Robinson Crusoe

Robinson Crusoe Temas

El viaje y la aventura

Robinson Crusoe es un joven que abandona la tranquilidad de su hogar y se lanza al mundo en busca de nuevas experiencias y aventuras. Así, zarpa de Inglaterra con destino incierto y sufre una serie de percances: es hecho prisionero en Marruecos y vive durante años como esclavo; se escapa y llega a Brasil, donde compra tierras y comienza a explotar una plantación de azúcar; se embarca nuevamente para dedicarse a la trata de esclavos, y naufraga finalmente en una isla deshabitada, donde termina viviendo veintiocho años de su vida.

Como relato de aventuras, la estructura narrativa de la novela construye una trama que busca proponer el suspenso. Con el objetivo de entretener al creciente público de clase media de la Inglaterra moderna, el relato toma la forma de una aventura que busca generar tensión y atrapar al lector. La novela de aventuras se caracteriza principalmente por potenciar el rol de la acción dentro del texto, algo que puede observarse principalmente en los capítulos iniciales y finales del texto, cuando Robinson se encuentra en viaje y narra sus peripecias, desde Marruecos hasta China.

El narrador, Robinson, focaliza su relato en las acciones que realiza, y esta es una cualidad esencial del relato de aventuras, que opone la acción a la quietud, y constituye la base de la novela.

Tal como se observa en su inicio, una de las mayores tensiones de la novela se genera entre el ansia de aventuras de Robinson y la vida tranquila pero rutinaria de la floreciente clase media inglesa. Desoyendo los consejos de su padre, el joven narrador emprende el viaje con el objetivo de explorar el mundo. Su deseo de conocer lugares exóticos es tan fuerte que sus desastrosas primeras experiencias en el mar no lo disuaden de su objetivo. Desde Marruecos hasta Brasil y las islas del Caribe, el viaje enfrenta a Robinson con diversas culturas y expone su cosmovisión de colono europeo.

La domesticación de la naturaleza

Robinson Crusoe naufraga en una isla deshabitada y, para poder sobrevivir, debe aprovechar todos los recursos naturales que tiene a disposición. En los veintiocho años que vive en la isla, el colono emprende la ardua labor de domesticar la naturaleza hasta convertirla en un lugar cómodo, que trata de emular los modos de vida de la sociedad europea.

En los primeros días, tras su llegada a la isla, Robinson se preocupa por recuperar del naufragio todos los objetos que puedan serle útiles para construir una morada, cazar y hasta labrar y sembrar la tierra. Una vez instalado en una construcción provisoria, Robinson comienza la exploración de la isla; durante este proceso, el protagonista se muestra interesado solo por aquello que puede serle útil, al punto de que, en todas sus descripciones, solo destacan aquellos elementos que puede aprovechar, sin dar lugar a observaciones sobre la belleza o la diversidad exótica de la isla. Así, la mayor parte de la novela está dedicada a los trabajos que realiza: montar sus viviendas, construir muebles, sembrar trigo y arroz y criar cabras para consumir su leche y su carne.

La domesticación de la naturaleza que realiza Robinson lo convierte en un gran exponente del hombre económico, es decir, el ser humano enfocado en utilizar su entorno con el objetivo de generar riquezas. En este sentido, todo el trabajo que realiza el narrador para domesticar la naturaleza salvaje y generar riquezas en la isla es un ejemplo fiel de la ética puritana que llevó a los países protestantes al dominio capitalista del mundo.

La domesticación de la naturaleza va a acompañada por el deseo de Robinson de recrear las formas de vida europeas. Por eso, establece un calendario, fija un tiempo para trabajar, otro para explorar y cazar y, luego, un tiempo para el ocio. Así, la domesticación de la naturaleza no tiene que ver solo con el usufructo concreto de los recursos de la isla, sino con la fundación ritual de un tiempo y una forma de vida que ordena el entorno según la forma de pensar y de habitar el mundo del colono europeo: se trata de someter la naturaleza salvaje a los esquemas de la civilización occidental.

Civilización vs. barbarie

Durante los años que Robinson pasa en la isla, una de sus grandes preocupaciones es ser atacado por las tribus nativas que habitan en islas aledañas. Para el colono europeo, todos los nativos se presentan como salvajes, bárbaros y violentos, con costumbres abominables. En verdad, la focalización del relato en primera persona establece un contrapunto entre la civilización europea -que reúne todos los valores positivos y se convierte en el ideal de progreso- y la barbarie de los pueblos nativos de otros continentes -desde africanos hasta caribeños o chinos, que presentan valores negativos y formas de vida despreciables-.

La visión que presenta Robinson de los salvajes agrupa una serie de connotaciones negativas que derivan todas de considerar al otro, es decir, al que es diferente a uno mismo, como un incivilizado. En esta consideración, Robinson los describe de forma abstracta, como un grupo poco definido de brutos caníbales que solo desean devorarlo.

Por un lado, la imagen negativa de los salvajes como antagonistas del colono es funcional a la novela de aventuras, puesto que constituye un enemigo al que hay que derrotar. Por otro lado, este discurso sobre los pueblos nativos sirve para justificar su conquista y sometimiento, es decir, es coherente con el afán colonizador de las sociedades modernas europeas. En este sentido, Robinson Crusoe se convierte en un relato que, gracias a su popularidad, ayuda a instaurar las estructuras coloniales que caracterizaron a la modernidad.

Cabe resaltar, a partir de estas últimas consideraciones, que la visión de Robinson no problematiza en ningún momento su concepción de los salvajes: para él, se trata siempre de sujetos entregados a vicios monstruosos como el canibalismo. Esta visión, totalmente reduccionista, está cristalizada en los valores europeos del narrador.

El aprendizaje y la supervivencia

Robinson narra su propia historia de supervivencia en una isla desierta durante veintiocho años. Tras naufragar, todo su relato pone el foco en los aprendizajes que debe realizar para poder someter la naturaleza salvaje y así sobrevivir en un entorno que le resulta hostil. De este modo, Robinson narra sus experiencias como colono, aprendiendo a trabajar la tierra y a construir muebles, recipientes de tierra cocida y de junco y hasta sus propias ropas. Tal es el proceso de aprendizaje que realiza el colono, que llega a asegurar que no hay nada que el hombre no pueda aprender si se empeña en ello.

Este interés de Robinson por la dimensión pedagógica de su vida en la isla pone de manifiesto una característica de la novela moderna: su focalización en personas comunes, que no están definidas por el linaje sino por lo que pueden hacer con su propia vida a lo largo del tiempo. En este sentido, los procesos de aprendizaje ponen de manifiesto las relaciones de causa-consecuencia que definen la vida de un individuo. La filosofía moderna propulsada por John Locke propone la construcción de la identidad en función de la experiencia de un sujeto a lo largo del tiempo, algo que se puede observar en esta novela: es la experiencia de vida del personaje la que justifica su modo de ser y de accionar en el mundo.

La supervivencia de Robinson, por otra parte, pone de manifiesto otra dimensión de la cultura y la cosmovisión europeas de la modernidad ilustrada: la capacidad de Robinson, no solo para sobrevivir, sino para lograr una vida confortable, se convierte en un elogio a la autosuficiencia y a la individualidad propio de la moral puritana del esfuerzo individual recompensando. Desde esta óptica, Robinson, solo en la isla, logra alcanzar la felicidad mediante el trabajo.

La religión

La religión es un tema muy importante en la obra, y se presenta desde dos perspectivas o concepciones.

En los primeros capítulos de la novela, Robinson se presenta como un creyente en la Providencia, un concepto muy popular en la modernidad, que implica la creencia en una potencia divina que gobierna el universo y presta socorro a la humanidad. Desde esta perspectiva, Dios es una potencia que obra sobre su creación de forma constante y para provecho de la humanidad. Luego de salvarse del naufragio y de instalarse en la isla, Robinson agradece a la Providencia, puesto que cree que su supervivencia ha sido cuestión de milagros. La Providencia demuestra que Robinson es un sujeto religioso -en tanto que cree en Dios-, pero que no está comprometido con la religión institucionalizada ni es un ferviente practicante de ninguna de las doctrinas cristianas.

Sin embargo, tras la terrible fiebre que sufre en la isla y que lo deja postrado durante semanas, Robinson experimenta un renacer espiritual y se acerca a la religión. La Biblia es el único libro que ha podido rescatar del naufragio, y las sagradas escrituras se convierten en la pauta rectora de su nuevo ser.

La nueva religiosidad que se desarrolla en el fuero interno de Robinson está asociada a la expresión calvinista del cristianismo, que propone la lectura personal de los evangelios, sin una interpretación mediada por la figura del sacerdote, y es este el tipo de diálogo con Dios que establece Robinson durante su vida en la isla. Por otro lado, el calvinismo promueve también la austeridad y el esfuerzo personal, dos cualidades que Robinson desarrolla durante su estancia en la isla y que le permiten la supervivencia.

El colonialismo

La focalización que realiza el narrador de Robinson Crusoe está profundamente vinculada al discurso colonial imperante en el mundo occidental entre los siglos XVII y XVIII. Una de las principales actividades económicas de la época es el comercio marítimo, dentro del cual destacan la trata de esclavos y los procesos de conquista y colonización. Estas dinámicas constituyen la realidad económica, social y política de las principales naciones europeas, entre las que Inglaterra ocupa un lugar predominante: a principios del siglo XVIII, las potencias europeas ya poseen colonias en prácticamente todos los continentes del mundo y están consolidando sus dominios. Con todo ello, el colonialismo se convierte en una dinámica fundamental que involucra a todas las esferas de la sociedad.

Cuando sale de Inglaterra y comienza a viajar, Robinson Crusoe se inserta en estas dinámicas y construye su vida en torno a ellas: en Brasil, regentea una plantación de azúcar que usa mano de obra esclava, y luego naufraga en medio de un viaje cuyo objetivo es la compra de esclavos. Desde el lugar que ocupa, Robinson representa el modo de observar y comprender el mundo de las potencias coloniales europeas: para él, Europa (y especialmente Inglaterra) representa los ideales de excelencia y de progreso con los que se debe juzgar al resto de culturas.

Una vez en la isla, Crusoe se vuelve un colono: en sus primeros meses se encarga de establecer lo que él denomina su castillo, y luego ejerce su dominio sobre el territorio como si este le perteneciera por derecho. Tras la llegada de Viernes, el español y el padre de Viernes, Robinson les deja en claro que él es el amo y señor de la isla y que ellos deben someterse a su voluntad. Este esquema se repite luego con todos los llegados a la isla. Así, Robinson termina fundando una colonia que se mantiene funcional incluso en su ausencia. Cuando regresa a su isla, años después, los ingleses que se han establecido allí han formado familias con las nativas, han construido casas y se dedican a la agricultura y la ganadería, siguiendo los esquemas iniciados por Robinson. Tras ver que la población de su isla lo reverencia como autoridad máxima y de comprobar que siguen explotando la tierra, Robinson se marcha satisfecho de su isla en busca de nuevas aventuras.

El esclavismo

Desde el inicio del libro, queda claro que las sociedades representadas por el narrador como el ideal de la civilización son sociedades esclavistas. Como bien se sabe, las potencias europeas desarrollaron su hegemonía mediante el sometimiento de un sinnúmero de pueblos, utilizando la religión y el ideal de progreso como excusas para justificar el saqueo y la destrucción. La ideología del autor de Robinson Crusoe, que puede observarse a través del narrador y del análisis contextual de su obra, se alinea con el de la Inglaterra esclavista del siglo XVIII.

Robinson Crusoe es un inglés que, a lo largo de todo su relato, pone de manifiesto su mirada eurocéntrica y su filiación con la cultura de dicha potencia. Tras ser él mismo un esclavo durante años en Marruecos, no es capaz de reflexionar sobre el sistema económico, político y social que promueve el esclavismo, sino que regentea una plantación con mano de obra esclava, e incluso se alista como capitán de un navío negrero, con el objetivo de proveer a las industrias europeas instaladas en Brasil de mano de obra africana. En ningún momento Robinson problematiza moralmente el comercio de seres humanos, sino todo lo contrario: lo da como un hecho natural.

El esclavismo pone de manifiesto el valor adjudicado a un individuo por su procedencia étnica: Cuando Robinson se establece en Brasil, tiene esclavos africanos, pero contrata también criados europeos. Estos últimos están sometidos a un régimen especial, muy diferente del tratamiento que reciben los esclavos. Así, queda claro que, en el sistema que promueve Robinson Crusoe, no vale lo mismo una vida europea que una vida africana o americana.

La llegada de Viernes reproduce esta dinámica: si bien Robinson desea un amigo que alegre la soledad de su vida en la isla, Viernes debe jurarle sumisión absoluta y se convierte en un esclavo, al punto de que Robinson es amo total de su vida. Al escapar finalmente de la isla, esta dinámica no cambia: Viernes sigue siendo un esclavo y profesando sumisión absoluta a su amo hasta el final de su vida. Esta relación, que se desarrolla de forma idílica en toda la novela, es totalmente inverosímil y pone de manifiesto el interés del autor de la obra de justificar con su texto el colonialismo europeo.