Kim

Kim Resumen y Análisis Capítulo 3

Resumen

El lama y Kim atraviesan un campo con el fin de observar un riacho y se cruzan con un campesino furioso que, harto de los mendigos que se meten en sus tierras, quiere echarlos de allí. Kim le dice ásperamente que no están mendigando sino buscando un río mágico y entonces el campesino les ofrece comida y se disculpa, argumentando que no quiere atraer maldiciones sobre su cosecha. A partir del cambio de actitud del campesino, el lama da una lección a Kim: no hay que prejuzgar a las personas, ya que, a pesar de su apariencia maligna, pueden resultar corteses. El lama matiza la primera actitud antipática del campesino diciendo que él también está, al igual que Kim y el propio lama, atado a la rueda de las cosas, lo cual a veces hace actuar de manera incorrecta. La diferencia radica en que él, el lama, se encuentra en la búsqueda de la liberación de esa rueda: cuando lo encuentre, el río le prodigará una iluminación liberadora.

De pronto ven una serpiente y, mientras Kim se asusta y quiere matarla, el lama se compadece de ella: dice que ella también está en la rueda de las cosas y que su alma debe haber cometido atrocidades para verse reducida a esa apariencia tan vil. Enseguida, el lama le pregunta a la serpiente por su río y Kim se sorprende de que la cobra se queda quieta y no los ataca.

Continúan el resto del día buscando el río a través de distintos campos. Al anochecer llegan a un poblado, cuyo jefe, un anciano de barba blanca, les ofrece un lugar para dormir y manda a llamar al sacerdote para pedirle opinión sobre los recién llegados. El sacerdote dice del lama que se trata de uno de los tantos hombres que en la India peregrinan en busca de algo, pero al jefe del poblado le sorprende que busca a un dios desconocido para él, lo cual el sacerdote desestima diciendo que el lama está loco. Luego, el sacerdote le aconseja al lama que continúe su viaje —al día siguiente— siguiendo la carretera de Calcuta, la cual atraviesa todos los ríos de la zona. Todos los presentes contemplan al lama con cierta admiración y comprenden que tiene buenas intenciones.

Luego el lama les cuenta que Kim es su discípulo y que también persigue su propia búsqueda, un toro rojo. También asegura que Kim es un but (un espíritu), un hombre que “no es del todo de aquí abajo” (77) y que le fue enviado para ayudarlo. Agrega que en Ambala un astrólogo realizó un horóscopo y dictaminó que el significado de la estrella de Kim es la guerra. Entonces interviene un anciano que asegura que esa profecía no puede fallar pues en la frontera siempre hay guerra. Se trata de un hombre importante y reconocido, que sirvió al Gobierno en los días del gran motín de 1857 como oficial de un regimiento de caballería. Kim habla con seguridad, como si fuera un par del anciano, afirmando que se aproxima una gran guerra de ocho mil soldados. El lama dice que el astrólogo no dijo nada de ello, pero Kim asegura, con tono misterioso, que esa información le ha llegado en forma de visión.

El sacerdote sugiere que Kim es un ilusionista y el anciano pide una señal para confirmar su noticia. Kim se anima con el juego que se le presenta y recuerda sus andanzas del pasado, en las que fingía saber cosas que ignoraba. Impulsado por la emoción y la sensación de poder, Kim continúa hablando al anciano y dándole una pista para que aquel adivine, le dice que quien dio esa orden fue un hombre de pelo negro e imita su manera de caminar y de pensar. El anciano queda muy impresionado por esa representación tan fiel del comandante en jefe, a quien ha visto hablar en tantas oportunidades durante las batallas. Así, el anciano cree por fin lo que Kim afirma, y la multitud de alrededor se estremece. El lama exclama entonces que él les advirtió de las características sobrehumanas de Kim, a quien llama ahora “Amigo de todo el Mundo” y “Amigo de las Estrellas” (81).

En eso, un hombre de la multitud interrumpe para poner a prueba a Kim: dice que si efectivamente es un joven adivino, podrá anunciar si su vaca enferma se pondrá a salvo. Pero Kim, que conoce en demasía la ciudad de Lahore, las prácticas de los fakires y, gracias a ello, la naturaleza humana en general, no le sigue el juego. Efectivamente, se trata de uno de los hombres más tacaños del pueblo. Presintiéndolo, Kim acusa al hombre de querer que su vaca se cure solo a cambio de unas palabras de agradecimiento; en cambio, hay un sacerdote y un templo en el poblado, y lo que debe hacer el hombre es entregar como sacrificio un ternero joven al sacerdote para saciar a sus dioses. Esta maniobra de Kim satisface al sacerdote, que lo felicita por su astucia y conocimiento de los hombres. Kim, en su juego, imita a los faquires de la Puerta de Taksali y su manera de hablar, y le asegura al sacerdote que el lama está loco de remate.

El anciano ofrece alojamiento a Kim durante esa noche, mientras que el sacerdote insiste en agasajar al lama. El anciano se ofrece a acompañar a caballo a Kim y al lama durante un trecho de su viaje. Les cuenta que lleva su espada por costumbre, porque las órdenes de la policía son que nadie porte armas en toda la India. Sin embargo, él se previene porque ya vio su tierra bañada en sangre años atrás. Entonces les cuenta acerca del “año negro”, cuando una locura se apoderó del ejército, volviéndolo contra sus oficiales; luego mataron a las esposas y a los hijos de los sahibs. El lama dice que cree haber escuchado un rumor al respecto y el anciano se sorprende de que solo sea un rumor para él, dado que fue un suceso que conmovió a toda la tierra; por lo menos a Delhi que, según él, es el ombligo del mundo.

El anciano continúa explicando que ese levantamiento del ejército buscaba poner fin al tiempo de los ingleses. Él, sin embargo, fue uno de los únicos que se negó y permaneció fiel al ejército, de modo que tuvo que enfrentarse incluso a sus familiares y fue proscrito por su propia familia. Tiempo después, cuando esa locura terminó, él recibió como premio la orden de la India británica y una propiedad para su descendencia. Hoy se enorgullece de ser reconocido como un héroe y de haberles dejado una herencia a sus tres hijos. Cuando el anciano se lamenta de haber perdido su fortaleza y su cuerpo de la juventud, el lama le dice que esa fortaleza era en realidad debilidad, y lo invita a ir con ellos en busca del río, para adentrarse por la senda media y liberarse.

Los tres viajeros llegan por fin a la gran carretera que recorre toda la India, a lo largo de más de dos mil kilómetros. El anciano les explica que por allí circulan personas de todas las castas y condiciones; la mayoría son campesinos que conducen carretas llenas de granos, algodones, madera, pieles, etc. El viaje por esa ruta es seguro porque está llena de comisarías de policía. Admite que todos los policías son ladrones, pero al menos no toleran rivales y protegen de otro tipo de ladrones.

Los interrumpe un policía jocoso, que se acerca al anciano reprendiéndolo en chiste por cargar un arma, y luego se saludan como amigos. En eso, irrumpe el sonido de un látigo y una voz que da órdenes. Ven acercarse por la carretera un carro, montado por un hombre alto y de barba gris que azota violentamente a un carretero. El anciano se alegra de ver llegar a su hijo, el jinete, que se apea del caballo y abraza a su padre.

Análisis

El capítulo se inicia con una lección del lama a Kim vinculada con los prejuicios y las apariencias. El campesino furioso que los quiere echar de sus tierras se comporta de manera violenta y despectiva. Sin embargo, al enterarse de la identidad de sus visitantes se arrepiente y les pide disculpas, pues teme que le echen encima una maldición. En ese punto, el lama le enseña a Kim que las apariencias a veces engañan y que no hay que dejarse llevar por las primeras impresiones: “Ten cuidado de no juzgar a los hombres precipitadamente” (72). Asimismo, justifica la acción precipitada del hombre en el hecho de que está atado a la rueda de las cosas: “Se encuentra en la misma situación que nosotros, atado a la rueda de las cosas; pero no dirige sus pasos por el camino de la liberación” (73). Enseguida, se les presenta una cobra y el lama aplica sobre ella la misma observación. Mientras que Kim quiere matarla por el peligro que suscita, el lama lo detiene y le dice que esa cobra también se halla en la rueda y explica la maldad de su apariencia del siguiente modo: “Terribles maldades tiene que haber cometido el alma que la habita para verse reducida a esa apariencia” (74).

En el poblado al que llegan, Kim y el lama son recibidos otra vez con sorpresa. Demostrando la fe que encuentra en Kim, el lama les dice a los vecinos del pueblo que el chico es un but, un espíritu. Les asegura que el chico “no es del todo de aquí abajo” (77), es decir, no es del todo humano, pues presenta habilidades sobrenaturales. Para sostenerlo, vuelve a insistir en la doble apariencia con la que Kim apareció en su vida, lo cual lo convierte en un enviado.

Por su parte, Kim echa mano de todas sus habilidades de pícaro para sobreactuar su astucia y recrear sus cualidades sobrehumanas. Se dispone a engañar al sacerdote y al anciano del poblado, haciéndoles creer que tiene información sensible a la que accedido a través de la adivinación y la visión. Es evidente que para el chico eso es un juego, que le divierte, pero también empieza a experimentar por primera vez un reconocimiento que le confiere un poder:

Kim se iba animando con el juego, porque le recordaba sus experiencias en la tarea de llevar cartas, cuando, por la esperanza de unas monedas, fingía saber cosas que ignoraba. Pero ahora Kim jugaba por cosas más importantes: la emoción pura y simple y la sensación de poder (80).

El lector sabe que Kim sabe de la guerra que se avecina porque, con sus estrategias de espionaje y mentira, logró escabullirse y enterarse de lo que Creighton y el comandante en jefe traman. Sin embargo, aprovecha que ninguno de sus interlocutores conoce ello y asegura que tiene un saber único al que llegó mediante vías sobrenaturales.

Lo interrumpe, sin embargo, el anciano, un hombre experto en guerra y reconocido como héroe por el Imperio británico. El anciano, con sus saberes de la guerra, está a punto de desbaratar la ilusión creada por Kim, pero el chico redobla la apuesta: haciendo uso de sus habilidades para la actuación, Kim copia los modos de hablar del comandante en jefe y el anciano reconoce que el chico tiene que haber tenido una visión para poder reconstruir su figura de esa forma. Kim también actúa como vio actuar a los fakires, y se gana la complicidad del sacerdote haciéndole creer que, para él, también el lama está loco. En suma, vemos que Kim sabe cómo manipular y mentir para obtener su cometido de ganarse la ayuda de la gente. Cuando es necesario, adopta distintas identidades para salir airoso de las situaciones.

Por otro lado, la historia que encarna el anciano sirve como marco para exponer el contexto violento que se vive bajo el dominio inglés en la India. En su relato, se evidencia que el hombre debió enfrentarse a su comunidad y a su propia familia para hacer frente a la conspiración que se gestó en el seno del ejército durante llamado “año negro” (88). Efectivamente, ese año alude a un acontecimiento histórico que se dio en la India del año 1857, cuando un grupo de soldados indios que conformaba el ejército de la Compañía Británica de las Indias Orientales organizó un motín contra los oficiales. La rebelión se expandió y dio lugar a otros enfrentamientos a lo largo de la India, lo cual desestabilizó al poderío británico. Si bien fue sofocado, el alzamiento se reconoce como una gesta patriota contra la invasión europea.

Por su parte, el lama escucha la historia, ajeno por completo a esas cuestiones históricas, lo cual sorprende a los presentes, pues aquel fue para ellos un suceso inolvidable. Una vez más, el lama se evidencia como un otro distinto, ajeno a la cultura, lo cual incomoda a la comunidad. Además, el santo, ajeno a las cuestiones mundanas, es incapaz de hacer un juicio sobre el accionar del anciano. Solo sostiene que está atado a la rueda de la vida también, y por eso lo convoca a acompañarlo al río y liberarse.

La gran carretera que recorre la India es una representación cabal de la diversidad cultural y social que caracteriza la India; por ella circulan todas las castas. El anciano lo representa con una hipérbole: “El mundo entero que va y viene” (95). También usa una metáfora para describir la vía, al decir que es “la columna vertebral de toda la India” (ibid.), en la medida en que recorre toda su extensión. La compara asimismo a través del símil con un río: “Para mí es semejante a un río, del que estoy apartado como un tronco después de la crecida” (ibid.). Tras ello, el narrador elige una vez más desviarse del relato por un instante e introducir su propia opinión al respecto: “Y, a decir verdad, la gran carretera nacional es un espectáculo maravilloso. Avanza en línea recta, encauzando sin aperturas el tráfico de la India a lo largo de más de dos mil kilómetros: un río de vida como no existe otro en el mundo” (Ibid.). Así, el narrador deja de pronto de ser una figura impersonal y se autoconfigura con cualidades humanas, como alguien que conoce ese espacio y lo ha atravesado también como un transeúnte más. Él también planta la metáfora del río para referirse a la carretera: un río que no es de agua, sino de vida, porque circulan en ella, como un flujo, miles de personas de la India.