El árbol de la ciencia

El árbol de la ciencia Resumen y Análisis Cuarta parte: Inquisiciones

Resumen

Capítulo 1: Plan filosófico

Andrés Hurtado regresa a Madrid, tras pasar dos meses como médico sustituto en el pueblo de Burgos, y se dispone a buscar trabajo fuera de la ciudad. Un día, en la biblioteca, encuentra a Fermín Ibarra, su antiguo amigo enfermo de artritis, que ahora estudia Ingeniería en Lieja y está de vuelta en Madrid por las vacaciones de verano. Fermín lo invita a su casa y le muestra sus inventos relacionados con la mecánica y los trenes. Andrés, en este momento, piensa que su amigo desvaría, pero, más adelante, se acordaría de él al ver automóviles con llantas como las inventadas por su amigo.

Por las tardes, Andrés suele visitar a su tío Iturrioz. En una de las charlas, el joven le dice que preferiría trabajar en un laboratorio antes que ejercer la medicina, y que no sabe qué hacer con su vida. Ante la falta de sentido, busca explicaciones racionales sobre el origen de la vida y del hombre en las lecturas filosóficas: pretende una síntesis que complete la cosmología y la biología, o, en palabras de su tío, "una explicación del Universo físico y moral" (167). Emprende esa búsqueda a través de las lecturas de Kant y de Schopenhauer. Su tío le dice que mejor lea a los ingleses, como Hobbes, que son más prácticos. Andrés postula que el mérito sobresaliente de Kant es probar que son indemostrables los pilares de las religiones y los sistemas filosóficos, es decir, Dios y la libertad. Como consecuencia de ello, no hay causa primera para el origen de todo y el universo no tiene un comienzo temporal ni límites espaciales: todo está sometido a encadenamientos de causas y consecuencias. De allí se desprende que el mundo no tiene realidad, que todo ello no existe por fuera de las mentes humanas y, por tanto, el tiempo, el espacio y el principio de causalidad son construcciones mentales humanas, no realidades. Para Iturrioz todo esto no son más que fantasías.

Capítulo 2: Realidad de las cosas

La discusión con Iturrioz acerca de la realidad continúa. Andrés insiste en que es una construcción a partir de los que percibimos y conocemos: "Este reflejo unido, contrastado, con las imágenes reflejadas en los cerebros de los demás hombres que han vivido y que viven, es nuestro conocimiento del mundo, es nuestro mundo ¿Es así, en realidad, fuera de nosotros? No lo sabemos, no lo podremos saber jamás" (170). A Iturrioz eso no lo convence. Le dice que, de pensar así, incluso las matemáticas quedarían sin base que las sustente. Andrés le dice que corresponden a leyes de la inteligencia humana, pero que no se puede afirmar que sean las leyes de la naturaleza exterior a los humanos. Andrés sostiene que la ciencia es el encadenamiento de causas y consecuencias, y que se basa en la razón y la experiencia. La ciencia es, para Andrés, la única construcción fuerte de la humanidad.

Capítulo 3: El árbol de la ciencia y el árbol de la vida

La conversación sobre la ciencia entre tío y sobrino prosigue. Iturrioz acusa a Andrés de estar entre quienes idolatran la ciencia y quieren llegar al fondo de la verdad de todo lo que les rodea. Iturrioz prefiere que algo del ámbito de la vida quede relegado a la ficción. Andrés le dice que es cierto: es necesaria para la humanidad cierta dosis de ficción para vivir. Es entonces cuando Iturrioz, riendo, postula que lo que su sobrino dice ya está expresado en el Génesis de la Biblia. Allí se menciona que en el centro del paraíso existen dos árboles, el de la vida y el de la ciencia. Dios le permite a Adán comer todos los frutos del jardín, salvo los del árbol de la ciencia. Le advierte que el día que coma de ese árbol, morirá: "Ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá" (175). Es, por tanto, el estado de conciencia el que compromete la vida.

En este punto, comparan a los griegos y semitas con los turanios y arios del norte. Para ellos, los primeros dan cuenta de un fuerte instinto de supervivencia, dado que tienen fe en sus divinidades. Los segundos intentan ver la naturaleza tal como es. Para Andrés, es la mentalidad científica de esos hombres del norte la que hace que el mundo vuelva a la cordura y a la búsqueda de verdad. Destaca en esto las labores de Kant y Schopenhauer. Luego retoma la alegoría bíblica para explicar lo que hacen estos filósofos: Kant aparta las ramas del árbol de la vida que ahogan al árbol de la ciencia y permite que se quede "la gruesa rama del árbol de la vida, que se llama libertad, responsabilidad, derecho" (177). Schopenhauer, más pesimista, quita incluso esa rama y la vida queda como una corriente llevada por la voluntad, que, de vez en cuando, produce inteligencia. Por tanto, habría predominio de la voluntad, es decir, del deseo de vivir, o predominio de la inteligencia, es decir, del conocimiento y la ciencia.

En un momento de la conversación en el que Iturrioz se siente en un laberinto confuso, sintetizan la discusión de la siguiente forma: a partir de la idea de la relatividad de todo, Andrés quiere darle un valor absoluto a las relaciones entre las cosas. Iturrioz, en cambio, le propone tomar como norma la utilidad, pero su sobrino le espeta que eso es peligroso. Lo útil no se puede comprobar como lo verdadero. Iturrioz dice que también la verdad puede ser peligrosa, y Andrés responde que sí, pero solo si se falsea.

Capítulo 4: Disociación

Tío y sobrino continúan sus análisis. Iturrioz le critica a Andrés su intelectualismo estéril e impráctico. Para Andrés, el método necesario sería el de la disociación de ideas para una correcta evaluación y lograr con ellas la construcción de un mundo mejor. Iturrioz trata de negar esto apelando a que, en el terreno moral, esa disociación provocaría la protesta de la sociedad, cuyo instinto es conservador. Para él, aún impera el egoísmo. Sin embargo, Andrés insiste con sus ideas, dado que cree que hay diferentes formas de agrupación humanas y que se deben ir dejando las malas formas para tomar las buenas. Iturrioz trata de convencerlo de que la sociedad no cambia sin una promesa concreta de algo como el paraíso. Andrés, por su parte, le dice que es hora de dejar los miedos atrás y atreverse a cambiar.

Capítulo 5: La compañía del hombre

En este capítulo concluye la conversación entre Andrés e Iturrioz. El muchacho le dice a su tío que el hombre es un romántico. Para Iturrioz son necesarias la fe y la ilusión antes que la ciencia. Al momento de quedarse callados, Andrés afirma que se marchará si no encuentra trabajo allí.

Análisis

La cuarta parte de la novela se inicia con un encuentro fortuito del protagonista con Fermín Ibarra, su antiguo amigo enfermo. En este personaje se evidencia una notable evolución. Ahora asiste a la facultad, tiene planes y proyectos. Ha pasado de la pasividad y el encierro a la actividad y al exterior, donde se anticipa su futuro prodigioso. Aunque Andrés no cree lo que le cuenta, "le pareció que su amigo desvariaba" (166), tiempo más tarde ve que los automóviles, novedad técnica para la época, llevarían el invento de su amigo. A diferencia de otros personajes de la obra, que son reflejo del atraso español que la novela denuncia, Ibarra es un joven moderno y formado.

Luego, de este encuentro, una línea de puntos horizontales, que se traza desde un margen al otro de la página, divide el texto y anticipa, gráficamente, un cambio. Aquí comienza la parte central de la novela, conformada por cinco capítulos y titulada "Inquisiciones", que significa "indagaciones". En primer lugar, es central por su ubicación: está dispuesta, efectivamente, en el centro de la novela, dividiendo la obra en la etapa inicial de formación y en la posterior de experimentación, y dando lugar así a esta parte intermedia de reflexión. En segundo lugar, es central por su importancia en el desarrollo del conflicto que aqueja al protagonista. Su búsqueda existencial de sentido de la vida está relacionada con lo planteado aquí, donde se desarrollan las doctrinas filosóficas y las ideas que guían las acciones de los personajes.

En este espacio de la obra, además, la dinámica narrativa cambia, dado que los capítulos se concatenan en torno a una larga conversación entre tío y sobrino, es decir, es un largo diálogo directo. A diferencia de la conversación que mantienen en la segunda parte, en la que Andrés tiene una actitud pasiva y receptora, en esta ambos personajes ofician como diletantes y exponentes activos. Así se retoma una antigua tradición del mundo clásico, similar a la mayéutica, que tiene que ver con filosofar a través de la conversación, al estilo platónico. El narrador desaparece casi por completo, limitándose solo a mínimas acotaciones objetivas.

Los cinco capítulos suceden en el mismo espacio y de manera continua. Se trata de una extensa charla en la que ambos explican sus ideas y reflexionan desde la azotea de Iturrioz. Este se configura como el espacio por excelencia para estas disquisiciones. Al respecto, Andrés ironiza: "Esta es la azotea de Epicuro" (166), haciendo alusión al antiguo filósofo clásico Epicuro de Samos, cuya escuela filosófica se llamaba El jardín. En este punto, la situación los presenta como si fueran dos filósofos clásicos en ese jardín de altura que tiene su tío en la casa. Es gracias a esta parte y a esta conversación de tinte filosófico que mantienen los dos hombres que se devela el sentido del título de la obra.

La conversación se inicia con una crítica al estado de la ciencia en España, en el que no hay laboratorios, la preparación científica que brinda la universidad es deficiente, los profesores no saben enseñar y falta disciplina. Andrés no tiene planes para su vida, dado que la práctica médica no le satisface y, debido a ese estado catastrófico de la investigación científica, no puede trabajar en un laboratorio como le gustaría. Esta falta de destino profesional deriva en la charla en su gran búsqueda filosófica. Para saciar su angustia existencial, el joven precisa una filosofía que le otorgue una explicación moral sobre el origen del mundo y que, a la vez, responda a criterios biológicos. Intenta dar con esa síntesis, física y moral, en las lecturas de los filósofos idealistas alemanes Immanuel Kant y Arthur Schopenhauer. Sus interrogantes internos se vinculan con el misterio de no saber por qué el mundo y las personas son como son y hacen lo que hacen. A continuación, se analizarán las ideas principales de esta charla.

Su tío se presenta como una persona mucho más pragmática. Él le dice que esas lecturas que el joven menciona no son el camino propicio para su finalidad. Le propone, en cambio, al filósofo materialista inglés Thomas Hobbes. Considera que esta lectura no lo alejará del mundo y de la vida, es decir, de las experiencias, como sí lo hacen las otras. Esto no le importa a Andrés, porque, justamente, su angustia está relacionada con no tener un plan de vida. Su pensamiento vuelve una y otra vez a lo mismo porque no puede disfrutar: la vida se le presenta como "estúpida, sin emociones, sin accidentes [...] y el pensamiento se llena de terrores como compensación a la esterilidad emocional de la existencia" (168). Andrés está desesperado por la angustia que lo acecha, pero también está desesperado por adquirir conocimientos.

Es, según sus obras autobiográficas, el propio Baroja quien estudia a estos autores durante sus años de juventud. Por lo que, las ideas volcadas en esta novela corresponden a sus lecturas e intereses juveniles. Personaje y autor, en la misma etapa de la vida, se vuelcan al estudio de los filósofos alemanes. Las ideas que se analizarán a continuación están elaboradas por Kant en Crítica de la razón pura (1787). En esta obra, el filósofo alemán critica las corrientes filosóficas previas, que tienen como centro al objeto, es decir, que toman el conocimiento del objeto. Kant, en cambio, postula que es otra la forma de construir conocimiento. Su planteo es el del estudio del sujeto como constructor del conocimiento del objeto. Esta construcción se logra a través de la representación que ese sujeto hace del objeto por intermedio de sus sentidos. Esto es lo que veremos ahora más detalladamente, puesto que es lo que Andrés Hurtado le explica a su tío.

Andrés le dice que Kant es quien descubre que las antiguas ideas filosóficas no tienen sustento: se muestran como ficciones, fantasías. Dios y la libertad son indemostrables según la filosofía kantiana. Entonces, si no hay Dios, que sería la causa primera y original de todo lo existente, no hay posibilidad de explicar el origen del mundo y de la vida o las razones de la existencia. Lo que sí es demostrable, según Kant, es que hay "fuerzas que obran por un principio de causalidad en los dominios del espacio y del tiempo" (168). Es decir que todos los hechos son causa y consecuencia de otros; una concatenación de sucesos que tienen forma en un espacio y en un tiempo sin una finalidad preestablecida. Sin embargo, y aquí está lo más interesante del planteo filosófico, el mundo no tiene realidad, sino que esta y el conocimiento se crean en la mente humana. O sea, es el cerebro el que produce esas categorías de espacio, de tiempo, de causalidad: "Acabado nuestro cerebro, se acabó el mundo" (169). Esta última idea, en lugar de desesperar a Andrés, es la que lo calma, porque su angustia anterior a conocer las teorías del filósofo se relacionaba con la infinitud del universo, con creer que al morir, el mundo seguiría sin él. En este sentido los postulados filosóficos de Kant lo consuelan: al terminar su vida, todo se termina, porque la realidad está en su mente.

A su tío, todas estas ideas le parecen fantasías: "Todo eso me parece poesía" (170). De hecho, usa un símil para comparar las teorías kantianas con la literatura, con la ficción, con un constructo de realidad que no es, precisamente, la realidad en la que él vive. Es, además, una forma de decir que le parecen ideas de una belleza poética considerable, pero no verdades. Iturrioz se niega a creer en esas ideas: tiene la seguridad práctica de que las cosas son como él las ve y que el mundo que conoce es real. Entonces, le pregunta por la condición de verdad de las cosas. De acuerdo con esta teoría, ¿qué es verdad?, ¿cuándo algo es verdadero? Para Andrés, "el acuerdo de todas las inteligencias en una misma cosa es lo que llamamos verdad" (171). La condición, por tanto, para que algo sea verdadero es la unanimidad: que todas las conciencias estén de acuerdo. Esto se logra gracias a la existencia del encadenamiento de causas y consecuencias. Sin ese encadenamiento, "ya no habría asidero ninguno; todo podría ser verdad" (172). Por tanto, esta filosofía se basa, según Andrés, en la razón y la experiencia y, por ello, la ciencia es verdad. La ciencia describe fenómenos concretos; la filosofía se ocupa de fenómenos más complejos a partir de los datos que le da la ciencia.

Después de esta exposición de ideas sobre las que no logran llegar a un acuerdo, los personajes coinciden en algo: Andrés plantea que la voluntad o deseo de vivir es igual de fuerte en los animales que en los humanos. Además, afirma que, a medida que el hombre comprende y conoce más, menos desea. La comprobación de esto la halla en la teoría de la evolución: la búsqueda de conocimiento se da en los individuos más evolucionados. Para explicar esta idea, utiliza un símil basado en la corta vida de las mariposas: "El hombre, cuya necesidad es conocer, es como la mariposa que rompe la crisálida para morir" (175). Con este símil da a entender que el conocimiento lleva a la muerte. En cambio, el hombre que se presenta "sano, vivo, fuerte, no ve las cosas como son porque no le conviene" (Ibid.). Es decir, plantea dos escenarios posibles: el de alguien que tiene ansiedad por conocer y, al lograrlo, perece; y el de alguien que carece de esa necesidad y, por ende, vive fuerte y sano. Pone como ejemplo de este segundo tipo a la figura de Don Quijote que, en su locura, no se da cuenta de lo que sucede realmente y vive más que todas las personas que lo rodean.

Estas ideas, como bien le señala Iturrioz, ya están presentes en un mito judeocristiano presente en el Génesis bíblico: la alegoría del árbol de la vida y del árbol de la ciencia. De aquí, de esta historia bíblica y de su significado, se desprende el título de la novela. En la Biblia se cuenta que Dios, al crear a los humanos, les otorga el paraíso para vivir y ser felices en donde hay dos árboles muy diferentes uno de otro. Uno es el de la vida, un árbol frondoso y hermoso que brinda la inmortalidad; otro es el de la ciencia que provoca la muerte. Dios les da una advertencia que deben cumplir: "Comed del árbol de la vida, sed bestias, sed cerdos, sed egoístas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no comáis del árbol de la ciencia, porque ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá" (175). El árbol de la vida es el árbol de quien vive en la ignorancia y la tranquilidad; es el árbol de la voluntad y el deseo. El árbol de la ciencia es el del conocimiento y la reflexión. El castigo divino recae sobre aquellos seres que, orgullosos, pretenden mejorar comiendo de su fruto. La ignorancia es sinónimo de felicidad, pues quien no conoce, nada espera; el conocimiento es sinónimo de dolor, pues quien conoce, se angustia, teme, reconoce los problemas, nunca se siente satisfecho.

Andrés, irónico, dice que el de Dios es un consejo admirable, "digno de un accionista de un Banco" (175), de alguien que quiere sacar provecho y renta para sí: si comen del árbol de la vida, viven en la ignorancia y en la mentira de no saber los misterios que los rodean, viven en la adoración de la divinidad que tiene para sí todo el conocimiento. Tío y sobrino concuerdan en que esta forma de pensar es propia de los pueblos semíticos y que, en cambio, los pueblos germánicos valoran el conocimiento: otra vez los personajes apelan al determinismo y producen ideas antisemitas, dado que los colocan en el lugar del atraso y la ignorancia. Andrés postula que esos germánicos que se presentan como precursores son Kant y Schopenhauer. Explica, entonces, qué es lo que hacen estos filósofos con la ciencia a partir de esa alegoría bíblica analizada.

En línea con la alegoría, Andrés explica que Kant libera al árbol de la ciencia de algunas de las ramas del árbol de la vida que lo ahogan. Pero, es Schopenhauer, el filosofo con cuyas ideas más comulga, quien realiza el cambio definitivo. En sus Memorias, Baroja comenta que ha leído y se ha interesado por El mundo como voluntad y representación (1819) de Schopenhauer, y son esas ideas las que se ven expuestas aquí. Lo que postula Andrés es que Schopenhauer destruye también las ramas del árbol de la vida que a Kant le parece necesario mantener, como las de "libertad, responsabilidad, derecho" (177). Schopenhauer deja al árbol de la vida carente de cualquier otro sentido, solo como una fuerza llamada voluntad. Entonces, desde la perspectiva planteada por Schopenhauer, funcionan dos principios: el de la vida o la voluntad de existencia y el de la verdad o la inteligencia. He aquí la síntesis que busca al principio de la conversación: los presupuestos biológicos y los filosóficos que hacen funcionar al mundo. La filosofía de Schopenhauer es considerada pesimista porque esa verdad constituye un problema para el individuo que, al tener acceso al conocimiento y al saber, toma noción de lo que sucede y de su imposibilidad de transformación. Él plantea que la única salida para el hombre sabio es un estado similar a la ataraxia perseguida por los filósofos epicúreos, cuyo objetivo es dedicarse a la contemplación pasiva y lograr así aplacar todo deseo y temor.

Iturrioz critica el intelectualismo de su sobrino por estéril, porque considera que lo aleja de la vida práctica y lo aísla en la reflexión: "No somos un intelecto puro, ni una máquina de desear, somos hombres que al mismo tiempo piensan, trabajan, desean, ejecutan..." (179). Se evidencia, así, que no cree que la inteligencia y la función vital estén tan disociados. Pero Andrés insiste en su posición: lo que para él hay es predominio de la inteligencia o predominio de la voluntad. Iturrioz le plantea que lo mejor es tomar como norma la utilidad, porque las ideas de Andrés no alcanzan para cubrir "un campo enorme a donde todavía no llegan las indicaciones de la ciencia" (180).

Para sostener su punto, Iturrioz acude a tres metáforas. La primera es la idea del laberinto ―"Nos encontramos dentro de un laberinto, en medio de la mayor confusión y desorden" (Ibid.)―, con la que expresa que las teorías de Andrés no son útiles para alcanzar la verdad. Luego apela a una segunda metáfora, la de una fiesta de máscaras:

En este baile de máscaras, en donde bailan millones de figuras abigarradas, tú me dices: Acerquémonos a la verdad. ¿Dónde está la verdad? ¿Quién es este enmascarado que pasa por delante de nosotros? ¿Qué esconde debajo de su capa gris? ¿Es un rey o un mendigo? ¿Es un joven admirablemente formado o un viejo enclenque y lleno de úlceras? (180).

Finalmente, insiste con una tercera metáfora, la de la brújula inoperante: "La verdad es una brújula loca que no funciona en este caos de cosas desconocidas" (180). Es decir que no entiende cómo el sistema propuesto por su sobrino daría cuenta de cuál es la verdad, de dónde está el conocimiento.

En última instancia, a Iturrioz no le preocupa tanto conocer la verdad, sino tomar de la filosofía lo que es práctico para poder vivir. En ese sentido, si Dios o la religión son una mentira, no le importa, porque pueden ser útiles para la sociedad. El camino que propone es el de la fe, la ilusión y las promesas que logran movilizar a las personas. Andrés concede que la ciencia no alcanza a develar todos los misterios, pero lo que queda, para él, es esperar, abstenerse de vivir y de afirmar. Para él es necesario analizarlo todo y confiar, en última instancia, en la ciencia.