El zoo de cristal

El zoo de cristal Citas y Análisis

Tengo trucos en el bolsillo -y cosas bajo la manga- pero soy todo lo contrario del prestidigitador común. Éste, les brinda a ustedes la ilusión con las apariencias de la verdad. Yo, les doy la verdad con las gratas apariencias de la ilusión.

Tom (Acto I, escena 1, p.140)

Desde el comienzo, la figura del narrador evidencia que la obra de Williams no seguirá las convenciones del teatro realista. Tom se presenta a sí mismo como personaje y relator de la acción, dirigiéndose directamente al público, rompiendo así el concepto de la “cuarta pared” del drama naturalista. Además, en su monólogo Tom anuncia que su relato ofrecerá la verdad con apariencia de ilusión, desnudando ante el público la condición quimérica del teatro.

Jugando con el tema de la memoria y las distorsiones que esta permite, Williams es libre de usar música, monólogos y luces para perseguir tal efecto. Eso es justificado por el autor en sus notas para la puesta en escena, y también se refuerza en el monólogo de apertura de Tom: lo que presentará a continuación, afirma, son recuerdos. Como sabremos luego, lo que se evoca en el recuerdo son sus últimos días en la casa familiar y los acontecimientos que empujaron al personaje a la huida definitiva. En la cita, para describir la forma que tendrá la pieza, recurre al universo de la magia. Las imágenes de la magia volverán a aparecer como aquello que fascina al joven Tom. La magia y también el cine se asociarán en la obra con el tema del encierro y la libertad.

AMANDA: ¡Es casi la hora de que empiecen a llegar tus candidatos! ¿A cuántos creen que recibiremos esta tarde?

LAURA: No creo que recibamos a ninguno, mamá.

AMANDA: ¿A ninguno? ¿Ni uno solo? ¡Debes estar bromeando! ¿Ni un candidato de visita? ¿Qué pasa? ¿Ha habido una inundación o un tornado?

LAURA: Ni una inundación ni un tornado, mamá. Lo que pasa, simplemente, es que no soy tan popular como lo eras tú en Blue Mountain. Mamá teme que seré una solterona.

Laura y Amanda (Acto I, escena 1, p.145)

Amanda está constantemente reviviendo el pasado, lo que le permite escapar a la realidad de su presente, abismalmente distinta. Ella insiste en proyectar su propia juventud sobre Laura. La joven ya le ha dicho que no espera recibir a nadie, pero Amanda no escucha, ensimismada en el relato de las tardes en que los hombres hacían fila por ella. Cuando sale del recuerdo para volver en sí, evidencia la negación que se interpone entre ella y el presente, preguntando nuevamente a qué hora llegarán los candidatos. Amanda insiste en traspolar su propia experiencia a la de su hija, negando las condiciones que las diferencian. Laura está tullida, solo puede caminar lentamente y con gran esfuerzo y, en cuanto a lo emocional, es terriblemente frágil. Hay un contraste muy marcado entre la timidez de Laura y la extroversión y fuerza vital de su madre.

Encerramos al mago dentro de un ataúd, clavando la tapa y salió sin sacar un clavo. He aquí un truco que me resultaría muy útil… ¡para salir de esa cueva de dos por cuatro! (...) Ya sabes que no hace falta mucha inteligencia para meterse en un ataúd de tapa clavada. Pero.., ¿quién diablos consiguió salir alguna vez de un ataúd sin quitar un clavo?

Tom (Acto I, escena 4, p.159)

Tom mantiene una conversación con Laura cuando llega a su casa algo ebrio, a las cinco de la mañana, y la muchacha le abre la puerta. Él pasó toda la noche en el cine. La fascinación de Tom por las películas y la magia aparece asociada a su sensación de encierro y la consecuente necesidad de buscar la libertad, al menos, por la vía de la fantasía. Tom siempre sueña con lugares fantásticos lejos de Saint Louis, pero por el momento solo puede huir a través de las ilusiones que le ofrecen el cine y los espectáculos de magia. Sueña con abandonar ese hogar, pero su responsabilidad por su madre y su hermana lo mantienen atado al departamento de los Wingfield.

Lo que Tom ve en el espectáculo de magia está directamente conectado con el tema del conflicto, encarnado en el personaje, del encierro y la libertad. Tom desea salir al mundo y vivir su propia vida, pero su libertad se encuentra limitada debido a su familia, de la que él es responsable. El truco de magia que más le impresiona es un símbolo de lo que Tom desearía poder hacer: escapar de un modo fácil, limpio, sin consecuencias, es decir, sin destruir el ataúd ni remover ningún clavo. Por su parte, la idea del ataúd como símbolo de la situación de Tom en la casa expresa la profundidad de la sensación de encierro y de infelicidad: él se siente, allí, espiritualmente muerto, ya sea por el desprecio que siente por su empleo como por la opresión que siente en la casa.

El mago es capaz de escapar del ataúd sin quitar los clavos, lo cual dañaría el cajón. Tom puede escapar, dejar esa casa, pero solo pagando un gran costo: tendría que dejar a su hermana y a su madre, abandonándolas a un destino incierto. Lo que más asombra a Tom del mago es que este último no tiene que elegir, no se enfrenta al dilema al que sí se enfrenta Tom, y puede escapar sin causar ningún daño, lo cual es imposible para el muchacho.

AMANDA: ¡Oh, veo con tanta claridad la advertencia del destino! ¡Es terrorífica! ¡Me recuerdas cada vez más a tu padre! Volvía a altas horas de la noche, sin darme ninguna explicación! Luego… ¡se fue! ¡Adiós! Y yo, a cargar con todo. Vi la carta que recibiste de la Marina Mercante. Sé con qué estás soñando. No estoy ciega. Muy bien, pues. ¡Hazlo! Pero no antes de que alguien ocupe tu lugar.

TOM: ¿Qué quieres decir?

AMANDA: ¡Quiero decir que, apenas Laura haya encontrado a quien cuide de ella, apenas se haya casado y tenga su hogar independiente, estarás en libertad de irte adonde se te antoje!

Amanda y Tom (Acto I, escena 5, p.165)

Amanda considera que la única opción de futuro para Laura, frustrada la posibilidad de que estudie y trabaje, es encontrarle un marido. Sabe que no le queda mucho tiempo: Tom se irá pronto, muy lejos y quizás para siempre, tal como lo hizo el señor Wingfield. Amanda, entonces, le propone a su hijo un trato: su libertad a cambio de un marido para Laura. Esto evidencia que ella sigue situando su seguridad financiera en las manos de los hombres, a pesar de que la irresponsabilidad que manifestó su propio marido y la creciente inquietud de Tom podrían poner en duda la fiabilidad de los proveedores masculinos. De esta manera, se evidencia que los roles de género impuestos por la sociedad (el hombre mantiene, la mujer es mantenida) tienen más peso en Amanda, incluso, que su propia experiencia. Amanda conserva el deseo de encontrar un marido ideal para su hija, una esperanza que se verá frustrada muy pronto: llegará un candidato que, sin embargo, no podrá ayudar a Laura.

¡En España, estaba Guernica! Aquí, sólo había frenética música de jazz y licor y salones de baile y bares y películas, y el sexo suspendido en la sombra como un candelabro y que anegaba al mundo con breves y engañosos arco iris… Mientras tanto, aquellos confiados chiquillos bailaban al compás de “Querido, el Mundo Espera el Amanecer”. En realidad, el mundo esperaba los bombardeos.

Tom (Acto I, escena 6, p.167)

Así cierra Tom el monólogo que abre la última escena del acto I, reforzando el clima de tensión y de expectativa. Desde la escalera de incendios, describe a público la vida nocturna que ofrecía el Salón de Baile El Paraíso, visible al otro lado de la calle, y a las parejitas que caminaban por las calles al salir.

El nombre simbólico del salón de baile, "El Paraíso", puede ser leído de varias maneras. El paraíso es una alusión bíblica al Jardín del Edén, ese universo previo al pecado original que se ha perdido para la humanidad. En boca de Tom, la alusión pinta a los Estados Unidos de los años 30’ como un período de inocencia previo al horror de la Segunda Guerra Mundial. El salón de baile, al ser presentado como un recuerdo, adquiere el sentido de lo que se ha perdido con el paso del tiempo. Esa pérdida de la inocencia es lo que sufre la nación: Tom dice que los jóvenes bailarines no podrían haber adivinado lo que estaba por venir, y luego vuelve a aludir a la carnicería de Guernica, que para el momento en que la obra se estrena es un evento que se había convertido en un símbolo de la violencia de la que pronto sería víctima el mundo entero.

Por otra parte, en un nivel personal, el salón de baile El Paraíso puede simbolizar una pérdida más específica, es decir, la que experimenta Tom. Para el Tom mayor, que narra como presentador, el frágil mundo de su familia se ha perdido para siempre.

TOM: Mamá, una sola cosa. No esperarás demasiado de Laura… ¿verdad?

AMANDA: No sé qué quieres decir.

TOM: Bueno, Laura nos parece dotada de todas esas virtudes porque es nuestra y la queremos. Ni siquiera adviertes ya que está tullida.

AMANDA: No uses esa palabra.

TOM: Mamá, hay que afrontar los hechos: lo es, y eso no es todo. (...) Es espantosamente tímida. Vive en un mundo propio y por eso la gente la considera algo rara.

AMANDA: No uses la palabra “rara”.

TOM: Tienes que afrontar los hechos. Lo es.

Tom y Amanda (Acto I, escena 6, p.174)

Conociendo el desenlace de la obra, sabemos que la advertencia de Tom es, aunque él no lo sepa con certeza, bastante acertada: Jim no se casará con Laura, ni mucho menos. Pero en el momento, Amanda no puede reparar en el grado de realidad o irrealidad de sus esperanzas. Durante su conversación sobre Jim, Tom intenta que la ilusión no enceguezca a su madre, pero el tema de la ilusión y la realidad se presenta como conflicto en el personaje de Amanda. Las esperanzas que ella guarda para su hija distan en gran medida de las condiciones reales de posibilidad, y es lo que Tom intenta explicarle.

Pero Amanda se niega a aceptar la realidad que Tom insiste en mostrarle. Ella está atrapada en la ilusión, en parte, debido a su antigua y gentil educación de pueblo sureño de Estados Unidos, según la cual un hombre sostiene a una mujer y hay ciertos métodos infalibles para que una muchacha consiga a un hombre con quien casarse. Su experiencia real, sin embargo, prueba lo contrario. El primero de los dos supuestos albergados en la mentalidad de Amanda se destruye específicamente cuando su propio marido abandona la familia y se fuga para encontrarse a sí mismo; el segundo, cuando la timidez extrema de Laura impide a la muchacha socializar normalmente.

A pesar de todo, Amanda nunca deja de creer que, cuando un candidato se presente ante su hija, todo marchará bien. Amanda traslada esta lógica a sus hijos cuando, por ejemplo, le pide a Tom que consiga un marido para Laura antes de irse, como si eso fuera a resolver todos los problemas. La idea de que Tom puede brindar una solución mágica trayendo a un hombre que lo sustituya como soporte es, en sí misma, una ilusión, y esa ilusión se ve completamente destruida por la realidad cuando Tom trae a la casa, de hecho, a un candidato.

Eres el único joven de los que conozco que ignora que el futuro se convierte en el presente, el presente en el pasado y el pasado en un remordimiento eterno si uno no hace planes con antelación.

Amanda (Acto I, escena 6, p.172)

Amanda dirige a su hijo un parlamento en el que parece exponer una lógica que veremos manifestada, después, en los monólogos de Tom como presentador. En el momento de la acción, Tom no da demasiada importancia a las palabras de su madre, que bien pueden atribuirse al remordimiento propio de la mujer, en relación a las propias decisiones que han direccionado su vida hasta su situación actual. Pero en efecto, en el monólogo final de Tom, estará muy presente esta cuestión del pasado como remordimiento eterno, de la memoria que trae a colación, constantemente, el recuerdo de lo que se dejó atrás.

JIM: ¿Acaso no se han extinguido los unicornios en el mundo moderno?

LAURA: ¡Lo sé!

JIM: El pobrecito debe sentirse bastante solo.

Jim y Laura (Acto II, escena 2, p.201)

Jim hace gala, delante de Laura, de sus virtudes, aptitudes y apuestas al futuro, de cuyas industrias planea ser parte. Laura, por su lado, le muestra sus animalitos de cristal, quizás lo único de lo que puede hablar con cierto orgullo. Es significativo que la muchacha elija, para mostrar ante Jim, el unicornio de cristal, puesto que este es un símbolo de Laura. Ella, al igual que el unicornio, es extraña y única. Y, tal como señala Jim, no pertenecen al “mundo moderno”, aquel del que Jim se enarbola como un emisario ejemplar. Al mismo tiempo, ambos son frágiles, y tanto Laura como el unicornio son quebrados por Jim.

JIM: Hemos hecho caer el caballito de cristal.

LAURA: Sí.

JIM: ¿Está roto?

LAURA: Ahora es igual a todos los demás caballos.

JIM: ¿Quiere decir que ha perdido su…?

LAURA: Ha perdido su cuerno. No importa. Quizás eso sea una suerte disfrazada.

Jim y Laura (Acto II, escena 2, p.203).

El animalito cae cuando la pareja baila. Mediante el acercamiento, la cálida conversación a la luz de las velas, el pequeño baile, Laura se ha sentido, quizás por primera vez en su vida, una muchacha normal. El hecho de que en este instante el unicornio pierda su cuerno, volviéndose un caballo como cualquier otro, simboliza esa transformación de la muchacha: “Me imaginaré, simplemente, que el unicornio ha sido operado. Le quitaron el cuerno para que se sintiera menos… ¡monstruoso!” (p.203).

Sin embargo, Laura no puede ser normal, o al menos no puede alcanzar el destino de una muchacha normal. “¿Usted sabe… que es… distinta de todas las muchachas que he conocido?” (p.203), dice Jim, y reivindica el carácter irreal del apodo: “usted.. ¡es Blue Roses!” (p.204), ante lo cual la muchacha, tímidamente, reprocha lo que todos, incluso Jim, saben: “Pero el azul… no se puede aplicar… a las rosas…” (p.204). Es después de besarla que Jim explicita su compromiso con otra muchacha. Cualquier espectador puede ver en Laura la imagen del cristal quebrado: ella, con toda su fragilidad, se ha abierto y expuesto ante Jim, conducida por una ilusión que la elevó para finalmente dejarla caer desde un lugar más alto que el habitual.

Quizás me esté paseando por una calle de noche, en alguna ciudad extraña, antes de haber encontrado compañeros, y pase junto a la ventana iluminada de una perfumería. La ventana está llena de piezas de cristal de color, de frasquitos transparentes de delicados tonos, que parecen fragmentos de un arco iris roto. Entonces, repentinamente, mi hermana me toca el hombro.

Tom (Acto II, escena 2, p.209)

El tema de la memoria aparece con extremo lirismo en el último monólogo de Tom. Esa noche es la última que pasa en compañía de su familia, y sin embargo, habiéndose ido lejos en el tiempo y el espacio, sigue viendo a Laura: su memoria no deja de perseguirlo. Tom cuenta que, a pesar de sus viajes, hay imágenes que estarán para siempre asociadas a su hermana y que, por lo tanto, la evocarán, sin importar cuán lejos de ella esté.

En el fragmento citado, Tom expone una imagen visual para explicar la sensación que lo persigue. Los cristales de los frascos de perfumes, detrás de una vidriera, evocan para él la imagen de Laura, porque la muchacha está asociada en la memoria a su zoológico de cristal, cuyas piezas son tan frágiles como ella. El símil que establece Tom, a su vez, incorpora un elemento doloroso a ese recuerdo: los colores de los frascos de cristal, asociados a Laura, le parecen fragmentos “de un arco iris roto”. La imagen del quiebre, de lo roto, en asociación a Laura, pone el énfasis en la fragilidad y vulnerabilidad de la muchacha. Revela, a su vez, que Tom imagina que su hermana se ha roto, producto del golpe simbólico que habría significado para ella su abandono.