El eternauta

El eternauta Resumen y Análisis Cuarta parte

Resumen

Con sigilo, Juan y Franco abandonan el estadio. Avanzan por el barrio de Belgrano con dirección al centro. Notan que en el pabellón de las Barrancas puede haber una estación de control de los cascarudos.

Cerca de allí divisan una persona con un arma, sin traje, a la que los cascarudos no atacan. Franco interpreta que se trata de un traidor: “¡les está enseñando a los ‘cascarudos’ el manejo de nuestras armas!” (p.142). Se suman otros dos hombres, y entonces ven que todos llevan en la nuca el mismo aparato que tienen los cascarudos.

La antena del pabellón emite un sonido y orienta un reflector hacia donde están Juan y Franco. Corren a toda velocidad e ingresan en una casa para esconderse. En el interior hay muchos cadáveres de jóvenes estudiantes. Se ponen la ropa de los jóvenes para que los robots crean que los mataron cuando vean a dos cadáveres con sus trajes.

Se trasladan entre casas aledañas hasta llegar a una cocina donde deciden hacer un descanso y cenar. Desde el interior alcanzan a avistar el pabellón y, dentro, una mesa de operaciones y una mano con muchos dedos sobre ella. Franco se apresura para lanzar una granada, pero la antena les dispara un rayo que los deja inmóviles, aunque conscientes. Un grupo de cascarudos los levanta y los lleva prisioneros hasta el pabellón. Ante ellos aparece una figura con forma de hombre, con una mano de catorce dedos y otra de siete.

Juan adivina que el invasor pretende colocarles los aparatos de los hombres-robots a él y a Franco. Primero es el turno de Franco, y seguidamente Juan describe lo que percibe cuando se lo insertan: “Luego de la nada interminable tuve la visión fugaz de un mundo extraño, un mundo que no era el mío” (p.159). Tras otro momento de no percibir nada, vuelve a la realidad.

El invasor les pide que abran los ojos. Juan está fuera de sí del enojo, porque siente que el extraño invasor controla todos sus movimientos. Sin embargo, descubre que puede levantar la mano y, al tocarse la nuca, nota que el aparato no está allí. El invasor aclara la situación: “lo clavé (...) para curarlos del efecto del rayo paralizante” (p.161). Igualmente, tanto Franco como Juan están sujetos a unas sillas. No los soltará, dice el invasor, hasta que manifique sus cerebros, es decir, que los humanos piensen como ellos, los manos.

El mano dice que, como mostraron condiciones de excepción al hacer difícil su captura, pretende hacer de Juan y Franco robots de orden superior. Cuando está por activar el aparato emisor de rayos nerviosos, Franco finge un desmayo y consigue golpearlo. Juan toma en brazos al mano para llevarlo cautivo. Ningún cascarudo ni hombre-robot intenta detenerlos porque llevan al mano: “eran títeres sin titiritero” (p.166).

Franco distingue que se avecina otra de las naves voladoras en pleno escape, igual a la que los atacó cuando estaban dentro del estadio, así que se ocultan en una casa. Allí encuentran tres pollitos; “eran los primeros animales con vida que veíamos desde la nevada aniquiladora” (p.171). Entretenidos y conmovidos, no se percatan de que el mano despertó hasta que hace rodar un vaso sobre la mesa. Su actitud es otra: no tiene ánimos de pelear, y se maravilla con una cafetera que hay sobre la mesa. Les hace saber que en muy pocos mundos tienen objetos como ese.

El tono de voz del mano es cada vez más bajo: confiesa que se está muriendo. El terror que sintió al verse atacado vertió sobre su sangre una sustancia que activó una glándula artificial. Esa glándula segrega un veneno cuando un mano siente peligro y los mata en minutos. Sus amos son quienes instalan este dispositivo en ellos cuando son jóvenes, para asegurarse de que jamás se rebelarán.

Juan pregunta quiénes son sus amos, y el mano cuenta que “Ellos” les colocaron las glándulas y repartieron a los manos en distintos mundos, después de invadir su pacífico planeta. Juan entonces pregunta quiénes son Ellos, y el mano comienza a listar las razas conquistadas salvajemente: los manos; los cascarudos; los “gurbos, las fieras más feroces del universo” (p.174). Los hombres, en particular, representan para Ellos buenos trabajadores para sus inframinas. El discurso del mano se convierte en una canción incomprensible, y finalmente muere. Juan y Franco abandonan la casa y regresan al estadio.

Análisis

En su salida de exploración, Juan y Franco descubren que el mano que controla sus movimientos está en el pabellón de Barrancas de Belgrano: "pensar que allí, donde se escuchó tantas veces música, está ahora una estación teledirectora de los 'cascarudos'" (p.140). Al principio solo ven su mano con catorce dedos, pero luego comprueban que el mano es un extraterrestre con forma de hombre, con un rostro expresivo y una cabellera blanca apuntando hacia arriba.

Sobre la representación visual de estos enemigos, es notable cómo se da en su apariencia una mixtura entre algunos elementos gráficos estereotípicamente ligados a la inteligencia (como la amplitud de la frente, según explica luego Solano López en una entrevista) con otros que dan cuenta de un origen extraterrestre. Entre estos últimos, resulta llamativo que los manos presenten, por ejemplo, orejas alargadas y terminadas en punta. Este rasgo, tradicionalmente, se asocia a otros seres del imaginario fantástico: los elfos, conocidos, también, por su gran inteligencia. Además, Juan Salvo rescata luego del mano su "serena expresión de nobleza" (p.172), estamento social con el que se identifican los elfos en muchas ficciones fantásticas. En cuanto a su vestimenta, los manos llevan un cinturón grueso con unos poderosos proyectiles, que no entran en acción hasta las últimas páginas de la historieta.

Mientras Juan y Franco están paralizados, el mano no pronuncia ninguna palabra: solo se remite a enchufarles las lengüetas del teledirector. La visión que Juan tiene por pocos segundos, de “un mundo extraño” (p.159), guarda algunas similitudes con el Continum 4, el espacio-tiempo donde aterrizará Juan al final de la historieta. Sin embargo, nunca se especifica que se trate del mismo lugar.

Franco finge un desmayo y, gracias a su actuación, puede golpear al mano. Luego se reconoce y menciona que pudo hacerlo por las “ventajas de haber actuado una vez en un teatro vocacional, en la fábrica” (p.165). Este detalle, sumado a la formación industrial que tienen Juan Salvo, Favalli y Lucas Herbert (entre otros), da cuenta de algunas de las políticas culturales y educativas que en Argentina se asocian directamente con el primer gobierno de Juan Domingo Perón. Si bien en general las alusiones al peronismo no están acompañadas de una actitud evaluativa (a diferencia de la reversión del El Eternauta de 1969, que se desarrolla en la sección “Las interpretaciones políticas y la reversión de El Eternauta de 1969”), definitivamente fijan referencias fácilmente identificables para los lectores contemporáneos a la publicación de la historieta.

El mano les cuenta, cuando ya están en la casa, que ya no tiene ánimos de pelear porque sabe que se está muriendo. Se refiere a una simple cafetera como a una escultura, “en la gracia de ese cuello hay siglos de arte” (p.172). Este objeto es un símbolo que utiliza para aludir a la gran riqueza que tiene la civilización humana, que su planeta también tenía antes de que llegaran los Ellos. Aquí, gracias a escuchar por primera vez la voz de un invasor, se puede ver una suerte de paralelismo entre el desconocimiento que tienen de la vida en otros planetas las distintas especies que aparecen en El Eternauta. Si antes, por ejemplo, la nave del estadio de River Plate se autodestruyó por una tecnología extraña para los humanos, en este pasaje, el mano exhibe una gran fascinación por un elemento cotidiano de la vida humana, elevándolo al estatuto de lo artístico. Es por esto que la cafetera es en sí misma un símbolo que da cuenta de la gran riqueza de la especie humana, y el encargado de dotar a este elemento de esa lectura es justamente el mano, el primer ser parlante que conoce la vida en otros mundos y puede compararlas. Este conocimiento, empero, claramente se devela parcial, ya que, aunque puede medir el grado de avance de la civilización humana a partir de la existencia de objetos como una cafetera, ignora el objetivo práctico de este artefacto.

Los manos eran una especie que vivía “pensando en lo bello” (p.174), aparentemente indefensa, que fue conquistada por los Ellos. Dada su inteligencia, el aparato que los Ellos implementaron para controlarlos no fue un teledirector, sino una glándula del terror, que segrega un veneno cada vez que los manos tienen miedo. La glándula del terror es una figura central en el tema de la esclavitud. Como los manos son, en definitiva, al menos una de las especies más inteligentes conquistadas por los Ellos, resulta natural que estos hayan querido aprovecharlos no solo como fuerza física (función que tiene la mayor parte de sus esclavos) sino también como arma inteligente. Con ese objetivo, la implantación de un teledirector hubiera resultado contraproducente, ya que estos artefactos eliminan total o parcialmente la conciencia de sus poseedores. El aparato material de control de los manos, entonces, es letal y orgánico: es un restrictor de comportamiento que opera al nivel de sus emociones, y específicamente con el miedo. Esto, paradójicamente, vuelve a los manos esclavos de alto orden y, a la vez, los únicos realmente conscientes de ser esclavos.

La glándula, sin embargo, les otorga a los manos una posibilidad de traición que los otros esclavos no tienen: los breves momentos que suceden entre su activación y la muerte efectiva. La experiencia del miedo parece ser una condición del proceso de emancipación. Este es el único período de tiempo en el que se puede afirmar que los manos son libres y, en consecuencia, sinceros. Los momentos de cooperación entre humanos y manos se dan siempre, en El Eternauta, durante estos minutos, y aquí es cuando el mano les comparte a Juan y a Franco la información clave sobre sus verdaderos invasores. Esta es la primera que Juan escucha la canción de muerte de los manos, que se analiza en la sección “Imágenes”, y que luego irá adquiriendo connotaciones ligadas a este sentimiento de libertad que les adviene a los manos con la muerte. A su vez, este último momento poético hace justicia a lo que el mano del pabellón dice sobre la vida de su especie antes de la conquista: mueren honrando a su patria cantando, pensando en lo bello.