deshumanización mata a Antonio en vida, en tanto hasta su esposa lo ve como una persona sin orgullo ni principios, que vende la memoria de su hermano por dinero. En este caso, se ve que la destrucción del trujillato no es solo física -asesinar, despellejar, secuestrar o desaparecer-, sino también moral y espiritual: Antonio es, sobre todo, “unos huesos atormentados por esa mala conciencia que lo destruía a poquitos desde hacía tantos años” (p. 122). De alguna manera, el odio lo consume pero también le ofrece la fuerza vital para llevar a cabo el plan de asesinar a Trujillo; la certeza de poder eliminar al Jefe es la única salvación para su existencia atormentada y sufrida. Nuevamente, la venganza como eje conductor de la novela reaparece en el personaje de Antonio de la Maza, pero el sentimiento es complejo: también conlleva una pérdida del amor por la vida, por sí mismo, por sus valores.

El asesinato de Tavito expone también una consideración humillante en relación con los principios de la masculinidad dominante; en este sentido, no solo mataron a su hermano sino que fingieron una relación homoerótica entre los dos pilotos involucrados en la desaparición de Galíndez. Si el modelo masculino, representado por Trujillo, supone un apetito sexual desmesurado hacia las mujeres, la homosexualidad se entiende como una forma defectuosa de ser hombre. Este gesto ultraja aún más la memoria de Tavito, dejando en claro que era capaz de asesinar a un compañero e insinuando que la amistad entre ambos podía sugerir la presencia del sentimiento amoroso.