El árbol de la ciencia

El árbol de la ciencia Citas y Análisis

Por una de estas anomalías clásicas de España, aquellos estudiantes que esperaban en el patio de la Escuela de Arquitectura no eran arquitectos del porvenir, sino futuros médicos y farmacéuticos.

Narrador, p. 35.

Esta frase constituye el tercer párrafo de la novela. Es significativa porque anticipa, desde el comienzo de la obra, la visión negativa que el narrador y el personaje comparten sobre la España de la época. Las clases de Medicina y de Farmacia no se cursan en una facultad destinada a tal fin, sino en la de Arquitectura. Y esto, como se señala, no es una anomalía inusual sino una clásica, es decir, una más como tantas otras.

Además, este pasaje presagia la visión que el protagonista irá adquiriendo de las clases universitarias a medida que avanza en la carrera: "Su preparación para la Ciencia no podía ser más desdichada" (43).

Otras ciudades españolas se habían dado alguna cuenta de la necesidad de transformarse y de cambiar; Madrid seguía inmóvil, sin curiosidad, sin deseo de cambio.

Narrador, p. 40.

En el segundo capítulo, el narrador reflexiona sobre la época y la ciudad en la que se desarrolla la historia y encuentra que Madrid se diferencia de otras ciudades españolas porque considera que está estancada, que no progresa. Sin embargo, no menciona qué otras ciudades españolas sí han progresado. A lo largo de la novela, esta imagen de Madrid como una ciudad decadente se mantiene y se traslada también al resto de España, que se compara con otros países cuyo progreso es notable para el protagonista y otros personajes.

Llevaba en la memoria el día de la primera confesión, como una cosa trascendental, la lista de todos sus pecados; pero aquel día, sin duda el cura tenía prisa y le despachó sin dar gran importancia a sus pequeñas transgresiones morales.

Esta primera confesión fue para él un chorro de agua fría.

Narrador, p. 47.

El anticlericalismo de Andrés se remonta a su infancia. Su madre, una persona muy devota, lo acerca a la Iglesia desde pequeño. El niño se toma muy en serio el asunto de la confesión de los pecados, pero siente que al cura aquello no le interesa, y por ello se siente desilusionado. El narrador usa la tradicional metáfora del "chorro de agua fría" para dar cuenta de la sorpresa y el desconcierto que causa en el niño la actitud del cura. Por lo general, esta metáfora se emplea para expresar algo negativo, que causa perplejidad y malestar. En este caso, aquí se despierta la actitud anticlerical que el protagonista desarrolla durante toda su vida.

El examen que hizo días después le asombró por lo detestable; se levantó de la silla confuso, lleno de vergüenza. Esperó, teniendo la seguridad de que saldría mal; pero se encontró, con gran sorpresa, que le habían aprobado.

Narrador, p. 54.

Esta frase hace referencia al examen de Química que Andrés rinde para aprobar la materia. Unos días antes del examen, mientras repasa, se da cuenta de que los conocimientos se le olvidan pronto. Preocupado, va a ver a su tío Iturrioz y le comenta su preocupación por la materia. Este le dice que, al estudiar, es necesario repetir los datos hasta dominarlos, pero reconoce que ya no hay tiempo para que lo logre. Le entrega, por tanto, una carta de recomendación para que lleve al profesor. El examen resulta muy difícil y el estudiante cree no poder aprobarlo; sin embargo, aprueba. Aquí se sugiere, entonces, que el profesor lo aprueba no por sus conocimientos, sino por el pedido de Iturrioz. Esta falta moral es una de las contradicciones en las que incurre el protagonista, siempre tan proclive a la crítica de aquellos que violan las normas y no son éticos en el desempeño de sus tareas.

¿Era un sentimiento malvado de contraste? ¿El sentirse sano y fuerte cerca del impedido y del débil?

Fuera de aquellos momentos, en los demás, el estudio, las discusiones, la casa, los amigos, sus correrías, todo esto, mezclado con sus pensamientos, le daba una impresión de dolor, de amargura en el espíritu. La vida en general, y sobre todo la suya, le parecía una cosa fea, turbia, dolorosa e indomable.

Narrador, p. 62.

Quizás en la última oración de esta frase se cifre la idea de la vida del propio Baroja que, de acuerdo con la crítica, coincide con la actitud pesimista del personaje Andrés Hurtado. Esta reflexión surge después de que el protagonista de la novela visita a su amigo Fermín Ibarra, quien, debido a su enfermedad, no puede salir de su casa. Irónicamente, cuando Andrés Hurtado conversa con él y le cuenta lo que hace, se siente bien y tiene una idea agradable de la vida. El narrador se pregunta si la causa de esto es un sentimiento malvado que se produce en Andrés al sentirse superior.

El resto del tiempo, durante todas sus otras actividades, Andrés está amargado con su existencia. Vivir le parece feo, turbio y doloroso y, además, siente que no puede dominar su existencia.

El doctor Iturrioz, tío carnal de Andrés Hurtado, solía afirmar, probablemente de una manera arbitraria, que en España, desde un punto de vista moral, hay dos tipos: el tipo ibérico y el tipo semita. Al tipo ibérico asignaba el doctor las cualidades fuertes y guerreras de la raza; al tipo semita, las tendencias rapaces, de intriga y de comercio.

Narrador, p. 66.

Esta frase ilustra el pensamiento del personaje Iturrioz y forma parte también de las ideas que incorpora para sí el protagonista Andrés Hurtado a través de sus largas charlas. Se trata de un determinismo biológico en el que cree el propio Pío Baroja, el autor de la novela, y que suele identificarse con el racismo.

Lo que plantea Iturrioz es que la sociedad responde moralmente a su origen sanguíneo. Entonces, divide a los españoles en dos ramas, según su origen, y los estereotipa. A los descendientes de sangre ibérica, les asigna cualidades fuertes y guerreras; a los de origen semítico, árabes, judíos, fenicios, les asigna en cambio cualidades negativas, como la tendencia al robo y al comercio.

Este antisemitismo es, lamentablemente, bastante común en la España de fines del siglo XIX y principios del siglo XX.

Aracil era un ejemplar acabado del tipo semita. Sus ascendientes debieron ser comerciantes de esclavos en algún pueblo del Mediterráneo. A Julio le molestaba todo lo que fuera violento y exaltado: el patriotismo, la guerra, la riqueza, las alhajas, y como no tenía dinero para comprarlas buenas, las llevaba falsas y casi le hacía más gracia lo mixtificado que lo bueno.

Narrador, p. 67.

En esta frase se puede ver cómo las ideas de determinismo racial de Iturrioz, que ubican, desde un punto de vista moral, a los españoles en dos tipos según su ascendencia, funcionan en la novela para designar a los personajes. El narrador toma el mismo punto de vista que Hurtado, el protagonista, y encasilla a Julio Aracil en el tipo semita según las características que destaca del personaje.

El burdel es un pulpo que sujeta con sus tentáculos a estas mujeres bestias y desdichadas. Si se escapan las denuncian como ladronas, y toda la canallada de curiales las condena. Luego estas celestinas tienen recursos.

Andrés, p. 273.

Cuando Andrés Hurtado trabaja como médico higienista, conoce la realidad de las mujeres que ejercen la prostitución. Muchas de ellas lo hacen a su pesar, porque tienen deudas o porque son obligadas o han sido secuestradas para dicho fin. Indignado, le cuenta a Lulú lo que sucede y por qué le parece que no tiene solución, utilizando una metáfora en la que el burdel aparece como un pulpo que apresa a sus víctimas entre sus tentáculos. Las mujeres serían prisioneras del burdel, que cuenta con el consentimiento clandestino de las autoridades gracias a la paga que efectúan las celestinas, que es el nombre que se les da a las mujeres proxenetas. A ese arreglo clandestino con las autoridades se refiere el personaje cuando sostiene que las celestinas cuentan con recursos. Fuera del burdel, las mujeres corren peligro de ser acusadas de ladronas y, además, llevan sobre sí la condena social; condena que perpetra la hipocresía de los curas, que terminan siendo cómplices.

He encontrado que en el amor, como en la medicina de hace ochenta años, hay dos procedimientos: la alopatía y la homeopatía.

Andrés, p. 280.

Andrés Hurtado tiende a querer pensar todos los fenómenos de la vida en relación con la ciencia. En este caso, vincula el amor con los procedimientos científicos. Desarrolla una teoría para demostrar que hay dos procedimientos válidos que hacen que las personas congenien entre sí y conformen una pareja. A uno de ellos lo denomina alopatía, porque consiste, como en el método alopático se hace con los remedios, en buscar el amor en alguien con características diferentes. Al otro lo denomina homeopatía porque, como en el método homeopático en el que se busca la cura con la aplicación de lo mismo que genera la enfermedad, el método para buscar pareja sería la búsqueda de alguien con características similares.

Fácil no es; pero sólo el peligro, sólo la posibilidad de engendrar una prole enfermiza debía bastar al hombre para no tenerla. El perpetuar el dolor en el mundo me parece un crimen.

Iturrioz, p. 288.

Iturrioz profesa el darwinismo social, una teoría surgida en la década de 1870 que aplica conceptos como la selección natural y la supervivencia del más apto a diferentes ramas sociales. La eugenesia, es decir, la búsqueda de la perfección o mejora de los rasgos hereditarios de los humanos, se vincula con ese darwinismo social y es lo que subyace a la conversación entre Andrés e Iturrioz sobre la posibilidad de que dos personas enfermas tengan un hijo. La postura de Iturrioz es contraria a esto, dado que lo considera un crimen.

Esto es lo que, luego, recordará Andrés cuando Lulú le manifieste su deseo de tener un hijo y por ello se angustia tanto cuando ella queda embarazada.