El niño africano

El niño africano Resumen y Análisis Capítulos 3-5

Resumen

Capítulo 3

De pequeño, Laye visita con frecuencia a su abuela materna y otros parientes en Tindican, un pueblo rural al oeste de Kouroussa, la pequeña ciudad donde viven su madre y su padre. Para llegar hasta Tindican, camina durante algunas horas junto a su tío y disfruta de la belleza natural del recorrido. Le encanta escuchar el canto de los pajaritos y presta mucha atención a las novedades sobre la agricultura y el ganado que le cuenta su tío. En esas circunstancias, se da cuenta de que no es un chico de campo: aunque Kouroussa no sea una gran ciudad, al estar en Tindican siente que hay grandes diferencias entre los modos de vida de cada uno de estos lugares. Por ejemplo, Laye tiene miedo de acercarse mucho al ganado; los animales con cuernos lo atemorizan, pero los chicos de su edad en Tindican se acercan sin problemas.

Al llegar, su abuela materna lo saluda con mucho cariño y le dice, con afecto, que debería estar más gordo. La mujer se preocupa por su alimentación, hace bromas sobre las comidas de la ciudad y le dice que no lo dejará marcharse de Tindican sin antes subir de peso. Por el amor especial que los une, la mujer se refiere al nieto como su "pequeño esposo" (35). Muchas mujeres cercanas a su abuela llegan para saludarlo y admiran cuánto ha crecido. Laye comenta que las tierras de su familia son vastas y que tienen ganado, cabras y graneros llenos de arroz y mijo. También menciona a dos tíos que son hermanos gemelos. El mayor, Lansana, vive en Tindican y está a cargo de los trabajos de agricultura y ganadería desde la muerte del abuelo. El menor, Bo, tiene un espíritu aventurero y vive viajando.

El protagonista se queda en el recinto de su abuela, que es muy parecido al de su madre. La señora siempre le da un baño profundo al nieto para que comience la visita bien limpio. Además de pasar tiempo con su familia, Laye se encuentra con otros chicos de su edad que viven en Tindican. Son sus amigos, pero también nota que tienen modos de vida muy diferentes. A estos niños también les llama la atención que él sea tan flaco, y les encanta su ropa urbana. Por su parte, éste admira la libertad que tienen para jugar y ensuciarse, ya que él no tiene permiso para manchar su vestimenta escolar.

Capítulo 4

A lo largo de toda su infancia, Laye pasa los diciembres en Tindican. Se trata de la época seca, cuando el tiempo es más hermoso y se produce la siega del arroz, que es practicada de manera ceremonial. Algunos miembros de la comunidad tocan tambores mientras los hombres marchan hacia los campos. El jefe de cada familia hace el primer corte en las plantaciones, y después todos los hombres comienzan el trabajo, agrupando las ramas recogidas en gavillas. Laye ayuda a su tío Lansana retirando las hojas de esas ramas, y le pregunta si puede participar de la siega. El hombre le dice que probablemente la agricultura no sea su trabajo cuando crezca. Una vez más, el chico se angustia y se preocupa pensando en su destino, ya que percibe que en el futuro no será herrero ni agricultor como sus parientes. Se pregunta si será un aventurero y viajante, como su tío Bo.

Al mediodía, la siega se detiene y llegan las mujeres de la comunidad con muchos alimentos y agua fresca. Los hombres y los chicos comen y beben. Luego, los adultos duermen la siesta por dos horas, y los más pequeños juegan en el campo, poniendo trampas para animales. El protagonista comenta que el trabajo por la tarde pasa más rápido. Pronto se hacen las cinco y es tiempo de regresar a los recintos para compartir la cena. Los varones, tanto niños como adultos, cantan felices, porque los genios los han bendecido con un buen día de trabajo, y no ha habido ataques de serpientes.

Capítulo 5

Laye cuenta que en Kouroussa duerme en el recinto de su madre. Muchas veces, el protagonista comparte su cama con el más joven de los aprendices del taller de herrería, un chico llamado Sidafa, con quien mantiene una gran amistad. Ambos tienen edades similares y todavía no han sido circuncidados. Suelen quedarse hasta tarde conversando, y a veces la madre los regaña porque hacen mucho ruido y pierden tiempo de sueño.

Por las mañanas, Laye se despierta y encuentra el desayuno preparado por su madre al amanecer. Todos comen juntos. En este punto, el protagonista explica que existen reglas estrictas para esos momentos de alimentación. El padre, como jefe de la familia, preside la mesa. Los chicos no tienen permiso para conversar mientras comen, y tampoco pueden mirar a los adultos; deben concentrarse en la comida. Luego, deben agradecer a su padre por haber conseguido los alimentos y decirle a la madre que estaba muy rico.

El protagonista recuerda que su madre es muy estricta con estas tradiciones, y a veces llega a ser un tanto autoritaria, pero que es querida y respetada por la comunidad. Aquí aclara para los lectores, que pueden ser escépticos, que muchas mujeres africanas son fuertes y poderosas. En particular, su madre tiene dones mágicos y misteriosos. Por ejemplo, una vez, un hombre le pidió que usara sus poderes para lidiar con un caballo que no quería levantarse. Con calma, la mujer fue al campo, encontró al animal y le dijo al hombre que no lo golpeara con el látigo, porque eso no le daría buenos resultados. En cambio, ella comenzó a hablarle con la voz fuerte y firme e hizo juramentos: aseguró que había sido virgen hasta el matrimonio y que siempre había sido fiel a su marido. Entonces, le ordenó al caballo que se levantara, y este lo hizo de inmediato. Laye afirma que si no lo hubiese visto con sus propios ojos, no podría creerlo.

El chico cree que, tal vez, su madre tiene esos poderes sobrenaturales porque nació justo después de los dos hermanos gemelos, Lansana y Bo. La tradición malinké considera que los gemelos son mágicos en cierta medida, y que el hijo que les sigue -llamado sayon- es el responsable de intervenir cuando hay desacuerdos. Entonces ofrece otro ejemplo de los poderes de su madre: a veces ella se levanta por la mañana, sale del recinto y grita: "Si esta operación continúa, ya no me voy a callar. ¡Date por enterado!" (62). Aunque no hay ninguna figura visible en el lugar, el protagonista explica que la madre le habla a los brujos que pueden estar haciendo hechizos por la noche y complicando sus vidas. Los brujos escuchan el mensaje de la mujer y dejan de interferir.

Finalmente, Laye comenta que nadie duda de los dones de su madre, y que tampoco le tienen miedo, porque ella no tiene la capacidad de usarlos para el mal, sino apenas para protegerse. La mujer pertenece a un linaje de personas dedicadas a tareas sagradas, como circuncidar a los más chicos y revelar verdades ocultas. Sus hermanos decidieron trabajar en la agricultura en vez de seguir aquel camino, pero Laye está convencido de que la madre posee los dones sagrados de sus ancestros. Además, la mujer ha heredado el tótem del cocodrilo, que también protegía a su abuelo. Como poseedora de ese tótem, ella puede adentrarse en el río, incluso cuando está inundado, sin correr el peligro de ser atacada por los cocodrilos, como le ocurriría a la mayoría de las personas. El chico sabe que él mismo también tiene un tótem, pero todavía no ha descubierto cuál es.

Análisis

El tiempo que Laye pasa con sus parientes maternos en Tindican contrasta con la vida cotidiana de sus padres en Kouroussa. Así, se introduce un tema recurrente a lo largo de la novela: las diferencias entre la ciudad y el campo. Desde pequeño, él percibe que se vive de maneras distintas en cada uno de esos espacios. Las personas del campo se alimentan y se visten de otro modo, tienen una conexión más directa con la naturaleza y realizan trabajos más enfocados en la agricultura y la ganadería. Al chico, el contraste le resulta admirable, y le gusta aprender de ambos modos de vida: encontrar diferencias no lo lleva a pensar que la ciudad es mejor que el campo. De todas maneras, sí cree que las personas rurales son más calmas, más respetuosas y más dignas, porque no tienen que lidiar con las exigencias de velocidad de la ciudad.

Este contraste se manifiesta con especial brillo en los comentarios sobre la vestimenta. Laye llega a Tindican visitendo su uniforme escolar al estilo francés, compuesto por ropas que suele vestir en Kouroussa, y que simbolizan que es un niño de ciudad: camisa, pantalón corto y sandalias. Sus amigos del campo solo visten un pantalón corto, y admiran la ropa del recién llegado. Sin embargo, este envidia las prendas frescas e informales de los amigos, porque les permiten jugar con más libertad, sin preocuparse por ensuciar o rasgar las telas.

El tema de la familia se expande en estos capítulos a través de los vínculos del protagonista con otros parientes. Su abuela se destaca por el profundo amor que los une. La mujer se preocupa por verlo bien alimentado, lo baña, lo protege y se siente orgullosa de él. Tanto es así que lo llama "pequeño esposo" (35). Si bien esta expresión puede parecer un tanto extraña para los lectores occidentales de la actualidad, no tiene nada que ver con el incesto: es un modo de enunciar que la señora siente un gran afecto por el nieto y que lo ve como un niño honesto y responsable. Luego, las conexiones entre Laye y su tío Lansana vuelven a reforzar la importancia de la familia, el respeto por los mayores y los aprendizajes que ellos ofrecen. El chico admira a su tío y desea aprender sobre las tareas de agricultura que se llevan a cabo en Tindican.

En estos capítulos también se cuenta que varios aspectos de la vida cotidiana de los guineanos están organizados de manera ritual y ceremonial, por lo que deben cumplirse ciertas reglas o pasos fijos. En estas prácticas, hay roles específicos para los diversos participantes, que pueden variar según el género, la edad o los oficios de cada uno. Cabe destacar que estas dinámicas están presentes tanto en la vida de la ciudad como en el campo. Así, en Tindican, la siega del arroz se produce cada diciembre y comienza con un corte realizado por el jefe de la comunidad, tras lo cual trabajan todos los varones, adultos y pequeños, hasta que, al mediodía, llegan las mujeres, encargadas de producir y servir los alimentos. En la casa de Kouroussa ocurre algo semejante: cuando el padre y sus aprendices terminan de trabajar en la herrería, se sientan a la mesa, presidida por el jefe de la familia, y comen los platos preparados por la madre. Los niños deben mantenerse en silencio mientras comen y, finalmente, agradecer al padre y elogiar a la madre. Estas costumbres rituales se proponen demostrar el respeto que existe entre los miembros de la comunidad.

En el Capítulo 5 encontramos un fragmento muy relevante donde el protagonista aclara que las mujeres africanas no siempre son sumisas e irrelevantes, como tienden a creer los europeos. Entonces, afirma una idea fundamental para toda la literatura africana: África es un continente grande y diverso, y es importante evitar los prejuicios y estereotipos que limitan las capacidades de sus habitantes. Así, en algunas sociedades las mujeres pueden ser más oprimidas o marginalizadas, pero esa no es una regla general. Para argumentar su postura, Laye explica que las mujeres de su comunidad nunca se dejan maltratar. Además, comenta con detenimiento la autoridad y los poderes de su madre, que tiene la capacidad de protegerse de los brujos y de interactuar con la naturaleza de manera firme y gentil. En particular, el chico cuenta que su madre tiene un tótem, es decir, un animal que funciona como su emblema y la protege. Se trata del cocodrilo, y la mujer lo ha heredado de su padre. Es gracias a su tótem que ella, a diferencia de la mayoría, puede adentrarse en los ríos para recolectar agua sin correr el riesgo de ser atacada por los cocodrilos. Esta línea de la narración retoma la presencia de la magia, lo sobrenatural y la espiritualidad propias de la comunidad del protagonista. Tan mágico y sobrenatural es este asunto, incluso para el propio protagonista, que, para demostrarnos a los lectores que está narrando algo verdadero, expresa: "¿Acaso puedo rechazar el testimonio de mis ojos? Esas cosas increíbles, yo las he visto; las vuelvo a ver igual que las veía. ¿No hay por todas partes cosas que no se explican? Para nosotros existe una infinidad de cosas que no se explican, y mi madre vivía en su familiaridad" (59).

En este segmento, además, sigue tomando forma una cuestión ya presentada en los primeros dos capítulos: el destino del protagonista. Laye va observando a los adultos de su familia y se pregunta si, al crecer, será herrero, como su padre, o agricultor, como sus tíos maternos. Sin embargo, cada vez que conversa al respecto con los mayores, ellos le aseguran que está destinado a alguna otra cosa. Esto le genera incertidumbre y angustia, porque quiere ser un buen miembro de su comunidad y admira mucho a sus parientes. Por sentirse así, llega a considerar abandonar la escuela y pasar más tiempo aprendiendo estos oficios, pero, finalmente, decide seguir estudiando. Nadie en su familia ha sido escolarizado como él y sus hermanos, por lo que se encuentra en una posición un tanto incómoda, pero al chico le gusta mucho aprender, tanto dentro como fuera de la escuela.