Kim

Kim Resumen y Análisis Capítulo 15

Resumen

El último capítulo se abre con un fragmento de “El asedio de las hadas” de Kipling, en el que el yo lírico habla de la llegada del Señor y de cómo se rinde ante él como no haría con ningún rey ni emperador.

El babu Hurri conduce a los dos europeos hacia Simla. En el camino, les habla a todos los indios que se cruzan sobre la grandeza de sus acompañantes, y sostiene durante todo el viaje su apoyo a Rusia, la gran libertadora del norte. Luego de dejar a los hombres en Simla, el babu vuelve a la aldea donde dejó a Kim y al lama. Allí, la mujer de Shamlegh le cuenta que ellos han partido y que, según sus cálculos, deben ir ya por la llanura. Enseguida, Hurri vuelve a emprender viaje en busca de Kim.

En el límite del Dun, en la llanura, se divisa la camilla en la que yace el lama. Han recorrido veinte kilómetros diarios por varios días. Al llegar a la llanura, los montañeses que cargaron al lama se despiden, y Kim les da su paga. El lama, ahora en pie, se despide de los Himalayas, que tanto temor le causaron. Kim le dice que su río tiene que estar por allí cerca y juntos emprenden la búsqueda.

Kim carga con el peso del anciano, de los alimentos y de los libros y manuscritos que lleva escondidos. Mendiga para su subsistencia y se encarga de atender al lama mientras este le promete la próxima libertad. El santo le asegura a Kim que en cuanto alcance su río y consigan liberarse, volverán la vista sobre sus vidas con otros ojos.

Kim, por su parte, está preocupado porque sabe que es necesario que los manuscritos y libros que incautó lleguen a su destino para que el Gran Juego pueda seguir su curso. A su vez, el lama le pregunta si alguna vez pensó en abandonarlo y Kim responde que jamás lo haría porque lo quiere. Asimismo, le confiesa que sin su permiso mandó a pedir auxilio a la mujer de Kulu, anunciando que el lama no está en condiciones de seguir caminando. El santo le agradece por el gesto, pero Kim está angustiado: cae a sus pies sollozando y le pide disculpas por haber actuado como un niño al obligarlo a atravesar distancias tan grandes y al haberlo dejado solo. El lama lo consuela, asegurándole que él vivió de la fortaleza y la compañía de Kim.

Por su parte, el viejo se disculpa por haber debilitado tanto el cuerpo de su chela, y le asegura que es su cuerpo cansado el que ahora solloza, no su alma, la cual ha alcanzado gran seguridad. Cuando lleguen a lo de la mujer de Kulu, Kim podrá descansar su cuerpo y, prontamente, él y su lama podrán reposar al abrigo de toda necesidad ilusoria. Kim responde que, del mismo modo en que él puso su cuerpo a disposición, el lama también le ha ofrecido a él un apoyo importante, aunque de otro tipo.

Pronto llega un carro enviado por la Sahiba, y el lama le cuenta a la mujer que durante su viaje por las montañas él padeció un mal de alma, y Kim de cuerpo. Por la noche, Kim descansa mientras el lama le ruega a la mujer que ayude a su chela a recomponerse, y le ofrece a cambio todos los encantamientos que quiera para su familia.

Kim descubre que le han asignado un criado para cuidarlo y le pide un cofre con llave donde poder guardar sus libros durante su convalecencia. La preocupación sobre el destino de esos libros crece en Kim, pero su padecimiento es mayor. La mujer de Kulu le prepara medicinas y alimento para ayudarlo a recobrar sus fuerzas, y Kim pasa largas horas durmiendo un sueño profundo. Finalmente, despierta con la salud recuperada.

La mujer y Kim conversan. Ella lo trata como a un hijo y le pide que le agradezca su ayuda como a una madre. Cuando el chico pregunta por su maestro, ella le confiesa que hace unos días lo salvó de ahogarse, luego de que el viejo se arrojara a un arroyo asegurando que con ello se libraba de sus pecados. Además, le cuenta que hace unos días llegó un hakim que asegura haberse hecho muy amigo de Kim en el camino a Kulu. Ahora, custodia la habitación de Kim día y noche velando por su recuperación. Kim le pide a la mujer que le envíe al hakim, pues quiere hablar con él.

Enseguida, entra el babu a la habitación donde yace Kim. De inmediato, el chico le entrega la llave del cofre para que tome los documentos del kilta, los mapas y la carta al rajá. El babu toma los documentos, los revisa y felicita a Kim por su trabajo. Le lee unas palabras de la carta de Hilás y señala que ahora el rajá está en problemas, pues tendrá que explicar oficialmente por qué ha escrito cartas de amor al zar. Asimismo, afirma que la correspondencia implica a varios primeros ministros de la zona. Ahora, el Gobierno británico deberá cambiar la sucesión en Hilás y Bunár, y, debido a su traición, nombrar nuevos herederos al trono.

El babu intenta explicarle a Kim de qué habla, pero al chico solo le importa que tenga todo lo necesario para continuar con el Juego. Hurri le dice que llevará a las autoridades esos documentos y se encargará de mencionar en su informe el rol de Kim en la misión. Además, le cuenta que él mismo fue quien salvó al lama de ahogarse en el río días atrás. Hurri ha estado estudiando etnográficamente al lama, pues le interesa su hipótesis sobre la transfiguración que ha experimentado luego de arrojarse al río.

El babu insta a Kim a recomponerse y regresar a Simla, donde le contará toda su historia con los europeos en casa de Lurgan. También le confiesa que cuando se enteró de la enfermedad de Kim, como temía por el paradero de los documentos secretos, mandó a llamar a Mahbub para que se encargara de robarlos de la casa de la Sahiba. Kim reprocha la desconfianza de Hurri en la Sahiba, y el babu se disculpa admitiendo que es un hombre muy miedoso. Por último, se despide de Kim, anunciando su partida rumbo a Ambala.

Kim sale de su habitación, dispuesto a volver al mundo. Pero al observar a su alrededor, la inmensidad del paisaje lo sobrecoge y siente que su alma se ha desconectado de su entorno. De pronto, se larga a llorar y así siente que vuelve a reconectarse con el mundo exterior y que la realidad circundante recupera su sentido. Luego se acerca a la sombra de una higuera y se acuesta sobre la tierra fértil, donde siente que recupera el equilibrio que perdió al pasar tanto tiempo acostado en una cama.

Horas más tarde, ya de noche, el lama y Mahbub se acercan a Kim y lo observan dormir. El lama comenta con orgullo las virtudes de su chela. Mahbub asegura que conoce esas virtudes y señala que casi la mitad de la India parece estar dispuesta a ayudar al chico. El lama reconoce que él y Kim han llegado al final de su búsqueda, pero ahora resta una última cosa: Kim debe quedar libre de todo pecado, como lo está él, y abandonar el cuerpo que tiene, librándose así de la rueda de las cosas. Señala que su mapa le ha revelado que le queda poco tiempo de vida, pero su intención es cuidar a Kim a lo largo de los años, salvándolo del pecado y dándole la iluminación, así como él mismo la alcanzó. Mahbub oye al lama sin contradecirlo, si bien no cree en sus “blasfemias” (441). El lama cree que Kim debe continuar siendo profesor, y Mahbub comenta que se lo requiere como funcionario del Estado. El lama está de acuerdo con que Kim continúe su camino como funcionario; de cualquier modo, una vez que haya alcanzado la libertad, el resto será pura ilusión.

Mahbub se despide del lama y le dice que no comparte su fe, pero lo considera un hombre muy bueno. Le reconoce que, luego de las charlas que han mantenido en los últimos días, ha llegado a percibir su santidad y comprender por qué Kim lo adora. Por último, le pide que, luego de purificar a Kim, lo deje volver al mundo como profesor. El lama le pregunta a Mahbub por qué él no opta también por seguir la senda. Por un instante, Mahbub se ofende con la insolencia, pero luego repara en las buenas intenciones del lama y le reconoce que sus enseñanzas son buenas. También le expresa su admiración por haber apartado al europeo del camino de la violencia y lo felicita por su fortaleza espiritual.

Mahbub se va y el lama piensa que es un hombre descortés, entregado a la sombra de las apariencias, pero estima su cariño por Kim. Luego despierta a Kim, que se alegra de ver a su maestro y le pregunta por su salud. El viejo se sorprende de que Kim no haya alcanzado aún el conocimiento. Kim observa la silueta de su maestro, que se parece a la del Bodhisattva de piedra que, sentado, medita desde lo alto en la entrada del museo de Lahore.

El lama anuncia a Kim las novedades. La búsqueda ha terminado y ahora ha llegado el momento de la recompensa. Luego le cuenta a Kim lo sucedido: mientras viajaron por la montaña, él vivió de la fuerza de Kim. Al abandonar las montañas, se sintió preocupado por la salud de su chela y su alma perdió su rumbo. Por eso pidió a la mujer de Kulu que se ocupara de Kim, mientras él se entregó al ayuno intentando ver de nuevo la senda. Finalmente, una noche, luego de una larga meditación, su alma logró separarse por fin de su cuerpo y quedar por fin en libertad. Entonces, descubrió que no existía nada a su alrededor, solo la gran alma que está más allá de todas las cosas. En ese momento, elevado gracias a la contemplación, pudo ver toda la India y todos sus paisajes a la vez, en un mismo tiempo y mismo sitio, porque estaban todos dentro del alma. Así supo que había pasado más allá de la ilusión del tiempo y el espacio, y supo que había alcanzado por fin la libertad.

En ese estado, dice el lama, oyó una voz que le preguntaba por Kim, y él supo que debía volver para ayudarlo a seguir la senda. Entonces su alma decidió desprenderse de la gran alma y, de pronto, al volver al mundo, vio a sus pies el río de la flecha. Con mucho esfuerzo, logró llegar a él y arrojarse. Tras ello volvió a su alma de lama, pero ahora lavada de todo pecado. Luego, el hakim lo sacó del agua, preocupado por su cuerpo.

El lama le dice a Kim que eligió apartarse del umbral de la libertad para regresar a limpiar a él, su hijo, de todo pecado, hacerlo libre y purificado de culpas, como él mismo. Finalmente, el lama sonríe, feliz de haber alcanzado, para él y para su bienamado, la salvación.

Análisis

El último capítulo se abre con un fragmento de “El asedio de las hadas”, poema que habla de la llegada del Señor y de cómo el yo lírico se rinde ante él. El epígrafe anticipa el encuentro del lama con su río sagrado y su posterior liberación.

Kim y el lama emprenden la última parte de su viaje juntos. Vuelven a estar en soledad y, hacia lo que parece ser el fin de la vida del lama, Kim carga con el cuerpo débil del santo. A esta preocupación, se suma otra, que corresponde a la otra vida de Kim, a su otra identidad, que también corre peligro: es necesario que alguien lleve los documentos que encontró a su destino para que el Gran Juego pueda seguir su curso. Sin embargo, Kim sabe que ahora su prioridad es el lama.

Como si percibiera la inquietud del chela, el lama le pregunta si alguna vez él pensó en abandonarlo, y Kim responde que jamás lo haría, porque lo quiere. En este punto, el cariño entre el lama y Kim adquiere su punto más alto, y joven ya no teme en mostrar su humanidad: “No soy un perro o una serpiente, para morder cuando he aprendido a amar” (421). Sin embargo, Kim pronto pierde todas sus fuerzas y se desarma en un sollozo, disculpándose con el lama por haberlo llevado a pie por tantos kilómetros y haberlo dejado solo. Se siente triste y arrepentido por haber descuidado a su maestro, y se acusa de haberse comportado como un niño, en lugar de como un hombre: “Te he obligado a hacer recorridos demasiado largos; no siempre he conseguido buenos alimentos (...) te he dejado solo (...) Pero te quiero…, y ya es demasiado tarde… No era más que un niño… ¡Ojalá hubiera sido un hombre!” (421). Así, Kim parece anticipar que al lama le queda poco tiempo, pues se ha deteriorado mucho su salud.

Sin embargo, el lama busca tranquilizar a Kim, asegurando que él siempre contó con su ayuda. Lo hace a través de un símil de gran belleza, comparándose a sí mismo a un árbol que ha crecido con el apoyo que le prestó un muro de contención: “Hijo mío, he vivido de tu fortaleza como un viejo árbol vive de la cal de un nuevo muro” (422). Para el lama, Kim ha sido fuente de fortaleza y compañía.

Por otro lado, el lama busca darle ánimos asegurando que es su cuerpo cansado el que se lamenta ahora, no su alma que, al contrario, se ha fortalecido en el último tiempo. El lama le pide disculpas a Kim por haber descuidado su cuerpo. Ocupado por el viaje y el recorrido espiritual hacia el río, se olvidó de las necesidades del cuerpo y explotó de más las fuerzas del chico:

Es el cuerpo, el necio, el estúpido cuerpo, el que habla ahora. No el alma llena de seguridad. ¡Tranquilízate! Reconoce al menos los demonios con los que peleas. Proceden de la tierra…, son hijos de la ilusión (...) Me había olvidado del estúpido cuerpo (422).

Una vez más, el lama distingue dos tipos de preocupaciones: las espirituales y las mundanas. Las espirituales son, para él, las reales, y refieren a su río y al objetivo de alcanzar la libertad; las preocupaciones mundanas, como las del cuerpo, son distracciones y son un producto de la ilusión. En otras palabras, el lama llama la atención sobre la oposición entre alma y cuerpo, asegurando que el cuerpo es un espejismo que desvía al alma de la senda, cargándola de demonios: “Esa bestia tan mal comprendida, nuestro cuerpo que, sin ser más que un espejismo, insiste en hacerse pasar por el alma, para oscurecimiento de la senda e inmensa multiplicación de demonios innecesarios” (422).

De todas formas, el lama reconoce que mientras no se encuentre liberado, Kim debe ocuparse de descansar su cuerpo. No obstante, le promete que pronto se liberarán de esas preocupaciones y necesidades mundanas, y estarán libres. Recurre para eso a la metáfora de las orillas: una vez que encuentren el río purificador que los liberará, llegarán a la otra orilla. Tras ello, asumirán otra perspectiva, podrán ver la vida con otros ojos.

Una vez en la casa de la mujer de Kulu, el lama advierte que él sufrió un golpe espiritual, y su discípulo, una crisis en su cuerpo. Kim pasa muchas horas convaleciente y, aunque le pesa la necesidad de hacerle llegar a Hurri la información sobre los documentos que encontró, no tiene fuerzas para lograrlo. Ante ello, la mujer de Kulu actúa con el chico como una madre y logra curarlo.

Por suerte, Hurri logra llegar a él y le advierte también a Mahbub para que se acerque. Una vez que despierta, Hurri cuenta a Kim lo que sucedió durante su enfermedad. Le cuenta que salvó al lama de ahogarse en el río y admite que siente un interés etnográfico por el santo y por la transfiguración que dice haber vivido al lanzarse a ese río. Aparentemente, mientras Kim estaba inconsciente, su lama encontró el tan mentado río. Al despedirse, Hurri le pide a Kim que, cuando se recupere, se dirija a lo de Lurgan para reencontrarse y contarse las andanzas vividas. La novela no llegará a representar ese encuentro, pero, con ello, el lector imagina un posible futuro para Kim. Al verlo irse, Kim se sorprende de que ese hombre se llame a sí mismo un hombre miedoso cuando ha atravesado valientemente tantas peripecias junto a los europeos. Así, a pesar de la envidia que sintió antes, ahora llega a admirar a su colega.

Kim experimenta una extraña sensación luego de salir de la habitación donde pasó su enfermedad. Se siente ajeno al mundo exterior, siento que “su alma se había desconectado de lo que lo rodeaba” (438). Su entorno pierde sentido, razón de ser, y solo lo saca de ese estado el llanto. Así, las lágrimas le permiten volver a dar sentido a ese entorno:

Con un chasquido casi audible notó cómo las ruedas de su ser engranaban nuevamente con el mundo exterior. Las cosas que un instante antes atravesaban su campo de visión sin tener el menor significado recobraron las debidas proporciones (...) Todo era real y verdadero —sólidamente asentado sobre sus pies—, perfectamente comprensible (438).

De alguna manera, al soltar sus emociones, Kim vuelve a conectarse con su exterior. Para terminar de consolidar ese regreso al mundo, se recuesta sobre la tierra, bajo una higuera, donde vuelve a caer en un sueño profundo. El narrador describe a esa tierra como “buena tierra limpia (...) llena de esperanza que contiene las simientes de toda vida” (439). Simbólicamente, Kim sale al exterior, a esa tierra que es el origen de la vida, y que tantas enseñanzas le regaló, y descansa sobre ella.

Hacia el final de la novela, los personajes más cercanos a Kim, quienes desarrollaron por él un afecto paternal y cumplieron roles fundamentales en su aprendizaje, lo observan dormir y consensúan sobre futuro. Ese diálogo presenta el choque de los dos mundos de Kim y también el de dos culturas muy diferentes. A pesar de sus miradas incongruentes, los “padres” de Kim se tratan con respeto, pues reconocen las buenas intenciones y el amor común por el chico. El lama está preocupado porque su vida está próxima a llegar a su fin y quiere asegurarse de que Kim alcance la liberación espiritual. Mahbub, por su parte, se compromete a convertirlo en un funcionario para el gobierno, y el lama está de acuerdo.

Finalmente, en la última escena de la novela, Kim despierta y ve la silueta del lama cruzado de piernas. El narrador señala: “Así está sentado el Bodhisattva [es decir: el Buda] de piedra que contempla desde lo alto los torniquetes a la entrada del museo de Lahore” (445). Así, la novela llega a su fin de manera circular. Se abrió con esa imagen del museo de Lahora y se cierra recuperando esa imagen, ahora encarnada por el lama. La novela culmina con un diálogo entre el lama y Kim, donde el santo le cuenta a su discípulo la elevación que logró durante su convalecencia, el modo en que meditó hasta llegar a un estado fuera del tiempo y el espacio. En este estado, el lama alcanzó la liberación y cayó en la cuenta de que necesitaba volver para liberar también a Kim, su hijo del alma: “Hijo de mi alma” (448). Tras ello, asegura que su “búsqueda ha terminado” (ibid.) y que ahora él se encargará de liberarlo a él también. Con ello, tanto el camino del lama como el de Kim y el que la propia novela ha trazado llegan a su fin.