Cuentos de Silvina Ocampo

Recepción crítica

Durante la mayor parte de su carrera, la crítica argentina no reconoció el mérito de las obras de Ocampo. Debido en cierto punto a su relación con Borges, sus cuentos fueron menospreciados por no ser "suficientemente borgeanos".[37]​ Fue el culto a Borges y a su hermana Victoria lo que no dejó que los críticos comprendieran la originalidad formal y temática de sus cuentos.[38]​ En cambio, los vieron como "un fracaso en su intento de copiar el estilo".[39]​ Recién en la década de 1980, críticos y escritores empezaron a reconocer su talento y escribir sobre su legado.[37]​ Fueron los "representantes más conspicuos de la revista Sur los que intentan rescatar el acervo cuentístico de esta autora", entre ellos José Bianco, Sylvia Molloy y Enrique Pezzoni.[39]​

Ocampo ha sido descripta como una mujer tímida que se negaba dar entrevistas y prefería el perfil bajo.[40]​ Los críticos querían una declaración firme sobre su posición respecto de la "norma literaria" para saber cómo leerla y asegurarse de la interpretación correcta,[41]​ pero no lo lograban. En una entrevista con María Moreno –una de las pocas que otorgó– Ocampo explicó por qué no le gustaba dar entrevistas: "Tal vez porque protagonizó en ellas el triunfo del periodismo sobre la literatura."[40]​ El único requisito que puso Ocampo para ser entrevistada fue que ninguna de las preguntas fuera sobre literatura. Lo único que dijo acerca del asunto fue lo siguiente: "Escribo porque no me gusta hablar, para dejar un testimonio más de la vida o para luchar contra ese exceso de materia que acostumbra a rodearnos. Pero si lo medito un poco, diré algo más banal".[40]​

Esa costumbre de Ocampo de negarse a decir mucho sobre su vida privada, metodología y la literatura hace difícil para los críticos desarrollar un análisis sobre sus intenciones.[42]​ Para Judith Podlubne, las obras de Ocampo son metaliterarias. Dice que la falta de información sobre de dónde viene la escritora resulta en una dependencia sobre las normas literarias: "Como es claro, entonces, la intencionalidad metaliteraria y la justificación paródica responden puntualmente a un interés preexistente de la crítica: el de leer estos relatos en estrecha vinculación con las exigencia de la norma".[43]​ Sylvia Molloy sugiere que la crítica intenta reducir la originalidad a algo conocido, "leyendo lo leído" en vez de leer los cuentos de Ocampo en su originalidad.[44]​

En los últimos años la crítica ha redescubierto a Ocampo, y se han publicado algunas obras inéditas en recopilaciones como Las repeticiones y otros cuentos (2006) o Ejércitos de la oscuridad (2008).[45]​[46]​

Género

Debido a que Ocampo pocas veces ha opinado directamente sobre cuestiones de género, no se sabe con certeza si se consideraba o no una feminista. Los críticos han tomado sus posiciones dependiendo de su interpretación de sus obras. Debido a su asociación con Simone de Beauvoir a través de su hermana Victoria, Amícola deduce que Ocampo fue una feminista de la tradición francesa e inglesa: "Es evidente que las hermanas Ocampo eran sensibles a los cambios que se anunciaban desde Francia (e Inglaterra) para la cuestión femenina y, por ello, no es inconsecuente intentar pensar los cuentos de Silvina Ocampo como una lectura especial y puesta en discurso de lo que percibe la mujer ante el mundo".

Carolina Suárez-Hernán considera que Ocampo es una feminista o por lo menos trabaja "desde ángulos feministas".[47]​ Suárez-Hernán basa su opinión sobre el contexto de la literatura de Ocampo: "La literatura de Silvina Ocampo contiene una profunda reflexión sobre la feminidad y numerosas reivindicaciones de los derechos de la mujer, así como también una crítica sobre su situación en la sociedad".[47]​ Los trabajos de Ocampo provienen de un "imaginario femenino [...] variado y la autora encuentra distintos mecanismos de creación y deconstrucción de lo femenino".[47]​ Las mujeres en sus obras son "complejas y ambiguas; la duplicidad del personaje femenino se muestra a través de recursos como el artificio y de la máscara. Los relatos presentan el lado oscuro de la feminidad; la múltiple representación femenina muestra una ambigüedad que anula la visión unidimensional del personaje femenino".[48]​

A partir de tres cuentos –"Cielo de claraboyas" (1937), "El vestido de terciopelo" (1959), y "La muñeca" (1970)– Amícola sugiere que los cuentos de Ocampo cuestionan la ausencia del sexo-género y de la visión femenina en el psicoanálisis desarrollado por Freud, con enfoque especial en lo horroroso.[49]​ Amícola hace lo que Ocampo no entiende de los críticos, se enfoca demasiado en lo horroroso de sus cuentos e ignora el humor. Ocampo le contó a Moreno su frustración: "Con mi prosa puedo hacer reír. ¿Será una ilusión? Nunca, ninguna crítica menciona mi humorismo".[40]​

En contraste, Suárez-Hernán propone que el humor usado en la obra de Ocampo ayuda a subvertir los estereotipos femeninos. Para ella, "La obra de Ocampo mantiene una postura subversiva y crítica que encuentra placer en la transgresión. Los patrones establecidos se rompen y los roles son intercambiables; se someten a un tratamiento satírico las oposiciones estereotípicas de la femineidad y la masculinidad, la bondad y la maldad, la belleza y la fealdad. Igualmente, el espacio y el tiempo se subvierten y se borran los límites entre las categorías mentales de espacio, tiempo, persona, animal".[50]​

Cuando María Moreno le preguntó qué pensaba sobre el feminismo, Ocampo respondió: "Mi opinión es un aplauso que me hace doler las manos". "¿Un aplauso que le molesta dispensar?", repreguntó Moreno. "¡Por qué no se va al diablo!" fue la contestación. Con respecto al voto femenino en Argentina, Ocampo dijo "Confieso que no me acuerdo. Me pareció tan natural, tan evidente, tan justo, que no juzgué que requería una actitud especial".[40]​

La clase y lo infantil

Amícola sugiere que la intención de Ocampo es crear personajes infantiles que apuntan a "desmitificar la idea de la inocencia infantil".[51]​ Lo que se crea es una oposición entre "adultos-infantes", "donde lo que interesa es la función del autoritarismo ejercido dentro del propio mundo femenino".[51]​ Amícola propone el ejemplo enfrentar a los niños versus los adultos para crear una polarización.[52]​ Suárez-Hernán también toca el tema respecto de la narrativa y sugiere que "La voz narrativa infantil se convierte en una estrategia para generar la ambigüedad que parte del narrador poco fiable ya que el lector siempre alberga dudas sobre el grado de comprensión de los hechos por parte del narrador así como sobre su credibilidad".[53]​

Para Suárez-Hernán, "Los cuentos muestran la asimetría entre el mundo de los adultos y el mundo infantil; los padres, maestros e institutrices encarnan la institución sancionadora y son con frecuencia figuras nefastas."[54]​ Suárez-Hernán considera que las mujeres, los niños y los pobres en la obra de Ocampo actúan en una posición subalterna dominada por estereotipos.[55]​ El mundo de "la infancia se privilegia sobre la edad adulta como espacio apropiado para subvertir las estructuras sociales; así, la mirada infantil será el instrumento para socavar las bases estructurales y transgredir los límites establecidos."[55]​ Sin embargo, Suárez-Hernán cree que "los poderes atribuidos a la niña y su perversidad generan perturbación en el lector que no puede evitar identificarse con la mujer adulta".[56]​


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