El árbol de la ciencia

El árbol de la ciencia Resumen y Análisis Primera parte: La vida de un estudiante en Madrid

Resumen

Capítulo 1: Andrés Hurtado comienza la carrera

Una mañana de octubre, animados y ansiosos estudiantes de Medicina y de Farmacia esperan, en el patio de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Central de Madrid, que comience la primera clase de su carrera. Entre ellos se encuentra Andrés Hurtado, quien mira con asombro desde un costado. De repente, una cara conocida lo saluda: se trata de Julio Aracil, un antiguo compañero de escuela. Julio le presenta a Montaner, un amigo que lo acompaña. Los tres están matriculados en Medicina. La masa de estudiantes ríe y bromea cuando el profesor de Química, un hombre petulante y orgulloso, da comienzo a la clase como si fuera un espectáculo. A Andrés le resulta ridículo el asunto. Luego, en la siguiente clase, ya en el edificio correspondiente, los estudiantes intentan repetir su accionar, pero el profesor de Botánica no permite tal comportamiento. Cuando la jornada termina, Andrés, quien no aprecia demasiado a Julio, descubre que su desprecio es aún mayor por Montaner. Montaner es monárquico y partidario de la aristocracia; Andrés, en cambio, es republicano y antiburgués.

Capítulo 2: Los estudiantes

Para Andrés, el mundo universitario resulta absurdo. Sus deseos de encontrar disciplina en el estudio de la ciencia se ven arruinados por la realidad: clases donde los estudiantes no siguen las explicaciones, fuman, leen novelas y juegan bromas a los profesores. Al salir, lo único que les interesa son las mujeres. Madrid, a diferencia de otras ciudades europeas, parece estancada: conserva su espíritu romántico y atrasado.

Capítulo 3: Andrés Hurtado y su familia

Andrés tiene una familia numerosa, pero, desde la muerte de su madre, Fermina Iturrioz, se siente solo y triste. El padre, don Pedro Hurtado, es un hombre elegante, amante de los lujos, egoísta, déspota en el manejo de las cuestiones hogareñas y adulador de la aristocracia. Alejandro, el hermano mayor, es el preferido del padre, y es un ser egoísta e inútil que cobra un sueldo de una oficina del Estado donde ni siquiera asiste a trabajar. Margarita, su hermana, tiene veinte años y se ocupa de la crianza del más pequeño. Pedro es quien le sigue en edad; él estudia derecho y es el más alegre de todos. Luis, el más chico, tiene cuatro o cinco años y no goza de buena salud. Andrés quiere mucho a Luisito, tiene afecto por Pedro y Margarita, desprecia a Alejandro y casi odia a su padre.

Capítulo 4: En el aislamiento

La madre de Andrés se ocupa de darle una educación católica a su hijo, pero este se aleja de la religión cuando ella muere. Mientras Alejandro y Pedro asisten a un colegio durante el bachillerato, a Andrés su padre lo envía a un instituto más barato. Su soledad se incrementa y pasa mucho tiempo en su cuarto leyendo novelas. Al finalizar la escuela, decide estudiar Medicina sin consultarlo con su padre. Por lo general, con él, el trato es muy malo y discuten a menudo por cuestiones políticas: don Pedro se burla de los revolucionarios, alaba a los conservadores y considera la riqueza como una virtud; Andrés piensa diferente y, cuando habla con su padre, insulta a la burguesía, los curas y el ejército. La hostilidad hacia su padre aumenta a medida que pasa el tiempo.

Capítulo 5: El rincón de Andrés

La familia Hurtado vive en una casa que es propiedad de un marqués: el padre de Andrés administra el lugar y cobra los alquileres a los inquilinos. Pedro Hurtado está bien relacionado y es muy complaciente con sus vecinos y amigos, salvo con la gente de condición humilde. Las únicas personas pobres con las que se muestra simpático es con aquellas que tienen una moral dudosa, como dos bailarinas de vida licenciosa que viven en el cuarto piso. Andrés detesta esos comportamientos del padre y solo ve a su familia en el horario de las comidas. Incluso, al iniciar sus estudios superiores, Andrés se cambia de cuarto y queda aún más aislado.

Con la llegada del fin del primer año de carrera, Andrés comienza a temer por los exámenes. Se vuelca de lleno al estudio y consigue aprobar cuatro asignaturas. Solo reprueba Química, pero no lo cuenta en su casa. Durante el verano estudia para volver a rendirla, pero se distrae mucho y le resulta difícil memorizar todo. Acude, entonces, con su tío, el Doctor Iturrioz, quien le da una carta de recomendación para un profesor. Al hacer el examen, cree que desaprobará, pero, para su sorpresa, logra aprobar.

Capítulo 6: La sala de disección

En el semestre siguiente, comienzan las clases de disección, las preferidas por los estudiantes. Todos se muestran deseosos de hundir el escalpelo en los cadáveres; incluso hacen bromas con los muertos. Andrés también siente indiferencia ante la muerte y se interesa en la disección, pero le repugna el trato que se hace de esos cadáveres, a los que se arrastra por el suelo o de los que se juntan y mezclan las sobras, al finalizar las tareas, para incinerarlos. Jaime Massó, un catalán a quien Julio Aracil tiene como amigo solo para burlarse de él, es uno de los curiosos que, incluso, se lleva a su casa restos humanos para analizarlos.

En esta época, Andrés y Montaner dejan atrás hostilidades y traban amistad. Los tres amigos desprecian a los provincianos, a quienes consideran vulgares. A pesar de ciertas coincidencias, Hurtado se resiste un poco a ser un señorito de sociedad como sus amigos. Se siente diferente a ellos, en parte debido a sus lecturas, relacionadas en este tiempo con la Revolución francesa. Andrés suele visitar a dos amigos para debatir las mismas cuestiones que con Aracil y Montaner y comparar puntos de vista. Uno de ellos es Sañudo, un estudiante de Ingeniería, a quien frecuenta los sábados en el Café del Siglo. Pero Sañudo y sus amigos del café solamente hablan de música y adoran a Wagner, y esto a Andrés no le interesa, por lo que deja de asistir. El otro amigo es Fermín Ibarra, un joven que, debido a la artritis, vive confinado en su hogar, a quien visita los domingos. A él le cuenta sobre sus clases de disección y sus salidas por los cafés. Al salir de la casa de Ibarra, Andrés tiene una idea agradable sobre la vida, que contrasta con la que tiene en general, que es amarga y dolorosa.

Capítulo 7: Aracil y Montaner

Al terminar el semestre, los compañeros de Andrés salen de vacaciones y él pasa el verano en la ciudad, entre lecturas y paseos con su hermana y su hermanito. Con la llegada del curso nuevo, se ilusiona con la materia Fisiología, creyendo que le interesará el estudio de las funciones de la vida. Sin embargo, pronto se desilusiona: el material de estudio es obsoleto y su profesor es malo. Termina considerando la materia, en línea con el accionar y pensar de su amigo Aracil, "como todo lo demás, sin entusiasmo, como uno de los obstáculos que salvar para concluir la carrera" (65).

Julio Aracil es un joven práctico y algo petulante, que sabe adaptarse a las circunstancias, le gusta mucho el dinero y le molesta la violencia. Aprueba todas las asignaturas sin estudiar, dado que sabe aprovecharse de la ayuda brindada por aquellos menos inteligentes que él. A pesar de mostrarse como un joven práctico, no busca la protección ni ayuda de un primo suyo médico, sino que quiere conseguir todo por sí mismo. Procede de Mallorca y, de acuerdo con el narrador, probablemente haya en él sangre semítica: "Por lo menos, si la sangre faltaba, las inclinaciones de la raza estaban íntegras" (66). De acuerdo con Iturrioz, el tío de Andrés, en España, "desde un punto de vista moral, hay dos tipos: el tipo ibérico y el tipo semita. Al tipo ibérico asignaba el doctor las cualidades fuertes y guerreras de la raza; al tipo semita, las tendencias rapaces, de intriga y comercio" (66). Según la clasificación de Iturrioz, Montaner también sería más del tipo semita que del ibérico.

Al terminar el curso, Aracil deja Madrid para volver con su familia, mientras Andrés y Montaner se quedan en la ciudad y se juntan seguido. Entre los dos critican a Julio, sin embargo, cuando este vuelve, ambos vuelven a reunirse con él.

Capítulo 8: Una fórmula de la vida

Al comenzar el cuarto año de carrera, Andrés siente curiosidad por las clases de José de Letamendi. Es un profesor considerado como un genio de inteligencia superior. Andrés comienza a leer sus teorías de aplicación de las Matemáticas a la Biología y le resultan admirables. Su ansiedad lo lleva hacia el café donde se reúnen Sañudo y sus amigos: quiere compartir con ellos sus impresiones y exponer la fórmula de la vida de Letamendi.

Sale más tarde de allí perplejo y derrotado: uno de los amigos de Sañudo se ríe de sus ideas y le provee argumentos que dejan en ridículo las teorías del profesor. Hurtado siente una gran decepción: en su casa vuelve al libro y se convence de que lo que en principio le pareció profundo y serio no son más que vulgaridades adornadas por la retórica literaria del catedrático.

Sin embargo, en lugar de tener menos ganas de saber, se vuelca de lleno al mundo de la filosofía, por lo que comienza a leer a Kant, Fichte y Schopenhauer. Durante el verano, asiste a la Biblioteca Nacional a leer libros filosóficos nuevos de autores franceses e italianos, pero decide volver a los clásicos y termina, complacido, comprendiendo la Crítica de la razón pura, de Kant.

Capítulo 9: Un rezagado

Cuando comienza el curso siguiente, al inicio del otoño, Luisito, el hermano menor, se enferma de fiebre tifoidea. Andrés se desespera y comienza a leer libros de Patología para tratarlo. El médico, un primo de Aracil, le dice que no hay tratamiento efectivo más que el reposo y los cuidados en el hogar. En este momento, la estima de Andrés por Margarita aumenta, cuando ve cómo se dedica al niño durante los treinta o cuarenta días que dura la fiebre. Andrés adquiere con esta experiencia médica de atención a un familiar un gran escepticismo hacia la profesión, dado que siente que no sirve para nada. Además, según su profesor de Terapéutica, son inútiles los preparados de la farmacopea.

En este curso, Andrés Hurtado se hace amigo de un estudiante rezagado, mayor que él, llamado Antonio Lamela, un hombre romántico, fantasioso y alcohólico. Este le cuenta a Hurtado que está enamorado de una mujer de la aristocracia. Cuando Andrés la conoce, se queda estupefacto al notar que ella es una mujer vieja, fea y odiosa. Lamela imagina historias sobre enemigos que quieren robarle a su mujer y sus botellas. Andrés se divierte contándoles a Luisito y a Margarita las excentricidades de este nuevo amigo.

Capítulo 10: Paso por San Juan de Dios

Cuando falta poco tiempo para los exámenes de ingreso de alumnos internos al Hospital General, Aracil les propone a sus dos amigos concurrir a unos cursos de enfermedades venéreas en el Hospital de San Juan de Dios para comenzar a practicar. Tras frecuentar el deprimente hospital, Hurtado confirma su pesimismo en relación con lo que lo rodea. No solo el sitio y los enfermos están en una situación miserable, sino que, además, el médico que se encarga de todo es un ser cruel, autoritario y petulante. Su paciencia se termina y decide abandonar el curso cuando el médico ordena que maten al gato de una paciente. En los días siguientes, se impresiona por las injusticias sociales que un obrero anarquista denuncia en un mitín. Expresa sus ideas frente a sus amigos y Aracil le dice que, si le interesan esas cosas, se dedique a la política. Pero no le interesa la política española a Hurtado. Se siente cada vez más pesimista y se inclina hacia el anarquismo espiritual.

Capítulo 11: De alumno a interno

Cuando llegan los exámenes del Hospital General, los tres amigos se presentan a rendir. Andrés le pide a su tío Iturrioz que escriba una recomendación para él. Aracil y Andrés aprueban e ingresan. Un médico, amigo de su tío, lo llama. A este profesional no le interesa otra cosa más que su trabajo. A Andrés, en cambio, le preocupan más las ideas y los sentimientos de los enfermos que sus síntomas. Para su pesar, en el hospital abunda la inmoralidad, el juego de azar y la corrupción. Tanto los médicos y sus pacientes como los capellanes y curas están involucrados en actos innobles. Son las monjas las únicas personas con las que traba amistad, aunque no se dediquen más que a lo administrativo. Además, hay un hombre misterioso en el hospital que a Andrés le causa repulsión: el hermano franciscano Juan. Este hombre místico y misterioso cuida por gusto a los enfermos contagiosos y regala comida a quien precise. A Hurtado le cuesta comprender que este hombre busque, deliberadamente, ese ambiente deprimente.

Análisis

El árbol de la ciencia (1911) es una novela de Pío Baroja, uno de los mayores exponentes de la generación del 98, situada en Madrid y otras localidades españolas, aproximadamente entre 1887 y fines de siglo. Como los escritores de este grupo, Baroja siente sincera preocupación por la situación que atraviesa España hacia fines del siglo XIX, algo que expresa en su literatura. Esta generación literaria coincide en mostrarse profundamente preocupada por la crisis que sufre España tanto en el plano político como en el moral y social, tras la pérdida de las últimas colonias en lo que se conoce como "Desastre del 98". La acción de esta novela se desarrolla, precisamente, durante los años previos y posteriores a la guerra hispano-estadounidense, en el marco de la Guerra de Independencia de Cuba. La guerra hispano-estadounidense es un conflicto bélico entre Estados Unidos y España que se produce en 1898, cuando Estados Unidos interviene en la guerra independentista cubana. Esto termina con la derrota española, la pérdida de sus colonias y, como consecuencia de aquello, con un estado de conmoción en el pueblo español y crisis de valores.

En parte, esta obra comparte características con el Bildungsroman alemán, también conocida como novela de aprendizaje o de formación. En este tipo de novela, popularizado durante el siglo XIX y el siglo XX, un joven se desarrolla física, moral, psicológica y socialmente, pasando, en general, por tres etapas: la del aprendizaje propio de la juventud, la de los conocimientos incorporados en un viaje o peregrinación y salida al mundo, y la del perfeccionamiento. Como el héroe de este tipo de relatos, Andrés es un joven sensible que se hace preguntas sobre la vida y busca respuestas para convertirse en un hombre maduro. En este caso, comienza su formación en la universidad, luego tiene experiencias como médico en diferentes localidades y, además, realiza un viaje que podría denominarse como interior, dado que lo propician sus lecturas y sus conversaciones filosóficas. Por último, llega a la madurez y a cierta comprensión. Sin embargo, su adquisición de conocimientos está cargada de escepticismo y de un pesimismo existencial relacionado con la falta de sentido que le encuentra a la vida y al mundo. El personaje protagónico de la novela sufre una crisis existencialista vital, dado que no consigue adaptarse a esa realidad hostil en la que se encuentra inmerso.

Si bien se trata de una novela de ficción, tanto la crítica como los escritores contemporáneos al autor e incluso el mismo Baroja coinciden en otorgarle cierto carácter autobiográfico. Esto se debe a las coincidencias entre varios aspectos de la vida del autor y del personaje protagónico, Andrés Hurtado. Como Baroja, este personaje estudia Medicina en Madrid y, durante un tiempo, en Valencia; ninguno de los dos está a gusto al ejercer la medicina, que ambos practican en el ámbito rural. Así, escritor y protagonista se vuelcan a la escritura. Incluso hay otro personaje, el doctor Iturrioz, con el que el autor presenta coincidencias, sobre todo de tipo ideológico, además de otros personajes inspirados en personas conocidas por el autor. Más allá de la representación de situaciones y de personas reales presentes en la obra, lo que se hace evidente es la transmisión de la ideología del autor a la novela, vinculada con la concepción del mundo y de la vida.

La novela presenta un narrador en tercera persona focalizado en la figura del personaje protagónico, Andrés Hurtado. El narrador no resulta objetivo; su subjetividad se hace evidente en los juicios que produce al relatar. Estos juicios coinciden, como veremos en más de una oportunidad, con las opiniones del protagonista y son un vehículo del autor para expresar su propia ideología. Por ejemplo, al inicio de la novela se presenta a los estudiantes de las carreras de Medicina y de Farmacia aguardando para su primera clase en la Escuela de Arquitectura. El narrador, en lugar de mencionar esto, ofrece su sarcástica opinión para explicar la razón de ello: "Por una de estas anomalías clásicas de España" (35). Con esta frase, se anticipa, desde la primera página de la novela, la opinión crítica que el narrador y el protagonista comparten sobre España y que van a reiterar a partir de diferentes circunstancias. España está representado como un país en el que, reiteradamente, suceden hechos que escapan a la norma o se desvían de la regla y de lo esperado. En este caso, las clases no se dictan donde debieran dictarse. En relación con esto, la universidad, que debería presentarse como un símbolo del resguardo y el progreso del saber nacional, es mencionada, reiteradamente, con símiles que la comparan con un teatro, con un lugar dedicado al ocio.

La caracterización y descripción del protagonista no se resuelve mediante la adjetivación y la enumeración de sus rasgos más representativos, como en las novelas realistas suele suceder para lograr una pintura acabada de los personajes. A diferencia, se logra a partir de la confrontación con las características de otros personajes. De esta manera, no conocemos cómo es Andrés Hurtado físicamente, pero sí podemos saber, a partir de la confrontación con su padre o con Montaner, que no es como ellos, que no comparte su visión de mundo. A partir del contraste con estos personajes, nos enteramos de algunos de sus gustos y preferencias. Andrés prefiere la literatura naturalista, es republicano, antiburgués, antimonárquico, anticlerical y tiene un sentido de moral muy elevado. Sin embargo, en más de una ocasión incurre en contradicciones con sus propias posturas. Por ejemplo, su sentido de moral se ve quebrantado cuando accede a la ayuda de su tío Iturrioz para aprobar Química.

Su anticlericalismo se remonta a la primera infancia, cuando su madre lo lleva a confesarse y siente el desinterés y la falta de compromiso del cura. La hipocresía de este hombre configura su primera decepción, que luego es confirmada con cada una de las acciones perpetradas en la obra por un miembro de la Iglesia: los curas y capellanes innobles del Hospital General; las monjas que, en lugar de mostrarse piadosas ante los enfermos, se ocupan solamente de cuestiones administrativas; e incluso el hermano franciscano que le causa repulsión sin entender bien el motivo:

Había en él algo anormal, indudablemente. ¡Es tan lógico, tan natural en el hombre huir del dolor, de la enfermedad, de la tristeza! Y, sin embargo, para él, el sufrimiento, la pena, la suciedad debían de ser cosas atrayentes (91).

La confesión católica no es el único hito en su vida. Hay varios sucesos que marcan al protagonista y que configuran su forma de ser. Uno de esos sucesos es la muerte de la madre. De hecho, en esta pérdida está cifrado el origen de su tristeza: "En casi todos los momentos de su vida Andrés experimentaba la sensación de sentirse solo y abandonado" (44). A pesar de este malestar constante, Andrés se presenta, al inicio de la novela, como un joven entusiasmado y ansioso por aprehender conocimiento científico. Pese a ello, paulatinamente se decepciona con lo que la universidad le ofrece. Esta es otra de las constantes que veremos en la novela: cada vez que el personaje se ilusiona con algo o hay una mínima esperanza en algún evento, la situación cambia drásticamente y la decepción y tristeza vuelven a apoderarse de él.

La razón por la que la ilusión por la nueva vida universitaria trastoca en desencanto está vinculada con ciertos males que la generación del 98 critica de la España de su época. En primer lugar, por el comportamiento grotesco de los estudiantes. Hay un capítulo entero destinado a comentar el comportamiento de los estudiantes, como si fueran un personaje colectivo con características comunes. Son jóvenes despreocupados que no están interesados en el aprendizaje de los contenidos, no respetan la autoridad de los profesores y, en lugar de aparecer como seres racionales, realizan actividades propias de animales, tales como "rebuznar".

Ante la inmensa cantidad de estudiantes con estas características, la crítica del narrador recae en que los pocos cultos e interesados en el aprendizaje no pueden lograrlo. Esta crítica al estudiantado se enfoca, sobre todo, en los alumnos de las provincias a los que se tilda de "palurdos":

El estudiante madrileño, sobre todo el venido de provincias, llegaba a la corte con un espíritu donjuanesco, con la idea de divertirse, jugar, perseguir a las mujeres, pensando, como decía el profesor de Química con su solemnidad habitual, quemarse pronto en un ambiente demasiado oxigenado (40-41).

En esta frase, el "espíritu donjuanesco" alude al seductor personaje de Don Juan Tenorio, del drama homónimo de José Zorrilla. La metáfora que refiere a que estos muchachos se queman en un ambiente oxigenado hace referencia a la búsqueda veloz de experiencias de estos jóvenes en la gran ciudad.

El claustro de profesores también es destinatario de la crítica de Hurtado y del narrador. En ella se simboliza una crítica al sistema científico y educativo español. De ellos se dice que son muy viejos ―"Sin duda no los jubilaban por sus influencias y por esa simpatía y respeto que ha habido siempre en España por lo inútil", (p. 41)―, petulantes y escandalosos, más preocupados por satisfacer su ego que por impartir enseñanzas ―"Satisfacía su pueril vanidad dejando los experimentos aparatosos para la conclusión de la clase con el fin de retirarse entre aplausos como un prestidigitador", (p. 42)―. El caso más evidente y más trascendental para la vida de Hurtado es el del profesor Letamendi. Este es uno de los profesores que Pío Baroja tiene en su formación universitaria y que decide representar en la novela para criticar de forma explícita:

Leyó de nuevo el libro de Letamendi, siguió oyendo sus explicaciones y se convenció de que todo aquello de la fórmula de la vida y sus corolarios, que al principio le pareció serio y profundo, no eran más que juegos de prestidigitación, unas veces ingeniosos, otras veces vulgares, pero siempre sin realidad alguna, ni metafísica, ni empírica (71).

Es notable que en las dos críticas aquí citadas a los médicos que ejercen la docencia en las clases de Hurtado se utilice el símil y la metáfora de la prestidigitación, es decir, de los juegos de magia o ilusionismo. Estos docentes, en lugar de ceñirse a la ciencia, lo hacen al azar; en lugar de presentarse de manera seria y responsable para dar cuenta de su objeto de estudio, lo hacen como si fuera un espectáculo de magia, en el que las teorías no se pueden justificar.

La decepción que le causa al personaje darse cuenta de que sus teorías no son lo que él espera hace que cambie el rumbo de los acontecimientos y de los intereses de Andrés. Aquí tiene su despertar filosófico: "La palabrería de Letamendi produjo en Andrés un deseo de asomarse al mundo filosófico y con este objeto compró en unas ediciones económicas los libros de Kant, de Fichte y de Schopenhauer" (72). Así, aunque ingresa a la carrera de Medicina para "encontrar una disciplina fuerte y al mismo tiempo afectuosa" (43), se encuentra con algo grotesco, y eso lo empuja a la filosofía.

En cuanto al desencanto con el ejercicio de la medicina, que podrá verse con mayor detenimiento en otras partes de la novela, aquí se vislumbra el germen. En primer lugar, llega a Andrés ante la imposibilidad de hacer algo por la salud de su hermano en lo que considera su primer ensayo como médico, algo que le produce gran escepticismo: "Empezó a pensar si la medicina no serviría para nada" (76). Quien lo atiende es el doctor Aracil, primo del amigo de Andrés y protagonista de las otras dos novelas de la trilogía La raza. Este médico le dice: "Es una enfermedad que no tiene tratamiento específico —aseguraba—; bañarle, alimentarle y esperar, nada más" (75). Sumado a esto, el profesor de Terapéutica considera inútiles o perjudiciales los preparados de la farmacopea.

En segundo lugar, sus experiencias como estudiante, en un curso brindado en el Hospital San Juan de Dios, termina siendo "un motivo de depresión y melancolía" (81). Es el hospital otro de los sitios que trastoca su simbología tradicional: en lugar de ser un símbolo del cuidado y de la salud, es un espacio del vicio y el maltrato. Al asistir a este lugar tan miserable con sus enfermos, las ideas de Schopenhauer comienzan a tener más sentido para él:

A los pocos días de frecuentar el hospital, Andrés se inclinaba a creer que el pesimismo de Schopenhauer era una verdad casi matemática. El mundo le parecía una mezcla de manicomio y de hospital; ser inteligente constituía una desgracia, y sólo la felicidad podía venir de la inconsciencia y de la locura (81).

Estas ideas están en línea con el título de la obra y se desarrollan de forma más extensa y detallada en la cuarta parte de la novela. Sin embargo, aquí dejan entrever el pesimismo que el ambiente profesional le causa a al joven estudiante y cómo el conocimiento se configura, paradójicamente, como algo negativo.

Por último, su experiencia como alumno interno en el Hospital General también es negativa. Ingresa allí para adquirir afición por la carrera y lo que sucede es, justamente, lo contrario: la inmoralidad y la corrupción son la norma. Si bien por momentos siente deseos de actuar para cambiar esa realidad, la influencia de sus amigos y las primeras lecturas de Schopenhauer lo orientan hacia la no acción.

Lo que se logra con esta concatenación de experiencias malogradas que atraviesa el personaje es una crítica a la realidad española de la época representada. Y, en consonancia con esto, aparecen ciertas ideas vinculadas con el determinismo racial o genético como base para la crítica de ciertos comportamientos presentes en la sociedad española. El determinismo es una corriente en boga en el momento de producción de esta novela que postula que las diferencias entre los humanos están relacionadas intrínsecamente con las bases biológicas de los individuos, como la etnia a la que pertenecen. Estas teorías que estereotipan los comportamientos humanos y segregan a los grupos se desprenden de la teoría evolucionista de las especies de Darwin aplicada al ámbito social y configuran ideas racistas y xenófobas. Esto se puede ver claramente en la novela. En esta parte, por ejemplo, aparece en la mención a la clasificación que realiza Iturrioz y que adopta también, aunque con alguna atenuación, el narrador:

El doctor Iturrioz, tío carnal de Andrés Hurtado, solía afirmar, probablemente de una manera arbitraria, que en España, desde un punto de vista moral, hay dos tipos: el tipo ibérico y el tipo semita. Al tipo ibérico asignaba el doctor las cualidades fuertes y guerreras de la raza; al tipo semita, las tendencias rapaces, de intriga y de comercio (66).

El narrador lo atenúa porque plantea la arbitrariedad de tal tipificación, sin embargo, a continuación de esta frase, la novela continúa: "Aracil era un ejemplar acabado del tipo semita. Sus ascendientes debieron ser comerciantes de esclavos en algún pueblo del Mediterráneo" (67). Con esto, se da cuenta de que también el narrador toma esta caracterización.

Para cerrar esta primera parte, debe mencionarse una característica de la obra que se reitera. En cada parte de la novela aparecen personajes tangenciales. Esto quiere decir que hay personajes que son eventuales y cuyas historias no se terminan de cerrar, como Sañudo, Jaime Massó, Antonio Lamela, entre otros. Esto no quiere decir que no sean importantes para el desarrollo de los acontecimientos. Su importancia radica en que son ellos los que van mostrándole al protagonista diferentes facetas de la vida. Uno de los más recurrentes de estos es Fermín Ibarra, el amigo enfermo. En esta parte, el contacto del protagonista con Fermín produce cierto bienestar en Andrés y esto constituye otra de las contradicciones en las que incurre el personaje, quien no está bien en ningún sitio, salvo cuando puede regodearse frente a alguien que está en peores condiciones que él. La presencia de estos personajes provocan reflexiones en el protagonista y le muestran otras perspectivas.