El conde Lucanor

El conde Lucanor Resumen y Análisis Ejemplo XXXV. De lo que sucedió a un joven que se casó con una mujer muy mala y muy necia

Resumen

El Conde Lucanor le cuenta a Patronio que a un joven que él ha criado le propusieron que se case con una mujer muy rica, pero con un defecto: es una mujer muy mala y muy necia. Entonces quiere saber si debe recomendar o no este casamiento al joven. Patronio le dice que si aquel es como un hijo de un hombre bueno que era moro, que le aconseje que se case con ella, pero que si no es como tal, que no le aconseje. El Conde le ruega a su consejero que le cuente la historia.

En una villa vivía un moro honrado que tenía un hijo muy bueno, pero que no tenía riquezas suficientes para poder hacer las cosas grandes que sentía en su corazón que debía cumplir, por lo que vivía muy afligido. En el mismo lugar vivía otro moro más honrado y más rico que su padre, que tenía una hija de carácter contrario al otro hijo; era muy mala y falta de razón, y nadie quería casarse con ella.

Un día el hijo del primer moro le dijo a su padre que quería buscar un casamiento que le conviniera para tener un buen pasar, y que si el padre quisiese podría casarse con la hija del moro bueno y rico. El padre se sorprendió porque nadie, por más pobre que fuera, quería casarse con aquella mujer, pero su hijo le pidió que le haga la merced de arreglar ese casamiento, a lo que el padre accedió. Fue a hablar con el padre de la hija, del que era muy amigo, y este admitió que si su hijo se casara con la suya le haría un gran daño, pero que si la quisiera él estaría agradecido de que la sacaran de su casa. El padre del hijo dijo que así lo quería y se llevó a cabo el casamiento.

Terminada la ceremonia, llevaron a la novia a casa del marido, donde les prepararon la cena, como acostumbraban hacer los moros en la primera noche de los recién casados. Así hicieron los parientes de ambos, que los dejaron solos con gran temor, pensando que al día siguiente hallarían al novio muerto o muy maltrecho.

Marido y mujer se sentaron a la mesa y, antes de que ella pudiera decir nada, el joven ordenó a su alano que le diera agua a las manos. El perro no lo hizo, y el joven comenzó a irritarse, pidiendo más bravamente que le echara agua en las manos, pero el animal no reaccionó. Entonces el marido agarró una espada y empezó a perseguir al perro por toda la casa, hasta que lo alcanzó y le cortó la cabeza y las patas, despedazándolo.

El joven volvió a la mesa sañudo y ensangrentado. Vio al gato y le ordenó lo mismo que al perro. Al ver que este no cumplía con la orden, se dirigió al gato y lo acusó de traidor, amenazándolo con hacerle lo mismo que al perro. El gato no respondió, así que el joven lo agarró de las patas y lo estrelló contra la pared, con más violencia y más saña con la que había matado al perro. Volvió a la mesa y la mujer, que no se animaba a decir palabra, lo tuvo por loco.

El joven volvió a hacer lo mismo con su caballo, despedazándolo todo. Y dijo que así haría con cualquiera que no hiciese lo que él mandaba. La mujer estaba muerta de miedo. Sentado en la mesa, con la espada ensangrentada en sus rodillas, el joven miró para todos lados buscando otro ser viviente, hasta que posó los ojos sobre su mujer y, con la espada desenvainada, le pidió que se levantase y le echara agua en las manos. La mujer se apresuró a hacer lo que le pedía. Este agradeció que así lo hiciera, porque si no, le hubiera hecho lo mismo que a los otros. Después le mandó que le diese de comer y le pidió otras cosas tan bravamente como lo había hecho con los animales. La mujer cumplió con todo sin decir palabra, por miedo a que le cortara la cabeza. De esta manera pasaron la primera noche.

Cuando llegó la madrugada, los parientes se acercaron con temor a la puerta de la casa. La mujer, que tenía órdenes de su marido de que nadie lo despertase, se acercó a ellos y les ordenó que no hablaran si no querían acabar todos muertos. Les susurró lo que había pasado durante la noche y los parientes se asombraron, apreciando mucho al joven, que supo cómo mantener su casa en orden. De aquel día en adelante, aquella mujer mala y fea fue muy bien mandada, y ella y su marido llevaron muy buena vida. A los pocos días el suegro de la mujer, el padre del hijo, quiso hacer lo mismo con su esposa matando un gallo. Pero esta le dijo que de nada valía que matara cien caballos, porque lo conocía y sabía cómo era.

Patronio concluye el relato diciéndole al Conde que si el joven al que él ha criado es como aquel joven moro, le puede aconsejar que se case tranquilamente, porque sabrá como arreglar su casa. Pero si no sabe hacer lo que debe como aquel joven moro, el Conde debe dejarlo ir a su ventura. También le aconseja al Conde que con todos los hombres con quien tuviera trato siempre actúe del modo en que dé a entender de qué manera la han de pasar con él. El Conde Lucanor tuvo por bueno el consejo y así hizo. Don Juan Manuel lo incluyó en su libro e hizo estos versos: “Si al comienzo no muestras quién eres, / Nunca podrás después cuando quisieres” (p.77).

Análisis

El cuento del Ejemplo XXXV es de posible origen persa. De nuevo aparece aquí el motivo oriental con los personajes moros y la mención de la costumbre morisca de que los parientes preparan la cena de los novios en su primera noche de casados. Es un relato conocido, con sus variaciones, en la literatura popular española, sobre todo el desenlace final. Shakespeare trata un asunto similar en la comedia La fierecilla domada.

El ejemplo se ubica en una situación mundana que nada tiene que ver con lo espiritual. Trata de enseñar cómo mantener el orden del núcleo familiar doméstico de una forma poco ortodoxa. En este relato, el ejemplo se cruza con un género popular y burgués: el fabliaux o la hablilla, que muestra los vicios de la sociedad a través de situaciones grotescas y personajes vulgares. El fin de la hablilla no es dar una enseñanza, sino provocar la risa.

La descripción de la mujer como “la cosa más mala y fuera de razón del mundo” (p.69) va a tono con este tipo de relatos, en los cuales las mujeres no son cortejadas ni protegidas por los caballeros, sino que son burladas y criticadas. La forma grotesca en la que se comporta el joven también se aleja mucho de los valores caballerescos, como la galantería y el desprecio por el provecho y las ventajas. Al manifestar un interés por obtener riquezas sin importar el modo en que se obtienen, el cuento nos sitúa en las circunstancias sociales de la Baja Edad Media, en la que se va imponiendo la mentalidad burguesa y sus fines lucrativos. Aquí se premia al joven por saber comportarse de manera tal que pueda asegurar el señorío de su casa y las riquezas que obtiene del matrimonio, aunque su actitud sea reprobable. En el cuento, el vicio y el engaño triunfan sobre la virtud y la honra, tema que queda completamente desplazado.

Puede resultar irónico que los parientes de los novios tengan miedo de que la mujer pudiera matar o malherir al joven por su maldad y su necedad, cuando es este el que se comporta con maldad y falta de razón para engañar a su mujer haciéndole creer que podría matarla. Aquí el engaño no busca exponer la vanidad o la avaricia, sino que se utiliza para que el personaje bueno obtenga un beneficio de casarse con una mujer mala. No se reprocha el maltrato a la mujer, porque se nos da a entender desde el principio que esta se lo merece.

En este caso, el pedido de Conde Lucanor, que acude a su consejero para dar un consejo a un tercero, es contestado con un caso ficticio muy similar al real: la situación del joven al que quiere ayudar el Conde es la misma que la del joven moro del relato de Patronio. Lo que sí se aleja un poco del asunto en cuestión es la conclusión de Patronio, que le recomienda al Conde que siempre actúe de manera tal que dé a entender qué es lo que deben esperar los otros de él. Este consejo es lo que extrae Don Juan Manuel, que cierra el ejemplo con unos versos que generalizan la situación inicial, transmitiendo una enseñanza de carácter menos vulgar y, por esto, más acorde a la moralidad de los ejemplos: siempre uno debe mostrarse desde el inicio tal cual es porque, si no lo hace, después no podrá revertirlo. El desplazamiento consiste en que los versos apuntan a una verdad –mostrar “quién eres” (p.77)– cuando el relato habilita una mentira: fingir una identidad falsa, con el fin de obtener lo que uno quiere.