Cuentos y crónicas

Cuentos y crónicas Resumen y Análisis "Visiones pasadas"

Resumen

La marea

El cronista describe melancólicamente una costa durante la marea baja y se concentra en una sucesión de imágenes: los muelles, los boteros arreglando sus barcos y los barcos pesqueros hundidos en el fango. Cuando la marea comienza a subir, el paisaje estático parece despertarse y el cronista describe entonces el movimiento y el sonido del agua.

A una bogotana (pasillo en prosa)

El narrador parece estar observando a una pareja que baila y, mientras tanto, se dirige a una mujer, a quien le dice que el pasillo “es como un lento y rosado vals” (p. 117). Para probar su punto, describe a las dos personas que, mientras bailan, coquetean. Luego, expresa mediante una serie de metáforas que en cuanto se recupere emocionalmente volverá a entregar su amor a una dama. Finalmente, su interlocutora se retira. El narrador le desea un buen viaje y le pide que, cuando llegue a su destino, Tequendama, deshoje en su memoria la flor que lleva en su corpiño.

La virgen negra (Havre)

En Normandía, provincia de Francia, se encuentra un pueblecito coronado por una Virgen Negra. La virgen está hecha de bronce, con un zócalo plagado de verdes enredaderas y posicionada tan alto que pareciera dominar el campo y el mar. Desde el emplazamiento de la virgen, los niños ven llegar los barcos de sus padres. Por su parte, los pescadores y los marineros creen en el milagro de la virgen, que calma el mar cuando lo observa y les permite a los barcos llegar sanos al puerto. Todos los habitantes de la región se dirigen a la Virgen Negra: la golondrina, una anciana, una mariposa, el agricultor; todos le ruegan y ella siempre escucha sus plegarias.

Análisis

Las tres crónicas reunidas bajo el título “Visiones pasadas” constituyen un interesante ejemplo de la crónica como un género que permite a los modernistas realizar ensayos de estilo. En ellos, la forma del lenguaje es la dimensión textual más importante, y pone de manifiesto la innovación que realizan los modernistas en comparación con la prosa clásica o más tradicional de la época. Así, la crónica es un género que sirve como plataforma de experimentación, y muchos de los recursos que se aplican en dichos textos luego se trasladan a los cuentos cortos e incluso a las novelas modernistas.

Estas tres crónicas describen con un lenguaje florido y enriquecido de recursos poéticos una serie de espacios públicos, de objetos, de costumbres y de gestos, tanto de índole personal como colectiva. Además, en ellas convergen los paisajes de la modernidad global e internacional (la idea del mundo representado en la obra artística) con representaciones de lo local (la idea del espíritu nacional y la representación de costumbres de color provinciano). Esta convergencia convierte dichos textos en ejemplos interesantes de la tensión entre el objetivo de mundialización de la experiencia a través de la obra de arte y la búsqueda de los modernistas de renovar las letras hispanoamericanas, aplicando modelos estéticos prominentemente europeos a la representación de la realidad de Latinoamérica.

La selección heterogénea e incluso, por momentos, caótica de los temas y motivos que Darío incluye en sus crónicas y que llama la atención del lector nos revela la faceta del autor en tanto gestor cultural. La mirada del artista pone el ojo en lo que no se ve a primera vista y lo hace perceptible para el común de la gente: signos, prácticas, fenómenos, rasgos y condiciones culturales que sabe rescatar del olvido y de la ignorancia y las pone al alcance de todos. Tal abordaje significa una fuerte herramienta para combatir el prejuicio cultural y consolidar la sensibilidad del artista cosmopolita, que se siente ciudadano del mundo y participa al mismo tiempo de todas las expresiones culturales posibles.

En “La marea”, el cronista describe el paisaje estático de una bahía, presumiblemente en una ciudad de Latinoamérica. Cuando viene la creciente, el paisaje estático comienza a despertarse y el puerto entra en acción. Rubén Darío entonces se dirige al viento de la tarde y le pide que cante para los marineros y los viajeros que emprenden su camino. El texto abunda en imágenes sensoriales que describen la escena marítima en detalle; desde allí, el poeta revela por medio del lenguaje los ritmos íntimos de la vida que se desarrolla junto al mar: los barcos que salen del letargo, el ajetreo repentino del muelle y los marineros que se disponen a partir. Finalmente, el mar se presenta ante la mirada del poeta como una metáfora de la vida y de la experiencia: “Y canta, mientras la marea sube, para los viajeros, para los errantes, para los pensativos, para los que van sin rumbo fijo, tendidas las velas, por el mar de la vida, tan áspero, tan profundo, tan amargo como el inmenso y misterioso océano” (p. 119).

En “A una bogotana”, el cronista se dirige directamente a una señora y le explica cómo se baila el pasillo, una danza nacida en Colombia y adoptada rápidamente en Ecuador que se gestó como una expresión de alegría durante la época independentista, y en la cual convergen ritmos indígenas con el vals europeo. La crónica está cargada del erotismo propio de la poética de Rubén Darío, como puede observarse en el siguiente pasaje: “Él dice que los lindos ojos de una mujer valen por todos los astros, y los lindos labios por todas las rosas” (p. 117). Conforme la crónica avanza, Darío despliega toda la imaginería propia del modernismo hispanoamericano; el lenguaje se carga de metáforas y figuraciones simbólicas, especialmente en torno a las flores como símbolo de la belleza y de la ofrenda de amor:

Iré, señora, a la Vía Láctea, a cortar un lirio de los jardines que cuidan las vírgenes del paraíso. Al pasar por la estrella de Venus cortaré una rosa, en Sirio un clavel, y en la enfermiza y pálida Selene una adelfa. El ramo se lo daré a una suave y pura mujer que todavía no haya amado. La rosa y el clavel le ofrecerán su perfume despertador de ansias secretas. El lirio será comparable a su alma cándida y casta. En la adelfa pondré el diamante de una lágrima, para que sea ella ofrenda de mi desesperanza (p. 119).

De todas las crónicas reunidas en este libro, este pasaje es quizá el que representa con más intensidad el lenguaje poético del modernismo de Rubén Darío. En él puede apreciarse la noción de que la forma es más importante que el fondo: el tema de la crónica, se comprende, no es más que una excusa para desplegar la belleza del lenguaje.

En “La virgen negra”, el cronista se detiene en la descripción de las costumbres locales de un pueblo de Normandía, provincia norte de Francia. Darío personifica a la Virgen y le confiere una participación activa en la vida de los marinos y los campesinos que la veneran. Al igual que el cuento “La extraña muerte de Fray Pedro”, esta crónica evidencia la religiosidad del artista, quien se suma a la veneración de la Virgen y le otorga el lugar de una madre abnegada que vela por sus hijos.