El zoo de cristal

El zoo de cristal Resumen y Análisis Acto II Escena 2

Resumen

Hora y media después, cuando la cena está terminando, se corta la luz. Tom finge ignorar la razón. Amanda, imperturbable, intenta seguir siendo tan encantadora como puede. Prende velas y le pide a Jim que revise los fusibles. Luego de que él le dice que los fusibles parecen estar bien, Amanda sugiere que vaya a pasar un rato junto a Amanda en el living.

Mientras Amanda y Tom se mantienen en la cocina, Laura conversa con Jim, quien es lo suficientemente encantador como para hacer que ella se sienta cómoda. Ella le recuerda que se conocían del colegio, y que él solía llamarla “Blue Roses”. Jim se avergüenza de no haberla reconocido antes. Ambos recuerdan la clase que compartían: una clase de coro a la que Laura, por el problema en su pierna, llegaba siempre tarde. Ella siempre sintió que el aparato ortopédico de su pierna interrumpía la clase con un ruido que sonaba “como un trueno”, pero Jim le dice que nunca se dio cuenta.

Mantienen una conversación cálida bajo la luz de las velas. Laura le pregunta cómo está su novia del secundario, y Jim revela que nunca fueron realmente pareja, aunque ella insistía en decir que lo eran. De cualquier modo, nunca volvió a verla. Laura habla con admiración de la voz de Jim, y él le firma a Laura el programa de la ópera que protagonizaba entonces, “Los Piratas de Penzance”. Ella era demasiado tímida como para pedirle que autografiara su programa cuando estaban en el colegio, así que lo mantuvo en su casa todos esos años. Jim intenta aconsejar a Laura; le dice que supere su complejo de inferioridad y aumente su autoestima, y luego le habla de sus propios planes de involucrarse en la industria televisiva naciente. Habla de los numerosos cursos que está tomando, y de su interés en los métodos de superación personal. Dice que la democracia se construye en un ciclo de dinero y de poder.

Laura le muestra su colección de cristal. Miran particularmente el pequeño unicornio, la pieza preferida de ella, y comentan cuán extraño debe de sentirse el unicornio debido a su singularidad. Ubican el unicornio en otra mesa, para un “cambio de escenario”. Jim habla de lo especial que es Laura, y ella lo admira. Cuando se oye la música proveniente del Salón El Paraíso, él le propone bailar. Ella se resiste y él intenta animarla. Ambos comienzan a acercarse, pero de pronto tocan la mesa y el unicornio cae al suelo, rompiendo su cuerno. Jim se disculpa con Laura y ella le dice que no se preocupe, que ahora parece un caballo como los demás, y que pueden hacer como que el unicornio se operó para sentirse menos raro.

Jim habla con admiración sobre Laura, primero sobre su personalidad y luego sobre su apariencia. Le dice que es bonita, y ella se sonroja con timidez. De pronto, él la besa. Inmediatamente parece arrepentirse de haberlo hecho, e incómodamente admite ante Laura que está comprometido con una muchacha llamada Betty. El rostro de Laura transmite su profunda desolación. Ella le regala el unicornio roto, como recuerdo. Luego va al tocadiscos y lo apaga.

Aparece Amanda, y oye el anuncio de Jim de que debe irse. Cuando Amanda le dice que debería volver a cenar otro día, él le cuenta sus planes de casarse con su novia actual. También menciona que nadie en la zapatería sabía de su compromiso. Y se va.

Amanda llama a Tom, furiosa. Lo acusa de haberles hecho una broma, de haber traído intencionalmente a un candidato comprometido con otra mujer para burlarse de ellas. Habla de los gastos que afrontó en vano para preparar la noche, y de que los sueños de su hija hayan sido humillados. Enojado por las acusaciones, Tom dice que irá al cine. Ella lo acusa de egoísta, dice que nunca piensa en ellas. Tom sale dando un portazo.

Tom se dirige a público como narrador, desde la escalera de incendios, diciendo que esa noche partió de su casa y nunca más volvió. Mientras da su discurso final, se ve a Amanda y a Laura a través de la tela de gasa, que vuelve a bajar a modo de cuarta pared. El monólogo final de Tom es uno de los más famosos de toda la producción dramática del autor. Tom habla de que el tiempo es la distancia más larga entre dos lugares, y sobre su larga búsqueda por buscar algo que él mismo no puede nombrar. Le dice a público que durante todos esos años que pasaron desde que se fue, lo siguió invadiendo la memoria de Laura. Aunque intentó dejar a su familia atrás, la memoria de su madre y su hermana continúa persiguiéndolo. Termina rogándole a su recuerdo de Laura que apague las velas que la iluminan. Dice “adiós”, aunque no es claro del todo si se está despidiendo del público o de su hermana. Tras él, a través de la gasa, Amanda consuela silenciosamente a Laura durante todo el discurso de Tom. Cuando él termina su monólogo final, Laura sopla y apaga las velas, finalizando la obra.

Análisis

Al terminar la cena, Amanda y Jim brindan “por el Sur de ayer” (p.189). Ambos comparten la nostalgia por el pasado, donde se anidan sus años gloriosos. Por la descripción que hace Tom en su monólogo de apertura al segundo acto, sabemos que Jim disfruta los elogios y alabanzas, al igual que Amanda. Alguna vez Jim fue el campeón del campus, y necesita que la vida se muestre tan gratificante como lo fue para él en el pasado. Le gusta la compañía de las personas que lo admiran, y más aún si estas recuerdan sus días de gloria. Del mismo modo, a Amanda le gusta ser apreciada como la promesa que alguna vez encarnó.

El tema de la memoria también se manifiesta, en esta escena, en relación al personaje de Laura. Ella ve a Jim con admiración, pero también como un poderoso recordatorio de sus propias frustraciones, ya que la transporta a escenas del pasado que para Laura se asocian a la vergüenza y al fracaso. Por otro lado, la interacción entre Laura y Jim en esta escena evidencia en qué medida el deseo de ser admirado compromete la consideración de Jim hacia las otras personas. "Tómeme a mí, por ejemplo. ¡Caramba, cuando egresé del colegio esperaba progresar mucho más de lo que progresé! A propósito… ¿Recuerda ese gran elogio que me hicieron en “La Antorcha”?" (p.196). Aunque en parte depende de la interpretación del actor, es visible que el entusiasmo de Jim es egoísta y desconsiderado. Flirtea con Laura, aunque sin malicia, pero también sin demasiado cuidado. Disfruta de su compañía porque ella, al igual que Tom, es testigo de sus días de gloria en el pasado. Él escucha a Laura e intenta hablar bien de ella, pero su discurso siempre da un giro por el cual él vuelve a ser el protagonista del relato. Tanto ante Tom como ante su hermana, Jim hace gala de sus virtudes, habilidades, apuestas a futuro:

JIM: Cada uno se destaca en algún aspecto… ¿comprende? Bueno… ¡Algunos se destacan en muchos! Tomemos mi caso, por ejemplo. Me interesa la electrodinámica. Sigo un curso de Técnica radiotelefónica en la escuela nocturna, además de tener un empleo de bastante responsabilidad en la zapatería. Sigo ese curso y estudio oratoria pública.

LAURA: ¡Oooh! ¡Qué bien!

JIM: ¡Porque creo en el porvenir de la televisión! Quiero estar preparado para seguir el ritmo de ese progreso. Proyecto obtener una participación en el negocio con las mismas ventajas que sus promotores. ¡Oh, ya he tomado las medidas necesarias! Ahora sólo resta que la propia industria se ponga en marcha… ¡a todo vapor!

(p.200)

Su discurso sobre la superación personal y las clases nocturnas son sintomáticas de una interpretación muy vana del concepto del “sueño americano”, cuyo punto cúlmine se da con el parlamento en el que enarbola al dinero y al poder como el ciclo sobre el cual se construye la democracia. Tal como ha dicho Tom al comienzo de la obra, Jim es más una parte del mundo real que cualquiera de los otros personajes. Él es casi enteramente una criatura normal del mundo. Por otro lado, al mismo tiempo, él sabe lo que todos los demás ignoran -que está comprometido- y aún así le da a Laura el beso que alimenta sus esperanzas antes de decirle la verdad.

La diferencia entre los recuerdos del colegio de Jim y Laura revela cuán tremendamente tímida e introvertida es Laura. Durante toda la secundaria, ella estuvo mortificada por el ruido que hacía su aparato: un sonido que él no recuerda en absoluto. Jim intenta convencer a Laura de que ella tiene valor y de que es única, y también intenta motivarla para que vea cuán bella es. Por su parte, ella le muestra sus animalitos de cristal, quizás lo único de lo que puede hablar con cierto orgullo. Es significativo que la muchacha elija, para mostrar ante Jim, el unicornio de cristal.

JIM: ¿Acaso no se han extinguido los unicornios en el mundo moderno?

LAURA: ¡Lo sé!

JIM: El pobrecito debe sentirse bastante solo.

(p.201)

El unicornio de cristal es, por supuesto, un símbolo de Laura. Ella, al igual que el unicornio, es extraña y única. Y, tal como señala Jim, no pertenecen al “mundo moderno”, aquel del cual Jim se enarbola como un emisario ejemplar. Al mismo tiempo, ambos son frágiles, y tanto Laura como el unicornio son quebrados por Jim: el animalito cae cuando la pareja baila.

JIM: Hemos hecho caer el caballito de cristal.

LAURA: Sí.

JIM: ¿Está roto?

LAURA: Ahora es igual a todos los demás caballos.

JIM: ¿Quiere decir que ha perdido su…?

LAURA: Ha perdido su cuerno. No importa. Quizás eso sea una suerte disfrazada.

(p.203)

Mediante el acercamiento, la cálida conversación a la luz de las velas, el pequeño baile, Laura se ha sentido, quizás por primera vez en su vida, una muchacha normal. El hecho de que en este instante el unicornio pierda su cuerno, volviéndose un caballo como cualquier otro, simboliza alegóricamente esa transformación de la muchacha: “Me imaginaré, simplemente, que el unicornio ha sido operado. Le quitaron el cuerno para que se sintiera menos… ¡monstruoso!” (p.203). Sin embargo, Laura no puede ser normal, o al menos no puede alcanzar el destino de una muchacha normal. “¿Usted sabe… que es… distinta de todas las muchachas que he conocido?” (p.203), pregunta Jim, y reivindica el carácter irreal del apodo: “usted.. ¡es Blue Roses!” (p.204), ante lo cual la muchacha, tímidamente, le reprocha lo que todos, incluso Jim, saben: “Pero el azul… no se puede aplicar… a las rosas…” (p.204).

Es después de besarla que Jim explicita su compromiso con otra muchacha. Cualquier espectador puede ver en Laura la imagen del cristal quebrado: ella, con toda su fragilidad, se ha abierto y expuesto ante Jim, conducida por una ilusión que la elevó para finalmente dejarla caer desde un lugar más alto que el habitual. El subsecuente regalo de Laura a Jim del unicornio roto, de todos modos, sugiere el nivel de afecto que ella siente por él. Para Jim, la velada puede haber sido insignificante. Pero Laura albergó durante años un enamoramiento casi infantil -incluso conservó el programa de la ópera que él protagonizaba- y el hecho de regalarle el unicornio, un elemento que es símbolo de ella misma, muestra cuánto le gusta. Es el regalo de una niña extraña y dolorosamente tímida, para quien besar a Jim -probablemente su primer beso- es una experiencia relevante.

Por un breve momento, el departamento de los Wingfield ha sido un lugar de sueños. Amanda experimentó un retorno a su juventud, Laura le mostró su zoo de cristal a su amor de todo el secundario, y el espacio se vio invadido por la música del salón de baile El Paraíso. Pero el unicornio se rompe junto con toda esperanza, la música de El Paraíso deja lugar a las tristes melodías del Victrola, e incluso Amanda se queda sin defensas para enfrentar la realidad. “Bueno, bueno, bueno… Las cosas suelen salir tan mal…” (p.207), dice, desconcertada, e ironiza, llamando a su hijo para informarle lo sucedido: “Ven aquí. Quiero decirte algo muy gracioso” (p.207). Luego, por primera vez, se refiere a Laura con la palabra “tullida”, rompiendo su propia regla, y parece reconocer que Tom las va a dejar muy pronto.

En esta escena, por otro lado, se dan varias imágenes que tienen que ver con lo rosa. La nueva lámpara de pie con la que Amanda decoró el departamento tiene una pantalla rosa; Laura es, ella misma, “Blue Roses”; el tono rosado de la luz hace que Laura se vea bella al estar bañada en luz rosa, es Blue Roses, y es también, de alguna manera, quien representa a la hermana de Tennessee Williams, cuyo nombre era Rose. Williams usa el rosa como motivo de Laura para enfatizar su delicadeza, su belleza y su valor. El ilusorio color azul de la flor evidencia, de todos modos, que Laura no es un ser de este planeta, lo cual se refuerza por su contraposición a Jim, un emisario del mundo real.

También tienen lugar en esta escena imágenes relacionadas a la luz, que aparecen asociadas a la temática de la ilusión, la realidad y la memoria. En el monólogo final, Tom habla del modo en que el recuerdo de Laura lo persigue, y asocia esa perseverancia con la luz de la vela, que se mantiene encendida hasta el final de la pieza, al interior del departamento de los Wingfield: “¡cualquier cosa con tal de apagar tus velas!” (p.209). La asociación de Laura con la vela, en el final, contrasta con la imagen de un mundo “iluminado por el relámpago” (p.209). La imagen del relámpago sugiere un mundo hostil y arrollador, y en la última escena una tormenta se avecina. El hecho de que Laura se destaque como una figura sola, yuxtapuesta a la agitación de los años cuarenta y la guerra por venir, configura una imagen en la que la joven se evidencia irremediablemente frágil y vulnerable.

El tema de la memoria aparece con extremo lirismo, entonces, en el último monólogo de Tom. Esa noche es la última en la que está en compañía de su familia y, sin embargo, habiéndose ido lejos en el tiempo y el espacio, sigue viendo a Laura: su memoria no deja de perseguirlo. Tom cuenta que, a pesar de sus viajes, hay imágenes que estarán para siempre asociadas a su hermana y que, por lo tanto, la evocarán sin importar cuán lejos de ella esté:

Quizás me esté paseando por una calle de noche, en alguna ciudad extraña, antes de haber encontrado compañeros, y pase junto a la ventana iluminada de una perfumería. La ventana está llena de piezas de cristal de color, de frasquitos transparentes de delicados tonos, que parecen fragmentos de un arco iris roto. Entonces, repentinamente, mi hermana me toca el hombro. (p.209)

Tom expone una imagen visual para explicar la sensación que lo persigue. Los cristales de los frascos de perfumes, detrás de una vidriera, evocan para él la imagen de Laura, porque la muchacha está asociada en la memoria a su zoológico de cristal, cuyas piezas son tan frágiles como ella. El símil que establece Tom, a su vez, incorpora un elemento doloroso a ese recuerdo: los colores de los frascos de cristal, asociados a Laura, le parecen fragmentos “de un arco iris roto”. La imagen del quiebre, de lo roto, en asociación a Laura, pone el énfasis en la fragilidad y vulnerabilidad de la muchacha. Revela, a su vez, que Tom imagina que su hermana se ha roto producto del golpe simbólico que habría significado para ella su abandono.

El tema del abandono acaba de materializarse en esta escena final. A lo largo de la obra, e incluso antes de comenzada la acción dramática, todos los miembros de la familia Wingfield experimentan el abandono. Como conjunto, todos fueron abandonados por el señor Wingfield, lo que perjudica especialmente a Amanda: para ella, ser abandonada por su marido significa ser abandonada por su juventud, plena de posibilidades, y por toda una manera de concebir el mundo y a los hombres, presente en ella desde la infancia hasta el momento en que él se va.

Por su parte, Laura es abandonada por el mundo el general: ella va hundiéndose cada vez más en su pequeño y tranquilo espacio personal, fuera del perímetro de la vida en sociedad. Jim, su único contacto con el mundo real, también la abandona, empujándola nuevamente a su existencia hermética. Finalmente, Tom no quiere abandonar sus sueños, sus metas personales, y elige en cambio abandonar a su familia, de la misma manera que lo hizo su padre, volviéndose otra figura ausente para Amanda y Laura, sumándose a la del retrato que cuelga en la pared.

En su monólogo final, Tom habla de cómo el pasado sigue invadiendo su presente por vía del recuerdo: aunque se alejó, en tiempo y espacio, de su familia, la imagen de Laura persiste en su memoria. La yuxtaposición que presenta Tom en su imaginación -el modo en que el pasado sigue invadiendo su presente-, adquiere un correlato escénico en este monólogo final. El descenso de la cuarta pared (la tela de gasa) establece una barrera poderosa pero permeable entre Tom y su familia. Ellas están detrás de él, tanto en términos de tiempo como de espacio escénico. Aún así, Tom no puede extirpar la imagen, el recuerdo de ellas, que siguen estando también claramente visibles para el público.

Aunque él no explicita en palabras, en ningún momento, el tema más importante de la pieza -el conflicto entre la responsabilidad y la necesidad de vivir la propia vida- queda claro que no ha sido capaz de deshacerse de la culpa por la decisión que tomó: “¡Oh, Laura, Laura!.. ¡Traté de dejarte atrás, pero soy más fiel de lo que pensaba ser! (p.209). El costo que paga por haber huido, por haber salido al mundo para buscar la libertad, es la carga de la memoria.

Tanto para Tom como para el público, es difícil dejar de ver esta imagen final de una frágil Laura, iluminada por la luz de la vela en un escenario oscuro, mientras el mundo exterior al departamento enfrenta los comienzos de una gran tormenta.