La Fiesta del Chivo

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La violencia

La Fiesta del Chivo profundiza sobre las distintas dimensiones que posee el fenómeno de la violencia, tanto desde el punto de vista de los opresores como desde la óptica de las víctimas. Más allá de las manifestaciones individuales, la novela deja en claro que las causas de la violencia directa están relacionadas con situaciones de violencia estructural. En este sentido, el abuso de poder ejercido por Trujillo inspira a la propia sociedad y a los individuos a cometer actos violentos. Si bien se podría pensar que es una decisión repudiable responder con violencia a la desigualdad, la novela muestra que puede ser la única alternativa posible, en tanto el régimen no ofrece posibilidad alguna de justicia real. Así, el asesinato del dictador está justificado en tanto significa la liberación del país y el fin de las humillaciones. A lo largo de toda la historia, los conspiradores tienen motivos para llevar adelante la tarea: el asesinato del hermano de Antonio de la Maza, los ataques a los obispos, el fusilamiento de las hermanas Mirabal aparecen como razones que legitiman matar a Trujillo. En este sentido, la novela legitima esta modalidad de la violencia como la única manera de obtener la paz.

Desde su rol como estadista, Trujillo posee el monopolio de las fuerzas de seguridad y el control para usarlas a su favor de manera irregular y discrecional. Así como no tiene reparos en nombrar a sus hermanos, hijos, sobrinos y demás familiares en puestos jerárquicos, tampoco duda en utilizar los Servicios de Inteligencia para controlar a aliados y enemigos. Los asesinatos de distintas voces disidentes -Jesús de Galíndez, las hermanas Mirabal y hasta un atentado frustrado contra el presidente de Venezuela, entre otros- refleja el nivel de persecución y hostigamiento que se vive bajo el control de Trujillo. Sin embargo, ni siquiera los mismos trujillistas quedan exentos de las represalias desmedidas del Jefe: la caída en desgracia de Agustín Cabral muestra, justamente, que nadie puede escapar de la voluntad arbitraria de Trujillo, capaz de castigar simplemente para mostrar quién es el que tiene el poder.

Entre las distintas formas de ejercer la violencia, la tortura es una de las más significativas. Así, los conspiradores prefieren morir o matarse antes que caer en las manos sanguinarias del Servicio de Inteligencia o del mismo Ramfis Trujillo. Estos personajes poseen maquinaria y estrategias puestas al servicio del sufrimiento de los otros, hasta reducirlos a su mínima expresión. De todo el sistema legitimador de la violencia, lo peor es la apatía y la impunidad. Ni Ramfis ni sus secuaces pagan consecuencia alguna por sus actos de salvajismo, ni siquiera cuando comienza el proceso democrático en República Dominicana.

Sin embargo, la violencia tiene también manifestaciones más sutiles y graduales. Una de las estrategias más inteligentes de Trujillo para asegurarse la fidelidad de sus súbditos es la de otorgar posiciones jerárquicas o ascensos laborales de manera discrecional. Es ejemplar al respecto el caso de Pupo Román, casado con la sobrina del Jefe y líder de las Fuerzas Armadas. Sin embargo, Trujillo lo hostiga permanentemente, recordándole que no sería nada si no fuera por los favores otorgados. Así, a pesar de ser un militar en una situación de prestigio, Román carece de autoridad y se desliga de su responsabilidad en el complot contra Trujillo, aún cuando lo había planeado minuciosamente. Esta imposibilidad revela hasta qué punto llega la influencia del dictador; es capaz de esclavizar los deseos y sentimientos de los dominicanos aún después de muerto.

En La Fiesta del Chivo, la violencia es física, es psicológica y es también sexual. En este sentido, el abuso de Urania Cabral simboliza la “fiesta” que da título a la novela: la celebración privada de Trujillo a expensas de sus víctimas. La novela lleva al límite la perversión del régimen al exhibir que la entrega de la joven es un plan de su propio padre y se lleva a cabo con el pleno conocimiento de otros adultos involucrados. Lo verdaderamente siniestro es, entonces, confirmar que Trujillo no actúa solo, sino que este se sostiene gracias al apoyo de miles de ciudadanos anónimos que conocen los crímenes y los consienten. Así, Urania representa no solo a todas las mujeres que fueron oprimidas, privadas de libertad y silenciadas, sino también al pueblo dominicano en su conjunto, humillado y degradado hasta lo inimaginable por Leónidas Trujillo.

La libertad

La lucha por la libertad, entendida como un aspecto central de la esencia del ser humano, desempeña un importante papel en la novela. A lo largo de toda la narración, el régimen de Trujillo representa una amenaza permanente al libre albedrío de los ciudadanos dominicanos, en tanto restringe la posibilidad de tomar decisiones de manera individual sin el condicionamiento de una posible represalia. En este sentido, La Fiesta del Chivo muestra hasta qué punto la sumisión del ser humano es una condición necesaria para la permanencia de un régimen opresivo y asfixiante.

Así, recuperar la posibilidad de ser libre, afrontando las potenciales consecuencias, constituye una de las motivaciones principales para matar a Trujillo. Es el caso de Salvador Estrella Sadhalá, cuya participación en la conspiración se entiende como un posicionamiento ético frente al totalitarismo de Trujillo. La novela opone el poder absoluto del trujillato al libre albedrío de los seres humanos, en tanto la censura, el amedrentamiento y la muerte representan una violación a las libertades individuales y a la posibilidad de desarrollar un pensamiento crítico transformador. De esta manera, el asesinato del dictador implica la restitución de la dignidad humana al pueblo dominicano, cobrando entonces un valor ético.

La idea de una sociedad carente de voluntad propia, hipnotizada frente al liderazgo de Trujillo, trasciende las clases y jerarquías sociales. Si los sectores más vulnerables, por falta de información y atormentados por la propaganda estatal, sucumben a los encantos del Jefe, también los sectores más acomodados y profesionales aceptan sin demasiados miramientos las vejaciones y humillaciones del régimen. Son ejemplares al respecto los maltratos recibidos por Pupo Román o por el mismo Agustín Cabral, capaz de entregar a su hija como una ofrenda sexual con tal de volver a ser considerado importante por el dictador.

La libertad entendida también como la posibilidad de decidir sobre el propio cuerpo y deseo aparece como una dimensión ausente en la historia de Urania Cabral. El relato de la protagonista ante su familia expresa de manera descarnada las consecuencias extremas a las que puede conducir la falta de libertad en el ser humano. De este modo, la decisión de su padre, sus cómplices y, especialmente, de Trujillo vulnera sus derechos más íntimos. Como víctima de un ataque sexual, Urania es una mujer desgarrada interiormente, incapaz de mantener un vínculo amoroso saludable.

La venganza

La venganza como eje conductor de la novela da cuenta de la importancia de este sentimiento como motor vital. En este sentido, los protagonistas son personajes que buscan reparación por daños sufridos a lo largo de sus vidas. De alguna manera, la causa primordial de este mal está siempre vinculada con el dictador Leónidas Trujillo.

Si bien tanto Urania como los integrantes del complot buscan la manera de castigar los males sufridos durante el trujillato, el mismo Benefactor es un personaje absolutamente vengador. El peligro radica en que utiliza los recursos del Estado para castigar y reprimir por motivos personales; ya sea a líderes críticos del régimen como a aliados. En este sentido, la novela muestra los peligros de utilizar la venganza como política estatal; cuando la violencia es ejercida por quienes detentan el poder, el proceso se torna siniestro y genera también respuestas violentas.

En La Fiesta del Chivo, los conspiradores buscan reparación simbólica frente a los asesinatos de los familiares, los hostigamientos, las torturas y las manipulaciones. En este punto, las víctimas conciben la venganza como la única forma de poder redimirse y vivir en paz, como sujetos plenos de derecho. De esta manera, el asesinato de Trujillo funciona como una forma de restituir el orden en una sociedad corrupta, violenta y alienada.

Para Urania, la venganza es, esencialmente, contra su padre. Si bien ella toma la decisión activa de no mantener contacto con él durante treinta y cinco años, de alguna manera, es el destino quien castiga por sus actos a Agustín Cabral. Así, el derrame cerebral lo coloca en un rol decadente, marcado por la pérdida total de la autonomía y la privacidad. A falta de una venganza explícita, los mismos devenires de la vida mortifican a Cerebrito. Ver a su padre agónico es, para Urania, la más dulce venganza. Sin embargo, al volver a República Dominicana, la mujer confirma que, a pesar de este castigo, el dolor continúa siendo el mismo. En este sentido, la novela muestra que la venganza es incapaz de ofrecer alivio o paz a los personajes atormentados.

El poder

La Fiesta del Chivo es, ante todo, un relato sobre la complejidad del poder. En este sentido, Leónidas Trujillo encarna los males a los que conduce el absolutismo como régimen político. Así, la novela refleja el peligro que corren los derechos individuales en una sociedad en la que todos los poderes del Estado dependen de una única voluntad.

Si bien el uso del poder no implica necesariamente el uso de la fuerza, Trujillo no concibe otra forma de dominación. En este punto, su valor como estadista se centra en dos aspectos: por un lado, en el vínculo clientelar con los diversos sectores sociales y, por el otro, en el uso abusivo de la violencia contra las organizaciones e individuos críticos del gobierno. En relación con lo primero, Trujillo utiliza los recursos del Estado como forma de otorgar favores y beneficios. Así, cree que puede asegurar un alto grado de adhesión al régimen en la sociedad. Sin embargo, la novela expresa que algunas voluntades individuales no pueden comprarse con dinero; en este punto, la mayoría de los integrantes del complot pertenecen a familias beneficiadas con las políticas del Benefactor.

El poder de Trujillo se construye desde un discurso autoritario que no deja espacio a la intervención de otras voces. Su palabra adquiere el rasgo de incuestionable y verdadera, y él mismo así lo cree. Por lo tanto, desde su mirada, la realidad no presenta puntos de vista; hay aliados o enemigos. Entre los mecanismos desarrollados para concentrar el poder se encuentran los discursos que lo posicionan como un estadista único e insustituible. En torno a Trujillo circulan diversos mitos que lo construyen como un ser humano fuera de lo común: los relatos en torno a su omnipresencia, su virilidad sexual, su labor incansable lo ubican por encima de todos los hombres. La obediencia es lo que le permite a Trujillo tener el control de los hombres que conforman su círculo íntimo; por medio del sometimiento, el dictador sabe de sobra que ninguno se atreverá a cuestionar sus decisiones y mucho menos a rehusarse a cumplir sus órdenes. Sin embargo, lo interesante es que el mismo Benefactor termina creyendo estos discursos, convirtiéndose en víctima de ese pensamiento. En el momento en que Trujillo toma dimensión de que es realmente irremplazable, su poder comienza a menguar; así, es incapaz de ver a Balaguer como un continuador de su tarea al menospreciarlo como un simple intelectual.

En esta tensión entre los discursos y la realidad, el personaje de Joaquín Balaguer pasa a disputar el poder luego de la muerte de Trujillo. Si, en la perspectiva del dictador, el Presidente carece de carácter como para liderar un país, Balaguer revela la clara idea de que tiene que buscar aliados, de que tiene que fortalecer su palabra y colocarse como protagonista absoluto de la escena política. Así, su rasgo más destacado es la adaptación inmediata al cambio y la construcción de ficciones que se acomodan a las necesidades del otro. Si Trujillo entiende toda diferencia como una amenaza a la estabilidad del régimen, la habilidad de Balaguer consiste en adaptar su discurso según lo requiera la situación. Así, por ejemplo, en la medida que observa el sentimiento de liberación que experimenta el pueblo luego del asesinato del Benefactor, pasa de calificar de ''asesinos'' a los conspiradores que ejecutaron al dictador, a felicitarlos como ''ajusticiadores''.

Durante el régimen, la violencia es una herramienta utilizada por Trujillo como forma de ejercer el poder, pero también por el jefe del Servicio de Inteligencia Militar. Así, la existencia de prisiones clandestinas, el espionaje, el chantaje, los mecanismos de tortura dejan en claro que el dictador posee la autoridad suficiente como para disponer de la vida de los dominicanos según su voluntad. En este punto, la impunidad con la que llevan adelante los crímenes y las violaciones a los derechos humanos exhibe que la autoridad de Trujillo maneja todos los ámbitos del Estado; también el poder legislativo y el judicial opera a favor de las políticas del trujillato. La ausencia de voces opositoras muestra la farsa del régimen, que cuenta con un presidente testimonial, títere del Benefactor.

El uso abusivo del poder disciplina el ámbito público pero también ordena las vidas privadas de los dominicanos. En este sentido, la posición jerárquica de Trujillo le permite arrogarse derechos sobre la sexualidad de las mujeres. Así, el Benefactor las vacía de consentimiento y las usa como objeto de satisfacción personal. De esta manera, el temor a las posibles represalias les impide negarse y se ven obligadas a cumplir la función de otorgar placer. La novela refleja que entre todas las manifestaciones de violencia, las mujeres son oprimidas también por su género: son potenciales víctimas del deseo sexual de Trujillo, al que deben sucumbir sin miramientos.

La masculinidad

En La Fiesta del Chivo, la masculinidad entendida como un conjunto de características, valores y comportamientos aparece representada especialmente en el personaje de Leónidas Trujillo. En este sentido, el dictador lleva al extremo el “deber ser de un hombre”, distinguiéndose por su excelente condición física, incansable y vigorosa a pesar de tener setenta años, hasta por su desmedido apetito sexual, que le permite tener a su disposición las mujeres que desee.

La construcción de Trujillo como un hombre deificado, fuera de lo normal, aparece sostenida a lo largo de toda la novela. Así, una serie de discursos convalidan esta mirada: según Antonio De la Maza, el Benefactor es “ese hombre que, según la mitología popular, no sudaba, no dormía, nunca tenía una arruga en el uniforme, el chaqué o el traje de calle” (p. 108). De esta manera, la imagen del dictador como un salvador de la Patria lo posiciona como un personaje incapaz de errar, dueño de una imagen sobrehumana.

En relación con este mito, la autoridad y el poder de Trujillo lo habilitan a utilizar su posición jerárquica para controlar y dominar los cuerpos femeninos. Así, el Benefactor sostiene relaciones sexuales con hijas o esposas de integrantes de su círculo de confianza. En este gesto, Trujillo utiliza el sexo como método de disciplinamiento, en tanto humilla a los hombres disponiendo libremente de sus mujeres. La masculinidad está construida bajo una óptica machista, en la que el dictador abusa de su situación jerárquica y privilegiada al controlar la vida de los otros a través del sexo.

Sin embargo, la novela exhibe que el mismo Trujillo vive presionado por estas expectativas en torno a la masculinidad. En este sentido, se vuelve dependiente a esta forma de concebir el poder a partir del sexo: su valor como hombre incluye necesariamente hacer gozar a una mujer. Esto explica la omnipresencia del encuentro de Urania en sus recuerdos: en esa noche fatal, su impotencia sexual lo posiciona como un hombre incompleto, carente de virilidad. En este sentido, la falla del atributo masculino le recuerda que, detrás de esa masculinidad intachable, él no es más que una persona en decadencia. En este gesto, la novela le otorga una dimensión humana al Jefe: deja de ser un monstruo para ser una persona decrépita, incapaz de controlar su propio cuerpo.

El pasado

En La Fiesta del Chivo, el pasado histórico y el presente conviven a partir del relato de Urania Trujillo. El regreso a la isla después de treinta y cinco años sirve como pretexto para comprender los tiempos del régimen y también verificar los cambios en la sociedad dominicana. En este punto, la mujer representa ese vínculo entre los dos momentos históricos que distan entre sí más de treinta años. Su llegada a la isla y el monólogo que entabla frente al silencio forzado de su padre constituyen un ejercicio de la memoria y el testimonio. En este sentido, el pasado histórico de República Dominicana emerge en el presente de la protagonista, su trauma y su exilio forzado. La imposibilidad de Urania de reconstruir una vida saludable, repleta de vínculos, muestra hasta qué punto las heridas del trujillato siguen abiertas. La confesión de la mujer exhibe que las consecuencias del régimen continúan hasta el presente.

En este sentido, el encuentro con su familia y el relato de los hechos que aceleraron su partida permite que Urania lleve adelante el ejercicio de construirse a sí misma como adulta. A través del retroceso en el tiempo, la mujer expone los hechos que llevaron a su presente desolador. La persistencia de Trujillo en Urania funciona como un síntoma inequívoco de que el pasado autoritario y violento pervive dentro suyo. Sin embargo, la óptica del régimen desde el presente dominicano lo recuerda como un proceso político casi inofensivo. Son cruciales al respecto las palabras de la enfermera de Cerebrito, que afirma que bajo el trujillato “parece que no se cometían tantos crímenes” (p. 128). En este punto, este testimonio condensa la opinión de una sociedad que parece menospreciar la naturaleza abusiva y violenta del caos político y social llevado adelante por Trujillo durante más de tres décadas.

Otro elemento que da cuenta de la persistencia del pasado en el presente es la supervivencia de algunos de los súbditos más fieles del Jefe en nuevos roles. Así, las posiciones de poder de Joaquín Balaguer y Henry Chirinos dan cuenta de la continuidad de las políticas del trujillato en el nuevo gobierno.

La novela exhibe las pervivencias del pasado histórico colectivo en los personajes individuales. Así, Urania representa la fusión de ambos planos: es una mujer que vive el presente a partir de una fijación con un pasado traumático, incapaz de cicatrizar.

La redención y la esperanza

A lo largo de toda la novela, el régimen de Trujillo se consolida como un sistema político opresivo y asfixiante, capaz de reducir al ser humano a su mínima expresión. De esta manera, la esperanza y la redención emergen como dos caras de la misma moneda: el asesinato del dictador se entiende como la única manera de liberar al país de la influencia negativa de la Bestia.

En este sentido, la esperanza es el motor vital de los conspiradores, en tanto sueñan con una sociedad renovada una vez muerto Trujillo. Cada uno de los participantes del complot manifiesta un motivo especial para llevar adelante la tarea, pero todos coinciden en la potencia liberadora del asesinato y en la esperanza de devolver a su pueblo la dignidad. En este punto, soportan la agónica la incertidumbre de no saber si el Chivo aparecerá, el encierro posterior y las torturas llevadas a cabo por Ramfis y el Servicio de Inteligencia. Frente a los momentos de desesperación, es ejemplar la reacción de Salvador Estrella Sadhalá, quien busca en Dios la promesa de poder salir en libertad, en un país democrático.

Trágicamente, también a Agustín Cabral lo mueve la esperanza. En su caso, desea recuperar la añorada confianza del dictador, de la que ha gozado durante años gracias a sus servicios leales. La ironía radica en que, para volver a contar con el aprecio del Jefe, debe utilizar a su hija de catorce años como moneda sexual, ofreciéndosela como tributo. Sin embargo, Cabral nunca recobra el favor de Trujillo, ya que el sacrificio de su hija virgen solo hace enfurecer a la Bestia aún más. Así, Cabral no solo no logra su redención, sino que pierde todo lo que tenía: su trabajo, su posición privilegiada y su vínculo con Urania. Además, se convierte con esta acción en un personaje despiadado, capaz de consentir el abuso sexual de su hija.

En relación con la historia de Urania Cabral, La Fiesta del Chivo ofrece una perspectiva de redención. Al final de la novela, irrumpe el interrogante sobre si finalmente la mujer puede seguir adelante con su vida, después de tanto sufrimiento, después de haberse reencontrado con su padre inválido y con su familia. Si bien la narración de la mujer exhibe que su trauma no puede resolverse, la voluntad de mantenerse en contacto con Marianita ofrece una mirada alternativa. Esta decisión no es casualidad: la muchacha es la única integrante de su familia que no vivió las crueldades del régimen de Trujillo. Este gesto da a entender que Urania ve en Marianita la posibilidad de un vínculo nuevo, sin que el fantasma del dictador la atormente.