Stoner

Stoner Resumen y Análisis Capítulos 3-5

Resumen

Capítulo 3

Semanas antes de obtener el doctorado, Archer Sloane le ofrece a Stoner un puesto de profesor de tiempo completo que este acepta, pues ya envió algunas cartas a otras universidades de la zona sin recibir respuesta de ninguna, y en Columbia se siente como en su casa.

Stoner se percata de que en los últimos años Sloane ha envejecido mucho y, aunque ronda los 60, parece diez años mayor. Cuando habla con él por el puesto de profesor, no puede evitar pensar que Sloane morirá en algunos años. En verdad, todo el verano de 1918 Stoner piensa en la muerte; la guerra y la pérdida de su amigo lo han conmocionado, y vuelve una y otra vez a los poetas grecolatinos que hablan sobre ella.

En noviembre de ese año se firma el armisticio que pone fin a la guerra, y a fin de mes muchos combatientes regresan a la universidad, entre los que se encuentra Gordon Finch. Al poco tiempo, Finch consigue un puesto como asistente del decano de Artes y Ciencias, Josiah Claremont, un hombre mayor al límite de la jubilación obligatoria.

Por intervención de Finch, el decano organiza una recepción para los veteranos de guerra en su casa, a la que Stoner asiste, y queda sorprendido por la enorme vivienda. Durante la fiesta, mientras habla con sus colegas y con Gordon, Stoner es atraído por una joven mujer de rasgos delicados. Es tal la atracción que siente, que vuelve a experimentar aquella sensación de extrañamiento de la clase de literatura, que, según Sloane, era amor. La muchacha es Edith Elaine Bostwick, una joven de St. Louis, hija del presidente de un pequeño banco, que a sus veinte años demuestra poseer ciertas inclinaciones artísticas, alentadas por la madre.

Stoner trata de acercarse a Edith e intercambia algunas palabras con ella. Cuando la fiesta termina, le pregunta si puede visitarla, a lo que Edith accede, aunque sin ninguna muestra de interés.

Al día siguiente, Stoner la visita en la casa de su tía, Emma Darley, una señora mayor, viuda de un miembro del consejo directivo de la universidad. Mientras espera a Edith, la charla con su tía se hace incómoda, y Stoner se limita a contestar lacónicamente las preguntas que la señora le hace. Cuando llega Edith, Stoner le pregunta sobre su vida, pero la muchacha guarda silencio. Stoner entonces comienza un interrogatorio muy incómodo que pone de manifiesto su falta de tacto y su poca experiencia para el cortejo. En un momento dado, cuando la incomodidad es difícil de tolerar, Stoner le pregunta si podrá visitarla luego, y se prepara para retirarse. Justo antes de marcharse, Edith comienza a hablar con voz chillona y le cuenta con verborragia muchísimas cosas sobre su infancia: le han enseñado a tocar el piano y a pintar desde los 6 años, ha ido a una escuela de señoritas en St. Louis que le gustaba mucho, y así continúa, contándole su vida como nunca más volverá a hacerlo. Stoner la escucha como si se tratara de una confesión y, a la vez, de un pedido de auxilio, comprendiendo que Edith es una “muestra típica de la mayoría de las muchachas de su época y circunstancias” (p.64), es decir, una burguesa criada para cumplir un rol social determinado: ser esposa y madre, entender de las artes más refinadas pero nada sobre las necesidades de la vida diaria, transformarse en un mero complemento de un marido.

En las dos semanas siguientes a la recepción, Stoner visita a Edith casi todos los días. Juntos pasean por la ciudad, asisten a un concierto o se quedan en la casa de la señora Darley. A veces Edith toca el piano y en otras ocasiones conversan, pero la muchacha nunca vuelve a hablarle como esa primera noche de la confesión. Antes de que regrese a St. Louis, Stoner le declara su amor y le pide matrimonio. Edith se sorprende y balbucea que tiene un viaje programado a Europa y debe tomarse su tiempo para pensar la propuesta. Agrega que le escribirá desde St. Louis después de hablar con sus padres.

Diez días después, Stoner recibe una nota de Edith, invitándolo a conocer a sus padres el siguiente fin de semana, de ser posible. Los padres reciben a William con frialdad. La casa del matrimonio es el lugar más elegante y suntuoso en el que el joven ha estado jamás -incluso más que la casa del decano-.

La charla con los padres de Edith es lenta e incómoda. El padre, un hombre alto y algo obeso, le cuenta sobre la llegada de su familia a St. Louis, cómo su padre destruyó la fortuna familiar y él comenzó entonces a trabajar en un banco y se casó con una muchacha de una buena familia local. El matrimonio tuvo una sola hija, lo que decepcionó al señor Bostwick, quien deseaba un varón. Luego habla la madre, y Stoner comprende que se trata de una familia venida a menos que se crió con la expectativa de que su condición mejorara por el simple hecho de merecérselo, y sin hacer nada para lograrlo.

Luego, ambos le preguntan a Stoner por su patrimonio. El joven responde que no posee ningún medio aparte de su puesto como profesor, y por la mirada desaprobatoria del señor Bostwick, piensa que no le concederán la mano de Edith. Sin embargo, y de manera sorprendente, el señor le dice que cuenta con su bendición y que podrá casarse con Edith si así lo desea.

Dado por concluido el asunto, Edith se presenta en la habitación y le informan de lo que se ha decidido. La joven entonces les dice que desea casarse lo antes posible, y sus padres terminan cediendo y la dejan a ella planear todo junto a Stoner. Después de la cena, Edith anuncia que no se siente bien y se va a su habitación. Stoner pasa la noche sin poder dormir, preguntándose por el extraño comportamiento de su prometida y cuestionando su decisión de casarse, aunque al final supone que todos los hombres pasan por las mismas dudas frente al matrimonio, y trata de quitarle importancia.

A la mañana siguiente, se despide de la familia y es llevado por un sirviente del señor Bostwick a la estación, donde toma el tren rumbo a Columbia. Al despedirse, Edith le dice, crípticamente, que intentará ser buena esposa.

Capítulo 4

La boda tiene lugar en Columbia -ya que Edith no quiere casarse en St. Louis- en la primera semana de febrero, durante las vacaciones semestrales. La tarde de la boda, los padres de William se reúnen en la casa de Emma Darley con los padres de Edith. La situación es incómoda para todos ellos, y nadie sabe bien qué decir. El padre rompe en un momento el silencio y dice que William es un buen muchacho, y que se alegra de que haya conseguido una mujer que lo atienda y lo conforte, a lo que Edith responde que lo intentará.

La ceremonia de bodas es rápida y Stoner la vive como si le estuviera pasando a alguien más, con esa sensación de extrañamiento que ha marcado otros momentos de su vida. Cuando besa a la novia, siente que los labios de ella están tan secos como los de él. A la boda le sigue una celebración con todos los ritos correspondientes, y los novios incluso cortan la torta juntos, con una mano cada uno sobre el cuchillo. Los padres de Stoner se quedan en un rincón de la casa, y William quiere acercarse a hablar con ellos, pero no logra deshacerse de algunos invitados que le dan charla. Mientras tanto, la madre de Edith se ha largado a llorar, y su marido y Emma tratan de contenerla. No mucho tiempo después, los recién casados parten en calesa hacia St. Louis, donde pasarán una semana en un hotel, regalo de luna de miel del señor Bostwick.

Al llegar al hotel, Edith se siente descompuesta y le pide a Stoner que la deje dormir. William termina acostándose en el sillón. Al despertarse al día siguiente, ambos observan la ciudad desde los ventanales de su habitación en el noveno piso, y William siente cómo crece su amor por su esposa. Después del desayuno, Edith parece recobrada y mira a William con calidez. Pasan el día visitando el museo de arte y, al regreso, Edith se va a descansar y William pide una botella de champaña en el bar del hotel. El barman le dice que no es muy bueno y está caro, porque la ley seca está por entrar en vigencia y la producción ya se ha detenido.

Después de tomar un par de copas a la luz de las velas, William se acerca a Edith y apoya sus manos sobre sus hombros, pero ella se pone rígida, rechaza el contacto y lo mira con ojos carentes de expresión. William trata de llevarla entonces al dormitorio, y siente la resistencia del cuerpo de su esposa, que quiere evitarlo y se esfuerza, a la vez, por vencer esa propia resistencia. Finalmente, Edith le pide un momento a solas para prepararse, y cuando William regresa la encuentra en la cama, desnuda bajo las sábanas, con los ojos cerrados y la frente fruncida. William le habla y la acaricia por un tiempo, sin que ella responda; cuando le toca los muslos, Edith gira la cabeza y se tapa los ojos con el brazo, y así se queda mientras su marido se aproxima más y la penetra.

Al finalizar el acto, William le habla de su amor, mientras que Edith lo mira con los ojos bien abiertos y sin ninguna expresión en su rostro. Luego, se levanta con rapidez y se dirige al baño, donde comienza a vomitar. William espera un largo tiempo antes de llamarla, pero Edith no le responde nada. Al rato, sale del baño y dice que la champaña le ha caído mal, tras lo cual se acuesta otra vez y se duerme rápidamente.

Capítulo 5

La pareja regresa a Columbia dos días antes de lo previsto, porque el aislamiento del hotel parece aprisionarlos. El matrimonio se instala en un departamento que William ha conseguido a pocas cuadras de la universidad, y Edith se dedica de lleno a su limpieza y acondicionamiento. A pesar de que trabaja todo el día porque las habitaciones están en muy mal estado, Edith no deja que su marido la ayude en nada. Cada vez que William insiste en trabajar a la par de ella, su mujer se malhumora y se siente humillada. Después de tanto esfuerzo, Edith se duerme profundamente. Así transcurre el primer mes de matrimonio, y William comprende que es un fracaso total. Si él intenta acercarse a su mujer, ella se pone tensa y se ensimisma hasta quedarse muda. Algunas noches, al acostarse, William se le acerca para hacerle el amor y la encuentra, si está despierta, rígida y tensa. En esas ocasiones, Edith mueve la cabeza a un lado, se cubre los ojos y deja que su marido haga lo que desee sobre su cuerpo. Si está dormida, William encuentra menos resistencia a la violación.

La pareja es incapaz de comunicar lo que le sucede a cada uno. Cuando William lo intenta, Edith lo interpreta como una crítica a sus aptitudes y su personalidad y se distancia cada vez más de él. Mientras, William se echa encima la responsabilidad de todo lo que siente su mujer. Edith tampoco responde a ninguno de los intentos de su marido por complacerla, ni a los regalos que le hace ni a los picnics o los paseos a los que la lleva.

En un momento, William sugiere invitar a sus amistades a la casa, y organizan un té en la casa, y luego algunas cenas. En esas ocasiones, Edith prepara las fiestas obsesivamente, al borde del colapso por la tensión, pero luego se transforma en una buena anfitriona y conversa con los invitados tan animadamente que William no puede reconocerla. Sin embargo, cuando la gente se retira, la fachada de su mujer se derrumba y Edith vuelve a ensimismarse completamente.

Meses después de la boda, Gordon Finch los visita junto a su prometida, una chica que conoció durante su servicio en Nueva York. Gordon lleva unas cervezas caseras que está produciendo en medio de la ley seca, y los cuatro beben después de la cena, hasta sentir la alegría y la desinhibición del alcohol. En un momento, Edith comienza a hablar de Europa y del viaje que terminó cancelando para casarse con Stoner, y luego se larga a llorar, pide a todos que la dejen en paz y se encierra en su pieza. Cuando la pareja invitada se marcha, William se queda escuchando el llanto de su mujer, sin saber cómo reconfortarla.

Después de esa cena, Edith parece más calma y contenta, pero se niega a recibir más visitas en su casa, y tampoco quiere salir del departamento, por lo que Stoner comienza a hacer todos los mandados de la casa. La tía de Edith, Emma, suele visitarla y tomar el té con ella, pero siempre se retira cuando William llega de la universidad. En esa época, Stoner siente el alejamiento definitivo de su esposa y comienza a tomar más cursos en la facultad, con el objetivo de ahorrar dinero para poder llevarla a Europa.

Un día, mientras desayunan, Edith le dice a su esposo que quiere tener un bebé. William le pregunta si lo ha pensado bien, y que lo pueden hablar luego, pues él tiene que irse a dar clases, pero su mujer le dice que ya lo ha pensado bien y que no hay nada de qué hablar. Entonces, su marido accede y se va. Edith se queda sola; en su cuarto, se contempla desnuda frente al espejo, luego se acuesta boca arriba en la cama, y así permanece todo el día.

Cuando William regresa al atardecer, encuentra a su esposa en la cama, y ella se abalanza sobre él y lo desviste con violencia, desesperada por copular. Tras este episodio, una nueva faceta de su mujer se le revela a Stoner: Edith tiene arranques pasionales violentos y lo busca para tener sexo con una determinación feroz, pero desconectada de él y de sus sentimientos.

En junio Edith queda embarazada y al momento comienza a guardar cama, como si tuviera una enfermedad que no puede curarse. En ese estado, no le permite a su esposo que la toque, y William termina sintiendo que hasta mirarla parece una violación. En los meses de embarazo, el esposo se encarga de todo: trabaja en la universidad, hace las compras, limpia la casa, cocina y se encarga de cuidar y alimentar a Edith, quien solo comparte con él algunos minutos de conversación después de la cena.

A mediados de marzo de 1923 nace su hija, Grace, y William se empeña con un placer recién descubierto a sus tareas de padre. Por muchos meses, Edith sigue postrada en la cama, y apenas si quiere ver a la beba por cortos periodos de tiempo, por lo que todo el primer año Grace lo pasa con su padre, quien sigue haciéndose cargo de todas las tareas domésticas, además de la crianza y de su trabajo.

Análisis

Estos capítulos están dedicados a la relación de Stoner con Edith, desde el cortejo hasta que nace su hija, Grace. Hacia el fin de la guerra, Stoner ha reemplazado a Archer Sloane en su curso de literatura general y un nuevo clima se percibe en toda la universidad.

La Primera Guerra Mundial produce, como consecuencia, una crisis en las normas y los valores de las décadas anteriores. La generación de jóvenes que ha pasado por esta experiencia convierte a los Estados Unidos en un terreno fértil para los cambios políticos, económicos y culturales. Esa generación de jóvenes fue llamada “La generación perdida” (mote popularizado por el escritor Ernst Hemingway y utilizado por primera vez por Gertrude Stein) y estuvo caracterizada por su falta de propósitos. Se trató de una generación de jóvenes extraviados y vaciados de emociones como consecuencia de la muerte masiva que habían experimentado y del reconocimiento de la fragilidad de las estructuras políticas y sociales que habían configurado todo su sistema de valores. Estos jóvenes pusieron en jaque los valores conservadores de la sociedad norteamericana, valores que transgredían constantemente, y se entregaron a un hedonismo y una decadencia que marcó a toda la década de 1920.

Si bien no se ha ubicado a John Williams dentro de la generación perdida (como a Ernst Hemingway o Scott Fitzgerald), sí puede considerarse que Stoner pertenece a ella. Es fácil afirmar que sentir que uno tiene un propósito en la vida es fundamental para la realización personal. Sin embargo, Stoner no parece tener un propósito muy claro, y su realización personal está más asociada al cumplimento de los deberes establecidos que al crecimiento personal.

La idea de propósito en Stoner está generalmente circunscripta dentro de los parámetros determinados por sus deberes. Para Stoner, el trabajo no solo se limita a conseguir los ingresos económicos necesarios para subsistir y poder ofrecer una vida digna a su familia, sino que configura y define su ética en todas las dimensiones de su vida. Como se sabe desde el inicio de la novela, Stoner ha trabajado toda su vida: en la granja, además de asistir al colegio, ayudaba a sus padres con la crianza de los animales, y luego hace lo mismo durante sus primeros años de estudiante universitario. Siendo profesor de la universidad, Stoner traslada esta ética de trabajo asociada al obrero a su nueva realidad, aunque la atraviesa por una nueva búsqueda de sentido que antes no había siquiera imaginado. Otro indicio de que la realización personal de Stoner está íntimamente ligada a su ética de trabajo es el hecho de que no decida participar en la Primera Guerra Mundial. Cuando Gordon Finch le pregunta por qué no va a participar en el conflicto, Stoner no sabe qué contestarle, y por más que lo piense, no encuentra razones concretas para justificar su negativa. Esto se debe a que su ética de trabajo es algo tan natural en él, y tan arraigado en su persona, que determina sus decisiones y sus formas de accionar sin que él se dé cuenta de forma consciente.

Stoner conoce a Edith en una fiesta que se da en honor de los veteranos de guerra. Edith es descripta como una joven hermosa que lo cautiva casi instantáneamente. La contemplación de Edith produce en Stoner ese sentimiento de dislocación impersonal que va a marcar todos los momentos paradigmáticos de su vida: William parece salirse de sí y contemplar la situación como si le estuviera sucediendo a alguien más. Tras el encuentro con Edith, Stoner se reúne con sus compañeros, pero le parece verlos a través de una bruma, como si él tan solo fuera un espectador y no participara de la reunión. El extrañamiento es tan potente en William que le produce un quiebre con la realidad y lo sumerge en una situación de confusión impersonal de la que luego es capaz de recordar muy poco.

El encuentro con Edith abre la narración a una serie de consideraciones sobre los roles sociales y los roles de género en la sociedad norteamericana de fines de siglo XIX y principios de siglo XX. Edith es hija única de un matrimonio burgués de St. Louis. Ha concurrido a la escuela de señoritas y la han criado para que se desempeñe como esposa y madre, únicos roles dignos para una mujer de clase media-alta en una sociedad conservadora: “(…) era una muestra típica de la mayoría de muchachas de su época y circunstancia. La habían educado para que estuviera protegida de los acontecimientos desagradables que le deparase la vida, y con la premisa de que su único deber consistía en ser un accesorio vistoso y bien logrado de esa protección, pues pertenecía a una clase social y económica para la que la protección era una obligación casi sagrada” (p.64).

La educación de Edith determina en gran parte su forma de ser, y el conflicto que se desata al casarse con William: “Su educación moral, tanto en la escuela como en el hogar, era de índole negativa, de intención prohibitiva, y casi totalmente sexual. La sexualidad, no obstante, era indirecta y tácita; en consecuencia, impregnaba el resto de su educación, que recibía la mayor parte de su energía de esa fuerza moral recesiva y sigilosa. Le habían enseñado que tendría deberes hacia su esposo y su familia y que debería cumplirlos” (p.64). En este fragmento se condensa todo un método de crianza machista que se basa en la represión del deseo femenino y la sumisión a la figura del esposo. Edith crece en un entorno, que le enseña que su deseo no solo no es importante, sino que ni siquiera existe, y que limita su cuerpo a las funciones reproductivas: su deber es maternar y cuidar de la casa y el esposo.

Además, para ser el complemento perfecto en una familia acomodada, Edith es educada en las artes liberales: “se había criado con un frágil talento en las artes más refinadas, y sin conocimiento de las necesidades de la vida diaria (…). [E]ra ignorante de sus propias funciones corporales; nunca se le había ocurrido que podía llegar a ser responsible del bienestar de otra persona” (pp.64-65). Stoner vislumbra algunas de estas características mientras corteja a Edith durante la semana que le sigue a su primer encuentro. Cuando le propone matrimonio, la joven demuestra sorpresa, como si no se hubiera dado cuenta, en tantas salidas, de las intenciones de William. Su ignorancia e ingenuidad demuestran hasta qué punto Edith está poco preparada para comprender el mundo y las relaciones interpersonales.

Sin embargo, Edith manifiesta su intención de casarse con Stoner y, a pesar de que sus padres parecen desaprobar al candidato, lo aceptan como esposo sin oponer objeciones. Después de la boda, el matrimonio se dispone a pasar una semana en un hotel en St. Louis, aunque regresan a Columbia al quinto día, porque esa convencia con tanto tiempo libre se les hace insoportable. La segunda noche de bodas sucede uno de los episodios más importantes y complejos de la novela: después de un largo día de paseos, Stoner desea consumar el matrimonio mediante el acto sexual. Edith ya se había negado la primera noche, aduciendo estar cansada, pero ya no tiene ninguna excusa, por lo que termina cediendo a la voluntad de su esposo. Es evidente que Edith no desea tener sexo; el contacto físico la aterra, y eso se manifiesta en todo su cuerpo, que cobra una tensión y una rigidez brutales. Stoner se percata de la incomodidad de su mujer, pero como ella no le expone una queja verbal directa, avanza sobre ella. Mientras es penetrada, Edith se cubre los ojos con un brazo y se mantiene totalmente estática. Así, la situación idílica de la pareja teniendo sexo por primera vez es, en realidad, una situación de violación a la que Edith no puede oponerse porque toda su educación la ha configurado para aceptarla como su principal deber.

El sexo como violación se da muy esporádicamente, puesto que Stoner comprende la falta de deseo de su mujer, y aunque no sabe a qué atribuirlo, piensa que eso es algo normal que sucede a todos los matrimonios; no le da importancia y se concentra en su trabajo. De esta manera, se establece en la pareja una relación marcada por la incapacidad de comunicarse y la obligación de cumplir con roles de género que, evidentemente, no son ni deseados ni placenteros.

La frustración de Edith es tan grande que altera todas sus conductas y la transforma en un personaje de pesadillas. Apenas habla con su marido y, cuando lo hace, está atravesada de un rencor velado o de burla; tiene arranques de llanto o de cólera que parecen inexplicables y, en otras circunstancias, se siente humillada si William quiere ayudarla con los quehaceres de la casa. Sin embargo, la histeria que en la novela se da como algo natural y que no requiere mayores explicaciones, es en verdad el producto de la educación represiva que recibe Edith y de una crianza que la vuelve incapaz de comprender y gestionar sus emociones.

Este no es el caso aislado de un personaje de la novela: durante el siglo XIX y parte del siglo XX, era muy normal patologizar la conducta femenina y echarle la culpa de todo mal a su naturaleza histérica -la histeria se asociaba a la conducta cambiante y volátil de las mujeres- como si fuera algo determinado por el sexo, cuando, en verdad, esa patologización ocultaba una crianza que reprimía todo deseo sexual femenino al mismo tiempo que preparaba a la mujer para ser el objeto de satisfacción del deseo masculino y para ser madre.

Esta incapacidad de gestionar las emociones vuelve a observarse cuando Edith desea ser madre. Movida por el mandato social, llega un punto en su relación con William en que Edith siente que debe cumplir con lo que el mundo espera de ella, y debe tener un hijo. Entonces comienza una persecución casi ninfómana de su marido, hasta que queda embarazada, momento tras el cual no le permite a William que vuelva siquiera a tocarla. La forma en la que Edith busca a su hijo pone de manifiesto, una vez más, su incapacidad de comprender y comunicar sus deseos y sus necesidades. Y, en verdad, este es el principal problema de toda la pareja a lo largo de la novela: la falta de comunicación y la imposibilidad que ambos demuestran para sobreponerse a las imposiciones sociales y a la crianza heredada.