El niño africano

El niño africano Resumen y Análisis Capítulos 8-9

Resumen

Capítulo 8

Laye tiene la edad indicada para ser circuncidado. Es uno de los chicos más grandes de la escuela, pero otros consideran que todavía tiene la inocencia de un niño pequeño. Él piensa que todo el tiempo que ha pasado en Tindican, viviendo según las costumbres del campo, puede haber demorado su maduración en Kouroussa. Ahora, se preocupa porque el procedimiento puede ser doloroso, pero está dispuesto a participar de la circuncisión porque sabe que es a través de ese ritual que se convertirá en hombre. La semana previa a la operación, él y los demás chicos que serán circuncidados bailan en público el soli, la danza propia de los que se preparan para terminar la niñez. Los chicos también visten una túnica llamada boubou, especialmente decorada para la ocasión y confeccionada con telas teñidas de un marrón colorado para disimular posibles manchas de sangre que puedan surgir de la operación. Estas túnicas tienen grandes aberturas para permitir libertad de movimiento, de manera tal que los muchachitos puedan bailar. Además, los chicos llevan un ítem personalizado: cada uno de ellos usa alrededor de la cintura un pañuelo colorido que suele ser un regalo de sus novias o amigas más cercanas. Mientras bailan, los chicos se mueven de manera tal que todos puedan ver sus pañuelos, que muestran con orgullo para que la comunidad conozca el vínculo especial que tienen con esas chicas.

Tras esa semana de danzas, Laye y los demás vuelven a vestir el boubou, pero esta vez la túnica ha sido cosida de manera tal que no puedan abrir demasiado las piernas, para evitar que se lastimen tras el procedimiento. Luego, los llevan hasta un claro del bosque. Los varones adultos de la comunidad los acompañan y presencian el ritual. Por eso, los que serán circuncidados se esfuerzan por mostrarse valientes, a pesar de sus preocupaciones y ansiedades. En particular, saben que uno de esos hombres adultos puede ser su futuro suegro, y quieren ser identificados como jóvenes fuertes. De pronto, aparece el encargado de practicar las circuncisiones, un especialista en esta práctica. Más tarde, Laye se entera de que el hombre pertenece a la familia de su madre y es célebre por su celeridad. Opera a los chicos, uno tras otro, de modo muy veloz. Laye se sorprende, porque la experiencia pasa muy rápido, y el dolor es apenas instantáneo.

Una vez terminado el procedimiento, sale mucha sangre del corte en el prepucio de Laye, por lo que el protagonista se preocupa y piensa que puede desangrarse. Sin embargo, uno de los hombres encargados de cuidarlo le coloca una venda, y la herida comienza a mejorar. Entonces él y los demás chicos pasan el tiempo de convalecencia juntos, en un mismo recinto, apartados de sus familias. En ese período, que dura varias semanas, no pueden ver ni contactar a ninguna mujer, para evitar que sientan cualquier excitación sexual. De todos modos, tampoco pueden ver a las mujeres de sus familias, ni siquiera a las madres. Mientras tanto, son cuidados por varones adultos que atienden sus necesidades y limpian la herida dos veces al día. Después de la primera semana de recuperación, los chicos comienzan a hacer ejercicio y, mientras se recuperan, aprenden valores de la comunidad, cánticos y virtudes específicas de los hombres adultos.

Tres semanas después de la circuncisión, la madre de Laye lo visita en el recinto de convalecencia. El chico tiene permiso para saludarla, pero debe mantener una gran distancia física. Esto le produce sensaciones contrarias: siente alegría por ver a su madre, pero le angustia comprobar que ahora es un hombre y ya no puede estar tan cerca de ella como cuando era un niño. El pasaje a la adultez es como un segundo nacimiento para las personas de su comunidad, y sabe que el proceso le provoca cierta tristeza a la madre. Al mismo tiempo, está orgulloso de haberse convertido en un hombre.

Después de la cuarta semana, los recién circuncidados tienen permiso para comenzar a interactuar con otros miembros de la comunidad. Todos los felicitan por el importante paso que han dado con valentía. Por esta época, también vuelven a sentir apetito y a disfrutar de la comida. Los chicos siguen viviendo juntos en el recinto de convalecencia hasta que el jefe de las curaciones determina que están listos para volver a sus hogares. Al llegar a la vivienda familiar, los padres de Laye le informan que, a partir de ese momento, pasará a vivir en su propia cabaña, ubicada justo enfrente de la de su madre. Allí encuentra ropas nuevas, que son las prendas de vestir propias de un hombre.

Capítulo 9

Cuando Laye tiene quince años viaja a Conakry, la capital de Guinea, para estudiar en una secundaria técnica llamada Escuela Georges Poiret o Colegio Técnico. La madre lo envía con muchas comidas y con un elixir especial, del cual debe beber un sorbo cada mañana. Se trata de un agua mágica que sirve para desarrollar la inteligencia. La madre la ha obtenido en Kankan, una ciudad sagrada para los musulmanes. El elixir es una mezcla de agua, tinta usada para copiar pasajes del Corán (el libro sagrado del islam) y miel, y es preparado por los morabitos, es decir, hombres ermitaños musulmanes que viven en soledad y tienen funciones sagradas. Por su parte, el padre le entrega el cuerno de una cabra, objeto que tiene propiedades protectoras. La despedida es un momento agridulce para el protagonista. Está entusiasmado por seguir estudiando, pero le duele abandonar a su familia. El padre le hace prometer que aprovechará al máximo esta oportunidad, que aprenderá mucho, y lo abraza más que nunca antes de la partida. Luego, Laye va hasta la estación de tren acompañado por sus hermanos y por Fanta, que se muestra apenada. Cuando el tren empieza a moverse, el protagonista ve a sus hermanos correr a lo largo de la plataforma para saludarlo, y por primera vez se da cuenta de cuán profundo es el amor que los une.

En el camino, Laye disfruta del paisaje montañoso, que le parece maravilloso. El aire es más fresco y más puro a medida que se aleja de Kouroussa. Por momentos, siente miedo porque el tren pasa muy cerca de los precipicios. Cuando llega a Conakry es recibido por su tío Mamadou, hermano del padre, quien vive en una casa del estilo europeo. La primera noche, el chico no duerme bien porque no está acostumbrado a la humedad de la ciudad, y porque extraña la vida en Kouroussa. Incentivado por una de sus tías, aprovecha el día siguiente para pasear y explorar la ciudad. Entonces ve el océano por primera vez y le parece encantadora la vista de la luz que refleja con suavidad sobre el agua. Laye siente respeto y admiración por su tío Mamadou, ya que este es muy riguroso con los principios religiosos musulmanes. Si bien viste ropas europeas para ir a su trabajo como contador, apenas llega a la casa, se cambia y viste una túnica tradicional. El hombre es polígamo, y tiene dos esposas que viven en la misma casa junto a sus hijos, pero cada una tiene su propia habitación. En el hogar no hay peleas; las dos mujeres se llevan muy bien.

Al principio, Laye se siente frustrado porque la educación que recibe en el Colegio Técnico es de muy baja calidad. Queda impactado al ver lo mal que escriben sus compañeros, y su pronunciada falta de conocimientos. Siente como si hubiera retrocedido muchos años. Durante el fin de semana, conversa al respecto con su tío, quejándose con enojo. El hombre se muestra comprensivo, pero le asegura que es mejor estudiar en la escuela técnica y aprender un oficio que ir a la escuela normal, donde solo estaría preparado para hacer trabajo de oficina. Decepcionado, el muchacho comenta que entonces podría haberse quedado en Kouroussa aprendiendo en el taller de su padre. A esto, el tío le responde que, de todas maneras, tener la formación escolar y los diplomas siempre es mejor. Si bien no se siente demasiado convencido, el protagonista sigue yendo a la escuela. Sin embargo, repentinamente, se enferma, desarrolla una úlcera y debe ser internado. Pasa varios meses en el hospital, sintiéndose angustiado y con deseos de volver a Kouroussa. Por este motivo, pierde un año de escolaridad.

Análisis

En la comunidad malinké y musulmana del protagonista, la circuncisión, es decir, la intervención quirúrgica para extirpar el prepucio del pene, no se lleva a cabo justo después del nacimiento de los chicos, sino cuando estos se acercan a la adolescencia, en torno a la pubertad. La circuncisión, en esta cultura, es un rito de pasaje –es decir, una práctica cultural que marca la transición de una etapa de la vida a otra– que significa la salida de la niñez y la entrada en la vida adulta. Como explica el protagonista: “... ahora ya tenía la edad, y me tocaba volver a nacer, me tocaba dejar la infancia y la inocencia y ser un hombre” (99). Es importante notar que se trata de un momento crucial en la vida del personaje. De hecho, su relevancia queda de manifiesto al observar que el capítulo 8, donde se narra todo el proceso de la circuncisión de Laye, es el más extenso de la novela.

Pero la gran importancia de este momento en la vida de un miembro de la comunidad no se vincula únicamente con el corte del prepucio. Todo el ritual está organizado de manera ceremonial y tiene varias etapas. Además, no es un evento únicamente privado o limitado a la familia, sino que incluye a toda la comunidad; en realidad, la ceremonia tiene una instancia pública y otra íntima o “secreta” (101). La primera es de alegría y júbilo; en la segunda, los muchachitos suelen sentir miedo y angustia. Primero, los chicos que serán circuncidados bailan en público durante una semana una danza especial, propia de todos los que están por entrar en la adultez, y viste el boubou preparado para la ocasión. Al terminar la semana, se separan de las mujeres y las niñas y comienza la parte más íntima del ritual. Esta práctica también puede llamar la atención de los lectores, ya que las intervenciones quirúrgicas no suelen ser comunitarias en las sociedades occidentales, ni suelen practicarse en espacios naturales y abiertos. En la comunidad de Laye, la circuncisión de todos los chicos tiene lugar en el mismo lugar y al mismo tiempo: el especialista realiza un corte atrás de otro. Asimismo, hombres adultos del pueblo acompañan a los muchachitos durante todo el proceso. Algo semejante ocurre durante el período de convalecencia, ya que todos los recién circuncidados se recuperan juntos en un ámbito puramente masculino. Cabe destacar que, como se trata de un rito de pasaje, los chicos también son formados en valores y tradiciones de su cultura, y aprenden qué se espera de ellos ahora que son hombres.

Para el protagonista, este y otros episodios le indican que está creciendo, y crecer, para él, es por momentos angustiante y confuso. En varias ocasiones siente emociones encontradas o hasta contradictorias. Por ejemplo, saber que se ha convertido en hombre lo hace sentirse feliz y orgulloso, pero, al mismo tiempo, lo apena mucho verse alejado de su madre. Entonces afirma: “Sólo sé que yo no podía gritar ‘Madre’, y que después de mi alegría de volver a verla, había seguido un decaimiento de ánimo… Ahora estaba esa distancia entre mi madre y yo: ¡el hombre!” (118). En este segmento, se nota con especial potencia la apertura que el narrador propone para explorar sus sentimientos más íntimos y sus dudas más profundas. Gracias a ello, los lectores lo percibimos como un sujeto sensible y empatizamos con él.

El viaje a la capital narrado en el capítulo siguiente da continuidad a ese proceso de crecimiento que experimenta el protagonista. En primer lugar, se separa aún más de su madre, de su familia y de toda su comunidad. En segundo lugar, pasa a vivir de un modo más europeo en Conakry. En tercer lugar, este desplazamiento indica que ha comenzado a cumplir con el destino presagiado por su padre: el chico abandonará su comunidad y no será ni herrero ni agricultor como sus parientes. En ese sentido, el capítulo 9 integra, dentro de la narración del angustioso proceso de crecer, las dudas propias de un adolescente que está reconociendo y formando su identidad. Laye se pregunta quién es él mismo, recupera aspectos identitarios que ha heredado de su familia, y también incorpora nuevos elementos propios de su individualidad. Así, por ejemplo, admira la rigurosidad religiosa del tío Mamadou y sostiene su propia fe, afirmándose como musulmán: "Era musulmán, y podría decir, igual que todos nosotros. Pero de hecho lo era más de lo que lo somos en general: cumplía con el Corán a rajatabla" (139). A su vez, termina el capítulo expresando: "yo soy malinké, y aparte del francés solo hablo el malinké" (144). Es decir que a medida que crece, si bien va incorporando conocimientos, perspectivas y hábitos europeos, nunca deja de pertenecer a la etnia y a la religión en las que ha sido criado.