Kim

Kim Resumen y Análisis Capítulo 14

Resumen

Al salir la luna, el lama, Kim y los culis se dirigen hacia la aldea de Shamlegh y prometen dividir el botín, dándole a Kim la kilta con objetos maravillosos. El lama observa a través de la ventana y señala que ese paisaje, el de las montañas, es el ideal para que el hombre pueda vivir lejos de los deleites, entregado a cuestiones de mayor trascendencia. Sin embargo, el santo está apesadumbrado y le dice a Kim que el mal que lo aqueja no se origina en el golpe que recibió, sino en las pasiones que sufrió ante los europeos: la cólera y las ganas de retribuirles el mal. Esas pasiones corrompieron su espíritu, y su alma, al luchar contra ese deseo, se desgarró y sufrió enormemente. Por eso, le dice a Kim que debe aprender la lección y los alcances que puede tener el desvío de la senda para el hombre.

Al día siguiente, una mujer de Shamlegh le entrega a Kim la kilta que los culis, antes de irse, le dejaron. El chico, presentándose como un sacerdote, dice que debe encargarse de limpiar la magia de la kilta y se recluye en una habitación para analizar su contenido. Hay libros, mapas, objetos de topografía, distintas cartas que Kim planea llevar a Creighton para que las interprete, y una de ellas especial, que debe proceder de Hilás o Bunár, como anticipó Hurri. Kim comprende que es mejor quedarse con lo indispensable y descartar todo lo que pueda ser una prueba en su contra, de modo que tira el canasto con esos restos por la ventana. Asimismo, piensa en cómo hacerle saber a Hurri que encontró la carta en cuestión.

Enseguida, el chico es interrumpido por la mujer, quien le hace saber a Kim que sabe de la presencia del babu. Entonces, a Kim se le ocurre enviar a través de la mujer una carta a Hurri, en la que le cuenta de sus hallazgos y la enfermedad del lama, y le pide indicaciones para seguir. La mujer espera una recompensa monetaria a cambio del favor y, antes de irse, aprovecha para flirtear con Kim. El chico, al quedarse solo, piensa que las mujeres suelen importunar al hombre cuando se dedica a algo importante, como el Gran Juego.

Luego Kim sale a pedir una contribución monetaria a la aldea. Descubre que él y el lama son muy bien recibidos allí, y que el hombre santo es considerado una protección privilegiada luego de los sucesos del día anterior, de modo que le dan a Kim grandes retribuciones. Más tarde, el lama se le suma y juntos se quedan conversando con la gente, conociendo sus costumbres y su particular visión de la India y el Gobierno. Kim le cuenta a su maestro que mandó un recado al hakim y que ha recibido su respuesta: llevará a Simla a los europeos y luego volverá a unirse a ellos. Les aconseja también que regresen, siguiendo el camino por el que vinieron.

El lama, por su parte, aún sufre enormemente por su desliz del día anterior, y confiesa que ha tenido una revelación: en casa de la mujer de Kulu se dejó llevar por su deseo carnal de volver a las montañas, convenciéndose de que por allí seguía su búsqueda, pero, en realidad, se dejaba llevar por una pasión. Las montañas, entonces, lo fortalecieron para el mal, y le hicieron olvidar su búsqueda. Se dejó llevar durante el viaje por anhelos de vida y secretamente buscó que Kim y el hakim se admiraran de sus capacidades para cruzar la montaña. Fue así como se apartó de la senda y ahora sufre el castigo, un golpe que le anuncia que debe rencauzarse. Por último, le muestra a Kim el último paso de su revelación: el mapa de la rueda fue rasgado por el ruso y pende de un pequeño pedazo, lo cual representa la poca vida que le queda. Recordando que la flecha que señala su río cayó en el llano y no en las montañas, el lama le dice a Kim que deben regresar a la llanura.

Kim le dice que es mejor esperar al hakim, pero el lama le dice que le queda poco tiempo y el médico no podrá ayudarlo. Impulsado por el afán de libertad, el lama se siente con fuerzas suficientes para viajar. Kim va entonces a buscar provisiones para el viaje y se encuentra otra vez con la mujer, que le cuenta sobre su encuentro con el babu, le pide que cumpla con la recompensa y le ofrece quedarse a vivir en su aldea. Sin embargo, Kim le anuncia que, a pedido del lama, continuarán viaje en una hora. La mujer se muestra reacia a su partida y, luego, se niega a darle provisiones, a lo cual Kim responde amenazándola con echarle una maldición. Ella vuelve a confesar su atracción por ella y le cuenta que hace mucho tiempo se enamoró de un sahib que la dejó prometiéndole que volvería. Desde entonces, ha dejado de creer en los dioses.

A pesar de su enojo, la mujer termina por darle a Kim una bolsa con alimentos. Al ver el estado deplorable del lama, comprende que será incapaz de caminar hacia la llanura. De modo que le ofrece a Kim una camilla para llevar enfermos y un grupo de hombres que los acompañará mientras lo necesiten. También le da algo de dinero para el viaje.

Finalmente, la mujer se despide de Kim, pidiéndole que al menos le agradezca por los favores prestados. A cambio, Kim le da un beso en la mejilla y la despide con palabras dulces. Mientras se alejan de la aldea, el lama se sorprende de la hospitalidad y el mérito de esa mujer, y de los hombres que ahora lo llevan en camilla. Kim asegura que los recompensará con el dinero que la mujer le dio para el viaje.

Análisis

El lama mira a través de la ventana y contempla con admiración el paisaje de las montañas, porque le parece el más propicio para que el hombre se abstraiga de los deleites y se dedique a “cuestiones de gran trascendencia” (390). Sin embargo, aún se siente mal y no lo atribuye al golpe que recibió, sino a la exacerbación de sus pasiones:

El golpe no fue más que una sombra sobre otra sombra. El mal mismo (...) se encontró con el mal que había en mí: cólera, rabia y ansia de devolver el mal. Esas pasiones encendieron mi sangre, despertaron un tumulto en mi estómago y me atronaron los oídos (391).

Para el santo, sentir esas pasiones implicó un alejamiento de la senda y una caída en los movimientos de la rueda de la vida. Un golpe físico solo es una ilusión, pero el golpe espiritual lo atormenta. El problema, insiste, es el siguiente: “Mi espíritu no estaba suficientemente purificado, porque me asaltó al instante el deseo de permitir que los hombres de Spiti mataran. Al luchar con ese deseo, mi alma se desgarró” (391). Así, la metáfora del alma del lama desgarrada permite que el lector pueda sentir el profundo sufrimiento que lo aqueja.

Así, en este punto de la novela, llegando al final, el lama se enfrenta con su propia humanidad y descubre que la rueda de la vida tiene aún un fuerte impacto sobre él. Ha sido objeto de una revelación que le causa gran pesar: estando en la casa de la mujer de Kulu, cuando el hakim les sugirió ir hacia las montañas, él se pronunció movido por el deseo de continuar la búsqueda de su río, pero en realidad, en el fondo, aceptó ir hacia las montañas dejándose llevar por sus pasiones, por su deseo carnal de volver a su lugar de origen. Parece que Kim no es el único que se deja llevar por las maravillas del entorno. El lama, hasta ahora inmune a las delicias de la vida terrenal, se deja conmover por el escenario donde nació. Luego de haber reprochado la vanidad de Kim, confiesa entonces la propia: admite que durante el viaje por la montaña él se vanaglorió de su facilidad para recorrer ese paisaje, se burló de los miedos de Kim y hasta buscó generar en él y en Hurri la admiración por su fuerza. En conclusión, es evidente que ir a la montaña ha significado su salida de la senda: “Me aparté de esa regla. La melodía se quebró: enseguida vino el castigo. En mis montañas, junto a mi tierra, en el lugar exacto de mis malos deseos, llega el golpe” (405).

En este punto, el lama vive en carne propia las contradicciones de la rueda de la vida y la senda. La rueda de la vida está asociada a los deseos terrenales, a lo no trascendente:

Disfruté con la vida y los anhelos de la vida. Deseé trepar por empinadas pendientes. Me esforcé por encontrarlas. Medí la fuerza de mi cuerpo, que es parte del mal, con la altura de las montañas. Me burlé de ti cuando te faltaba el aliento bajo el Jamnotri. Bromeé cuando no querías enfrentarte con la nieve del desfiladero (404).

Frente a ellos, se encuentra el camino contenido y trascendental del hombre, que se halla en la senda. De ahí que al mirar por la ventana el lama admirara ese paisaje por su inspiración a “cuestiones de gran trascendencia” (390). Luego de esa caída, que lo debilita y lo lleva al límite entre la vida y la muerte, el hombre santo comprende que tiene que usar sus energías para recuperar la senda y buscar su río. De hecho, dice haber escuchado una voz que le dice: “Vuelve a la senda (...) Las montañas no son para ti. No puedes elegir la libertad y seguir atado a los deleites de la vida” (405). Contrariamente a lo que se pensaría, para el lama, quedar ajeno a los deleites de la vida es alcanzar la libertad. Por el contrario, entregarse a ellos es una ilusión y una rendición ante el mal.

El mapa de la rueda, roto y a punto de desprenderse por completo, es símbolo de la caída del lama y de las consecuencias que debe pagar por su equivocación. El hilo que aún sostiene unido al mapa simboliza el débil hilo de vida que le queda al hombre, el final de su viaje, ese recorrido que es la vida y que pronto prescindirá de mapas. Además, el lama interpreta la forma que rasgó el mapa de la siguiente manera: el tajo que hizo el ruso va de izquierda a derecha, de la casa donde el deseo da a luz al niño, hasta la quinta casa, la casa vacía de los sentidos. Esa casa vacía de sentidos parece ser cifra de la muerte.

Cabe señalar la función de la mujer de Shamlegh, quien se le insinúa a Kim y elogia su belleza, algo que ya ha sucedido en otros momentos de la novela a cargo de otras mujeres. Ante esto, Kim se siente incómodo e importunado, lo cual arroja la visión misógina que lo domina: “¿Cómo puede un hombre seguir la senda del Gran Juego cuando a cada paso le importunan las mujeres?” (398). A sus ojos, los hombres se ocupan de cosas importantes, mientras que las mujeres los importunan con cuestiones irrelevantes. De todas formas, en ese mismo reproche, Kim se reconoce a sí mismo como un hombre, lo cual es una parte importante de su aprendizaje: “Cuando era un chiquillo no tenía importancia, pero ahora soy un hombre” (ibid.).

Lo cierto, sin embargo, es que la mujer se enamora de Kim, lo cual también habla del crecimiento de nuestro protagonista, que se ha transformado en un hombre. La mujer termina confesándole sus fracasos amorosos y el sufrimiento que pasó luego de que su pareja la abandone. A pesar de su primera reacción, al final del capítulo Kim le responde con cariño, como un último acto de generosidad y reparación de lo que la mujer sufrió previamente a manos de otro hombre. Al despedirse, le da un beso en la mejilla y le dice palabras dulces en inglés: “Muchísimas gracias, querida mía” (412). Como señalará luego el lama, Kim ha aprendido a obrar con mérito y a hacer cosas por los demás de manera desinteresada. Del mismo modo, al emprender viaje con el lama, acompañado por los hombres que la mujer designó para escoltarlos y cargar la camilla, reconoce que estos merecen ser recompensados con dinero. Tras ello, promete pagarles con el dinero que la mujer le dio a Kim para afrontar el viaje. De esta manera, el protagonista ya no se deja llevar por la ambición del dinero y antepone otro valor por delante. Considera que es lo justo que ese dinero se les retribuya: “La mujer de Shamlegh se la había dado a él; y era justo, razonó en su interior, que sus hombres volvieran a ganarla” (413).

De esta manera se refuerza el paralelo entre el viaje del mentor y el del discípulo: mientras el del primero está llegando a su fin, pareciera que el de Kim, su aprendizaje hacia la adultez, también esta se acerca a su conclusión, a su consolidación.