Cuentos y crónicas

Cuentos y crónicas Resumen y Análisis "El caso de la señorita Amelia (Cuento de “Año Nuevo”)", "Cuento de Pascua", "La extraña muerte de Fray Pedro"

Resumen

En esta sección abordaremos los únicos tres cuentos que se incluyen en Cuentos y Crónicas.

El caso de la señorita Amelia (Cuento de “Año Nuevo”)

Un grupo de cuatro personas -Mina, Pureau, el Doctor Z y el narrador- festeja Año Nuevo en una casa. Luego del brindis, el narrador comenta trivialmente que desea que el tiempo se detenga; esto despierta en el Doctor Z la necesidad de contar una historia personal. Esta trata sobre la joven Amelia, a quien el Doctor Z conoció veintitrés años atrás. Amelia Revall era una niña de doce años que vivía en Buenos Aires junto a sus padres y sus hermanas, Josefina y Luz. El Doctor Z cuenta que coqueteaba con las hermanas mayores, pero en verdad se sentía atraído por la hermana menor. Amelia siempre lo recibía con alegría y con la infantil pregunta: “¿y mis bombones?” (p. 12).

Durante un largo periodo, el Doctor Z frecuentó a la familia Revall y sostuvo este juego entre las tres hermanas. Sin embargo, un día emprendió un viaje a la India en busca de conocimientos y sabiduría, razón por la cual se despidió de la familia. Luego de veintitrés años de viaje, el Doctor Z seguía pensando en Amelia, así que decidió volver a Buenos Aires para verla. Al visitar la casa de los Revall, descubrió con sorpresa que el tiempo se había detenido para Amelia, quien seguía siendo la misma chiquilla que había conocido tanto tiempo atrás.

Cuento de Pascua

El narrador se encuentra en una fiesta organizada en un hotel lujoso la víspera de Año Nuevo (réveillon, en francés). Allí conoce a M. Wolfhart, un joven alemán políglota que se maneja con naturalidad y desinhibición entre las personas que se encuentran en la fiesta. El narrador destaca la presencia de una mujer, porque le resulta hermosa y elegante. Sin embargo, en toda la noche solo habla con Wolfhart. En un momento de la fiesta, el narrador le pregunta a su nuevo amigo alemán por el nombre de la dama, pero este le contesta evasivamente que su amiga tiene “una cabeza histórica” (p. 22). Al terminar la fiesta, el narrador lleva a Wolfhart a su hotel y este lo invita a pasar a tomar algo.

En la habitación, Wolfhart le muestra un retrato de un antecesor, Theobald Wolfhart, y le cuenta sobre un libro que escribió en 1557, en el que compilaba una serie de eventos prodigiosos ocurridos en los siglos anteriores. En ese libro cuenta, por ejemplo, la aparición de un cometa que anunció sucesos terribles que acontecieron en las siguientes décadas. Luego, le cuenta sobre una píldora que creó su abuelo junto a un amigo alquimista, y que le permite ver, al ojo común, fenómenos ocultos. Acto seguido, le ofrece la píldora, pero el narrador se muestra reticente a la idea de consumirla. Ante la insistencia de Wolfhart, finalmente accede. Toma la píldora e inmediatamente se despide.

Al cruzar la Plaza de la Concordia se encuentra con la mujer que había llamado su atención en la fiesta. De pronto, la atmósfera de la plaza se vuelve lúgubre, la ropa y el cabello de la mujer se transforman, y aparecen figuras y personajes vestidos con tricornios que la rodean. Las apariciones se tornan cada vez más oscuras y surrealistas. La mujer del hotel es decapitada en una guillotina, y el lector puede comprender que se trata de María Antonieta, la reina asesinada durante la Revolución Francesa. Para escapar de la visión, el narrador camina por los Jardines de las Tullerías y comienza a encontrar que de los árboles penden cabezas sin cuerpos, entre las que reconoce a Orfeo, a Holofernes, a Medusa y a Juan el Bautista, entre otras. A estas cabezas se le suma también la cabeza de María Antonieta, y entre todas anuncian que “Cristo va a resucitar” (p. 37). De manera abrupta, el relato se interrumpe, y el narrador incluye la voz de un amigo doctor que le dice que no es bueno dormir después de comer.

La extraña muerte de Fray Pedro

Un religioso guía al narrador durante la visita a un convento. Al pasar por el cementerio, le cuenta la historia de Fray Pedro, más conocido como el vencido "por el demonio moderno” (p. 41), que se encuentra sepultado allí. El narrador, entonces, repone el relato que le cuentan.

Fray Pedro era un espíritu perturbado por el ansia de saber. En un principio, repartía equitativamente su tiempo entre las tareas religiosas y las científicas, pero a medida que se adentraba en sus investigaciones, abandonaba cada vez más las obligaciones del convento. Su última obsesión se desató cuando conoció las radiografías, un invento revolucionario para su época. Al conocer los detalles de este nuevo aparato, quiso usar la tecnología de las ciencias físicas para develar los misterios de la teología y lograr retratar el alma humana.

Un día, alguien le llevó a Fray Pedro una máquina para hacer radiografías. Luego de entregar el aparato, el extraño visitante desapareció rápidamente sin darle tiempo a Fray Pedro para que notara las patas de chivo que escondía con su hábito. Desde ese día, Fray Pedro utilizó la máquina para continuar con sus investigaciones. Finalmente, una noche entró en la iglesia, se llevó una hostia y la radiografió en su cuarto. Al día siguiente, el arzobispo encontró el cuerpo muerto de Fray Pedro en la habitación y una imagen en la que se observaba a Jesús con sus brazos desclavados y una dulce mirada en los ojos.

Análisis

En esta sección se incluyen los tres cuentos publicados por Rubén Darío en la obra Cuentos y Crónicas: “El caso de la señorita Amelia”, “Cuento de Pascua” y “La extraña muerte de Fray Pedro”. Los tres relatos son ejemplares del modernismo literario hispanoamericano, del que Rubén Darío fue el máximo representante y la figura que nucleó a muchos otros artistas. Como movimiento literario, el modernismo se desarrolló entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, y significó una renovación profunda del uso del lenguaje artístico.

Estos tres cuentos presentan, como características en común, la construcción de escenarios que se podrían clasificar como realistas (o verosímiles) pero que presentan algún elemento sobrenatural o fantástico. En “El caso de la señorita Amelia”, el elemento introducido es la niña que no envejece con el pasar de los años; en “Cuento de Pascua”, la visión que tiene el protagonista de la decapitación de la reina María Antonieta, y en “La extraña muerte de Fray Pedro”, la presencia del demonio y la extraña radiografía de la hostia que muestra a Cristo crucificado.

A su vez, los tres textos dan cuenta del cosmopolitismo de Rubén Darío, quien se consideraba un ciudadano del mundo, con la experiencia de haber vivido en diversos países y haber abrevado tanto en la cultura occidental como en la oriental. Así, en la base de los relatos se puede observar el proyecto cultural del escritor, quien promueve la mundialización de la cultura y desea que la literatura se convierta en un arte refinado y aristocrático capaz de trascender fronteras y convertirse en una expresión universal y total.

Finalmente, otro rasgo en común que vale la pena destacar, y que luego se analizará en detalle en cada relato, es el rechazo del paradigma positivista y de la fe en las ciencias como un medio para comprender y explicar el mundo. Al igual que muchos otros modernistas, Rubén Darío pone en jaque el paradigma positivista imperante como una forma de señalar los efectos indeseados de la modernidad. Para este grupo de artistas e intelectuales, la belleza y la intuición estética son formas privilegiadas de conocer el mundo, que se contraponen a los modos promovidos por la ilustración y a una cultura cada vez más cientificista.

A continuación abordaremos cada cuento por separado, y articularemos sus singularidades con las características en común que ya hemos esbozado.

El caso de la señorita Amelia

Este relato puede clasificarse dentro de la gran matriz genérica del fantástico, dada la irrupción de un elemento sobrenatural e inexplicable que se produce en su final, y sus temas principales son la conciencia trágica del paso del tiempo y la irreversibilidad de la muerte.

El cuento propone un relato enmarcado: un grupo de amigos celebra el Año Nuevo en el comedor rococó de una casa de Buenos Aires; el joven narrador introduce al doctor Z, un ilustre intelectual que, ante una exclamación suya, inicia la narración de una misteriosa experiencia que le sucedió en el pasado. De esta forma, se introduce un segundo relato dentro del relato, y la enunciación del resto del cuento es realizada por el doctor Z.

En esta primera instancia de la narración se propone ya un juego especular entre los personajes: dos hombres en distintas etapas de sus vidas se enfrentan: el joven narrador y el maduro doctor Z; ambos van a alternarse como narradores y van a contraponer dos tiempos distintos -el pasado lejano de la juventud de Z y el presente del joven narrador-.

Así, se configura un contrapunto entre dos figuras que denota una cierta rivalidad: Z no parece encontrar al joven digno de su confianza porque descree de la juventud, y así lo manifiesta explícitamente: “si yo no estuviese completamente desilusionado de la juventud; si no supiese que todos los que hoy empezáis a vivir estáis ya muertos (...) os diría que esa frase que acabáis de pronunciar (...) tiene en mí la respuesta más satisfactoria” (pp. 8-9). El joven, por su parte, admira y se burla del sabio al mismo tiempo, y carga sus descripciones de ironía, como se puede observar a continuación: “la calva del doctor alzaba, aureolada de orgullo, su bruñido orbe de marfil, sobre la cual, por un capricho de la luz, se veían sobre el cristal de un espejo las dos bujías que formaban, no sé cómo, algo así como los cuernos luminosos de Moisés” (p. 8). Los cuernos de Moisés pueden referir, al mismo tiempo, a la sabiduría del profeta judío como al hecho de ser cornudo, es decir, de ser engañado por su esposa. Al mismo tiempo, la calva aparece como un signo del respeto ante la edad, pero también podría funcionar como una indicación de la impotencia de la vejez. Así, gracias a estas múltiples relaciones y desconfianzas, los dos personajes parecen reflejarse mutuamente hasta fundirse, en el hilo del relato, en uno solo que unifica el pasado con el presente, la juventud con la madurez y la experiencia con la ignorancia.

La exclamación del joven que da inicio al relato de Z -“¡Oh, si el tiempo pudiera detenerse!” (p. 8)- introduce el tema principal del relato: el paso del tiempo y la fatalidad inevitable de la muerte. En la historia que cuenta, el doctor Z estuvo enamorado de una niña de doce años cuando él tenía treinta; esta diferencia de edades hace imposible la unión entre ambos personajes, y empuja a Z a abandonar Buenos Aires y buscar el conocimiento por todo el mundo.

Sin embargo, todos los años de búsqueda solo le demuestran a Z la imposibilidad de conocer realmente la naturaleza de la realidad y del tiempo. Así lo ilustra en un extenso pasaje:

¿Quién conoce a punto fijo la noción del tiempo? ¿Quién sabe con seguridad lo que es el espacio? Va la ciencia a tanteo, caminando como una ciega, y juzga a veces que ha vencido cuando logra advertir un vago reflejo de la luz verdadera. Nadie ha podido desprender de su círculo uniforme la culebra simbólica. Desde el tres veces más grande, el Hermes, hasta nuestros días, la mano humana ha podido apenas alzar una línea del manto que cubre a la eterna Isis. Nada ha logrado saberse con absoluta seguridad de las tres grandes expresiones de la Naturaleza: hechos, leyes, principios. Yo que he intentado profundizar en el inmenso campo del misterio, he perdido casi todas mis ilusiones (pp. 9-10).

De esta forma, queda plasmada la desconfianza propia de los modernistas en la capacidad de conocer las reglas y los principios que rigen el mundo físico y la existencia humana, tema fundamental de toda la obra de Rubén Darío. En el lenguaje metafórico que utiliza Z, el conocimiento se representa como una luz que los humanos solo llegan a vislumbrar como un vago reflejo. A su vez, el manto de Isis, que la humanidad apenas ha podido levantar, representa el velo que oculta la verdadera naturaleza de las cosas. El hinduismo utiliza una metáfora similar para expresar la imposibilidad de aprehender la realidad tal cual es: el velo de maya cubre todas las cosas físicas con su ilusión e impide al ser humano trascenderlo. Así, la realidad pura queda oculta y mediada por la percepción.

De acuerdo con las creencias esotéricas que Z menciona luego (la cábala, la teosofía, el karma búdico, el misticismo cristiano y la teología de los sacerdotes romanos), es imposible contemplar directamente la luz de la sabiduría. Levantar el velo de la diosa equivale a encontrar la verdadera naturaleza del ser y, por ende, la inmortalidad más allá de la finitud de la carne. En estas doctrinas, la inmortalidad se comprende como la superposición del tiempo, que ningún hombre es capaz de alcanzar sin importar qué tan sabio pueda volverse.

Tras años de infructuosa búsqueda de la verdad por todo el mundo, Z comprende que no es en la ciencia sino en el amor donde se halla la respuesta a sus inquisiciones: “¿Sabéis lo que es la ciencia y la inmortalidad de todo? Un par de ojos azules... o negros!” (p. 15). Con esta frase, el sabio da a entender que no es por medio de las ciencias o las doctrinas esotéricas que debe comprenderse el mundo, sino por medio del goce estético y el erotismo. El amor frustrado hacia Amelia, que lo impulsó a salir del país y buscar respuestas termina siendo, en sí mismo, la respuesta.

Cuando Z regresa después de veintitrés años al salón de la familia Revall, nota que los espejos están cubiertos por velos de luto. Luego, comprende que esto se debe a que Amelia, en todo ese tiempo, no ha envejecido, y se conserva como una niña de doce años, como si el tiempo para ella no hubiera pasado. Esa es la razón por la que la familia esconde sus reflejos y guarda luto. El hallazgo de esta terrible peculiaridad deja abierta la puerta a un enigma que no tiene solución: el tiempo se ha detenido en Amelia. Con este final, Z logra impactar sobre el joven narrador y siembra, al mismo tiempo, la vacilación en el lector, quien debe decidir, en última instancia, cómo interpretar este hecho sobrenatural que el protagonista atribuye a un milagro de Dios, y que pone en jaque toda explicación racional.

Cuento de Pascua

Este es un relato que destaca por la representación del escenario cosmopolita que habitaban y construían los artistas e intelectuales modernistas. Al inicio del relato, el narrador se encuentra en un hotel lujoso y elegante durante el festejo de la víspera de Año Nuevo. De dicha fiesta, destaca el carácter intercultural de los invitados:

No recuerdo bien quién fue el que me condujo a aquel grupo de damas, donde florecían la yanqui, la italiana, la argentina… Y mi asombro encantado ante aquella otra seductora y extraña mujer, que llevaba al cuello, por todo adorno, un estrecho galón rojo… Luego, un diplomático que lleva un nombre ilustre me presentó al joven alemán políglota, fino, de un admirable don de palabra, que iba de belleza en belleza, diciendo las cosas agradables y ligeras que placen a las mundanas (p. 21).

Esta descripción pone en evidencia el cosmopolitismo, una forma de vida inherente a aquellas personas que se consideran ciudadanos del mundo y que poseen la experiencia de haber vivido en varios países. Uno de los personajes del cuento, el alemán, encarna este concepto, tal como lo describe el narrador: “Conversé largo tiempo con el alemán, que se empeñó en que hablásemos castellano y, por cierto, jamás he encontrado un extranjero de su nacionalidad que lo hablase tan bien. Me refirió algo de sus viajes por España y la América del Sur. Me habló de amigos comunes y de sus aficiones ocultistas” (p. 22). El concepto de cosmopolita, popularizado por los intelectuales y la bohemia de fines del siglo XIX, remite a la antigua Grecia y a la filosofía estoica. Los estoicos defendían esta idea como un rechazo al provincianismo, es decir, a la reducción de la vida a la restringida realidad de las pequeñas ciudades. Para ellos, el ser humano debía trascender el provincianismo y participar de una comunidad universal.

Para el modernista, en cada individuo existe, por un lado, una determinación geográfica, puesto que uno es hijo del país en el que nace, y, por otro lado, una determinación espiritual, cosmopolita, que empuja al individuo a convertirse en un ciudadano del mundo, universal. Así, el cosmopolitismo intercultural se plantea como una forma de salir de la propia cultura y convertir cada cultura en un espacio de reflexión y de aprendizaje. Esta idea es utilizada, a fines del siglo XIX, por los modernistas latinoamericanos con el propósito de dar identidad y universalizar, al mismo tiempo, el continente. Desde esta perspectiva, la obra de Rubén Darío se propone absorber escuelas culturales y técnicas artísticas de diversas naciones (especialmente, de Francia) para aplicarlas a la realidad latinoamericana y corregir así lo que considera como un atraso literario y cultural de sus pujantes capitales.

Tras la presentación del escenario cosmopolita, el relato despliega un tema recurrente en las obras de la bohemia artística: el consumo de sustancias que pueden alterar la percepción de la realidad como una forma de llegar a conocer el mundo. El alemán invita al narrador a su casa y, luego de hablar sobre las artes ocultas y de adivinación que practicaron sus antepasados, le ofrece un elixir que “permite percibir de ordinario lo que únicamente por excepción se presenta a la mirada de los hombres” (p. 28). El narrador, tras consumirlo, sale a la calle y vive una sucesión de encuentros sobrenaturales con personajes de la historia cultural occidental.

En primer lugar, en la Plaza de la Concordia se encuentra con la llamativa dama que se había cruzado en la fiesta y descubre que se trata de María Antonieta, quien camina hacia la guillotina. Con esta revelación, el lector puede comprender como un presagio la descripción de la dama en la primera página: el “estrecho galón rojo” (p. 21) que lleva la mujer al cuello como adorno es la marca de la guillotina. Así, el relato despliega su naturaleza fantástica: bajo los efectos de la droga, el narrador descubre la presencia de lo sobrenatural en la vida cotidiana.

Tras la visión de María Antonieta en la Plaza de la Concordia, el narrador camina por el famoso Jardín de las Tullerías (el parque que conecta la plaza con el Louvre, y que es uno de los sitios históricos más importantes de París) y se encuentra allí con un montón de cabezas que pertenecen a personajes decapitados de la cultura occidental: el general bíblico Holofernes, decapitado por Judith; San Juan Bautista; la mitológica Medusa; la famosa reina María Estuardo de Escocia; incluso la cabeza que Rodrigo Díaz de Vivar, protagonista del Cantar del Mío Cid, el poema épico español, arrojada sobre la mesa de su padre. Así, la visión inducida por el elixir se convierte en una excusa para desplegar otra dimensión del cosmopolitismo: el carácter culto de los intelectuales y la importancia que tiene en sus programas artísticos e ideológicos toda la cultura occidental. De esta manera, el “Cuento de Pascua” se convierte en un ejercicio del estilo modernista que, con su lenguaje refinado, crea escenas de una plasticidad exquisita y de un despliegue soberbio de conocimientos culturales.

La extraña muerte de Fray Pedro

Este relato desarrolla, al mismo tiempo, la dimensión cristiana de la identidad de Rubén Darío y la desconfianza que le tiene al paradigma científico como la única forma de conocer el mundo.

Es sabido que Rubén Darío fue bautizado en la iglesia católica y que recibió, al final de su vida, el sacramento de la extremaunción. En medio de estos dos extremos de su existencia, el artista recorrió una amplia gama de la experiencia humana. Sin embargo, aunque Darío vivió mucho tiempo al margen de las prácticas católicas, no hay pruebas de que se haya alejado del pensamiento cristiano, sino más bien todo lo contrario: tanto sus cuentos como sus crónicas ponen de manifiesto que el cristianismo se encuentra en la base de su identidad.

Desde esta perspectiva, puede pensarse, tal como algunos críticos han hecho, que “La extraña muerte de Fray Pedro” es un estudio sobre el sacrilegio que implica desplazar la religión con los avances científicos. La estructura del relato es similar a la de “El caso de la señorita Amelia”: el narrador visita un convento y su guía se detiene frente a la tumba de un fraile para contar su peculiar historia. Así, se introduce el relato enmarcado sobre Fray Pedro, un monje que ha sido vencido por el mal. En el monasterio, el tiempo de este fraile estaba distribuido entre la oración, el estudio y el laboratorio, en el que estudiaba todos los avances científicos de la época. Cuando la fotografía por rayos X se da a conocer, Fray Pedro lo considera un método capaz de revelar la naturaleza divina del ser humano y de diferentes elementos de la creación. Con esta idea en mente, el religioso trata de analizar una hostia consagrada y la somete a los rayos x para intentar revelar el misterio del sacramento de la Eucaristía (para la doctrina cristiana, cuando el sacerdote consagra la hostia, esta se convierte en el cuerpo de Jesucristo).

Para el catolicismo, someter una hostia consagrada a cualquier proceso extraordinario comprende un sacrilegio del sacramento. Por eso, Fray Pedro es encontrado muerto junto a su aparato radiográfico. A su lado, según el narrador de la historia, aparece “con los brazos desclavados y una dulce mirada en los divinos ojos, la imagen de Nuestro Señor Jesucristo" (p. 50). Si bien el autor no le da al lector ninguna clave para la interpretación del final de su relato, más que interpretarse como un cuento fantástico, cabe pensarlo como una forma de manifestar la preocupación del autor por el avance científico y el desplazamiento de otras formas de entender y explicar el mundo, en este caso, las formas propuestas por la religión católica.