Robinson Crusoe

Robinson Crusoe Resumen y Análisis Capítulos XX-XXVIII

Resumen

Capítulo XX

Robinson encuentra huellas humanas en la arena y, aterrado, se encierra en su refugio durante días. Con el tiempo se convence de que las huellas son de él mismo, pero un día decide constatarlo y comprueba que pertenecen a la pisada de otra persona. Robinson elimina todo rastro de su presencia en la isla para evitar ser localizado. En un primer momento, piensa en destruir su rebaño, su casa de campo y los terrenos cultivados, pero luego decide ocultarlos, construir una trinchera alrededor de su castillo y dividir en dos su rebaño de cabras, para no perder la totalidad de su ganado si el enemigo las encontrase.

Un día, Robinson encuentra en la costa los restos de un ritual caníbal, lo que altera por completo sus días en la isla. Con dificultad, reanuda sus actividades y proyectos, pero se siente acechado por los salvajes constantemente.

Capítulo XXI

Robinson se obsesiona con la idea de matar a los salvajes que practican esos crueles rituales. Se prepara para atacarlos y sube a las colinas para ver si aquellos llegan en canoas. Así transcurre un año, en el que Robinson lleva una vida silenciosa y paranoica, evitando dejar todo tipo de rastro.

Explorando la isla, Robinson encuentra una caverna escondida que utiliza para guardar sus provisiones más valiosas y que contempla como posible lugar de resguardo en caso de ataque.

Es el vigésimo tercer año de Robinson en la isla y este realiza un recuento de las mascotas y las formas en que fueron perdiendo la vida, a excepción del loro, cuyo paradero desconoce.

Capítulo XXII

Robinson observa a los salvajes llegar a la isla y, cuando estos se retiran, recorre el sitio con los restos del ritual caníbal. Este encuentro renueva sus temores y deseos de vengarse de los intrusos.

Una noche, Robinson oye los pedidos de ayuda de un barco en medio de una tormenta, y al día siguiente descubre sus restos en la costa. En su barca se dirige al barco para tomar provisiones y rescatar a quien lo precise, pero solo encuentra un perro y cadáveres de marineros.

Robinson sueña que los salvajes están por sacrificar a uno de los suyos, pero el cautivo logra escapar y corre en dirección al bosque, donde el colono lo resguarda en su refugio y lo convierte en su esclavo.

Capítulo XXIII

El sueño de Robinson se transforma en un plan a concretar. Dieciocho meses después del descubrimiento del naufragio, cinco canoas llegan a la isla. Se trata de un grupo de salvajes que traen a dos prisioneros pertenecientes a otra tribu. Robinson observa el momento justo en que uno de los prisioneros se escapa corriendo y lo empiezan a perseguir tres de sus captores. El salvaje se salva de sus perseguidores gracias a la ayuda del narrador, por lo que le agradece y le promete fidelidad. Robinson lo bautiza Viernes, porque este es el día en el que lo rescata.

Robinson inculca a Viernes sus creencias y lo obliga a renunciar a sus costumbres salvajes. Le prohíbe comer carne humana y estar desnudo. El narrador está muy feliz con la presencia de Viernes, de quien le gustan su carácter y su personalidad, aunque no descarta una posible rebelión de su parte.

Capítulo XXIV

Robinson le enseña a Viernes a cazar y encargarse de los cultivos, actividades que este aprende rápidamente. También le enseña a hablar inglés, y mantienen sus primeras conversaciones más fluidas.

Viernes, desde las colinas, reconoce sus tierras a la distancia y le cuenta a Robinson sobre su nación y sobre cómo llegó a ser prisionero de otra tribu. El narrador comprende que están ubicados en la desembocadura del gran río Orinoco, y que las tierras que Viernes ve son las islas de la Trinidad, situadas al norte del río. Cuando Viernes revela que su nación rescató y alberga a hombres blancos, Robinson sospecha que puede tratarse de los tripulantes del barco que se hundió en la tempestad y emprende la construcción de una barca para viajar hasta allí.

Robinson cumple su vigésimo sexto año en la isla y celebra su ritual de costumbre. Una vez finalizada la barca, amo y criado deciden esperar, por cuestiones climáticas, a los meses de noviembre y diciembre parar emprender el viaje.

Capítulo XXV

Antes de emprender su viaje, un grupo de salvajes llega a la isla para devorar a sus prisioneros. Robinson y Viernes, utilizando las armas, rescatan a los dos prisioneros, que resultan ser un español y el padre de Viernes.

Capítulo XXVI

Robinson está feliz y excitado; además de ser el dueño y amo de la isla, ahora tiene más gente bajo su mando. De buen talante, retoma el plan de visitar la tribu de Viernes y dar con la gente blanca, los compañeros del español rescatado. Sin embargo, antes de emprender el viaje, comprende que debe acopiar comida suficiente como para mantener a un grupo numeroso de personas, por lo que siembra y espera la cosecha. Luego de meses de arduo trabajo en la producción de alimentos, el español y el padre de Viernes inician el viaje hacia la otra isla.

Capítulo XXVII

Antes de que vuelvan el español y el padre de Viernes, un barco llega a la isla. Se trata de un grupo de once hombres, de los cuales tres permanecen atados y desarmados. Robinson se propone rescatar a los prisioneros. Mientras los marineros descansan dentro del bosque, los prisioneros yacen en la costa. Robinson se aproxima sigilosamente y les ofrece su ayuda. Uno de los hombres explica que él es el capitán del barco y que sufrió un motín: ahora los marineros planean dejarlo a él, junto a un pasajero y su contramaestre, en aquella isla para que mueran de inanición. Los tres prisioneros se van con Robinson y Viernes al refugio para trazar un plan. Allí, Crusoe les advierte que para recibir su ayuda deben renunciar a toda clase de autoridad en la isla, y que, si logran recuperar el barco, deben llevarlo a él y a Viernes hasta Inglaterra. Aceptados los términos y armados por Robinson, el capitán mata a los dos hombres más conflictivos mientras duermen y el resto se rinde. Durante esa noche, Robinson le cuenta toda su historia de supervivencia al capitán y luego le presenta su castillo.

Capítulo XXVIII

El siguiente objetivo del capitán y de Robinson es recuperar el barco, pero deciden esperar a que una segunda canoa salga en busca de los primeros marineros para poder combatirlos en grupos menos numerosos. Efectivamente, una canoa con diez marineros armados llega a la isla. Aunque se trata de un número considerable de enemigos, Robinson traza un plan para derrotarlos. Viernes y el contramaestre gritan desde lo profundo del bosque con la intención de dividirlos y agotarlos; ocho hombres caen en la trampa y corren hacia la espesura, mientras que los dos restantes son interceptados por Robinson y el capitán. Uno muere y el otro es obligado a rendirse.

Cuando los otros marineros vuelven y no encuentran a sus colegas, temen que la isla esté embrujada. El grupo se divide otra vez y el capitán aprovecha el momento para matar al cabecilla de los rebeldes. En la costa, mientras tanto, Robinson consigue la rendición del resto de enemigos.

El capitán elige algunos marineros para recuperar el barco. Mientras cumple exitosamente su objetivo, Viernes y Robinson se dedican a vigilar a los que quedan como prisioneros en la isla.

Análisis

Los capítulos XX a XXVIII están dedicados al encuentro de Robinson Crusoe con los indígenas que viven en las islas del Caribe, a los que mencionaremos, siguiendo el uso del narrador, como bárbaros o salvajes.

Antes de encontrar a otro ser humano en la isla, lo que Robinson halla es una huella, es decir, un indicio de que alguien más ha estado allí en los últimos días. A la sorpresa le sigue el terror: Robinson se espanta ante su hallazgo y corre a refugiarse en la fortaleza que construyó y perfeccionó año tras año. Sin poder dormir, se pregunta quiénes habrán dejado las huellas y se horroriza aún más al comprender que solo pueden haber sido los salvajes:

Espantosas ideas me consternaban de tal modo, que aún estando muy lejos del lugar en que había descubierto la huella, mi imaginación solo me ofrecía visiones tristes y horrorosas. ¿Qué clase de seres habrían dejado esa huella? Indudablemente no podían ser sino salvajes del continente que, embarcados en sus canoas, habrían sido arrastrados a las islas por las corrientes o contrarios vientos, y que habrían tenido tan pocas ganas de permanecer en aquella costa desierta como tenía yo de verlos (pp. 134-135).

La primera visión que plantea Robinson sobre los salvajes es una visión colectiva, que reúne o agrupa una serie de connotaciones negativas que derivan todas de considerar al otro, es decir, al que es diferente a uno mismo, como un incivilizado. Los salvajes aparecen de momento de forma abstracta, como la idea de un grupo de antagonistas, cuya proximidad aterra a Robinson, quien los imagina como despiadados, brutales y preparados para matarlo y comerse su carne.

Esta imagen del otro que se presenta -es decir, de los salvajes como criaturas opuestas en valores y actitudes a la civilización Europea que Robinson representa- es completamente funcional a la novela de aventuras, puesto que constituye un enemigo difícil de derrotar pero digno de ser enfrentado. En los días que siguen al encuentro de la huella, Robinson se debate internamente sobre su accionar llegado el caso de que los salvajes vuelvan a aparecer en la isla. En un primer momento, su instinto lo empuja a tomar las armas y exterminar por completo a cualquier grupo que se presente:

Entretanto, mantenía con todo vigor mi proyecto y seguía en la disposición de ánimo necesaria para matar treinta salvajes, con objeto de castigarlos de un crimen en el cual no tenía más interés que el calor de un celo muy fuera de lugar. Ni siquiera se me ocurría que aquella pobre gente no tenía en su conducta otra guía que sus pasiones corrompidas y que una desdichada tradición los había familiarizado con una costumbre horrible (p. 144).

Como veremos a lo largo de estos capítulos, Robinson encuentra una justificación moral para el asesinato de los salvajes que pretende realizar. Desde su perspectiva, los salvajes son criaturas corrompidas que se entregan a una costumbre espantosa e injustificable: el canibalismo. A pesar de esta justificación, Robinson no deja de reflexionar sobre sus ansias asesinas y llega a poner en duda -al menos momentáneamente- su derecho natural sobre aquellas criaturas:

¿Qué autoridad, pensaba, qué enfrentamiento tengo yo para fundarme en juez y verdugo de esos miserables salvajes? ¿Cuál es mi derecho a la venganza sobre la sangre que derraman? Esos hombres nunca me han hecho daño personalmente y lo que voy a emprender no podría disculparse sino por la necesidad de defenderme si llegasen a atacarme (p. 145).

Estos devaneos morales no encuentran una solución sino hasta el momento en el que los salvajes efectivamente llegan a la isla. Cuando lo hacen, traen con ellos a dos prisioneros de otra tribu con el objeto de devorarlos en un acto ritual que Robinson no comprende ni intenta comprender. Frente a esta situación, el narrador decide intervenir para rescatar al menos uno de los prisioneros, no por altruismo, para salvarlo de la muerte que le espera, sino con la intención de someterlo a su voluntad y de convertirlo en su esclavo. En su justificación se mezcla su deseo de convertirse en amo con un sentimiento de justicia divina que respalda sus actos: “Entonces reconocí ciertamente que aquella era la ocasión favorable para hacerme de un compañero y un criado, y que el cielo me llamaba evidentemente a salvar la vida de aquel pobre infeliz” (p. 161).

Robinson logra abatir a los salvajes y rescata a uno de los prisioneros, quien se convierte en su famoso criado, Viernes. Antes de dedicarnos de lleno al análisis de la figura de este nuevo personaje, sin embargo, conviene detenernos un momento más en la concepción colectiva de los salvajes y en el problema del canibalismo.

Como ya hemos dicho, la imagen de los indígenas que se presenta desde la voz de Robinson es completamente negativa. Son peligrosos, sanguinarios, revoltosos y, de capturarlo, seguro que lo matarán y lo devorarán. Lo que más espanta a Robinson de las costumbres de estos salvajes es el canibalismo. Sus rituales, de hecho, son descriptos por el narrador como grandes festines que deshumanizan totalmente a los salvajes y los presenta como demonios: “... los vi sacar de una barca a dos desgraciados para despedazarlos. Uno de ellos cayó pronto a tierra, muerto, según creo, de un mazazo o de un sablazo dado con un sable de madera; e inmediatamente dos o tres de aquellos verdugos se arrojaron sobre él, le cortaron el cuerpo y prepararon todos los pedazos para su infernal cocina” (p. 160).

En la conciencia de Robinson, la imagen del caníbal que se configura es altamente mítica y no muy diferente a la se representa en la antigüedad clásica. En verdad, los antropófagos (como se llama a los humanos que se alimentan de la carne de sus congéneres antes de la llegada de los europeos a América) han desempeñado un papel muy importante en la descripción de las culturas no europeas desde que los primeros griegos comenzaron sus exploraciones del Mediterráneo. En la Odisea, por ejemplo, Ulises se topa con Polifemo y los lestrigones, quienes devoran a su tripulación. Los relatos de Plinio también están plagados de peligrosas poblaciones antropófagas, y la lista es extensa y continúa ampliándose hasta la Modernidad Ilustrada. Con la llegada de Colón a América, los mal nombrados indios pasaron rápidamente a conformar esta lista. Son los araukos quienes le dicen al colono que en una isla vive una raza denominada “caribes”, que comen hombres, y de allí proviene el término caníbal. Colón actualiza el mito del antropófago e instala una asociación entre indios y caníbales que comienza a aplicarse -muchas veces arbitrariamente- a diversas poblaciones nativas. Doscientos años después, la novela de Defoe vuelve a reproducir estos modelos: Robinson, el narrador, no posee ningún tipo de saber letrado sobre la cuestión, sino que solo conoce aquello que ha escuchado en boca de marinos con los que ha compartido viajes, quienes seguramente lo han expuesto a relatos sobre hombres que devoran hombres. Así, la visión de Robinson no se plantea ninguna cuestión etnológica ni problematiza sus observaciones sobre las costumbres de los salvajes; para él, el canibalismo es un vicio monstruoso y los rituales que presencia en la playa solo reafirman aquello que puede haber escuchado sobre las tribus antropófagas.

La visión de Robinson, totalmente cristalizada en los valores de su propia cultura, es reduccionista. Como los antropólogos y mitólogos -entre los que destaca el famoso Mircea Eliade- han probado, existen varios tipos de canibalismo, todos arraigados en complejas cosmovisiones y con valores religiosos o iniciáticos. Nada de ello atraviesa la mente de Robinson, quien está totalmente atemorizado y cuya actitud solo evidencia miedo a lo desconocido. Desde la focalización de Robinson, la oposición de realidades es tajante; él es bueno y está desamparado, mientras que los salvajes son muchos y malos, puesto que desean hacerle daño.

Los estudios contemporáneos de esta obra no dejan de señalar cómo esta construcción discursiva de ciertos grupos nativos como salvajes caníbales se ha utilizado para legitimar moralmente la conquista y la explotación de dichas poblaciones. En este sentido, Robinson Crusoe ha sido, a lo largo de los años, un relato más que justifica el imperialismo europeo y las dinámicas coloniales desplegadas en los últimos 400 años.

La aparición de Viernes significa un pasaje de la visión colectiva de los salvajes a la visión individual de uno de ellos. Una vez que lo rescata, no hay en Robinson una actitud negativa hacia la imagen personal de Viernes, sino todo lo contrario. Tras tantos años de vida solitaria en la isla, el náufrago desea fervientemente tener compañía, algo que Viernes posibilita. Tras ser rescatado, Viernes reacciona sin que Robinson le diga nada y se somete a su voluntad en una escena que no deja de ser un tanto ridícula y poco creíble: “... yo le sonreí lo más agradablemente que pude. Por último, habiendo llegado hasta mí, se postró de rodillas, besó el suelo, me tomó un pie y se lo puso sobre la cabeza, para darme a entender sin duda que me juraba fidelidad y que me rendía homenaje como mi esclavo” (p. 162).

Esta sumisión espontánea parece anular completamente la filiación histórica de Viernes hacia su pueblo y lo convierte inmediatamente en un secuaz de Robinson; aunque en términos amistosos, entre ambos solo se instala la condición de amo y de criado. Esta relación se desarrolla, en el resto de la novela, de forma idílica, sin que Viernes demuestre en ningún momento más interés que servir a Robinson y cumplir con cada uno de sus mandatos. Se trata de una relación inverosímil, muy poco probable realmente, puesto que limita absolutamente la condición humana del indígena y lo reduce a un objeto, un instrumento más de los que Robinson se ha valido a lo largo de todo el libro. En este sentido, Viernes es un personaje absolutamente plano, que no presenta ninguna complejidad psicológica ni evolución personal a lo largo de la trama.

Con todo ello, parece que en la visión del europeo existen dos posibilidades para el indígena: la de contemplarlo en su aspecto colectivo, como seres amenazantes e inhumanos, o la perspectiva individual, que los presenta como buenos, serviciales y sumisos, pero totalmente asimilados a la moral europea, sin reminiscencia alguna a su propia cultura. No hay en este relato otra alternativa para el indígena; no existe posibilidad de superar los dos estereotipos: o son percibidos desde la ignorancia y el estigma, o son sometidos y asimilados a la cultura europea, vaciados totalmente de su subjetividad.