Cuentos y crónicas

Cuentos y crónicas Resumen y Análisis "Bajo las luces del sol naciente", "Mi domingo de Ramos", "Hombres y pájaros"

Resumen

Bajo las luces del sol naciente

Esta crónica comienza con la descripción del antiguo Japón, en la que destaca una imagen idílica de la cultura nipona. De esta sociedad, el cronista destaca su profundo concepto de la justicia y la virtud, su respeto por las antiguas y sagradas tradiciones, su idea del honor y la incuestionabilidad de los líderes espirituales y las jerarquías. A su vez, se detiene particularmente en la religiosidad de los japoneses y explica la naturaleza del shintoismo, una doctrina muy practicada en todo el país que enaltece el valor, la cortesía, el honor y el amor al deber como las virtudes más elevadas. En función de estos valores, ahonda luego en la concepción del crimen, el castigo y el perdón. Tras repasar todas estas cuestiones, Ruben Darío comenta irónicamente que los habitantes del antiguo Japón vivían en un completo “estado de barbarie”.

Sin embargo, con la apertura del país a occidente, los “bárbaros japoneses” comienzan a civilizarse y a adoptar las costumbres europeas: construyen buques de guerra, realizan matanzas dentro y fuera del país, destruyen las expresiones artísticas más elevadas y se dedican a la guerra como un pasatiempo fundamental para la nación. En el plano ideológico y cultural, Japón comienza a estudiar el socialismo y el imperialismo, y desarrolla una nueva idea de nacionalismo “a la francesa”, pero aplicada a la propia realidad de su país. Así, para el cronista, Japón abandona la barbarie y abraza la civilización.

Mi domingo de Ramos

La crónica comienza con el alma del narrador escapando de su cuerpo para dirigirse a Jerusalén. El narrador describe el estado alegre y optimista de su alma, que se encuentra feliz por celebrar la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (y que ignora su crucifixión). Entretanto, el narrador escucha una voz que le dice ser su infancia, y esto le despierta una multitud de recuerdos, que poco a poco se transforman en una celebración del Domingo de Ramos vivida en su infancia. Entonces, el narrador repasa con detalle toda la celebración: la muchedumbre congregada en la catedral, la peregrinación, las campanadas y las oraciones. Luego, repara en un niño que sigue en la peregrinación a la figura de Jesús crucificado mientras ora y llora.

La peregrinación llega con la imagen de Cristo a las puertas de la catedral, donde la gente la reverencia y le arroja palmas. Una presencia angelical acompaña al Cristo, repara en el niño y le dice que viene a hechizarlo y arrastrarlo para siempre “en el triunfo del Domingo de Ramos” (p. 78). La presencia le anuncia que estará destinado a realizar grandes obras, pero que, por la misma razón, también sufrirá padecimientos desconocidos. Luego de esta aparición, el recuerdo del narrador se extiende hasta el momento final de la celebración; la gente vuelve a sus hogares y una tormenta azota al pueblo. El niño, por su parte, planta las palmas y estas prosperan y crecen, a pesar de las condiciones climáticas hostiles. De aquel ramo, el alma del narrador que se dirige a Jerusalén corta dos palmas para arrojar a los pies de Cristo y celebrar su entrada triunfal.

Hombres y pájaros

El narrador cuenta que, en los Jardines de París, diferentes personas se abocan a la actividad de alimentar a los pájaros, especialmente a los gorriones. Al narrador le llama la atención un hombre en particular, de rostro tranquilo y severo, que conversa con los pájaros mientras les da de comer. Tanto quieren los pájaros a este hombre, cuenta el narrador, que estuvieron de duelo el día que se ausentó por enfermedad.

También en el jardín de Luxemburgo, reconoce el narrador, hay muchas personas que se dedican a alimentar a los pájaros. Destaca de entre todos a un hombre viejo, que usa ropas modestas y lleva una cinta de la legión de honor en la solapa. Otras veces va un señor enorme, gordo y de cabeza de niño gigantesco, a quien los pájaros se le posan sobre el pecho y los brazos. También menciona a una viejecita vestida de luto que anda con un niño; a veces, la viejecita habla con los pájaros y otras con el niño. Los pájaros del jardín de Luxemburgo conocen a todos, pero con quien tienen más relación es con el señor de la legión de honor. Cuando el señor se retira, los pájaros lo siguen de a saltos.

El narrador destaca la belleza de estas situaciones, en contraste con el tipo de noticias que lee en el diario o de lo que observa de la oscura y pecadora ciudad en la que vive. Esto lo lleva a pensar en la ciudad en sí misma, y a compararla con un cuerpo humano. Al barrio que él habita lo considera la cabeza y, específicamente, el cerebro, ya que es donde se congregan los intelectuales, donde están las facultades, los institutos científicos y el observatorio. A los costados, los brazos robustos e inteligentes, el París que trabaja, en donde están las fábricas y los obreros, que, además de trabajar, estudian. El vientre está en el centro de París, donde se satisfacen el apetito y los deseos. El corazón de París se encuentra desperdigado en toda la ciudad, late y bombea sangre desde cada convento, lugar de asilo, institución de caridad y hospital.

El narrador vuelve a pensar en la actividad de alimentar pájaros; sabe que para muchas personas es una tarea banal, y que para muchas otras los pájaros son seres molestos. Sin embargo, conjetura que se trata del tipo de gente que solo piensa en trabajar y pagar las rentas. El narrador, en cambio, considera que en el acto de alimentar pájaros hay una gran generosidad. Por eso, cuando piensa en la gente a la que le molestan los pájaros, siente fuertes deseos de abrazar a aquellos que los alimentan.

Análisis

En la sección anterior hemos abordado los tres únicos cuentos de la obra. A partir de ahora, todas las secciones analizarán las crónicas que componen la mayor parte de Cuentos y Crónicas.

Tal como muchos investigadores han señalado, la crónica ocupa un lugar de privilegio en la obra de Rubén Darío, ya que es una de las prácticas discursivas más frecuentadas por el escritor y, al mismo tiempo, porque es un género que protagonizó la constitución y la consolidación del modernismo como movimiento artístico en toda Hispanoamérica.

El género crónica designa, en verdad, un conglomerado de textos muy heterogéneo que incluye, entre muchos otros, reseñas de libros, comentarios sobre obras artísticas variadas, relatos musicales, memorias, ensayos políticos y, además, crónicas propiamente dichas. La crónica periodística es un género complejo que desarrolla dos dimensiones particulares: remite, por un lado, al carácter fáctico y referencial propio del lenguaje periodístico y de la necesidad de transmitir información; por otro, al carácter más subjetivo que se aleja de la noticia periodística y que remite a un enunciador en primera persona que se asume como intelectual y como artista. Este enunciador dota a su artículo de un enfoque particular y despliega en él una batería de procedimientos y recursos literarios que lo convierten en una pieza literaria más que en un texto puramente informativo.

Todas las crónicas reunidas en esta obra son un claro ejemplo de la impronta autoral y artística que puede dársele a este género y de la maestría literaria de Rubén Darío. Las tres crónicas que componen esta sección, además, están relacionadas con formas y aspectos propios de las crónicas de viaje y del cosmopolitismo de los intelectuales modernistas.

Rubén Darío fue un viajero constante: desde 1886, a los diecinueve años, cuando partió de Nicaragua en busca de nuevos horizontes y estímulos, hasta su retorno definitivo a su país en 1916 para morir, los desplazamientos estuvieron siempre presentes en su obra. Sin embargo, la concepción de viaje no remite tan solo ni necesariamente a un desplazamiento geográfico, sino más bien a un lugar de enunciación para la labor del Rubén Darío cronista. En este sentido, como hemos dicho, la noción de viaje es un concepto esencial para la construcción del ideal cosmopolita, que erige a un individuo en constante movimiento entre diversas culturas, desde zonas periféricas como Centroamérica o América del Sur hacia el Viejo Mundo, y viceversa, de Europa (Francia y España, principalmente) hacia Hispanoamérica.

Desde esta perspectiva, se constituye una condición de sujeto en constante tránsito que define la personalidad del intelectual modernista y, por supuesto, la propia vida de Rubén Darío. Los desplazamientos, entonces, no son solo espaciales, sino fundamentalmente culturales: de la historia clásica occidental a la modernidad capitalista e industrial, de las culturas civilizadas de Europa hacia las naciones en construcción del vasto continente americano, desde la visión del mundo propia de Occidente a las exóticas doctrinas de los pueblos asiáticos, Rubén Darío se convierte en la figura del viajero ideal de su época.

Por otro lado, también puede considerarse la idea de viaje desde un sentido figurado, como el traslado de modelos estéticos de literaturas centrales hacia los países periféricos, fenómeno del que Rubén Darío también es una figura central. El intelectual nicaragüense adoptó a su obra (esto es, tomó, recreó y reformuló mediante un complejo proceso de readaptación cultural) modelos de las letras francesas, como algunos aspectos del simbolismo, del romanticismo y del realismo social. Por eso, el modernismo es considerado por muchos autores el primer gran movimiento estético de Hispanoamérica, puesto que reelabora según las necesidades del continente los modelos europeos y los dota de singularidad y nueva vitalidad.

Finalmente, cabe destacar que Rubén Darío realiza viajes durante toda su vida, impulsado principalmente por su deseo de convertirse en un ciudadano del mundo, pero también por compromisos laborales concretos. La doble motivación de sus desplazamientos le permite construir diversas figuras enunciativas para sus textos, desde la del corresponsal periodístico y la del viajero culto hasta la del vagabundo, la del turista o la del soñador y visionario. Sobre todas estas figuras se impone siempre la perspectiva del poeta que prioriza la visión estética del mundo sobre cualquier otra forma de conocimiento y expresión. Cabe recordar que Rubén Darío se convierte en el principal faro de los poetas hispanoamericanos y en el ejemplo a imitar de los artistas intelectuales. Por eso, sus crónicas siempre pueden leerse como obras de arte respaldadas por el prestigio del poeta.

Con todo esto dicho, es posible observar que, si bien estas tres crónicas no tematizan la experiencia del viaje como desplazamiento geográfico en sí mismo, todas ponen de manifiesto un rasgo fundamental del Rubén Darío viajero: su cosmopolitismo y la mundialización de la cultura.

Bajo las luces del sol naciente

Si bien Rubén Darío jamás visitó Japón, la fascinación que sentía por la cultura de este país apenas conocido para Occidente era bien conocida. De hecho, el autor es uno de los principales impulsores de lo que dio en llamarse el japonismo, es decir, la influencia de la cultura japonesa sobre los artistas e intelectuales de Occidente. Esta crónica es un claro ejemplo del uso del lenguaje poético que hace el autor para fusionar el exotismo de la cultura japonesa con el programa artístico del modernismo.

En la crónica, Japón es pintado como una sociedad ideal, donde la tradición marca el ritmo de la vida en el presente y ordena todas las relaciones humanas posibles. No existen las guerras ni las disputas entre miembros de esta sociedad, puesto que todos aceptan el lugar que ocupan en el mundo y respetan el orden establecido de las cosas. La idealización se hace patente en un sinnúmero de frases, como la siguiente: “Al amor de una naturaleza como de fantasía, se vivía una vida casi de sueño” (p. 56).

Conforme avanza la crónica, el orden idealizado de la cultura japonesa se utiliza como compensación de la crisis que vive Occidente en la modernidad. En la crónica, Darío rehabilita una discusión arraigada en los procesos políticos latinoamericanos del siglo XIX: la antinomia entre la civilización y la barbarie. En general, las categorías de progreso y civilización conforman los paradigmas que explican los procesos culturales y sociales del siglo XIX; el contrario de dichas categorías es la noción de barbarie. De la lucha entre civilización y barbarie nacen los primeros movimientos estéticos americanos y se forman también los primeros intelectuales criollos.

Sin embargo, Darío invierte el valor de estas categorías: la idealización de la cultura japonesa se convierte entonces en una herramienta para atacar el concepto de civilización que las sociedades orientales utilizan para justificar la reciente industrialización y la precarización de poblaciones enteras. Luego de idealizar la religión y las virtudes de la cultura japonesa, el cronista exclama irónicamente: “Los japoneses pues, estaban en completo estado de barbarie” (p. 59). La ironía continúa cuando Darío denuncia la invasión a Japón de la cultura occidental: “Y a cañonazos despertó a la vida y a la civilización de Occidente el Japón viejo y se convirtió en el Japón nuevo” (p. 63).

La crítica se acentúa y alcanza su mayor expresividad en el siguiente pasaje:

Hoy, dice sonriendo afiladamente el japonés Hayashi a un periodista parisiense, hoy tenemos acorazados, tenemos torpedos, tenemos cañones. ¡Los mares de la China se enrojecieron con la sangre de nuestros muertos muertos, y con la sangre de los que nosotros matamos! Nuestros torpedos revientan, nuestros shrapnells crepitan, nuestros cañones arrojan obuses; morimos y hacemos morir; y vosotros, los europeos, decís que hemos conquistado nuestro rango, ¡que nos hemos civilizado! Hemos tenido artistas, pintores, escultores, pensadores. En el siglo XVI editábamos en japonés las fábulas de Esopo. ¡Éramos entonces bárbaros! (pp. 63-64).

La crítica a la civilización moderna queda clara en el pasaje: Europa contamina a Japón con un ideal de civilización que enmascara una estructura de destrucción y sometimiento. En las crónicas analizadas en las siguientes secciones esta visión negativa de la modernidad se convierte en uno de los temas principales y se analiza en mayor profundidad.

Mi domingo de Ramos

En esta crónica, Rubén Darío explora la ensoñación como una forma posible de viaje. El alma del cronista se desprende del cuerpo durante un Domingo de Ramos y emprende vuelo hacia Jerusalén.

El Domingo de Ramos es la celebración religiosa que conmemora la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén y da inicio a la Semana Santa. Según los cuatro evangelios cristianos, este domingo marca el inicio de la Pasión de Cristo: este desciende en burro del monte Olivos y, al entrar en la ciudad, sus habitantes lo reciben como a un rey: colocan sus vestimentas en el piso para alfombrar su paso y arrojan palmas de olivo, que son un símbolo del poder del César, es decir, del gobernante. Para la tradición cristiana, la entrada de Cristo a Jerusalén montando un burro representa la llegada pacífica del salvador que ha de redimir a la humanidad, contrapuesta a las entradas tradicionales de los gobernantes, con todo un despliegue militar que más se asocia a la guerra.

El cronista utiliza la ensoñación para desplegar una batería de recursos poéticos que dotan a su prosa de una exquisita plasticidad, y para recuperar con su memoria un episodio de su niñez: una peregrinación que contempló un Domingo de Ramos y que lo fascinó. El alma del cronista se encuentra, en efecto, con Rubén Darío de niño, quien se presenta en el relato como un personaje más, con quien el propio narrador puede interactuar. Este ejercicio de desdoblamiento es utilizado con frecuencia por el autor, y puede observarse en otras crónicas, como, por ejemplo, en “Primavera Apolínea”, como se verá en la sección siguiente.

De esta crónica cabe destacar el momento en el que el niño se encuentra con una figura angelical que le revela que está predestinado a realizar grandes obras durante su vida. Ese episodio marca la vida del niño y le muestra un nuevo camino, que lo llevará a convertirse en el afamado artista que todo el mundo conoce: “Y el niño escucha aquellas palabras, sintiendo en su débil persona como la insuflación de una vida nueva; y su pequeño corazón palpita en un desconocido propósito de obrar y de realizar cosas grandes” (p. 79).

En toda esta crónica se reconoce una reminiscencia del romanticismo europeo, propenso a las visiones divinas y a considerar al artista como una persona elegida por el universo para transmitir su mensaje a la humanidad. Rubén Darío abreva a gusto en movimientos estéticos y literarios de la tradición occidental y los adapta a sus propias necesidades. En esta crónica en particular, el propio autor revisita su niñez para proponerse él mismo, desde pequeño, como un elegido de Dios para llevar a los hombres su palabra.

Hombres y pájaros

Esta es una de las tantas crónicas en las que Rubén Darío explora una faceta de París, su ciudad predilecta. La crónica está dedicada a las personas que, en las plazas y los parques, alimentan a los pájaros. A través de ellos, el cronista despliega sus exquisitas descripciones de algunos lugares icónicos de París, como los jardines de Luxemburgo o las Tullerías.

El cronista es un observador perspicaz de la realidad, y sabe recuperar los pequeños detalles que enriquecen y otorgan densidad a lo cotidiano. Así, aproximarse a una ciudad por la relación que sostiene con sus pájaros es una forma original de recorrer su geografía, observar sus costumbres y reflexionar sobre la naturaleza humana. Contrapuesta a la imagen inocente de la persona que alimenta desinteresadamente a las aves, Rubén Darío representa la modernidad como la imagen de la vulgaridad y la corrupción:

Acaba uno de leer los diarios, de ver la obra del mal, del odio, la lucha de las pasiones, el hervor de los vicios. Larga lista de crímenes, de escándalos, de injusticias. Los asesinatos, las infamias, las intrigas, todo el endemoniado producto de una inmensa ciudad de tres millones de habitantes. Va uno por los bulevares y ve pintada en la mayor parte de los rostros con que se encuentra la codicia, la ferocidad, la vanidad y la lujuria (p. 89).

En la última parte de esta crónica, Rubén Darío personifica la ciudad de París y la describe como si fuera un cuerpo humano: “Sí, porque París tiene un vasto cuerpo; (...) tiene una cabeza, unos brazos, un corazón, un vientre y un sexo; tiene sus grandes pensamientos, sus grandes sentimientos, y sus buenas y sus malas acciones, y sus bellos gestos” (p. 90). Pensarla como un cuerpo es otra estrategia que utiliza Darío para presentar la ciudad de forma original: la cabeza se encuentra en el barrio latino, donde está emplazada la Sorbona, una de las universidades más famosas de Europa; los brazos son los barrios donde se desarrolla la nueva y pujante industria, que conforman todo el círculo exterior de la ciudad; el vientre y el sexo se ubican en el centro, donde se desarrolla la vida social de la ciudad y se multiplican los restaurantes, los teatros y los negocios. Finalmente, el cronista indica que el corazón de París está en todas partes, puesto que la ciudad está llena de instituciones que se encargan de hacer caridad y de ayudar a los ciudadanos que lo necesitan. A partir de estas imágenes, Darío vuelve sobre su tema principal -los hombres que dan de comer a los pájaros- y sobre la reflexión que articula su crónica: ante la violencia y la corrupción moral de la modernidad, todavía se pueden rescatar pequeñas acciones capaces de redimir a la humanidad.