Cuentos de Silvina Ocampo

Cuentos de Silvina Ocampo Resumen y Análisis Hombres animales enredaderas

Resumen

Un hombre tiene un accidente de avión y cae en medio de la selva, en un lugar desconocido, junto a la máquina y varias provisiones. Parece ser el único sobreviviente. Cuenta su día a día, mientras espera que vengan a rescatarlo. En los días que pasan, recuerda los ojos de una mujer que conoció en el avión y no puede olvidar. Un tiempo después, el hombre comienza a darse cuenta de que duerme cada vez más. Finalmente, descubre que hay un olor dulzón, que proviene de una enredadera y que es lo que le produce el efecto narcótico.

El hombre entra en un estado de ensoñación cada vez mayor y recuerda escenas de su vida en la ciudad, de su infancia y de las personas que conoció. Cada vez duerme más y, cuando se despierta, advierte que alguna parte distinta de su cuerpo ha sido cubierta por la enredadera. Al principio, lucha, trata de destruirla o enterrarla, e incluso intenta escapar a un lugar de la selva donde no haya enredaderas, pero es imposible. Lentamente, cae un profundo sopor y la enredadera toma todo su cuerpo, hasta metérsele por la boca. Al final, el hombre habla en femenino y dice que se pasa el día tejiendo, como la enredadera.

Análisis

“Hombres animales enredaderas” es uno de los cuentos de la autora que más ha fascinado a la crítica y que más aparece en programas de estudio de literatura argentina. Pertenece a la serie de cuentos de Silvina Ocampo que podrían agruparse bajo el tópico de la metamorfosis.

La transformación de humanos en objetos inanimados o animales es uno de los elementos recurrentes del género fantástico, según la clasificación de Bioy Casares en Antología de la literatura fantástica, pero también de la historia de la literatura en general. Ciertamente, Las metamorfosis de Ovidio es una de las obras más importantes de la antigüedad y constituye una de las principales fuentes mitológicas para la literatura y todas las artes desde el siglo VIII a. C. hasta la actualidad. Así, las historias de metamorfosis nutrieron las creaciones de Cervantes, Quevedo, Góngora o Shakespeare, pero también en la música, el teatro, la danza clásica y, más tarde, en el cine. Por supuesto, también hay antecedentes en los mitos y leyendas aborígenes del territorio sudamericano, como la historia tehuelche de la joven Calafate, convertida en planta por un chamán, a pedido de su padre, para evitar que se escape con un joven de otra tribu.

El título del cuento ya presenta una peculiaridad que enmarca y anticipa el tono y el ritmo de la narración: los tres sustantivos que lo componen aparecen sin comas ni conjunciones. Esta omisión tiene un propósito, acentuar la idea de fluidez en el proceso de transformación que va a contar. Además, transmite la sensación de una transformación lenta y gradual, pero irreversible, tal como sucede con el hombre de la narración. Así, habría un pasaje primero dentro del reino animal, de humano en animal, para después traspasar la barrera hacia el reino vegetal. La idea de continuación entre estos mundos subraya la posición del hombre frente al mundo de la naturaleza, a la que pertenece, pero no puede dominar. Esa idea de continuidad entre el mundo de los hombres y el resto, cuestiona el pensamiento occidental antropocéntrico y discute las categorías tradicionales y los supuestos con respecto a los límites y la definición misma de lo humano.

El protagonista es un hombre, cuyo nombre no se indica, quien cuenta en primera persona todas sus percepciones después del accidente de avión. Para ello, la autora recurre al monólogo interior, técnica narrativa que recupera la voz interna del protagonista, incluyendo los desvaríos, imágenes sensitivas, recuerdos y diálogos interiores. De esta manera, los lectores tienen una perspectiva subjetiva de los cambios paulatinos desde el punto de vista de la propia víctima de la metamorfosis.

Este procedimiento se da desde el inicio y así se narra el accidente aéreo que conduce al protagonista a la selva:

Después un ruido ensordecedor y luego un golpe seco me devolvieron a la realidad: el encuentro duro de la tierra. Después nada me comunicaba con esa tierra, salvo la sensación de una hoguera que se apaga y deja la ceniza gris parecida al silencio (p. 5).

Los datos del ambiente, así como las deducciones y reflexiones del narrador, están completamente atravesadas por su conciencia perturbada —por la conmoción del accidente, la angustia, el hambre, la soledad, entre otros factores— lo que lo vuelve un narrador poco confiable. Otro de los factores que alteran la percepción del narrador son los ruidos y, sobre todo, el olor penetrante de las flores que parecen tener un efecto narcotizante sobre él. Así lo percibe desde los primeros días en la selva:

De noche hay luciérnagas y grillos ensordecedores. Un perfume suave y penetrante me seduce, ¿de dónde proviene? Aún no lo sé. Creo que me hace bien. Se desprende de obres o de árboles o de hierbas o de raíces o de todo a la vez (¿no será de un fantasma?); es un perfume que no aspiré en ninguna otra parte del mundo, un perfume embriagador y a la vez sedante. Husmeando como un perro ¿me volveré perro?, estrujo las hojas, las hierbas, las flores silvestres que encuentro (p. 6).

El ruido ensordecedor de los animales e insectos, junto al olor de las flores, generan un efecto embriagante en el protagonista, que pierde noción de lo que es real y lo que no. A partir de aquí, todo se vuelve borroso, inclusive para el lector, que, como ya se ha dicho, accede al relato a través de la conciencia alterada del narrador. Así sucede con la noción del paso del tiempo, que queda totalmente desdibujada en el relato:

Es claro que no sé a ciencia cierta cuándo es la hora de la siesta, porque mi reloj se ha parado y por primera vez he perdido la noción del tiempo. A través de tantos árboles la luz del sol me llega indirectamente. Después de perder el hilo de la hora, si así puede decirse, difícil sería orientarme de acuerdo con esa luz. No sé si es otoño, invierno, primavera o verano (p. 7).

Este puede considerarse como el primer paso en la metamorfosis del protagonista, quien al perder la noción de la hora y el paso del tiempo comienza un proceso de desidentificación con lo humano, ya que se asimila más a un animal. Así se desata un mecanismo de lucha interna en la mente del protagonista: entre la razón, que recuerda e insiste en ser humano (se afirma en su identidad, busca los motivos de su confusión, piensa en su pasado en la ciudad y en su futuro después del rescate), y cierta pulsión que lo empuja a abandonar su conciencia humana racional y entregarse a la naturaleza. Esta batalla interna se va dando de manera progresiva y en un clima cada vez más enrarecido y confuso, tanto para el protagonista como para el lector:

A veces me he dormido observando una rama con dos o tres flores; al despertar he advertido que la misma rama ya tenía nueve flores más. ¿Cuánto tiempo yo habría dormido? No lo sé. Nunca sé el tiempo que duermo, pero supongo que duermo como en los días en que llevo una vida normal. ¿Cómo en ese tiempo tan corto han podido florecer tantas flores? Si pienso en estas cosas me volveré loco (p. 7).

Finalmente, el estado de letargo gana lugar y así se termina el proceso de transformación. El hombre duerme cada vez más, hasta apagar definitivamente sus pensamientos humanos, y la planta avanza sobre su cuerpo tomándolo por completo. En este punto, Silvina Ocampo recurre magistralmente a la propia voz del narrador para dar cuenta de la culminación de la metamorfosis: “Me hace gracia porque pienso en la risa que les va a dar a mis amigos esta anécdota. No me creerán. Tampoco creerán que no puedo estar ociosa” (p. 9). En este fragmento, de tan solo una oración, la autora introduce el femenino para cambiar el género en la narración. Así, con esa pequeña variación sintáctica, los lectores pueden interpretar el desenlace del narrador y de su subjetividad devenida en una enredadera.