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La metafísica

La metafísica es una rama de la filosofía que se encarga de estudiar los componentes y los principios fundamentales de la realidad. Se pregunta por las cualidades del ser, por aquellos principios que le dan entidad, y estudia las nociones de existencia, de causalidad, de tiempo y de espacio.

Borges tenía un amplio conocimiento más de dos mil años de filosofía occidental y oriental, y en sus textos trabaja y discute las ideas de muchos filósofos, especialmente de Platón, Leibniz, Hume, Berkeley y Schopenhauer. El elemento más destacable de la metafísica borgeana es el tiempo: el autor trabaja permanentemente con los problemas de la eternidad, el instante y el infinito. Otro de los grandes temas que aborda con frecuencia es el de los sueños.

A su vez, las exploraciones filosóficas de Borges en Ficciones se nutren del idealismo y del panteísmo: del idealismo derivan las ideas de que el mundo es ilusorio y el pensamiento, la idea abstracta, es más importante que el conocimiento sensible de lo material. Del panteísmo, por otro lado, se desprende la noción de que cada elemento de la creación participa, de alguna manera, del concepto de Dios. En ese sentido, cuando en algunos relatos (como en "La forma de la espada") se dice que un hombre es todos los hombres, y que sus experiencias valen por la de todos, se está haciendo alusión a ese cuerpo único y divino del que cada hombre sería un desprendimiento.

El tiempo

El tiempo es uno de los temas principales de la obra de Borges. El escritor argentino estaba fascinado por esta noción, y sus reflexiones metafísicas la incluyen siempre. En su obra (tanto en la ficción como en sus ensayos) explora la idea de la eternidad, del tiempo cronológico y del tiempo cíclico.

En su famoso ensayo "Historia de la eternidad", Borges revisa la concepción del tiempo a partir de la obra de Platón, de Nietzsche y del cristianismo, y se interesa en particular por la noción cíclica del tiempo, que encuentra también en la mitología griega y la nórdica. La noción cíclica del tiempo postula que el mundo se desarrolla en ciclos que, como el ave fénix, se agotan y se renuevan. En Hesiodo se puede rastrear la idea de que los hombres han sido creados una y otra vez en diferentes versiones (hombres de oro, de hierro, de barro, etc.) y que, al llegar la humanidad a un punto particular de desarrollo, ha sido destruida y vuelta a crear. De la mitología nórdica se desprende una noción similar: el mundo que se postula será destruido en Ragnarök (una suerte de apocalipsis nórdico) y, tras su destrucción, un nuevo mundo nacerá a partir de la canción del dios Balder. A las nociones cíclicas, el cristianismo contrapone la idea de paraíso eterno y de un juicio final que cerrará el "tiempo histórico".

Borges explora estas posibilidades en cuentos como "Las ruinas circulares" (en el que el sueño del mago revela la repetición infinita de un ciclo de soñadores-soñados) y "La biblioteca de Babel" (en el que una biblioteca infinita en cuyos libros uno puede leer todas las historias posibles del pasado, el presente y el futuro sirve como metáfora del universo). Otra aproximación a la noción del tiempo puede leerse en "El jardín de los senderos que se bifurcan": contemporáneo a Schrödinger y los primeros estudios de la física cuántica, Borges plantea la posibilidad de la existencia de infinitas líneas temporales ramificándose en cada momento y creando nuevas realidades. Esa noción de "senderos que se bifurcan" sería revisada luego por teorías físicas sobre el tiempo, como la teoría de cuerdas.

Es imposible agotar los significados del tiempo para Borges: tesis de cientos de páginas se han escrito y se siguen escribiendo al respecto. Cabe resaltar, a modo de conclusión, esa doble mirada sobre el tiempo que recoge las ideas de las culturas primitivas y sus mitologías y las conjuga con la mirada científica de la física moderna.

El sueño

Borges se inclina hacia las doctrinas idealistas que postulan la existencia del individuo y del mundo a partir del pensamiento y no de la realidad empírica percibida por los sentidos. El idealismo es el pensamiento que le permite soñar lúcidamente, aunque sin apartarse de la lógica ni tampoco del mito, sin necesidad de abstenerse de la razón ni de la intuición.

El sueño se asocia en Borges a la literatura: escribir, ficcionar, es una de las formas del sueño. Pero eso no es todo. En su sistema, el acto de vivir se identifica con el acto de soñar. Así lo reconoció en más de una entrevista. Frente a esa identificación sueño-realidad, Borges se pregunta si existe un soñador que nos sueña -la idea de un Dios que genera nuestra realidad -o si solo se trata de un sueño que se sueña a sí mismo.

El mayor ejemplo de estas especulaciones se puede encontrar en "Las ruinas circulares", donde un hombre sueña hasta dar vida y materia a un hijo. Al final del cuento, el lector comprende que el mago que ha soñado un hijo es, también él, el sueño de alguien más. Así, la noción de circularidad y eternidad atraviesa la noción de la realidad como un sueño.

Lo gauchesco

El tema de lo gauchesco o lo criollo atraviesa también toda la literatura borgeana desde sus inicios. Borges resignifica la literatura gauchesca del siglo XIX y construye toda una mitología alrededor de ella, que se extiende hasta los compadritos en la periferia de Buenos Aires. Dos cuentos exploran lo gauchesco en Ficciones y abren también el panorama a la cuestión de la civilización y la barbarie: "El fin" y "El Sur".

En "El fin", Borges propone un cierre para la historia del gaucho Martín Fierro. En la figura del gaucho se conjugan el culto al valor (que Borges tanto admiraba) y la noción de destino: Martín Fierro regresa a la pulpería buscando su destino, y se enfrenta al negro como quien acepta que su hora ha llegado.

En "El Sur", lo criollo aparece como un pasado mítico que justifica al personaje en la hora de su muerte: lo gauchesco está en el ADN del argentino, tanto como lo europeo: la generación de Borges (y las generaciones posteriores, también) dan cuenta del mestizaje entre los inmigrantes europeos -que representan la idea de civilización, la de alta literatura y cultura letrada -y los criollos del territorio nacional, que conjugan la barbarie heredada de la mezcla entre colonos y nativos, la libertad y el espíritu indómito de la pampa, y una suerte de suma de valores asociados a la simpleza y a la valentía.

La literatura y la lectura

Muchos de los relatos de Borges son exploraciones teóricas sobre la literatura hechas desde la ficción. Borges considera que la literatura es un medio de acceder al conocimiento de la realidad, y en Ficciones ha llegado a considerar la literatura fantástica como una forma de la metafísica, es decir, como una forma válida de conocimiento sobre el ser y su relación con el mundo.

Por otra parte, textos como "Pierre Menard, autor del Quijote" y "Examen de la obra de Herbert Quain" proponen reflexiones sobre los conceptos de autor y de lector, de los que se desprende también la idea de originalidad. En estas exploraciones, Borges se adelanta a la obra del semiólogo francés Roland Barthes, que postulaba la muerte del autor, y a las nociones de intertextualidad que desarrollarían Julia Kristeva y Gérard Genette.

Desde la teoría de la recepción, Roland Barthes ha afirmado que la noción de autor ha entrado en crisis y su figura no tiene la misma importancia que en siglos pasados. Esto implica un cambio en la forma de abordar la literatura: no es importante ya comprobar cómo la vida del autor se ha volcado a tal o cual novela, sino que interesa mucho más indagar cómo un lector resignifica una obra al abordarla en su propio contexto cultural y de vida.

El interés por las formas de leer una obra antes que por ver cómo se ha escrito pone también en crisis la noción de “texto original”: a Borges no le importa tanto el sentido que un autor ha querido plasmar en su obra, sino lo que un lector puede hacer con ella. Considerándose a sí mismo más como lector que como escritor, Borges nos invita a ser "mal lectores", a no quedarse con lo que la academia, la tradición o la alta cultura indica que hay que leer en cada autor, sino a encontrar en los textos elementos que dialoguen con la realidad de cada uno.

Por todo lo mencionado, la obra de Borges ha sido innovadora también en la forma de pensar la literatura y de acercarse a la lectura.

Memoria y olvido

En toda su obra, Borges despliega una y otra vez consideraciones sobre la memoria que son, a su vez, reflexiones sobre el olvido. Así sucede en su cuento "Funes el memorioso": este personaje tiene una memoria prodigiosa; puede recordar absolutamente todo lo que ha visto y experimentado sensorialmente en todos sus años de vida. Con una memoria tan prodigiosa, Borges aventura la posibilidad de descubrir las claves para comprender el mundo y la realidad. Sin embargo, termina por caer en la cuenta de que Funes, tan memorioso, es incapaz de pensar, puesto que el pensamiento requiere también del olvido para generar abstracciones y generalizaciones.

Para Borges, el ejercicio de la memoria no implica exclusivamente el acto de recordar, sino que significa remontarse a los orígenes de los hechos con el propósito de actualizarlos a la luz del presente. A su vez, el olvido también es un mecanismo fundamental para construir el pensamiento y la literatura. Olvidar es lo que le permite al hombre pensarse a sí mismo y pensar la realidad.

La memoria como tema revela también la naturaleza melancólica de Borges: su ensimismamiento, su obsesión por el tiempo, la presencia constante del pasado y de la memoria, y también el olvido. Todos estos elementos están entrelazados y configuran profundamente la personalidad del escritor.

La traición

La traición es un tema que atraviesa toda la obra de Borges. Hay tres cuentos en Ficciones que exploran esta temática: "Tres versiones de Judas", "Tema del traidor y del héroe" y "La forma de la espada". Borges rastrea la noción de traición en la tradición judeo-cristiana y suele asociarla a la idea de Judas, principalmente, y también a la de Caín y Abel en el Antiguo Testamento. Desde esta perspectiva, la traición hacia un semejante es la peor de las infamias en las que puede caer un hombre.

A su vez, en muchos de sus textos, la traición queda asociada a la idea de cobardía o de falta de coraje. Esto es lo que sucede en "La forma de la espada": John Vincent Moon, el traidor, era ante todo un cobarde. Tras la traición que se ha cobrado la vida de su amigo, el irlandés vive atormentado por la infamia, y solo espera el desprecio de sus pares.

El destino

Otro de los temas que atraviesa la obra de Borges es el del destino: sus personajes muchas veces no parecen responder a su propia voluntad, ejerciendo el libre albedrio, sino que existe la idea de un destino perfijado, del cual el hombre no puede escapar; aunque lo intente, su camino lo conduce inevitablemente a cumplirlo. El destino a veces es una intuición que mueve a los personajes y los empuja a obrar de una forma determinada, sin pensar en lo que están haciendo o cuestionarse su accionar.

Así sucede, por ejemplo, en el cuento "El fin", que propone un cierre para el poema fundacional de la literatura argentina, el Martín Fierro: Fierro entra a la pulpería y busca al moreno, hermano de quien Fierro ha matado en otro duelo siete años atrás, porque sabe que tiene que enfrentarlo y que su destino se resuelve en ese duelo a cuchillo. "Mi destino ha querido que yo matara y ahora, otra vez, me pone el cuchillo en la mano" (p. 196). Nadie lo obliga a obrar de esa manera: Fierro tranquilamente podría haber evitado el enfrentamiento, pero hay una fuerza superior que lo empuja hacia ese momento.

En el final de "El Sur" sucede algo análogo: Juan Dahlman, en su fantasía, levanta el puñal que el gaucho le arroja y sabe que, en ese momento, está sellando su destino al aceptar un duelo a cuchillo que sabe que no puede ganar. La muerte en los duelos a cuchillo es la forma predilecta que emplea Borges para que sus personajes cumplan el destino de sangre y resuelvan el conflicto que atraviesa a los compadritos, personajes fundamentales de su obra que actualizan, en el escenario de los suburbios de la ciudad, el ensamble simbólico de cualidades que encarnaba, en la literatura del siglo XIX, la figura del gaucho.