Kim

Kim Resumen y Análisis Capítulo 8

Resumen

El epígrafe que inicia este capítulo, correspondiente a un poema titulado “El hombre con dos identidades”, presenta a una persona que agradece a Alá por hablarle dado una cabeza con dos lados.

Mahbub le pide a Kim que cambie el color de su turbante. Kim le hace caso, y reemplaza su disfraz de hindú por uno de musulmán. Luego, el tratante de caballos alquila una habitación para él y Kim. Allí le pregunta por su paso por la escuela St. Xavier, pero también le pide que le cuente cómo hizo para escaparse. Al escuchar el relato de Kim, Mahbub comprende que ya ha madurado, aunque le faltan aprender algunos límites. Kim ostenta frente a Mahbub sus saberes prácticos y da a entender que tiene información respecto del trabajo secreto de Mahbub. Mahbub amenaza a Kim, diciéndole que su vida correría peligro con un solo gesto suyo, y el chico reconoce que está al tanto del lazo fuerte que los une y del poder que tiene Mahbub Ali sobre su vida: Kim podría ser asesinado y nadie lo echaría de menos ni preguntaría por él; en cambio, sí se preguntarían qué pasó con Mahbub si apareciera muerto. El coronel sería uno de los más preocupados y, sin embargo, agrega Kim, investigaría por poco tiempo porque levantaría sospechas sobre su involucramiento con el tratante de caballos. Kim sigue ostentando sus saberes y sugiere que él presenció cómo un ladrón hizo un registro minucioso y sistemático de la habitación de Mahbub. Este último queda sorprendido y le pide que le cuente qué vio. Kim cuenta todo lo que sabe: que el ladrón conocía que Mahbub no volvería pronto, que hizo un registro como si buscara algo muy particular, pequeño y bien escondido. Mahbub le pregunta qué sospecha Kim sobre ese asunto y el chico no quiere admitir sus intuiciones, pero asegura que obró impulsado por la lealtad y el cariño a Mahbub, pues apenas presenció aquella escena salió rumbo a Ambala para cumplir su misión.

Mahbub quiere saber detalles sobre la noche en que Kim entregó al coronel el pedigrí, y Kim le pide dinero a cambio de la información. Pero el tratante, riéndose, le pide que le dé esa información por amor, pues su vida está en las manos de Kim y viceversa. Kim termina contándole cómo el coronel y el comandante en jefe dieron órdenes para el comienzo de una gran guerra. Entonces Mahbub se alegra de que el juego haya salido bien, y le cuenta a Kim que esa guerra ya acabó y el mal en cuestión fue cortado de raíz.

Kim le pide disculpas a Mahbub por haber creído que lo iba a traicionar aquel día en Ambala frente al coronel, y luego le agradece por haberlo encauzado en un camino de aprendizaje que le permitirá ser útil y alcanzar la madurez necesaria. Mahbub le dice que ese juego amerita un aprendizaje específico de topografía y dice que una persona en las montañas se encargará de enseñarle. Kim accede, pero le pide que le prometa que luego de terminar con su formación volverá a contar con su plena libertad.

Mahbub le dice a Kim que se instale junto a sus hombres, haciéndose pasar por su nuevo mozo. Kim se dispone a dormir y piensa en todo el aprendizaje que ha atravesado. Lo interrumpe una conversación entre dos hombres detrás de uno de los vagones para caballos: hablan de que su hombre no está allí sino de jarana en la ciudad e intercambian sobre un posible plan para capturarlo, pues le han puesto un precio muy alto a su cabeza; finalmente, uno de los hombres sugiere esperar a que el hombre en cuestión se acueste para pegarle un disparo mientras duerme. Kim comprende con sorpresa que hablan de matar a Mahbub: debe asegurarse de salvarlo. Con astucia, se las ingenia para escaparse de allí sin que nadie lo vea.

En la carretera, Kim se encuentra con Mahbub y le informa lo que escuchó. El tratante le agradece y le asegura que gracias a él no morirá esa noche. Mahbub está molesto porque desde que envió a Kim a llevar el pedigrí a Ambala nadie había querido matarlo otra vez. Desearía ir hacia los vagones y matar a sus conspiradores, pero sabe que al sur de la frontera esos incidentes generarían un escándalo: el Gobierno —alguna rama de él que no tenga conexión con el coronel Creighton— exigiría explicaciones que sería muy difícil dar. Entonces se le ocurre otro plan: consciente de que los ingleses son muy celosos de su deber, y están ávidos de capturar ladrones, presenta una denuncia en la estación. Dice que hay dos hombres sospechosos bajo las ruedas de sus vagones y está seguro de que no buscan robar caballos, sino el cargamento de granos en los vagones. Entonces, uno de los ingleses va en busca de un policía y se prepara un operativo para capturar a los presuntos ladrones. Más tarde, Kim le cuenta a Mahbub la historia de cómo los policías capturaron a los dos hombres que querían matar a Mahbub. El tratante le agradece y asegura que sus destinos parecen estar unidos.

Mahbub y Kim parten rumbo a la carretera de Kalka, donde consultan a distintas personas para comprar caballos. Mahbub le da a Kim una importante lección para que recuerde: él debe llevar dos rostros: entre los sahibs, debe ser un sahib, mientras que entre las gentes de la India debe presentar otro rostro. Kim se pregunta si el de un musulmán, un hindú, un jainí o un budista. Mahbub se ríe de que Kim sea un descreído y luego le asegura que las religiones son como los caballos, cada una tiene sus méritos en su propio país. Kim dice que su lama piensa otra cosa, a lo cual Mahbub responde con fastidio, pues le enoja que vea con tantos méritos a un hombre tan poco conocido como el lama. Kim reconoce que se sabe poco del lama, pero asegura que su corazón se siente atraído por él. Entonces, el chico le dice al tratante que necesita ver al lama pues, de lo contrario, se irá de la madrasa. Mahbub se espanta de que un mendigo como el lama se acerque a una escuela de sahibs, y Kim responde que no todos son sahibs, sino que hay muchos alumnos de casta inferior.

El tratante de caballos le dice a Kim que nunca conoció a una persona tan desvergonzada como él y, a pesar de que Kim defiende su sinceridad, le asegura que este es un mundo muy peligroso para las personas que dicen la verdad. Kim vuelve a jugar con Mahbub y le pide dinero a cambio de una información que tiene, pero finalmente la termina confesando sin necesidad de pago: uno de los faquires capturados por los policías era el mismo que Kim vio registrando el cuarto de Mahbub en Lahore.

Kim y Mahbub siguen su viaje por la carretera. Kim disfruta enormemente de las maravillas de la India. Al llegar a Simla, Mahbub dice que Creighton considera que Kim ya pasó demasiados días en la carretera y le ordena hospedarse en la casa del sahib Lurgan hasta que llegue el momento de volver a St. Xavier. Mahbub le dice que durante el tiempo que se hospede allí, deberá hacer como que jamás conoció ni habló con Mahbub Ali, el tratante de caballos. Entonces el chico le pregunta a Mahbub si el sahib Lurgan es uno “de nosotros” (230). Pero Mahbub responde distante, diciendo que él es un afgano, mientras que Kim es sahib e hijo de sahib. Por último, le indica cómo llegar a Lurgan y le advierte que a ese sahib hay que obedecerlo sin chistar, pues dicen que es mago. Tras ello, le desea suerte y le asegura que allí comienza el “Gran Juego” (Ibid.).

Análisis

El epígrafe que da comienzo al capítulo pertenece a un poema titulado “El hombre con dos identidades”. Como su título anticipa, el yo lírico del poema le agradece a Alá por haberle dado “una cabeza con dos lados” (205). El epígrafe remite directamente a la doble identidad de Kim, un tema importante que recorre toda la novela y que tendrá un importante lugar en este capítulo.

Kim viaja con Mahbub y este nota que su amigo ha madurado en gran medida, aunque aún le falta acatar algunos límites. En este sentido, a lo largo de ese viaje, el afgano se encargará de inculcar al joven algunos de los saberes que le faltan, actualizando de esa manera el motivo del viaje como proceso de crecimiento y aprendizaje. Para expresar la madurez de Kim, Mahbub Ali usa una metáfora que concibe a Kim como un fruto que ya está maduro, pero tiene que conocer sus propiedades y usarlas bien: “El fruto ya está maduro…, pero tiene que aprender sus distancias y sus medidas, sus jalones y sus brújulas” (206).

Entre los aprendizajes que le imparte se encuentra el de la doble identidad. Mahbub sugiere a Kim que siempre porte dos rostros, el de un sahib y el de un indio: “Te conviene de manera especial recordar esto con las dos clases de rostros. Entre los sahibs, no olvides nunca que eres sahib; entre las gentes de la India, recuerda siempre que eres” (224). Entonces se interrumpe y Kim no sabe si completar la frase con “musulmán, hindú, jainí o budista” (Ibid.). Lo cierto es que la enseñanza de Mahbub va de la mano con el destino que el afgano ambiciona para su amigo: en el espionaje es necesario portar una doble identidad, acorde al contexto. Otro de los aprendizajes de Mahbub se relaciona con las religiones: “Cada una tiene sus méritos en su propio país” (ibid.). Esta perspectiva se aleja de la intolerancia que vimos en personajes como Bennett o el padre Victor, que ven con malos ojos a las otras religiones, aunque su carácter desprejuiciado se motiva por una perspectiva utilitaria más afín al interés que a la convicción religiosa.

La conversación entre Kim y Mahbub asume de a ratos el tono del enfrentamiento. En efecto, Kim parece disputarle a Mahbub su dominio del saber: ostenta ante él sus saberes prácticos al explicarle el modo en que escapó de St. Xavier y también insinúa pícaramente que está al tanto de los secretos de Mahbub. Por su parte, este intenta amedrentarlo y sonsacarle información, y no duda en amenazarlo: “Habla con más claridad. Todo el mundo puede decir mentiras excepto tú y yo. Porque tampoco tu vida valdría nada si yo hiciera aquí un gesto” (298). Así, queda de manifiesto el poder de esa información sensible, que despierta peligros y enfrentamientos. Kim no se deja asustar y juega también con el tratante; si bien reconoce que aquel podría matarlo y nadie se preocuparía por él, tampoco el coronel querría que se investigue demasiado la muerte de Mahbub porque implicaría que se ponga el ojo sobre asuntos más sensibles y secretos. Kim quiere demostrarle a su amigo que él también tiene algún poder sobre él.

Ante ello, el tratante se sorprende de la picardía de Kim y le dice que es un “perfecto hijo del diablo” (209), pero le pide que le cuente más sobre lo que sabe sobre el robo de su habitación en Lahore. También se da cuenta de que Kim sospecha algo sobre su trabajo secreto, pero el chico no se atreve a poner en palabras esas sospechas. No obstante, Kim, en su defensa, se empeña en mostrarle que él podría también haberlo traicionado, pero eligió ser leal: “En aquel momento podría haber dispuesto de tu vida. Tan solo necesitaba decirle a aquel individuo: (...) pero sobre todo pensé en el cariño que te tengo” (210). Al igual que sucedió con el lama, Kim y Mahbub reconocen estar ligados por algo más que conveniencia: los une el cariño y el interés por el bienestar del otro. Además, a modo de reconocimiento de su potencial, Mahbub admite que lo necesita: “Mi vida está en tus manos y la tuya en las mías” (Ibid.).

A pesar de su recorrido, Kim no abandona nunca su picardía, aunque ahora es menos irreverente. Mientras conversa con Mahbub, a pesar de estar tratando temas sensibles y peligrosos, no abandona su interés por el dinero y le pide a Mahbub que le pague por la información que le brinda. Mahbub intenta apelar a la buena voluntad y al cariño de Kim, y el chico responde con sorna: “¿Tú das información por amor o más bien la vendes?” (210).

Sin embargo, el aprendizaje de Kim es notable: no solo pide disculpas a su amigo por haber desconfiado de él, sino que además le agradece por haberlo ayudado a ir a la madrasa. Lejos de aquel chico que no quería someterse a los límites de la escuela, ahora Kim comprende que la educación formal le permitirá formarse y alcanzar la madurez necesaria para forjarse un futuro: “Ahora digo que hiciste bien; y que veo con toda claridad ante mí el camino que me permitirá ser útil. Seguiré en la madrasa hasta que alcance la madurez necesaria” (211). A la vez, siente la necesidad de que le aseguren que podrá volver a “disponer de mi tiempo con plena libertad” (212), pero es evidente que ya no tiene que ser forzado, sino que por voluntad propia se incorpora al aprendizaje formal.

En este capítulo nos enteramos del peligro real que conlleva el trabajo de Mahbub, el cual ha puesto en riesgo su vida en numerosas ocasiones. Efectivamente, Mahbub confiesa que el mensaje del pedigrí que Kim llevó a Creighton tenía el objetivo de desmantelar una amenaza de muerte. En este capítulo, Kim presencia la conversación de dos hombres que hablan del precio que se ha puesto a la cabeza de Mahbub. Es evidente que Mahbub manipula información de relevancia, lo cual significa una amenaza para sus enemigos. Por su parte, el afgano, acostumbrado a ese estado de cosas, concibe una legalidad propia, ajena a la ley estatal. Por eso sugiere que, de ser por él mataría, a esos conspiradores, pero luego tendría que dar explicaciones al Gobierno: “Quizá otra rama del Gobierno, sin conexión con el coronel Creighton, exigiera explicaciones que sería muy difícil proporcionarles” (219). Así, nos enteramos no solo de que el coronel tiene fuertes influencias en un sector del Gobierno, sino también de que ese sector estaría dispuesto a aceptar un crimen que se ejecuta a favor del cuidado del Gran Juego. En cambio, otros sectores, ajenos a Creighton, buscarían al responsable.

El capítulo vuelve dar cuenta del tópico del racismo y la división en castas ya mencionado. Por ejemplo, cuando Mahbub se horroriza de pensar que el lama va a ir vestido de mendigo a una escuela de sahibs, Kim responde que no todos lo son: “Muchos de ellos tienen ojos muy oscuros y uñas muy negras debido a su sangre de casta inferior. Hijos de mehteranis…, cuñados del bungie” (225). Así, toma con toda naturalidad esa valoración que asocia el color de la piel y la suciedad con la casta inferior. Ante ello, el narrador interrumpe con ironía: “No es necesario que sigamos con el resto del pedigrí; lo cierto es que Kim expuso con mucha nitidez y frialdad su punto de vista” (Ibid.). El narrador parece tomar distancia así de esa descripción despectiva y al referirse al pedigrí ironiza respecto del modo deshumanizante en que se tratan en la novela a las personas, el modo en que se les distingue en castas y en razas como si fueran animales de mayor o menor calidad.

Al final, el capítulo se cierra con una nueva aventura para Kim, la cual está cargada de misterio y expectativa: será enviado a lo del sahib Lurgan. Kim busca complicidad con el tratante de caballos, preguntándole si Lurgan es uno de “nosotros” (230), pero Mahbub pone distancia y niega la existencia de un nosotros. Para él, a ellos los distingue, nuevamente, la casta: uno es un sahib y el otro un afgano. Sin embargo, Mahbub sí confirma lo que Kim parecía querer insinuar: con su partida hacia lo de Lurgan, se inicia finalmente para Kim el “Gran Juego” (Ibid.).