Robinson Crusoe

Robinson Crusoe Imágenes

Las tempestades y los naufragios

Gran parte de las aventuras de Robinson Crusoe transcurren en barcos o en la isla, con la presencia cercana del mar. Es por ello que las imágenes sensoriales de tempestades y naufragios abundan en la novela. En su primera experiencia como tripulante de barco, dos tempestades interrumpen la navegación. Respecto de la segunda, más imponente que la primera, Robinson dice:

... observé el espectáculo más horrible de mi vida: olas del tamaño de montañas rompían contra nosotros a cada momento. Todo a mi alrededor era consternación. Con sus mástiles rotos, otros buques tremendamente cargados pasaron junto a nosotros; nuestros tripulantes dijeron que acababa de un hundirse un buque a una milla de nuestra posición. Otras embarcaciones, arrancadas de sus anclas, habían sido arrastradas de la bahía hacia alta mar, remando sin mástiles a la ventura. Los barcos más livianos eran los menos castigados por la tempestad, y pasaron dos o tres muy cerca de nosotros corriendo viento en popa sólo con la vela de bauprés (p. 15).

En el viaje que deriva en el naufragio de Robinson en la isla, el barco encalla en un banco de arena y comienza a inundarse:

Apenas afuera del camarote para ver lo que era y en qué región del mundo nos encontrábamos, el barco chocó contra un banco de arena; de pronto cesó todo el movimiento de la nave y penetraron en ella las olas con tanta velocidad que creímos sucumbir al momento y nos apretamos contra las barandas para preservarnos de su violencia (p. 40).

La tripulación se traspasa del barco a una canoa, pero la pequeña embarcación tampoco resiste la tempestad; una ola los embiste y, al respecto, el narrador dice que esta

... rompió con tanta furia, que volcó de pronto la canoa y, separándonos unos de otros y también de la embarcación, apenas nos dio tiempo para invocar el nombre de Dios con una sola exclamación, porque en el mismo instante fuimos todos sumergidos en el agua (p. 42).

Robinson lucha por su vida en el agitado mar:

Otra ola me recogió de pronto y empezó a cubrirme con una masa de agua de veinte o treinta pies de altura; sentí que era arrastrado muy lejos hacia la tierra, con extraordinaria rapidez y violencia; al mismo tiempo, contenía la respiración y nadaba con todas mis fuerzas; pero estaba a punto de ahogarme a fuerza de contenerme, cuando me sentí impulsado a lo alto. Súbitamente me encontré con la cabeza y las manos fuera del agua, lo cual me alivió al instante; y aunque ese intervalo no duró más de dos segundos, no dejó de producirme mucho bien, dándome tiempo para respirar y redoblar mi valor; volvió a cubrirme el agua, aunque tan breve tiempo, que pude resistir, y advirtiendo que había roto la ola y empezaba a volverse, me adelanté todo lo que pude para no dejarme arrastrar y sentí que tocaba fondo (p. 42).

Ya en tierra firme, Robinson observa el mar: "Miré hacia el barco encallado; pero estaba el mar tan espumoso y el barco a una distancia tan grande, que apenas podía distinguirlo" (pp. 43-44).

Luego de un tiempo en la isla, Robinson avista desde la costa el barco destruido y encallado. Respecto de la situación del barco, describe:

El castillo de proa, que antes estaba enterrado en la arena, parecía haberse elevado seis pies más; la popa, hecha pedazos y separa del resto por la tempestad, aparecía toda a un lado, rodeada de montones de arena tan altos, que podría llegar a pie a ella cuando se retirase el reflujo, mientras que antes, sólo podría acercarme nadando media milla. Al principio me sorprendió semejante situación; pero pronto comprendí que había sido causada por el terremoto, que había abierto el barco mucho más de lo que estaba antes y que por esas aberturas iba arrojando al mar gran número de cosas que depositaba en tierra (p. 75).

La isla

Las imágenes de la isla, en su mayoría, constituyen descripciones visuales y utilitarias, concentradas en la ubicación de los lugares, la topografía y otros detalles que permiten comprender la acción que va a desenvolverse. Entonces, resulta lógico que la primera imagen de la isla se presente en relación con la búsqueda de un espacio para construir su refugio:

En la búsqueda de un lugar que reuniera todas esas condiciones, encontré una pequeña llanura al pie de una elevada colina, cuyo frente era recto y sin talud, cual la fachada de una casa, en tal forma que nada podía caerme encima desde arriba, En la parte delantera de ese risco había una porción hueca, algo hundida, que semejaba una entrada o la puerta de una cueva; pero realmente no existía allí ninguna caverna ni camino alguno que fuese a la roca.

Decidí levantar la tienda justamente delante de aquel hueco, sobre la llanura. La explanada no tendría más de cincuenta toesas de ancho por casi el doble de longitud y formaba delante de mi habitación una especie de alfombra verde que descendía de forma regular hacia el mar (pp. 55-56).

Durante las exploraciones que Robinson realiza para encontrar recursos dentro de la isla se describen en mayor detalle la topografía y la flora del lugar:

Primero, fui a la pequeña bahía que ya he mencionado y a la que había abordado con todas mis balsas; caminé a lo largo del río y, después de haber subido cerca de dos millas, vi que no pasaba de allí la marea y que no había sino un riachuelo cuya agua era muy dulce y muy buena; pero como corría el verano, es decir, la estación seca, casi no había agua en algunos lugares o, por lo menos, no quedaba en cantidad suficiente para formar una corriente considerable.

Divisé varios prados apacibles, llanura y hermosos verdes, a orillas de aquel riachuelo. Al alejarse del lecho, se elevaban gradualmente en lugares en que parecía que nunca se hubieran inundado, es decir, cerca de las colinas que los orillaban. Encontré gran cantidad de tabaco verde, cuyos tallos eran sumamente elevados.

(...)

[Reanudé] mi exploración caminando cerca de cuatro millas; fui derecho al Norte, dejando a mis espaldas y a mi derecha una cadena de colinas. Cuando completé esa caminata me encontré en un valle descubierto que parecía inclinarse hacia el occidente; un pequeño arroyo de agua fresca que salía de una colina dirigía su corriente al lado opuesto, o sea al oriente; toda aquella región parecía tan templada, tan verde y florida, que se asemejaba a un jardín plantado por la mano del hombre, y era fácil ver que allí reinaba una eterna primavera.

(...) [Vi] que el arroyo y los prados no iban mucho más lejos y que el campo empezaba a cubrirse de bosques. Allí encontré muchas clases de frutos y particularmente melones que cubrían la tierra, uvas que colgaban de las parras y cuyos racimos colorados y macizos estaban dispuestos para la vendimia (pp. 85-86).

Robinson describe la fauna de la isla cuando se dedica a la caza:

A la vuelta, maté un ave de gran tamaño que vi posada en un árbol, a la orilla de un bosque: creo que ése había sido el primer disparo de escopeta que resonó en aquel lugar desde la creación del mundo.

Inmediatamente, se elevó de todos los sitios del bosque un número casi infinito de aves de todas clases, con un ruido confuso causado por los diferentes gritos y trinos que producían cada cual según su especie y que me eran por completo desconocidos. En cuanto al pájaro que había matado, lo tomé por una especie de gavilán, ya que su color y pico se asemejaban a aquél, aunque no los espolones ni las garras; su carne, de un olor fuerte, no era comestible (p. 50).

Robinson

Robinson Crusoe es una novela que contiene muy pocas descripciones de las apariencias de los personajes, al punto de que incluso muchos de ellos no llegan a ser siquiera nombrados. El propio Robinson omite su propia descripción hasta la mitad de la novela, cuando repara en su apariencia tras once años de vivir en la isla. En dicho episodio, comienza por su vestimenta: "Detentaba un sombrero de altura horrorosa, sin forma alguna, fabricado de piel de cabra; por detrás le adherí media piel de cabra que me tapaba todo el cuello" (p. 130), y luego agrega:

Llevaba una especie de falda corta, también de piel de cabra, como el sombrero, y sus bordes me llegaban por debajo de las rodillas; en cuanto a los pantalones, su tela la había suministrado la piel de un viejo macho cabrío. El pelo era de una longitud tan extraordinaria que bajaba, como los pantalones, hasta la media pierna. No calzaba ni medias ni botas; pero me había fabricado para los pies un par de algo bastante parecido a botines, que me ataba cual se atan las polainas, y eran, como todas mis demás ropas, de una forma extraña y bárbara.

Tenía un cinturón de la misma piel que los vestidos, y en vez de espada y de sable, llevaba una sierra y un hacha, una a cada lado. También portaba un tahalí, pero no tan ancho, que me colgaba del cuello y a cuyo extremo, que se hallaba bajo el brazo izquierdo, pendían dos bolsas hechas del mismo material que todo lo demás, en una de las cuales guardaba la pólvora y en la otra los perdigones. Sobre la cabeza un parasol trabajado bastante toscamente, pero que, después de la escopeta, era lo más necesario (pp. 130-131).

En consonancia con el estilo narrativo y la mentalidad del protagonista, la descripción es sumamente utilitaria y pragmática. Poco dice sobre sus rasgos o su complexión física; apenas habla sobre la conservación de su rostro y su barba:

En cuanto a mi rostro, no estaba tan curtido como pudiera creer en un hombre que no lo cuidaba nada y que sólo estaba a ocho o nueve grados de Ecuador. Una vez me dejé crecer la barba hasta una longitud de veinte centímetros; pero como tenía tijeras y navajas de afeitar, me la cortaba generalmente muy apurado, aunque me dejaba el bigote tal como lo llevaban los turcos que había visto en Salé. No diré que mis bigotes fuesen de tal longitud que hubiera podido colgar de ellos el sombrero; pero sí me atrevo a asegurar que eran tan largos y estaban arreglados de un modo tan extraño, que en Inglaterra hubieran parecido horrorosos (p. 131).

Viernes

Viernes es el único personaje, además de Robinson, cuya descripción se presenta en la novela, en un pasaje que pone en evidencia la mirada eurocéntrica del narrador:

Era un muchachote bien plantado, de unos veinticinco años más o menos; estaba muy bien formado: todos sus miembros, sin ser demasiado gruesos, revelaban un hombre diestro y robusto; su aspecto viril no presentaba ninguna mezcla de ferocidad; al contrario, se veía en sus facciones, sobre todo cuando sonreía, esa dulzura y esa simpatía peculiares de los europeos (p. 163).

La descripción está inevitablemente atravesada por el racismo de Robinson, aunque a su vez denota algo de atracción por sus exóticos rasgos:

No tenía los cabellos como lana rizada, sino que eran largos y negros. La frente era despejada; y los ojos, brillantes y llenos de fuego. La tez no era del poco agradable color bronceado de los habitantes de Brasil y de Virginia, acercándose más a un ligero color aceitunada, del que no es fácil dar idea exacta, pero que me parecía tener algo desagradable. Tenía la cara redonda, la nariz bien formada, bonita boca, labios delgados, dientes bien alineados y blancos como el marfil (p. 163).