Ariel

Ariel Resumen y Análisis Partes VII-VIII

Resumen

VII (pp.48-55)

Próspero comienza la última parte de su discurso describiendo las grandes civilizaciones y los grandes pueblos; aquellos que han contribuido con su espíritu al progreso de la humanidad. En contraste, aquellas sociedades que, focalizadas en la transitoriedad de lo útil, solo acumularon abundancia material sin atender a las verdaderas jerarquías sociales, no pueden hacer un aporte significativo para la posteridad. Si bien la ciudad opulenta y populosa es “el ambiente natural de las más altas manifestaciones del espíritu” (p.48), esta es solo un medio para cultivar el genio civilizador y no un fin por sí misma. Por eso, si las ciudades no están dominadas por el pensamiento, por más esplendorosas que sean, se convierten en “un cauce más inadecuado que la absoluta soledad del desierto” (p.49).

Existen ciudades en “nuestra América latina” (p.50), asegura Próspero, que han alcanzado la grandeza material que las acerca a ser parte de la alta cultura, pero que corren el riesgo de convertirse en espacios inadecuados para el pensamiento. Para Próspero, es el deber de la juventud impedir esto y “guiar a los demás en los combates por la causa del espíritu” (p.50). Esto se logrará propagando y defendiendo los ideales desinteresados del espíritu; así llegará “la América que nosotros soñamos” (p.51).

Los jóvenes no deben esperar la consagración inmediata de sus objetivos; quizás solo les toque procurar mejores condiciones para que las generaciones venideras alcancen el ideal. “La obra mejor es la que se realiza sin las impaciencias del éxito inmediato; y el más glorioso esfuerzo es el que pone la esperanza más allá del horizonte visible” (p.52), sostiene Próspero. Para el maestro, no hay nada que realce más la dignidad humana que intervenir en una obra que nos sobreviva. Al trabajar en beneficio de la posteridad, rindiendo a su vez culto a la tradición, se obtiene la fuerza necesaria para superar las limitaciones del presente.

Próspero les pide a sus discípulos que dediquen una parte de su alma a la obra del futuro, y es aquí donde busca inspiración en la estatua de Ariel, en cuya imagen se manifiesta el “sublime instinto de perfectibilidad” (p.53) que resurge incesantemente cada vez que es invocado, a pesar de los intentos de Calibán de aniquilar su idealismo. El maestro quiere que la imagen de aquella estatua se imprima en el espíritu de sus discípulos para que, en los momentos de desaliento, reavive su entusiasmo por el ideal y les devuelva la esperanza. Finalmente, Próspero cierra su discurso diciendo que cree en la voluntad y en el esfuerzo de sus alumnos, y que sueña con el día en que impere la idealidad en América, y que la Cordillera sea el “pedestal definitivo” (p.55) de la estatua de su Ariel.

VIII (pp.55-56)

En este último apartado, vuelve a tomar la voz el narrador omnisciente de la primera parte para describir la despedida del maestro y de sus discípulos. Es la última hora de la tarde, y un rayo de luz que atraviesa el lugar toca la frente de la estatua de Ariel, que parece proyectar su genio sobre el grupo de jóvenes que se aleja en silencio.

Al encontrarse con la multitud ya caída la noche, uno de aquellos jóvenes interrumpe el silencio de la meditación para decir que el cielo observa a la muchedumbre que pasa y que “la vibración de las estrellas se parece al movimiento de unas manos de sembrador” (p.56). Con esta frase concluye el Ariel.

Análisis

En esta última sección, Próspero vuelve a poner el foco en el futuro como el momento histórico de realización del ideal: “El porvenir es en la vida de las sociedades humanas el pensamiento idealizador por excelencia” (p.52). Esto quiere decir que la humanidad se perfecciona cuando se preocupa por el legado que dejará a las sociedades venideras.

Próspero rescata del pasado a aquellas civilizaciones que, por haber propiciado bienestar material y educación espiritual, han avanzado un peldaño en el camino hacia la perfección, y las opone a las ciudades que hicieron de la riqueza un fin en sí mismo. Esta comparación, que vuelve sobre el tema de reconciliar utilitarismo e idealismo, le sirve para referirse a la que llama “nuestra América”, es decir, la América de procedencia latina, que está en condiciones de “participar del primer rango en el mundo” (p.50) si logra que el pensamiento domine por sobre la grandeza material aspirando a la superioridad del idealismo. Aquí aparece el latinoamericanismo de Ariel en forma de llamamiento a que los pueblos de procedencia latina –a los que puede conectar genealógicamente a la Antigüedad clásica– ocupen el lugar que les corresponde por herencia entre las grandes civilizaciones.

En este punto, se dirige a sus discípulos, en quienes ve representada a “la juventud que se levanta, sangre y músculo y nervio del porvenir” (p.50); ella es la generación con la suficiente energía vital para impedir que la América Latina sea dominada por el espíritu utilitarista de Calibán. Es así como Rodó concibe la empresa de los jóvenes como una batalla que se vence con “arte, ciencia, moral, sinceridad religiosa, política de ideas” (p.50), esto es, con el desarrollo de las facultades humanas desinteresadas, las que no persiguen un fin material e inmediato. Y cada vez que los jóvenes sientan menguar sus fuerzas y su esperanza, deben acudir a Ariel, que, aunque fuera derrotado una y otra vez por “la indomable rebelión de Calibán”, resurgirá siempre “para animar a los que trabajan y a los que luchan” (p.54).

La juventud debe tener en cuenta que tal vez no viva para ver los resultados de sus esfuerzos. Por eso, su labor para el porvenir debe sostenerse por la convicción de saber que ha contribuido a la perfección futura de la humanidad. No obstante, su empeño tendrá una recompensa espiritual, porque eliminar “la sugestión del interés egoísta” y preocuparse por los “destinos ulteriores a nuestra vida” (p.53) purifica y ennoblece el alma.

Próspero cierra su discurso acentuando el tono optimista con el que, al comienzo, había convocado a la juventud a intervenir en el mundo educando su espíritu y el de su sociedad en el idealismo. Acude al “yo” y al “vosotros” para difundir confianza en sus discípulos, poniendo el futuro en sus manos: “Yo creo en vuestra voluntad, en vuestro esfuerzo; y más aún, en los de aquellos a quienes daréis la vida y transmitiréis vuestra obra” (p.55). Finalmente, recurre una última vez a la figura de Ariel construyendo una imagen poética para el futuro: la de la cordillera americana –el cordón de cordilleras que se extiende de norte a sur en todo el continente– como “pedestal definitivo de esta estatua” (p.55). Podríamos considerar que, de esta manera, Rodó está sugiriendo una unión entre la América anglosajona y la latinoamericana, ofreciendo una visión de América que apunta a la totalización, como otra manera de enfrentar la especialización del utilitarismo. En este sentido, si bien su discurso se dirige a los pueblos latinoamericanos, su confianza en el porvenir apunta a una integración de la humanidad en todos los rincones del mundo.

La última parte, en la que aparece el narrador omnisciente que había presentado la escena del comienzo, tiene la función de darle un marco de cierre a la escena de enseñanza que tuvo lugar durante todo el ensayo. Después de que Próspero cerrara su discurso con signos de exclamación, este momento narrativo busca evidenciar el impacto que produjeron las palabras del maestro en sus discípulos con un tono más calmo, acorde a la tranquilidad de las mentes que reflexionan: “Al amparo de un recogimiento unánime, se verificaba en el espíritu de todos ese fino destilar de la meditación, absorta en cosas graves” (p.55).

Cuando estos jóvenes meditabundos salen a la realidad, se produce un contraste entre el éxtasis de su reflexión y “el áspero contacto de la muchedumbre” (p.55). Es entonces cuando el más joven de ellos, Enjolrás, observa que la multitud no contempla el cielo, aunque el cielo mira a la multitud, y relaciona la “vibración de las estrellas” con el “movimiento de unas manos de sembrador” (p.56), comparando la tarea de transmitir idealidad con cultivar la tierra fértil. Si bien esta observación pone en evidencia el lugar pasivo que tienen las masas en la filosofía de Rodó –que deben esperar pasivas a que las mentes superiores las dirijan–, también funciona como una primera puesta a prueba de que los jóvenes han aprendido cuál es su deber en el mundo, como sembradores de idealidad.