El niño africano

El niño africano Temas

La familia

A lo largo de la novela, la familia y los vínculos con los parientes constituyen un tema fundamental. Se destacan, sobre todo, las figuras de la madre y del padre: el protagonista los describe, los analiza constantemente y comenta el tipo de relación que mantiene con cada uno. El chico demuestra un enorme respeto y mucho amor por ambos, quienes son ejemplos a seguir y le enseñan cuáles son los valores específicos de su comunidad.

Así, Laye observa con atención los trabajos en el taller de herrería del padre y admira las actividades que allí se desarrollan, imaginando que él mismo, en el futuro, podría llegar a ser herrero. En todo momento, el padre es presentado como un hombre célebre y muy respetado, caracterizado por la honestidad, la autoridad y la responsabilidad.

Por su parte, el amor y la protección de la madre (que a veces llega a ser un tanto exagerada) funcionan como un amparo constante para el chico. De hecho, es importante recordar que el libro comienza con un breve poema titulado "A mi madre" que funciona como una dedicatoria, donde le agradece a la mujer por haberlo cuidado, alimentado y formado.

El protagonista también recrea de modo muy afectivo las memorias en torno a su abuela materna en Tindican, que lo llama cariñosamente "pequeño esposo" (35), resaltando la estrecha conexión que los une. Asimismo, a medida que pasan los años, Laye va vinculándose con diversos tíos que lo cuidan, lo acompañan, lo aconsejan y lo ayudan a formar su identidad y su destino.

Los roles de género

En varias ocasiones, al explayarse sobre las costumbres y tradiciones de su cultura natal, el protagonista da cuenta de los roles diferenciados que existen para las mujeres y los varones en determinadas actividades. Por ejemplo, en el taller de herrería del padre solo trabajan hombres, mientras que las mujeres trabajan con el algodón y los tejidos, además de dedicarse a la preparación de alimentos. Algo semejante ocurre durante la siega del arroz en Tindican: los hombres, tanto adultos como jovencitos, marchan hacia los campos para realizar el trabajo, y al mediodía las mujeres llegan con comida y bebida para que todos puedan almorzar. Además, en general son hombres quienes ejercen las tareas espirituales (los curanderos, los morabitos) y son ellos los que se constituyen como jefes de la familia y de la comunidad. De todos modos, el protagonista aclara que las mujeres en su cultura son muy valoradas y respetadas, y que también tienen autoridad: "Yo sé que esa autoridad que demostraba mi madre puede parecer sorprendente; lo que más a menudo ocurre es que uno se imagina que el papel de la mujer africana es irrisorio, y la verdad es que hay comarcas en la que el papel es insignificante, pero África es grande, y es tan diversa como grande", (59) e inmediatamente asegura que las mujeres de su comunidad "se dejan molestar muy poco" (59).

La religión y la espiritualidad

La religión y la espiritualidad constituyen otro elemento fundamental de esta obra. Por estar dirigida a un público occidental, en muchas ocasiones la novela tiene un tono explicativo para detallar las prácticas culturales del entorno del protagonista durante sus primeros años de vida. Es importante recordar, en este punto, que Laye crece en el seno de una comunidad musulmana y malinké. Sus costumbres, sus tradiciones y su pensamiento religioso combinan elementos islámicos y elementos de esa etnia nativa de África Occidental. Si bien con el correr del tiempo también incorpora hábitos europeos, a través de su educación francesa y de los sucesivos viajes que va emprendiendo, nunca abandona su concepción religiosa del mundo, y afirma que cree en Dios. A su vez, admira especialmente a su tío Mamadou por ser estricto y ortodoxo al seguir las reglas del islam.

Una cuestión central con respecto a este tema es la presentación de diversos rituales, narrados, sobre todo, en los primeros capítulos de la novela. Los rituales son acciones ceremoniales que tienen características religiosas, espirituales y sociales, y que deben llevarse a cabo siguiendo una serie de pasos más o menos fijos. Los más destacados en las memorias de Laye tienen que ver con el pasaje de la niñez a la vida adulta. Primero, en el capítulo 7 narra la ceremonia de Kondén Diara, una entidad que guía a los leones. Los muchachos que se acercan a la pubertad deben pasar una noche rodeados de rugidos de supuestos leones en medio del bosque para desarrollar la valentía y preparase para ser hombres. Luego, una vez atravesado este ritual, tiene lugar el de la circuncisión, que también consta de cánticos, y en el que deben vestir ropas especiales. Aquí, además, hay roles específicos para diferentes miembros de la comunidad según su edad y su género. En la cultura de Laye, los chicos no son circuncidados al nacer sino en torno a la pubertad, y este momento es considerado un segundo nacimiento: a partir de ese momento, ya no son niños, sino que son hombres adultos, lo cual implica ciertas responsabilidades.

El exilio

El exilio es un tema central en El niño africano, ya que, a medida que crece, el protagonista llega a la conclusión de que su destino es abandonar su comunidad, marcharse de Kouroussa y formarse lejos de su familia, entrando en contacto con otras culturas y otros hábitos. Así, en la adolescencia viaja a Conakry, la capital de Guinea, donde recibe una educación cada vez más occidental -incluso tiene profesores llegados directamente desde Francia- y pasa a vivir en la casa de su tío Mamadou, diseñada a la manera europea. Por haberse destacado como el mejor estudiante de su grupo, obtiene una beca que le permite seguir estudiando en Argenteuil, localidad cercana a París, por lo que termina dejando su país. De hecho, el tema del exilio es tan importante que el final de la novela narra la partida del protagonista, que deja su Guinea natal y proyecta su futuro en Francia. Al contar sus memorias, Laye muestra que, al darse cuenta de que su destino es el exilio, siente angustia y confusión.

El pasaje de la niñez a la adultez

Uno de los grandes temas de esta novela autobiográfica es el pasaje de la niñez a la adultez de su protagonista y narrador. En ese sentido, es posible pensar El niño africano como una novela de aprendizaje, en tanto que relata la transición hacia la vida adulta como un proceso en el cual el personaje crece, se forma, y gana conocimientos y nuevas perspectivas sobre el mundo. Laye cuenta desde el primer capítulo sus memorias de infancia y avanza cronológicamente, adentrándose en los años de la adolescencia, hasta narrar el momento en que termina los estudios secundarios, obtiene la habilitación profesional y decide marcharse de Guinea para continuar estudiando en Francia.

Desde esta perspectiva, es preciso destacar el Capítulo 8, donde se narra la ceremonia de circuncisión del protagonista. La enorme relevancia de este capítulo queda clara al notar que se trata del más extenso de la novela. En sus páginas se explica con detenimiento el ritual del que participan los chicos de doce, trece y catorce años de la comunidad. Ya han demostrado que pueden hacerle frente a sus miedos en la ceremonia de Kondén Diara, y ahora pasan por la operación en la que les quitan el prepucio. La circuncisión es un segundo nacimiento y, a partir de ese momento, Laye y sus compañeros se han convertido en hombres.

La educación

El tema de la educación es crucial en esta novela y tiene dos grandes vertientes. Por un lado, el protagonista es educado en los valores de su comunidad, sobre todo a través de las enseñanzas y los ejemplos que le ofrecen los miembros adultos de su familia. Así, adquiere conocimientos sobre las tradiciones religiosas, sobre las creencias mágicas, sobre sus antepasados y sobre los oficios de sus parientes. Por el otro, la educación de Laye se complementa en las diversas escuelas a las que asiste. Su escolarización formal comienza en una institución coránica, es decir, musulmana, donde el foco es religioso. Luego pasa a estudiar en una primaria francesa en Kouroussa, donde empieza a recibir una formación más occidental. Más tarde, ya adolescente, viaja a Conakry, la capital del país, para estudiar mecánica en una secundaria técnica, también organizada a la manera europea, donde incluso sus profesores han llegado directamente desde Francia. La combinación de ambas vertientes educativas hace que el protagonista tenga puntos de vista diversos, que integran diferentes caras de su identidad; en este caso, las culturas malinké y francesa y la religión musulmana.

Ciudad vs. campo

En varias ocasiones a lo largo de la novela, el protagonista hace hincapié en las diferencias entre la ciudad y el campo, contrastando, sobre todo, los modos de vida de la población en cada uno de esos espacios.

En sintonía con muchos libros que abordan este tema, en El niño africano se rescatan como positivas las cualidades de la gente del campo: allí las personas son más corteses, más respetuosas y más dignas, y la vida es más sencilla. Por su parte, la ciudad exige velocidad, y esto impide que las personas puedan pensar antes de actuar, por lo que acaban por ser más toscas y aceleradas.

El propio Laye se cría en un espacio particular, ya que Kouroussa es una ciudad, pero es pequeña y se encuentra en una zona rural, por lo que tiene características mixtas. Sin embargo, cuando visita a sus parientes maternos en Tindican, en una verdadera aldea de campo, percibe enormes diferencias. Los modos de vestir y de trabajar son distintos, los chicos crecen mucho más cerca de los animales y por eso no les tienen miedo y, además, tienen más permiso para mancharse al jugar en la naturaleza. Por otra parte, ya adolescente, el protagonista viaja para estudiar en Conkary, la capital del país, lugar que le resulta especialmente extraño. Si bien también se trata de una ciudad, asegura que es "muy diferente de Kouroussa" (137) y comenta el trazado de las avenidas y la arquitectura de las casas que le llaman la atención. De hecho, es allí que comienza a vivir a la manera europea, en la casa del tío Mamadou.