El conde Lucanor

El conde Lucanor Resumen

La primera parte de El Conde Lucanor está compuesta de 51 ejemplos. En estos ejemplos, el Conde Lucanor le pide a Patronio un consejo, que aquel le da a través de una historia. Esta guía de estudio hace foco en 9 de los ejemplos más famosos, compilados en la edición de Colihue: el III, el V, el VII, el X, el XI, el XXIX, el XXX, el XXXII y el XXXV.

En el Ejemplo III (“Del salto que dio el Rey Ricardo de Inglaterra en el mar contra los moros”), el Conde Lucanor le pregunta a Patronio qué puede hacer para enmendar los errores cometidos ante Dios en tiempos de guerra. Patronio le responde con la historia de un ermitaño que supo por medio de un ángel que su compañero en el cielo sería el Rey de Inglaterra. El ermitaño creía que él había hecho más acciones buenas que el Rey, que había hecho daño en muchos pueblos, pero el ángel le dijo que un salto del Rey valía tanto como todas las buenas obras del ermitaño. Entonces el ángel le contó la vez que el Rey de Inglaterra se animó a dar el primer salto del barco a la ribera en un ataque cristiano dirigido a los moros, y que, al hacer esta buena acción, que animó al resto a dar su salto para ganar la batalla, hizo un bien a Dios, quien lo compensó por los males hechos. Después de escuchar este relato, el ermitaño se contenta de tener tan buen acompañante en la eternidad. El ejemplo finaliza con Patronio aconsejando al Conde acerca de que no debe tener una vida recluida como la del ermitaño, sino que a él le corresponde seguir el camino del Rey, el de quien tiene tierra y gente para luchar como Caballero de Dios. Don Juan tiene por bueno el ejemplo y lo pone en su libro, concluyendo que los caballeros deben desear dar ese salto más que encerrarse en la orden.

En el Ejemplo V (“De lo que ocurrió a un zorro con un cuervo que tenía un pedazo de queso en el pico”), el Conde Lucanor le consulta a Patronio acerca de un hombre que lo alaba mucho y que le propuso un convenio en apariencia favorable. Su consejero le explica qué esperar de aquel hombre con la historia de un zorro que engañó a un cuervo para quitarle un pedazo de queso que tenía en el pico. El zorro hizo muchos elogios al cuervo, halagando sus plumas, sus ojos y sus garras. Después de hacer esto, el zorro le rogó al cuervo que cantara, para poder confirmar que era la mejor de todas las aves. El cuervo abrió el pico para cantar dejando que el pedazo de queso caiga. El zorro tomó el queso y se escapó. Patronio cierra la historia diciéndole al Conde que no debe esperar nada bueno de alguien que lo halaga demasiado, porque seguro quiere aprovecharse de él. Don Juan toma el ejemplo y lo coloca en su libro, concluyendo que debes cuidarte de quien te alabe más de lo que en ti hubiere, porque querrá engañarte.

En el Ejemplo VII (“De lo que sucedió a una mujer a quien decían Doña Truhana”), el Conde Lucanor acude a Patronio para saber si le conviene seguir a un hombre que le asegura que, si se cumple cierta razón, se dará una serie de cosas ventajosas para él. Patronio le responde con lo que le aconteció a Doña Truhana, una mujer pobre que, de camino al mercado, se puso a pensar qué pasaría si vendiera su olla de miel. Doña Truhana empezó a imaginar que con la venta de la olla compraría unos huevos de los que saldrían gallinas, y que con la venta de las gallinas compraría ovejas, y así seguiría hasta hacerse rica. Se vio a sí misma más rica que todas sus vecinas, rodeada de hijos e hijas, yernos y nueras, y esa fantasía la hizo reír, lo que provocó que se cayera su olla con miel. Terminado el relato, Patrono aconseja al Conde que debe siempre esperar cosas razonables y no alimentar fantasías dudosas. Don Juan toma el ejemplo para su libro, concluyendo que hay que encomendarse a cosas ciertas y alejarse de esperanzas vanas.

En el Ejemplo X (“De lo que sucedió a un hombre que por pobreza y a falta de otra comida comía altramuces”), el Conde Lucanor quiere que Patronio lo consuele por las veces que piensa en la pobreza. Patronio responde con la historia de un hombre que era rico, pero perdió todo al punto de que solo podía comer altramuces. Aquel hombre notó que otro hombre, que fue más rico que él y que ahora era aún más pobre, comía las cáscaras de los altramuces que él dejaba, y se contentó un poco pensando que podría estar peor. Este pensamiento hizo que Dios le ayudara a salir de la pobreza. Patronio le dice al Conde que Dios dispuso que los hombres tuvieran diferentes cosas, y que, si en algún momento está en apuros, debe confiar en que Dios lo asistirá. También debe saber que hay hombres que tienen más que él y se contentan con dar menos a su gente de lo que el Conde le da a la suya. Don Juan tiene por bueno el ejemplo y lo pone en su libro, concluyendo que no hay que desmayar por pobreza, porque habrá otros más pobres que uno.

En el Ejemplo XI (“De lo que aconteció a un deán de Santiago con Don Illán, el gran Maestre, que vivía en Toledo”), el Conde Lucanor le consulta a Patronio sobre un hombre a quien decidió ayudar a cambio de que este le hiciera algún bien futuro en compensación. Aquel hombre, creyendo que el asunto por el que pidió ayuda estaba resuelto, ahora se niega a ayudar al Conde usando excusas, y el Conde no sabe si conviene seguir asistiéndolo. Patronio le responde con la historia del deán de Santiago, quien le pidió a Don Illán, el gran Maestre de Toledo, que le enseñara el arte de la nigromancia. Don Illán aceptó enseñarle, pero advirtiendo que los hombres que se hacían más poderosos se olvidaban de quienes lo habían ayudado en un principio. El deán prometió asistirlo en cuanto pudiere, entonces Don Illán le dijo a su criada que pusiera unas perdices para la cena y así comenzaron a estudiar. A medida que el tiempo transcurría, el deán iba escalando de posición en la Iglesia, pasando por los cargos de arzobispo, obispo, cardenal y, por último, Papa. Cada vez que esto ocurría, Don Illán le pedía el cargo anterior para su hijo, pero el religioso elegía todas las veces a un familiar suyo, posponiendo el favor que le debía al Maestre para más adelante. Cuando llegó al cargo de Papa, Don Illán le pidió el favor por última vez, pero el antiguo deán solo le ofreció agravios. Entonces Don Illán dijo que se marcharía y, viendo que el Papa no le daría nada para que comiera en el camino, pidió las perdices que había encargado en la cena del primer encuentro. Dicho esto, ambos se hallaron de nuevo en Toledo, en el día que empezaron el estudio de la nigromancia, siendo el Papa de nuevo un deán. Don Illán despidió al religioso sin darle perdices para el camino. Ahora, Patronio le dice al Conde que no debe esperar nada de un hombre que corresponde su ayuda dando excusas como las que daba el deán de Santiago a Don Illán. A Don Juan le parece un buen ejemplo y lo pone en su libro, concluyendo que quien no te agradece por la ayuda que le ofreces, menos lo hará cuando hubiera alcanzado mejor posición y más honra.

En el Ejemplo XXIX (“De lo que aconteció a un zorro que se tumbó en la calle y se hizo el muerto”), el Conde Lucanor quiere darle un consejo a un pariente suyo que vive en una tierra donde no tiene tanto poder y recibe amenazas que ponen en cuestión su honra; para ello, acude a su consejero, Patronio. Este le responde con lo que le sucedió a un zorro que, después de pasar toda la noche en un gallinero, no tiene otra opción que hacerse el muerto en el medio de la calle para evitar que la gente lo atrape. Estando así, varias personas se acercan para quitarle mechones de pelo y otras partes del cuerpo que eran buenas para algún malestar. El zorro tolera todo esto fingiendo estar muerto, hasta que un hombre dice que le quitará el corazón, y el zorro resuelve que es un buen momento para moverse y escapar. Con esta historia Patronio le dice al Conde que su pariente debe fingir que no le hacen daño las afrentas en su contra, pero si ya no puede fingir porque estas son muy graves, es mejor arriesgar lo necesario para impedirlas, que vivir sin honra. El Conde acepta el consejo y Don Juan lo pone en su libro, concluyendo que se debe sufrir lo que se deba y alejarse de cuanto se pueda.

En el Ejemplo XXX (“De lo que acaeció al Rey Abenabet de Sevilla con la Reina Ramayquia, su mujer”), el Conde Lucanor pide consejo a Patronio sobre un hombre al que suele ayudar, que muchas veces se muestra irritado cuando no le gusta la ayuda del Conde, pero parece olvidarse cuando sí lo beneficia. Patronio le da un consejo con la historia del Rey Abenabet y su esposa, la Reina Ramayquia. Aquella reina era una mujer buena pero muy caprichosa, que siempre le estaba haciendo algún reclamo al Rey. Una vez le reprochó que nunca la llevaba a donde había nieve, entonces el Rey mandó plantar almendrales por todo Córdoba, para que parezca que estaba nevado. Otra vez la Reina se puso a llorar porque no podía estar tirada en el lodo como una mujer que vio haciendo adobes, entonces el Rey mandó a hacer un lodo de agua de rosas, especias y perfumes. Sin embargo, la Reina continuó con sus quejas, a lo que el Rey respondió preguntando por la vez que le hizo el barro de sustancias preciosas. Finalizada la historia, Patronio le dice al Conde que no debe hacer tantas cosas buenas por aquel hombre desagradecido, porque podrá dañar su hacienda y su honra. Don Juan decide poner el ejemplo en su libro, concluyendo que no hay que dejar de buscar el provecho cuando alguien desconoce lo que uno hace por él.

En el Ejemplo XXXII (“De lo que aconteció a un Rey con los burladores que hicieron el paño”), el Conde Lucanor le pregunta a Patronio qué hacer con un hombre que le propuso una situación beneficiosa, pero que le dijo que no podía contárselo a nadie, ni siquiera a las personas de su confianza. Patronio le responde con la historia de tres hombres que se acercaron a un Rey diciéndole que podían hacer un paño que sería invisible a quienes no fueran hijos de quienes decían que eran sus padres. El Rey encargó el paño y, antes de verlo, envió a unos súbditos, que fingieron que podían ver el paño. Cuando el Rey fue y vio a los hombres manipular un paño invisible, temió que se supiera que él no era hijo de su padre y que, por lo tanto, no era el rey legítimo, entonces él también fingió que lo veía. Cada persona que se acercaba a ver el paño y no podía verlo hacía lo mismo, porque nadie quería que se supiera algo que podía dañar su honra. El día de un festejo, los tres burladores se acercaron al Rey para que usara el paño en la celebración. El Rey se puso el atuendo invisible y salió en paseo con su caballo. Nadie se animaba a decir que no veían el paño, con excepción de un negro que le marcó al Rey que andaba desnudo. Esto hizo que varios se fueran animando a decir la verdad, hasta que descubrieron que los hombres los habían engañado. Cuando fueron a buscarlos, los burladores se habían escapado. Patronio termina el cuento diciéndole al Conde que aquel hombre seguramente lo quiere engañar, porque no tiene más razones para querer beneficiarlo que las personas en las que el Conde confía. Don Juan pone el ejemplo en su libro concluyendo que quien quiere que desconfíes de tus amigos quiere engañarte sin testigos.

En el Ejemplo XXXV (“De lo que sucedió a un joven que se casó con una mujer muy mala y muy necia”), el Conde Lucanor quiere saber cómo aconsejar a un joven al que ha criado sobre contraer matrimonio con una mujer muy rica, pero mala y necia. Patronio le dice que debe tener en cuenta lo que hizo un joven moro que se casó con una mujer del mismo carácter. Aquel joven moro era muy honrado, pero no tenía las suficientes riquezas para cumplir con lo que le correspondía hacer. El joven resolvió en casarse con la hija de otro moro que tenía muchas riquezas, pero que era muy mala y falta de razón. Nadie entendía por qué quería hacer esto, pero lo dejaron hacer. La noche de bodas, los parientes los dejaron solos en la casa con mucho temor de que al día siguiente el joven aparezca muerto o malherido. Cuando se disponían a cenar los recién casados, el joven le ordenó al perro que le echara agua en las manos. Al ver que este no respondía, se encolerizó y le cortó la cabeza. Luego le pidió lo mismo al gato, y como este tampoco obedecía, lo despedazó. Repitió este acto atroz con el caballo, dando mucho miedo a la mujer, que creía que su marido estaba completamente loco. Cuando este, viendo que no quedaba otro ser vivo cerca, le pidió a su mujer que le echara agua en las manos, esta no dudó en obedecer. Así fue como el hombre consiguió que la mujer mala y necia lo obedezca en todo, y tener la casa en orden. El padre del joven quiso hacer lo mismo con su mujer, pero esta le dijo que ya lo conocía y que no serviría con ella. Terminada la historia, Patronio le dice al Conde que si aquel joven es como el moro de su historia, puede aconsejarle que se case con aquella mujer. Don Juan Manuel pone el ejemplo en su libro, concluyendo que si no muestras al principio como eres, más adelante no podrás hacerlo si quieres.