Stoner

Stoner 'Stoner' y la felicidad en medio de la tristeza

Stoner es una novela sobre la intimidad de un individuo de clase media estadounidense a lo largo de más de cuatro décadas de su vida. Como en la construcción de cualquier subjetividad, la tristeza y la felicidad se conjugan como elementos contradictorios pero complementarios. La tristeza de William Stoner es profunda y abrumadora: es de un hombre frente al devenir de su vida, a la contemplación del paso del tiempo, de los embates de la historia y el fracaso irrevocable de los sueños de la juventud. Del mismo modo, su felicidad es conmovedoramente humana: es la de quien aprende a estar en paz consigo mismo y a extraer el goce de aquellos remansos de calma que se le presentan en la cotidianeidad. Este balance entre tristeza y felicidad es el principal factor que convierte a Stoner en una obra maestra: cualquier lector puede reconocerse en los conflictos que marcan a su protagonista.

Ya desde los primeros párrafos queda claro que la novela no lidiará con ningún hecho extraordinario, sino que estará dedicada a la vida de un hombre común y corriente, de trasfondo humilde que logra abrirse paso en el mundo académico hasta ocupar un modesto puesto de profesor de literatura en la Universidad de Misuri. Tan importante como Stoner para el drama íntimo que aborda la novela es Edith Bostwick, una mujer que se está preparando para partir unos meses de vacaciones a Europa cuando se cruza con William y termina casándose con él. La vergüenza que siente Stoner por su trasfondo campesino se combina con la crianza burguesa de Edith, a quien se la ha preparado para reprimir sus deseos y cumplir el mandato social de ser esposa y madre. Dicha combinación resulta, por supuesto, en un fracaso matrimonial absoluto: la pareja es incapaz de comunicarse y Stoner se resigna rápidamente a la tristeza de la vida conyugal.

En ese ambiente familiar opresivo, la felicidad aparece como destellos breves pero potentes que iluminan al protagonista hasta el final de su vida. Así se manifiesta una y otra vez cuando Stoner se entrega a periodos de plenitud en su trabajo, y la dicha se contrapone a la pesadilla en la que se sume el mundo entre una Guerra Mundial y la siguiente. El propio John Williams lo indicó en una de las pocas entrevistas que otorgó a la prensa: “Muchas de las personas que han leído la novela piensan que Stoner tuvo una vida triste y mala. Yo creo que tuvo una muy buena vida. Tenía una vida mejor que la mayoría de la gente, sin duda”. Y aunque al lector se le haga difícil concordar con esta observación del propio autor, es cierto que Stoner tuvo una buena vida, y ello se debe fundamentalmente a su amor por la literatura, que logra convertir en su profesión y su cotidiano. Todo el ímpetu vital de Stoner está volcado hacia la literatura, y es lo que le permite soportar las violencias institucionales a las que lo somete Lomax y la conflictiva relación con su esposa. Desde ese curso en que el Soneto 73 de Shakespeare despierta su amor y lo empuja a una nueva vida, Stoner siempre encontrará refugio en sus libros.

Stoner, entonces, es una novela que demuestra hasta qué punto la felicidad y la tristeza se suceden, superponen y complementan. Una es imposible sin la otra, y cada individuo debe aprender a gestionarlas dentro de su propia vida. Para ello, se hace necesario encontrar una motivación, como lo hace Stoner en la literatura, que ayude a transitar por ese vaivén que es el movimiento de la vida.