Ariel

Ariel Resumen y Análisis Parte V

Resumen

V (pp.22-33)

Próspero comienza esta parte de su discurso contraponiendo “la contemplación sentida de lo hermoso” y “la concepción utilitaria de la actividad humana” (p.22), es decir, la belleza y el utilitarismo.

Según Próspero, el espíritu del siglo XIX ha sido predominantemente utilitarista, y ha agotado todas sus energías en extender el bienestar material. Esto ha provocado que muchos nostálgicos idealicen el pasado y que otros sientan desesperanza por el futuro. Pero también existen pensadores, entre los cuales destaca a Jean-Marie Guyau, que han intentado reconciliar los logros del siglo con la recuperación de los ideales del pasado.

Se cree que son dos las causas que explican la predominancia del espíritu de utilidad en la era moderna: las revelaciones de la ciencia de la naturaleza y el triunfo de la democracia. Sobre la ciencia dirá, en principio, que no es verdad que sus revelaciones han destruido la idealidad. Más adelante volverá sobre este punto; ahora se centrará en la democracia.

El filósofo Ernest Renan, a quien Próspero admira por poseer el arte de enseñar con gracia, considera que la democracia aleja al individuo de los ideales más nobles y lo convierte en un ser mediocre que idolatra el “Sacro Imperio del utilitarismo” (p.23). Renan cree que la democracia es la “entronización de Calibán” (p.24) y la derrota de Ariel, y lo mismo creen muchos pensadores modernos. Próspero sostiene, en cambio, que la democracia puede enaltecer su espíritu por la influencia de “una fuerte preocupación ideal que comparta su imperio con la preocupación de los intereses materiales” (p.24). Siguiendo este camino, la democracia logrará derrumbar las jerarquías injustas, y la igualdad que ha conseguido se convertirá en un punto de partida para “la revelación y el dominio de las verdaderas superioridades humanas” (p.25).

Para Próspero, debe evitarse que el régimen de igualdad democrática consiga que el poder de la mayoría se imponga sobre los ideales espirituales. Tener esto en cuenta es de vital importancia en América, donde el crecimiento incesante de una multitud cosmopolita, que aumenta con la afluencia inmigratoria, la deja expuesta a los peligros de la “degeneración democrática” (p.25). La democracia es irreconciliable con la vida del espíritu elevado solo si no reconoce cuáles son las “desigualdades legítimas” (p.26) y necesarias para no caer en el igualitarismo como “tendencia a lo utilitario y lo vulgar” (p.27).

Próspero sostiene que la democracia y la ciencia son los dos pilares irremplazables de la civilización, que no merecen ser cuestionados por haber tenido expresiones dañinas o erróneas. En vez de destruir la igualdad democrática, es necesario reformarla para que en ella pueda regir la jerarquía razonada y la inteligencia. Para ello, el deber del Estado es otorgarle a todos sus ciudadanos igualdad de posibilidades para aspirar a las superioridades morales, pero solo aquellos que han alcanzado esas superioridades son los que podrán dirigir al pueblo. Este es el “elemento aristocrático” (p.32), pero no de casta, que debe existir en toda democracia, en la cual deben dirigir quienes hayan sido elegidos por poseer inteligencia y cultura.

Cerrando esta parte de su discurso, Próspero vuelve a hablar de la ciencia como “fuente de inagotables inspiraciones morales”, que nos ha enseñado cómo el principio democrático es compatible con la “aristarquía de la moralidad y la cultura” (p.32). La ciencia nos ha permitido comprender la importancia del esfuerzo de lo colectivo y de los fenómenos imperceptibles que le dan impulso a la vida, así como también nos ha enseñado la importancia del orden jerárquico para el progreso. Al mismo tiempo, Próspero considera que hemos heredado, del cristianismo, el sentimiento de igualdad y, de las civilizaciones clásicas, el sentido del orden jerárquico. Le corresponde al porvenir reunir estas sugestiones del pasado “en una fórmula inmortal” (p.33) para que la democracia triunfe de forma definitiva.

Análisis

El tema principal de esta sección es la democracia. En el Ariel, la posición de Rodó sobre el régimen democrático difiere de la que tienen muchos pensadores a los que respeta y admira, como el filósofo Ernest Renan. Estos pensadores critican la democracia porque la consideran un sistema de gobierno dominado por el número –es decir, por las mayorías– y no por aquellas personas moralmente superiores que sabrían qué es lo mejor para un pueblo. Asimismo, estos filósofos cuestionan la democracia por considerar que se centra en perseguir fines utilitaristas y bienestar material –los fines que encarna la figura de Calibán– y porque, a su parecer, deja de lado la educación en los ideales de la moral, la virtud o el sentimiento de lo bello, representados por el espíritu de Ariel.

Próspero, que expresa el pensamiento de Rodó, coincide con estos pensadores al sostener que la calidad no debe ser sustituida por la cantidad, porque “de la acumulación de muchos espíritus vulgares se obtendrá jamás el equivalente de un cerebro genio” (p.25). No obstante, sostiene que la democracia es el mejor punto de partida para formar mentes que puedan alcanzar esa superioridad y constituir un gobierno de los mejores. Por eso arguye que el deber del Estado “consiste en colocar a todos los miembros de la sociedad en indistintas condiciones de tender a su perfeccionamiento” y en “predisponer los medios propios para provocar, uniformemente, la revelación de las superioridades humanas, dondequiera que existan” (p.30). Para Próspero, lo importante es que todos tengan iguales condiciones para convertirse en personas superiores, pero solo los que alcancen esa superioridad deberían ser los que gobiernen. Allí yace, según su perspectiva, el único límite legítimo a la igualdad humana, “el que consiste en el dominio de la inteligencia y la virtud, consentido por la libertad de todos” (p.32).

En la paradoja de que debe existir un elemento aristocrático dentro del régimen democrático, podemos ver cómo Rodó logra reconciliar, en su filosofía, aspectos aparentemente contradictorios. Aquí también acude a la recuperación de las tradiciones cristiana y grecolatina para unir los dos aspectos que considera necesarios para el progreso humano: la igualdad de la moralidad cristiana y la jerarquía de la cultura clásica. Esta armonía entre lo democrático y lo aristocrático también la encuentra en lo que la ciencia ha revelado de la naturaleza, porque en ella se corrobora, por un lado, “la eficacia del esfuerzo colectivo” y “la participación de los colaboradores ignorados en la obra universal” y, por otro lado, la necesidad del “orden jerárquico” en la evolución de las especies (p.32).

Es importante remarcar que Rodó piensa en un principio aristocrático que no tiene que ver con el privilegio de la casta de las aristocracias tradicionales –las cuales, según Rodó, eran injustas por fundamento y opresoras por imposición– sino con las calidades “de la virtud, el carácter, el espíritu” (p.31), a las que cualquier persona puede aspirar. En este sentido, Rodó está pensando en una meritocracia –a la que él llama aristarquía– pero que no esté basada en los logros materiales del individuo, sino en sus méritos espirituales. Esta es, para el ensayista, la desigualdad justificada que debe existir en todo régimen democrático.

En conclusión, si bien Rodó cuestiona la época moderna por haberse desinteresado de los ideales espirituales, también recupera de ella la democracia y la ciencia como “los dos insustituibles soportes sobre los que nuestra civilización descansa” (p.29). De esta manera, aunque critica la modernidad, no pretende destruir todos sus logros, sino incluirlos dentro de un proceso en el cual es necesario recuperar ciertos ideales perdidos del pasado para avanzar hacia el perfeccionamiento futuro de la humanidad.