Kim

Kim Resumen y Análisis Capítulo 7

Resumen

El capítulo se inicia con un pasaje de Kipling que hace alusión al horóscopo, a los planetas y al cielo, al que el hombre debe acudir en busca de su propio destino.

Kim se dirige al mercado y vuelve a pedirle al escribiente que le redacte una carta para el lama, que se encuentra en el templo de los Tirthankars en Benarés. Le anuncia que en tres días estará en St. Xavier y le pide que vaya a visitarlo. En eso aparece Creighton, que lo llama y le pregunta a quién escribe. Kim le muestra la carta y Creighton se extraña de que en la carta no lo haya mencionado a él como su protector. Kim dice que alguien le enseñó que es mejor no escribir nombres propios pues eso puede desbaratar planes importantes. Creighton se sorprende de la astucia de Kim. Luego le dice que se ha olvidado su petaca en lo del padre Victor y le pide que se la lleve a su casa. Con miedo de que pueda tratarse de una trampa para ponerlo a prueba, Kim intenta esquivarla diciendo que él no sabe dónde vive. Este le dice que averigüe en el gran mercado.

Kim regresa con el escribiente y, haciéndose el que lo desconoce, le pregunta quién es ese hombre que le pidió que le alcance a su casa la petaca olvidada. El escribiente le dice que es un sahib estúpido que se dedica a comprar caballos, y al que los tratantes llaman “padre de los tontos” (184). Por su parte, y en base a sus experiencias, Kim comprende que Creighton no puede ser un estúpido: a ningún estúpido se le da información sensible capaz de desencadenar una guerra ni se le trata con el respeto con que lo tratan el comandante en jefe de la India o Mahbub. Por lo tanto, Kim sospecha que detrás de la identidad de Creighton hay un misterio: probablemente Mahbub Alí espía para el coronel, de la misma manera en que él mismo espía para Mahbub.

De hecho, más tarde, al llegar al cuartel se entera de que nadie olvidó allí su petaca, con lo cual se alegra de no haber revelado al coronel que conocía dónde estaba su casa. Reconoce así que el coronel es el tipo de hombre que le gusta: un personaje complicado y sinuoso que oculta su juego. Kim piensa que si Creighton sabe hacerse el tonto entonces él también.

Kim parte rumbo a St. Xavier en tren junto al coronel. Lo despide el padre Victor, asegurándole que allí harán de él un hombre europeo y bueno. Le aconseja que, fiel a lo que él le enseñó sobre religión, diga que su religión es la católica. En el viaje, Kim piensa en cómo es enviado de un lugar a otro como si fuera una pelota. Por primera vez en su vida, reflexiona sobre su propia identidad y su lugar en ese gran mundo.

Enseguida, lo manda a llamar el coronel para conversar. Le dice que en el colegio se espera de él que sea diligente y se incorpore al servicio topográfico de la India como ayudante de agrimensor. Si resulta muy bueno, le darán un buen dinero por mes y él luego se encargará de conseguirle un buen trabajo. Agrega que debe aprender a hacer imágenes mentales de caminos, montañas y ríos, y guardarlas en su retina hasta el momento de plasmarlas en el papel. Luego le asegura que tiene condiciones para convertirse en un gran hombre y le advierte que no desperdicie esa oportunidad, pues en St. Xavier hay muchos que desprecian a los hombres de color. Le recuerda que él es sahib e hijo de un sahib, por lo tanto, no debe dejarse derribar por aquel desprecio.

Kim reflexiona sobre su conversación con Creighton y sospecha que su plan es utilizarlo, como lo hace con Mahbub, cuando se convierta en ayudante de topógrafo. Espera que, al menos, lo dejen volver en algún momento a la vida en la carretera. Al llegar a la estación de Lucknow, el coronel despide a Kim y le dice que se porte bien, pues aún está a prueba. Kim le pregunta si no fue prueba suficiente su habilidad al llevarle aquella noche el pedigrí del semental blanco, a lo que el coronel responde con una lección: mucho más se gana olvidando.

Un chofer recoge a Kim en la estación para llevarlo al colegio. Pero antes de entrar, Kim le ordena que detenga el auto, porque ha visto al lama, que lo está esperando. El lama le cuenta que abandonó a la mujer de Kulu porque se sentía agobiado por su incansable conversación. De allí tomó el tren rumbo al templo de los Tirthankars para pedir consejo y averiguar si hay algún registro escrito sobre el río de su búsqueda. Ahora ha acudido a las puertas del colegio para acompañar a Kim en el comienzo de esta nueva etapa.

El lama niega estar obrando movido por el afecto, pues eso iría en contra de la senda: el afecto, como el deseo, son ilusiones y ataduras que ligan al hombre a la rueda de la vida. Al contrario, el lama solo dice querer supervisar que Kim concluya con el proceso él le ayudó a iniciar, pagándole los estudios. Ante eso, Kim responde violentamente: le dice que en su carta él volcó todo su afecto por el lama y se lamenta de estar tan solo en la vida. Le ruega al lama que no lo abandone pues, además de Mahbub Ali, es su único amigo en el mundo. Entonces el lama le asegura que lo visitará periódicamente para asegurarse de que se convierta en un buen sahib. Por último, le ruega que no llore más y que ingrese rápido al colegio, pues reconoce que de lo contrario le romperá el corazón.

A continuación, el narrador enumera los aprendizajes que adquirió Kim durante su estadía en St. Xavier, y los castigos y lecciones que recibió para aplacar sus travesuras. Cuenta también que los internos del St. Xavier suelen ser hijos de oficiales de baja categoría, miembros de la marina india o de distintos comerciantes de la India. Pocos son hijos de familias euroasiáticas que bien podrían educarlos en Inglaterra, pero prefieren hacerlo en el colegio de su juventud. Así, dice el narrador, son alumnos acostumbrados a un estilo de vida que horrorizaría a muchachos criados en Occidente. Las aventuras que esos alumnos están acostumbrados a vivir son las excentricidades propias de la India, que para ellos son moneda corriente.

Kim disfruta del colegio y de poner en práctica su inteligencia. Se siente orgulloso de aprender a escribir, lo cual le parece un saber mágico con el que cuentan los hombres para comunicarse. Recuerda no llamar demasiado la atención y se abstiene de contar todas sus andanzas: en St. Xavier, nadie mira con buenos ojos a los que se identifican por completo con los naturales de la India. En ese colegio se forman sahibs, que algún día, al aprobar los exámenes, deberán dar órdenes a aquellos nativos.

Al llegar las vacaciones de verano, le anuncian a Kim que durante ese periodo lo enviarán a un colegio del regimiento. Pero el chico ve con malos ojos esa alternativa: cree que ya ha sido suficientemente diligente, como le aconsejó el coronel, y que las vacaciones son propiedad privada de un estudiante, para elegir libremente qué hacer. Se imagina con placer la idea de volver a la carretera y se felicita por no haber malgastado el dinero que le dieron Creighton y Mahbub. Entonces se dirige a la casa de una mujer para pedirle que le confeccione un disfraz y maquillaje de hindú de casta inferior. Dice que lo necesita para gastarle una broma a una chica, y la mujer desconfía, pero igual cumple. Con su nueva apariencia, Kim puede camuflarse en el tren y emprender su viaje. Allí se inventa una identidad y se divierte modificando detalles de su historia a medida que se suben distintos pasajeros.

Pronto, el coronel se entera, a través de un telegrama, de que el joven O’Hara ha desaparecido, y se preocupa de que algo le haya pasado. Si bien él es un hombre de posición como para preocuparse por el destino de un vagabundo criado en la India, recuerda su conversación en el tren con Kim, que lo dejó muy impresionado. Cuando confía a Mahbub la noticia, este lo tranquiliza diciéndole que los hombres son como caballos y que seguro Kim ha vuelto a la carretera por una temporada, porque se ha cansado de la escuela. Efectivamente, al día siguiente Mahbub recibe una carta de Kim confirmando que está bien y en viaje. El coronel comprende que su fuga es una insolencia, pero también revela que a Kim no le faltan ni recursos ni valor.

En su carta, Kim explica que se ha fugado para ir momentáneamente a lugares de su elección y asegura que pronto volverá para reincorporarse al colegio. Además, en código, pide a Mahbub que explique a Creighton sus motivaciones para que no lo castigue. Así, Mahbub y Creighton comprenden el talento que tiene Kim para dar pistas de lo que quiere comunicar solamente a quienes puedan interpretarlo. Como Creighton desconfía de Kim, Mahbub lo convence de que el joven está perfeccionando así sus conocimientos y preparándose para el juego. Además, le dice que cuando tome parte del “Gran Juego” (203) tendrá que viajar solo y ponerse en peligro, de modo que esto es un buen entrenamiento.

Un mes después, Mahbub se encuentra con Kim en la carretera. El chico le cuenta al tratante sus aventuras durante ese mes: pasó tiempo con un anciano y luego con una familia en Ambala. Tras ello, fue a la maravillosa Delhi, trabajó para un vendedor de aceite y luego se dirigió hacia Patiala para participar de una fiesta. Finalmente, trabajó como mozo de cuadra para un jinete, hasta regresar. Mahbub se asombra y le dice que Creighton lo ha perdonado, pero que la próxima vez deberá viajar acompañado. Finalmente, Kim decide acompañar a Mahbub hacia Ambala, para volver a trabajar con los caballos.

Análisis

El epígrafe que abre el capítulo es un fragmento sobre el horóscopo y el destino del hombre que Kipling atribuye falsamente a un tal sir John Christie, pero en realidad es de su autoría. En ese fragmento, el yo lírico convoca a un otro, con tono imperativo, a que alce los ojos, trace su horóscopo y descubra su destino. La selección de este fragmento para acompañar el capítulo parece hacer referencia al ímpetu con que Kim defiende tomar algo de partido en su propio destino. Si bien es el capítulo en el que Creighton y el lama lo conducen rumbo a su ingreso al colegio, Kim aprovecha las vacaciones para recuperar algo de su libertad.

Otra vez en este capítulo Kim presenta una serie de conocimientos y habilidades que lo destacan y despiertan el respeto de otros hombres, como Mahbub y Creighton. Se trata de conocimientos que no son los formales, no provienen de la escuela ni de los profesores, sino de la experiencia vital, de su vida en las calles y su contacto con otras personas. Kim comprende que debe mantener las formas y no ostentar su inteligencia frente al coronel: “Al igual que el tratante en caballos, también el coronel respetaba a las personas que no hacían gala de su inteligencia” (185). Por ello, la da a conocer con humildad: sabe que no debe escribir el nombre del coronel en la carta al lama, intuye que el coronel lo pone a prueba al pedirle que le lleve la petaca a su casa y trata de evadir esa trampa, etc. De hecho, más tarde, cuando regresa al cuartel y se entera de que nadie olvidó allí su petaca, siente alivio de no haber caído en la trampa del coronel: “Se alegró de no haber revelado que sabía dónde estaba la casa del coronel” (ibid.). Así, si bien tanto Mahbub como Creighton ocultan algo, que el narrador aún no ha revelado por completo, y utilizan la misma estrategia de engaño para poner a prueba a Kim, este se sirve de su intuición y experiencia para sortear con éxito las pruebas que le ponen y superar sus expectativas.

Además, Kim se basa en sus experiencias para desacreditar el sentido común que hay sobre el coronel y sospechar que detrás de él hay un misterio:

Sus experiencias le habían permitido adquirir algunos pequeños conocimientos sobre la manera de ser de las personas, y se dijo a sí mismo que a los estúpidos no se les da información que obliga a poner en pie de guerra a ocho mil hombres además de los cañones (...). Por consiguiente —y esto hizo que Kim empezara a dar brincos— había un misterio en alguna parte, y probablemente Mahbub Ali espiaba para el coronel de la misma manera que Kim había espiado para Mahbub (185).

Kim llega así en este capítulo a una certeza importante: Creighton y Mahbub Ali están asociados en una misión secreta y buscan incorporarlo a ella. Kim admira al coronel, justamente por su identidad misteriosa, doble: “Aquel era un hombre como los que a él le gustaban: un personaje complicado y sinuoso que ocultaba su juego” (185). Al captar la astucia de Creighton, que él mismo disfrazaba de estupidez, Kim comprende que debe actuar también como un tonto, es decir, ocultar lo que sabe, pasar desapercibido: “Bien, si Creighton sabía ser tonto, Kim se hallaba en el mismo caso” (ibid.). Así es como Kim comienza a delinear estratégicamente su destino.

De esta manera, la novela introduce el motivo del juego, que comenzará a usarse como símbolo del trabajo secreto que llevan adelante personajes como Mahbub o Creighton a favor del gobierno británico. Asimismo, en este capítulo Mahbub mencionará por primera vez al “Gran Juego”, el cual alude a un episodio histórico real de la época que la novela representa. “Gran Juego” fue la expresión con la cual se denominó a la rivalidad entre el Imperio ruso y el Imperio británico en su lucha por controlar Asia Central y el Cáucaso durante el siglo XIX. Se trató de un conflicto que no recurrió preponderantemente al enfrentamiento bélico o físico, sino que se dio a través de servicios de inteligencia y espionaje, y de intercambios diplomáticos. De a poco, el lector verá que Mahbub, Creighton y otros personajes son actores políticos a favor del bando británico.

En el viaje en tren rumbo a su nuevo colegio, Kim reflexiona sobre su vida y su identidad, lo cual constituye una escena fundamental en el proceso de aprendizaje del chico en la novela: es la primera vez que se hace preguntas, piensa activamente sobre su identidad y se preocupa por quién quiere ser. El joven repara en cómo va “de un sitio a otro como una pelota” (186). Con ese símil, desliza cierta carga negativa en ese movimiento, dando cuenta de que él posee poca voluntad en sus movimientos; son otros los que, por ahora, eligen por él, como si se tratara de un objeto inanimado. También reflexiona sobre quién es él, ahora que debe actuar como un sahib:

‘No; soy Kim. Esto es el gran mundo, y yo no soy más que Kim. ¿Quién es Kim?’. Reflexionó sobre su propia identidad, cosa que no había hecho nunca, hasta que empezó a darle vueltas la cabeza. Kim no era más que una persona insignificante en el rugiente remolino de la India, que se dirigía hacia el sur al encuentro de un destino que no conocía. (186).

Por otro lado, en este capítulo Kim vuelve a encontrarse con el lama, esta vez en la puerta del colegio. La aparición del hombre santo en la puerta de la escuela tiene una carga simbólica. El lama ha sido hasta ahora el maestro de Kim en muchos aspectos, es quien lo sacó de la calle y lo llevó por una aventura que le permitió conocer mundos nuevos, gente nueva que lo admira y confía en sus habilidades; es también el primero en demostrarle y en generarle amor; y ahora, es quien sostiene sus estudios formales, los cuales serán fundamentales para forjar su destino. De esta forma, al acompañarlo a la escuela, el lama le abre simbólicamente las puertas del saber y de la adultez a su chela.

Así y todo, el hombre santo rechaza estar movido por el afecto hacia Kim, pues eso iría en contra de sus principio; los afectos tienen que ver con los movimientos de la rueda de la vida que el lama tanto repudia: “No llores; comprende que todo deseo es ilusión y una nueva atadura que te liga a la rueda. Entra por las puertas de la sabiduría. Permite que te vea cruzarlas” (193). Ante esta postura, Kim reacciona violenta y dramáticamente:

Estoy completamente solo en esta tierra; no sé dónde voy ni lo que me sucederá. Con la carta que te mandé iba mi corazón. Si se exceptúa a Mahbub Ali, que es afgano, no tengo más amigo que tú, maestro. No me abandones por completo (192).

Esta declaración de Kim es desgarradora y, también, da cuenta de su crecimiento: ahora desplaza por un momento su actitud pícara e interesada, y es capaz de comunicar su sensibilidad, sus miedos ante el futuro, su sentimiento de soledad. Por su parte, al ver triste a Kim, el lama demuestra que su frialdad no es más que una impostura: “Vete ya, o se me romperá el corazón” (194).

Una vez que Kim ingresa a la escuela, el narrador detiene la narración de acciones y se encarga de hacer una descripción detallada del colegio St. Xavier y sus alumnos. Esa descripción, a su vez, da lugar a una descripción amplia de la India y su cultura. El narrador parece dirigirse a lectores que no son de la India, por eso tiene que explicar en qué consisten las particulares experiencias que viven los alumnos indios sin darlas por obvias: “Los chicos nacidos y criados en la India tienen sus propios hábitos y costumbres, que no se parecen a los de ningún otro país; y sus profesores se relacionan con ellos por procedimientos que un maestro inglés no entendería” (194). Al aludir a un maestro inglés, se hace evidente que el narrador de esta historia asume que sus interlocutores no son de la India. Así, la novela parece dirigirse sobre todo a lectores ingleses, lo cual da cuenta del contexto de colonización de la India y del origen inglés de Kipling. En el mismo sentido, el narrador compara las experiencias vitales de los nativos de la India con los paradigmas a los que están acostumbrados los occidentales: “La simple historia de sus aventuras, que para ellos no lo eran, durante el camino de ida y de vuelta al colegio, hubieran puesto los pelos de punta a un muchacho criado en Occidente” (195). En suma, el narrador parece erigirse así como un mediador, un traductor entre dos mundos contrapuestos: Oriente y Occidente.

Más aún, el narrador explica quiénes son los alumnos que van a St. Xavier: todas generaciones de piel cetrina. Son chicos acostumbrados a convivir con experiencias excéntricas y aventuras increíbles como, por ejemplo, recorrer solos kilómetros de jungla, sortear tigres y leopardos, y salvar elefantes de grandes inundaciones. Como si fuera poco, señala el narrador que esa excentricidad es moneda corriente en la India: “Y todas las historias se contaban con la voz ecuánime, sin pasión, de los nacidos en la India” (195).

Sin embargo, Kim sabe que en la escuela la idea es formar sahibs y, por lo tanto, nadie mira con buenos ojos “a quienes se identifican por completo con los naturales del país. No hay que olvidar nunca que se es sahib y que algún día, cuando se aprueben los exámenes, habrá que darles órdenes” (197). De esta manera, la escuela St. Xavier reproduce el racismo y la tajante división en castas que la novela ya venía perfilando. Una advertencia de Creighton, antes de que deje Kim en el colegio, lo confirma: le dice que se porte bien y defienda su origen europeo, argumentando que muchos en esa escuela desprecian a los hombres de color. Por su parte, el padre Victor busca tranquilizar a Kim diciéndole que en la escuela lo convertirán en un hombre europeo y bueno, dando a entender que no ser europeo es ser, también, lo contrario.

Luego de largos meses de acatamiento a las normas de la escuela, llegan las vacaciones y Kim quiere usarlas libremente: “Las vacaciones de un estudiante son propiedad privada suya” (197). En compensación a su obediencia, Kim cree tener el derecho para tomarse vacaciones, y su máximo deseo es volver a la carretera: “Anhelaba que el barro blando le hiciera caricias entre los dedos de los pies, como se le hacía la boca agua al pensar en un cordero guisado con mantequilla y coles” (198).

Kim sabe, sin embargo, que en su nuevo mundo le tienen prohibido ese arrojo de libertad y, por lo tanto, deberá hacerlo de manera oculta, escapándose. Para eso, recupera algunas de las habilidades de pícaro que tanto reprimió durante su estadía en St. Xavier, y acude a una mujer para que le confeccione un disfraz de “hindú de casta inferior” (200). El narrador se refiere a él como un “desvergonzado” y la mujer también lo reconoce así: “Sin dudas tienes que ser el más desvergonzado hijo de Satanás que he conocido nunca” (ibid.). Simbólicamente, Kim debe cambiar su aspecto, su identidad, para poder dar lugar a esos deseos que el mundo europeo le reprime. Al transformarse, Kim recupera algo de su identidad original, la cual lo hace feliz. Esto lo evidencia su viaje en tren, cuando se entretiene inventando detalles a su nueva identidad disfrazada: “Aquella noche no hubo en toda la India ser humano más alegre que Kim” (ibid.). Así, Kim disfruta de volver a ser, por un rato, un pícaro.

Por su parte, Creighton, representante de la mirada europea, se asusta de que Kim se haya escapado. En contraste, Mahbub —quien comprende las pulsiones del niño, quizá, por ser él mismo similar a Kim— tranquiliza al coronel diciéndole que los hombres son como caballos: “Es como si un caballo de polo, soltándose, saliera corriendo para aprender a jugar por su cuenta” (201). Nuevamente, se usa la figura del juego para representar aquello que Kim está aprendiendo, el espionaje, y la metáfora del caballo para referirse a Kim. Al igual que el lama, Creighton ha desarrollado un cariño y un interés genuino por el joven, a pesar de que, como dice el narrador, es un “insignificante vagabundo criado en la India” (ibid.). De este modo, si bien ve en el joven una actitud irreverente, reconoce su potencial: “Era el colmo de la insolencia, pero revelaba que no le faltaban ni recursos ni valor” (202).

Por su parte, Mahbub hace un trabajo importante para cuidar a Kim: es quien se encarga de traducir su accionar irreverente al coronel y restarle gravedad para impedir que el chico sea castigado. Mahbub le dice que a pesar de la insolencia, salir a la carretera solo es un buen entrenamiento para Kim: “Cuando tome parte en el Gran Juego tendrá que ir solo…, irá solo y pondrá en peligro su vida (...) ¿Por qué ponerle trabas ahora?” (203). Así es como se confirma lo que hasta ahora era solo una sospecha: Mahbub y Creighton están educando a Kim para que siga su legado en el espionaje. En esa línea, ambos se enorgullecen con la carta que Kim envía desde su viaje: en ella, el joven deja entrever su talento a la hora de ocultar información y comunicar lo mínimo a quienes sepan interpretarlo. Esa es, justamente, la herramienta fundamental del espía.

El capítulo da cuenta, entonces, de un gran aprendizaje de Kim, quien, aunque no abandona sus antiguas costumbres ni su espíritu libre, claramente está aprendiendo a gestionarlas con más responsabilidad. Además, Mahbub y Creighton buscan imponerle algunos límites que el chico parece empezar a acatar. Por ejemplo, Mahbub negocia con él que, la próxima vez que viaje, lo haga acompañado, y lo convence para abandonar su viaje y seguirlo en la venta de caballos. Sin embargo, Kim nunca abandonará su resistencia a un total sometimiento, lo cual le permitirá sostener, a lo largo de toda la novela, la actitud crítica y la libertad de pensamiento.