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La juventud

El Ariel empieza con una dedicatoria: “A la juventud de América” (p.1). Este grupo etario, al que se lo construye como un sujeto colectivo espiritual capaz de sustraerse de los males modernos, es el público principal al que se dirige Rodó, porque a ellos confía la empresa de cultivar para sí mismos y para los pueblos latinoamericanos las facultades humanas más nobles, como la virtud, la belleza y la moralidad, que son necesarias para alejarse del egoísmo y del materialismo de su tiempo. La juventud en la que Rodó deposita su confianza debe ser una juventud optimista y entusiasta, que pueda recuperar la esperanza que los movimientos románticos y decadentes del siglo habían perdido. Si bien Rodó cree que los jóvenes deben tener un guía moral –que en el Ariel es el propio Rodó en el disfraz de Próspero– también concibe que estos llevan dentro de sí el instinto del ideal, y que deben seguir ese instinto si quieren contribuir al progreso de la humanidad.

El porvenir

En concordancia con la percepción de la temporalidad de su época, la que domina el siglo XIX, José Enrique Rodó concibe el tiempo histórico como un proceso en el cual la humanidad atraviesa diferentes etapas de perfeccionamiento hasta alcanzar un estado ideal de civilización. Esta noción de continuo progreso ubica en el futuro el momento de realización del ideal. Por eso, para Próspero, que transmite el pensamiento de Rodó en Ariel, la juventud debe ponerse al servicio de la posteridad, con la certeza de que estarán realizando una obra trascendente para las generaciones venideras, aunque a ella no le toque presenciar el fruto de su trabajo.

Si bien el momento en que se escribe el Ariel está atravesado por un desencanto con la modernidad, a la que se ve como responsable de que el ser humano se haya convertido en un ser aislado y demasiado interesado en el bienestar material y en los fines inmediatos, Rodó considera que la época en la que vive es una etapa por la cual deben pasar las civilizaciones para lograr que en un futuro puedan reconciliarse el utilitarismo y el idealismo. En este punto, Ariel se aleja del espíritu decadentista de su época, que imagina un futuro desolador para la humanidad, y propone una visión más optimista del porvenir, puesta su confianza en la juventud de su presente.

Idealismo y utilitarismo

En el ensayo de Rodó se plantea una oposición entre idealismo y utilitarismo. El utilitarismo, la corriente filosófica que impera en la modernidad, se interesa por obtener bienestar material y por alcanzar fines útiles para el presente inmediato. El idealismo, por el contrario, persigue ideales desinteresados y su objetivo es cultivar valores y facultades mediante las cuales el individuo y la sociedad puedan perfeccionarse y avanzar hacia el futuro. En el pensamiento de Rodó, el utilitarismo moldea personas egoístas y de espíritu estrecho. Por eso cree necesario que el pueblo se eduque en el idealismo y eleve así su espíritu. Y aunque sostiene que el idealismo debe dominar por sobre el utilitarismo, Rodó halla una manera de reconciliar estos opuestos al poner los logros utilitarios al servicio de la idealidad. Es así como rescata el bienestar material que produjo el proceso modernizador como punto de partida para enriquecer a las civilizaciones en el cultivo de la virtud, la moral, la religiosidad y la belleza.

Totalización y especialización

Otro aspecto del utilitarismo que la joven generación debe combatir es la especialización, entendida como el desarrollo moderno de distintas esferas de competencia que incentiva la división de la producción y de los saberes. Para Rodó, la especialización de la modernidad produce individuos fragmentados y desconectados de su propia humanidad. Por eso, los jóvenes deben apuntar a la reconciliación del ser humano con su especie por medio de la totalización –esto es, la recuperación del mundo unificado del pasado, que se interesaba en la enseñanza de ideales desinteresados y en el cultivo de todas las facultades humanas. La totalización es la esfera del ideal, donde las personas pueden reencontrarse a pesar de sus diferencias.

La belleza

La belleza, que se opone en todo sentido a los fines utilitarios, se destaca como uno de los ideales más importantes de la filosofía de Rodó porque, además de ser un ideal en sí mismo, es también un medio de acceso a otros ideales. El ensayo es una puesta en acto de esta concepción de la belleza, porque pretende educar en el idealismo por medio de un discurso bello, cargado de imágenes poéticas.

Entender la belleza como un ideal acerca la estética de Rodó a la de los modernistas de su época y a su voluntad de embellecer todos los aspectos de la vida. Pero se diferencia de esta corriente en el modo en que asocia a la belleza con lo que es bueno y verdadero, siguiendo el modelo estético de la Antigüedad clásica. Para Rodó, existe una unión perfecta entre la belleza y la perfección moral; por eso piensa la estética como una ética: “la ley moral [es] como una estética de la conducta” (p.18). Es así como su pensamiento se aleja de una idea de belleza autónoma –la que defienden los modernistas, cuya estética puede incluir la belleza de lo malo o de lo falso– y persigue, en cambio, una concepción de lo bello como lo que puede reunir las partes en el todo, contribuyendo a la totalización del ser humano.

La cultura grecolatina y el cristianismo

En el Ariel, Próspero construye una genealogía noble para los pueblos latinoamericanos que conecta sus raíces hispánicas con el cristianismo y la Antigüedad clásica. Esta postura propone una revalorización de la tradición hispánica que había sido puesta en cuestión por los procesos revolucionarios del siglo XIX, al mismo tiempo que excluye por omisión la ascendencia americana indígena. Desde la perspectiva de Rodó, las culturas cristiana y grecolatina no son simplemente modelos a imitar, porque son parte del ser original hispanoamericano cuyos valores es necesario rescatar para continuar el camino idealizador comenzado por este pasado virtuoso.

La recuperación de Rodó de estas dos culturas también funciona en la lógica de la reconciliación: por un lado, toma de la cultura grecolatina el modelo clásico de belleza –que une lo bello con lo bueno y lo verdadero–, el ejercicio del ocio como aspiración a la idealidad, el desarrollo de todas las facultades humanas y la jerarquía en el orden de lo social; por otro lado, toma del cristianismo su sentido de deber moral, el amor caritativo y el sentimiento de igualdad. Es así como propone que “la perfección de la moralidad humana consistiría en infiltrar el espíritu de la caridad [cristiana] en los moldes de la elegancia griega” (p.19).

La democracia

Para varios pensadores modernistas, como Ernest Renan, el régimen democrático expresa el triunfo de la civilización utilitarista que, interesada por obtener el mayor bienestar material para el mayor número de personas, alcanzó una igualdad en una “mediocridad” que no busca perseguir la superioridad moral ni cultivar ideales desinteresados. Rodó adscribe a esta crítica de la igualdad en la cantidad, pero asegura que puede existir en la democracia un elemento aristocrático cuyo fin sea alcanzar la desigualdad justa. Esto quiere decir que, en la democracia concebida por Rodó, las personas deben tener iguales posibilidades de aspirar a la superioridad moral, pero no igualdad en la realidad, porque solo aquellos que alcancen este estado virtuoso serán los que posean el derecho y el deber de dirigir. Rodó cree que es posible una democracia que consagre la distinción de calidad y que sea ratificada por las mayorías, en cuanto se les enseñe a reconocer la autoridad del mérito en la virtud.

El latinoamericanismo

En su ensayo, Rodó conforma una unidad identitaria entre los países americanos de origen latino o hispano. Si bien solo usa los términos “Hispanoamérica” y “América latina” una sola vez en su texto, cuando habla de América piensa en aquella parte del continente que está en peligro de perder su “latinidad” por influencia de la América anglosajona y de su estilo de vida materialista y utilitario. Al poner en tela de juicio cualquier intento de imitar un modelo que considera ajeno al modo de ser natural de los pueblos latinoamericanos –que ha heredado el genio de las culturas cristina y grecolatina–, Rodó piensa en términos de herencia étnica la oposición entre utilitarismo e idealismo.

No obstante, si bien el discurso de Próspero establece un contraste entre Norteamérica (Estados Unidos) e Hispanoamérica/Latinoamérica, su insistencia en referirse al continente en un sentido integrador –lo que se percibe al final del ensayo en la imagen del cordón de cordilleras americanas como pedestal del espíritu de Ariel– también se inscribe en la propuesta reconciliadora de Rodó, en la cual establece que la grandeza material del espíritu estadounidense puede servir de punto de partida para las aspiraciones ideales de los países latinoamericanos. Esta reconciliación, sin embargo, deja afuera a los pueblos americanos originarios, a los afrodescendientes y a las etnias que no forman parte de una genealogía eurocéntrica, y solo le da valor a la ascendencia anglosajona y latina (ver sección “La tempestad y el colonialismo”).