Bodas de sangre

Bodas de sangre Resumen y Análisis Acto III, Cuadro I

Resumen

Acto III, Cuadro I, Escena I

El tercer y último acto comienza con tres Leñadores que están en el bosque. Es de noche. Aparecen comentando sobre la pareja fugitiva y dan su opinión sobre los hechos. Hacen conjeturas sobre qué estarán haciendo y qué les irá a ocurrir. Comentan que hay gente armada por todas partes, a la espera de encontrarlos. Hacia el final de esta escena ven salir a la Luna y comienzan a cantar, en verso, para ella.

Acto III, Cuadro I, Escena II

Aparece la Luna sola. Habla en verso. Expresa sed de muerte y de sangre: "La luna deja un cuchillo / abandonado en el aire, / que siendo acecho de plomo / quiere ser dolor de sangre." Se va.

Acto III, Cuadro I, Escena III

Aparece la Mendiga, representada como una anciana harapienta. No se le ve el rostro. También habla en verso, y como si fuera la muerte misma. Dice: “De aquí no pasan. [...] Aquí ha de ser, y pronto”. Le habla a la Luna, como si fueran parte de un complot.

Acto III, Cuadro I, Escena IV

Ambas continúan conversando en verso, como organizando la muerte de los hombres. La Mendiga dice: "Ilumina el chaleco y aparta los botones, / que después las navajas ya saben el camino".

Acto III, Cuadro I, Escena V

Aparecen el Novio y un Mozo. La Mendiga se esconde. El Novio se muestra impaciente y violento. Dice: "¿Ves este brazo? Pues no es mi brazo. Es el brazo de mi hermano y el de mi padre y el de toda mi familia que está muerta. Y tiene tanto poderío, que puede arrancar este árbol de raíz si quiere. Y vamos pronto, que siento los dientes de todos los míos clavados aquí de una manera que se me hace imposible respirar tranquilo".

Acto III, Cuadro I, Escena VI

El Novio tropieza con la Mendiga y comienzan a hablar. La Mendiga hace dos comentarios irónicos. Él se pone violento y la Mendiga le señala el camino por donde dice haber visto a la pareja fugitiva. Ofrece mostrarle el camino, y se van.

Acto III, Cuadro I, Escena VII

Suenan violines. La didascalia señala que "expresan el bosque". Vuelven los Leñadores. Cantan a la muerte. Salen.

Acto III, Cuadro I, Escena VIII

Aparecen Leonardo y la Novia. Tienen una conversación muy profunda en relación a sus sentimientos. Todo este diálogo es en verso. Él le está diciendo que se calle, y ella le pide a él que huya y la deje sola. Leonardo se opone. Ella le pide que la mate o que la deje matarse ("Y si no quieres matarme / como a víbora pequeña / pon en mis manos de novia / el cañón de la escopeta.") y, más adelante, profundiza sobre su sentimiento hacia él: "Estas manos que son tuyas, / pero que al verte quisieran / quebrar las ramas azules / y el murmullo de tus venas". Leonardo replica: "Y cuando te vi de lejos / me eché en los ojos arena. / Pero montaba a caballo / y el caballo iba a tu puerta". La Novia insiste en que él se vaya: "Para ti será el castigo y no quiero que lo sea. / ¡Déjame sola! ¡Huye tú! / No hay nadie que te defienda". Leonardo, sin embargo, le responde: "Vamos al rincón oscuro, / donde yo siempre te quiera, / que no me importa la gente, / ni el veneno que nos echa". Al final, deciden quedarse juntos hasta que ocurra lo que tenga que suceder ("Si nos separan, será / porque esté muerto. // Y yo muerta.").

Acto III, Cuadro I, Escena IX

La didascalia describe que suenan dos violines, y hacen silencio para dejar oír dos gritos desgarradores. Se muestra a la Mendiga sola sobre el escenario. Baja el telón.

Análisis

En este acto se incorpora una gran cantidad de simbología y otros recursos literarios que dotan a la obra de profundidad simbólica y poética. La alegoría de la muerte que constituye la Mendiga, el bosque como espacio singular y la Luna como elemento mágico o surreal son los elementos más relevantes en este sentido.

La apertura de este acto, con la conversación entre los Leñadores, pone en escena, primero, información sobre la situación de la pareja fugitiva y su búsqueda enardecida. Por otro lado, estos Leñadores cumplen, de cierta forma, la función del Coro clásico: comentan los acontecimientos y ofrecen un juicio y una reflexión acerca de lo ocurrido.

En la escena que abre este último acto, los Leñadores hablan en el bosque y comentan el tema del sino y la sangre. Uno de ellos menciona que, cuando vio al Novio, este llevaba “el sino de su casta”: incluso aquellos que parecen más apartados, como un grupo de leñadores en medio del bosque, muestran conocer la historia familiar del personaje. Esto se relaciona con el tema de la circulación de la información en esta sociedad, que planteamos también en relación a la Vecina de la Madre. Todos parecen estar al tanto de cuestiones personales de los demás, y esto posibilita que haya cierta regulación y cierta censura sobre sus acciones. Sin embargo, los Leñadores parecen aprobar la actitud de Leonardo y la Novia. En este sentido, uno de ellos exclama, al comienzo de la escena: “Hay que seguir el camino de la sangre”. Leonardo y la Novia habrían ido en contra de los mandatos sociales por "seguir el camino de la sangre" y, según este Leñador, eso habría sido correcto.

En su conversación, los Leñadores problematizan el tema central de la obra: la tensión entre los deseos personales -o la pulsión- y los mandatos sociales. Estos personajes, apartados, solos, en un lugar oscuro, ponen en palabras aquello que aqueja a los protagonistas: "Hay que seguir el camino de la sangre", pero también dicen "la sangre que ve la luz se la bebe la tierra". O sea, expresan aprobación por la decisión de seguir el deseo, pero entienden, por otro lado, que esa decisión se paga con la vida. En este sentido, los Leñadores ofrecen al lector o espectador una reflexión y una lectura sobre los acontecimientos.

Al comenzar la segunda escena, con la aparición de la Luna, un Leñador canta: “Deja para el amor la oscura rama”, como pidiéndole a la Luna que se compadezca de la pareja, que les deje un espacio para esconderse. La Luna trae consigo otra irrupción que puede leerse como un presagio. Dice: “Pues esta noche tendrán / mis mejillas roja sangre”. La Luna, jugando simbólicamente con la imagen de su resplandor plateado, habla como si fuera una navaja que brilla por su luz:

¡Que quiero entrar en un pecho

para poder calentarme!

¡Un corazón para mí!

¡Caliente!, que se derrame

por los montes de mi pecho;

dejadme entrar, ¡ay, dejadme!

En este diálogo, ambos elementos (la Luna y la navaja, por alusión) configuran un vaticinio de muerte, ya casi como una confirmación.

Por otro lado, la aparición de la Luna como personaje activo en la muerte de los hombres representa, simbólicamente, la influencia de los astros en el destino de las personas. La idea de destino, entonces, se complejiza, pasando a ser algo que excede la vida terrenal, y que es influenciado por elementos supraterrenales. Como la Luna viene a influir en la muerte de los hombres, y hace un juego en relación a la imagen de las navajas, condensa de forma simbólica la relación entre las armas y el destino.

La Mendiga, por otro lado, es una personificación de la muerte. El texto señala que "no aparece en el libreto": esto está aclarado, fundamentalmente, porque es una suerte de convención teatral que un personaje como este (una mujer andrajosa, anciana, en el bosque) represente a la muerte y, si aparece en el libreto desde un principio, puede arruinar el efecto 'sorpresivo'. La Mendiga hace dos comentarios que funcionan con cierta ironía. El público ya habría entendido que representa a la muerte, y esta le dice al Novio, cuando tropiezan: "Espera... (Lo mira.) Hermoso galán. (Se levanta.) Pero mucho más hermoso si estuviera dormido. [...] Espera... ¡Qué espaldas más anchas! ¿Cómo no te gusta estar tendido sobre ellas y no andar sobre las plantas de los pies, que son tan chicas?". Con estos comentarios, hace parecer como si lo halagara cuando, en realidad, está bromeando con la idea de su muerte. Cuando el Novio se enfrenta a ella, emerge una vez más la herencia y la casta familiar de gente muerta de la que proviene, como fantasmas haciendo presión sobre su destino: "que siento los dientes de todos los míos clavados aquí de una manera que se me hace imposible respirar tranquilo".

Luego aparecen la Novia y Leonardo en el bosque, y sostienen una larga conversación sobre temas delicados, en torno a la pasión que sienten mutuamente. Hasta en el momento de mayor intensidad de su texto, en el que parece estar confesándose en el contexto del bosque y en la intimidad, la Novia expresa la misma contrariedad que más temprano habíamos notado disimulada. Cuando dice "Estas manos que son tuyas, / pero que al verte quisieran / quebrar las ramas azules / y el murmullo de tus venas", parece sufrir una contradicción en sus sentimientos. Por un lado, se ve atraída hacia Leonardo; por el otro, siente odio hacia él. Probablemente, este mismo odio haya sido el que la llevó a intentar casarse con otro hombre. Tal vez, el odio que expresa sea un signo de temor o de desborde por un sentimiento muy intenso, que la desencaja de las posibilidades que la sociedad ofrecía para ella.

De un modo similar, Leonardo replica que se echó "arena en los ojos", como explicando que, si bien racionalmente quería olvidarse de ella y evitarla, "el caballo iba a su puerta", o sea, no lo conseguía. Leonardo muestra, a su vez, haber tenido la intención de alejarse de la Novia (lo mismo le había dicho cuando discutían, antes de la boda). Sin embargo, su pulsión fue más fuerte. Estos personajes están expresando, aquí, la contrariedad a la que refieren los Leñadores en un principio del cuadro: si bien intentan obedecer los mandatos y las formas sociales, porque saben que eso es lo mejor, o al menos lo más fácil, no lo consiguen, y sus impulsos se imponen. El parlamento de Leonardo que cierra este intercambio, "que no me importa la gente, / ni el veneno que nos echa", pretende zanjar esa dicotomía, como si finalmente no le importaran esos mandatos a los que debían obedecer, que se expresan en "la gente".

En este cuadro aparece, por primera vez, la geografía del bosque. En el universo del teatro tradicional, y también para la literatura en general, el bosque representa un espacio que queda por fuera de los valores conservadores y tradicionales que rigen en los ambientes más urbanizados (ejemplos de esto son el bosque de Hogwarts en la saga Harry Potter, o el bosque donde transcurre Sueño de una noche de verano, la obra de Shakespeare). Muchas veces, los acontecimientos más extremos, como la consumación del amor, o la muerte, ocurren allí, por fuera de los parámetros más “represivos” de los ambientes civilizados como un pueblo, una aldea o una ciudad. En los espacios más naturales y alejados, como el bosque, afloran las pasiones o los sentimientos más salvajes que, en un entorno social, incomodan o no encuentran lugar. En este sentido, al situar esta escena en el espacio del bosque, también quedan habilitadas las incursiones de personajes misteriosos como la Luna y la Mendiga, que representan acontecimientos extraños, por fuera de los marcos lógicos o racionales.

Cuando aparecen en el bosque, luego de que el Novio parta con la Mendiga, Leonardo dice: “Que yo no tengo la culpa, / que la culpa es de la tierra / y de ese olor que te sale / de los pechos y las trenzas”. Con este parlamento, explica el objeto de su pasión, y expresa que, aunque quiso alejarse de la Novia, su cuerpo no pudo. De esta manera, una vez más, los personajes le atribuyen a la “tierra” ("la culpa es de la tierra") cierta fuerza o influencia en sus pasiones, estableciendo (y reforzando) la ligazón entre la tierra y la sangre. En este fragmento, Leonardo vincula a la tierra y al olor de la Novia, como si la tierra y el atractivo natural de ella hacia él estuvieran ligados. Para enfatizar esto todavía más, Leonardo insiste: "También yo quiero dejarte / si pienso como se piensa. / Pero voy donde tú vas. / Tú también. Da un paso. Prueba. / Clavos de luna nos funden / mi cintura y tus caderas". Esa expresión, si pienso como se piensa, hace alusión al sentido común y al mandato social que se erige sobre sus roles, que indica que lo que decidieron hacer es erróneo. Con como se piensa se refiere a esa lógica del sentido común, de poner a la norma social por encima del deseo pulsional. Leonardo contrapone esa noción a la fuerza de los clavos de luna, otorgando a la naturaleza (y, en particular, a la Luna, el elemento que ingresa en su destino) la fuerza del deseo, de la pasión y de los impulsos; insistiendo en esta relación simbólica entre la tierra y la sangre; e incluyendo, ahora, a los astros como agentes de la fuerza natural.

En la última escena de este cuadro se conforma una imagen poética que concentra muchos recursos teatrales: la música de los violines, el silencio, los gritos y la imagen de la Mendiga desplegando un manto, como si fuera el manto de la muerte, sobre el escenario. Esta composición transmite la profundidad de un evento extremo como el de los asesinatos de Leonardo y el Novio: la Mendiga, que personifica a la muerte, se despliega finalmente sobre la escena, dando a entender que se produjo, finalmente, la muerte de los personajes.