El eternauta

El eternauta Imágenes

La buhardilla-taller del chalet de Vicente López

Cuando el Eternauta comienza a narrar su historia ante el guionista de historietas, el lugar de partida es su cómodo chalet de Vicente López. En particular, describe con cariño su altillo, la habitación donde él y sus amigos juegan al truco todas las noches: “Aquella buhardilla era la prueba concreta de mi triunfo en la vida” (p.17). Ese espacio constituye, para un hombre de clase media como Juan Salvo, la posibilidad de desarrollar su hobby, el aeromodelismo, pero también de juntarse con sus compañeros y disfrutar de su intimidad sin molestar a su familia.

En las ilustraciones aparece como un lugar pequeño e íntimo, abarrotado de aparatos y algunos aviones a escala que cuelgan desde el techo. La sensación de intimidad se ve reforzada porque en algunas viñetas aparece el cuarteto de personajes masculinos inicial retratado a través de la ventana, desde el exterior del chalet. Aunque no se precisa el día en el que comienza la historia, Juan Salvo da a entender que es invierno, dado que la buhardilla es un lugar "cálido como un nido" (p.17) en la noche helada.

Al irrumpir la nevada en la vida tranquila de estos personajes, la buhardilla se convierte en una suerte de panacea por lo bien provista que está de materiales: “En aquella buhardilla-taller teníamos, verdaderamente, cuanta herramienta y material necesarios para fabricar lo que se nos viniera en gana” (p.26). Imprevisiblemente, los elementos que antes solo se utilizaban para satisfacer un interés amateur de Juan Salvo están ahora al servicio de la confección de trajes aislantes para aventurarse a la nevada mortal. La buhardilla se convierte así en el alma del chalet de los Salvo.

A su vez, las herramientas y materiales no se agotan en esta primera etapa de preparación, sino que cuando Juan, Favalli, Franco, Pablo y Mosca regresan, luego del estallido de la bomba atómica, todavía pueden abrevar en su riqueza: "Tenemos que ponernos a fabricar ahora mismo trajes aislantes... En el altillo hay material de sobra" (p.312). La buhardilla, indudablemente, es una de las grandes ventajas que tiene Juan Salvo para enfrentar la invasión. De no haber contado con ese taller, jamás podría haber abandonado el chalet.

Esta imagen se vincula con un motivo propio de los relatos de ciencia ficción, que es el laboratorio del científico. Juan lo establece al comienzo: "mi heterogénea buhardilla que pomposamente llamábamos laboratorio" (p.16), y cuando los personajes están por emprender su viaje a Pergamino, Favalli se refiere al espacio en esos términos: "¡Eh! ¡Vengan todos, enseguida! ¡Al laboratorio, pronto!" (p.328). De alguna manera, el laboratorio ese el espacio que dota a los personajes de medios novedosos para combatir a las fuerzas desconocidas que los aquejan.

Buenos Aires nevada

La imagen principal de El Eternauta es la profusa descripción que Juan Salvo hace de la transformación de su ciudad después de que comienza a caer nieve fosforescente. En su primera salida, contempla sus alrededores: "En la avenida era más fácil apreciar la terrible magnitud de la catástrofe. Había habido vuelcos y choques al quedar los vehículos sin gobierno. El ruido había hecho abrir puertas y ventanas... Los copos, silenciosos, siniestramente bellos, habían hecho su obra" (p.45). Resulta llamativo que Juan componga estas imágenes, ricas en detalles, insistiendo sobre el carácter visualmente estético que aportan los copos de nieve a su paisaje cotidiano. En este sentido, no por evaluar positivamente su belleza pierde Juan de vista sus efectos sobre la especie humana: "Amanecía el sol naciente. Se refractaba en los copos de la nevada mortal, descomponiéndose en tenues tonos de arco iris: si no representara tanta muerte no creo que hubiera cosa más maravillosa que aquella inacabable nevada" (p.88).

Cuando los soldados se establecen en el estadio de fútbol, Juan tiene en las gradas un punto privilegiado para rendirse a la observación: "Desde lo alto de River Plate, el paisaje no podía ser más hermoso, envuelta aquella llanura de casas por el manto irisado al sol de los copos que seguían cayendo. Lástima que tanta belleza era también tanta muerte..." (p.109). Queda claro que la atracción que ejerce la nieve en el narrador no solo corre por cuenta de lo inusual de ese fenómeno climático en la capital argentina —aunque, previo a la publicación de El Eternauta, había nevado en Buenos Aires en 1918—, sino también por la fosforescencia de los copos, que generan efectos visuales inauditos.

Estos momentos de reflexión y contemplación suelen ocupar los cartuchos (los recuadros de texto que ocupan los sectores superiores de las viñetas, distintos de los globos de diálogo) de las viñetas que abren las páginas. Frecuentemente, estas viñetas son amplias y coinciden con una mirada subjetiva del narrador; es decir, el cuerpo de Juan Salvo no aparece representado en ellas. Desde su punto de vista, entonces, como lectores, asistimos a un avistaje panorámico de la ciudad de Buenos Aires, tanto al nivel del suelo, cuando Juan sale por primera vez en Vicente López, como desde lo alto, cuando observa desde las gradas del estadio de River Plate. Así, Solano López interpreta estos pasajes como secuencias dedicadas a la ilustración de una catástrofe, paradójicamente, preciosa, dibujando copos de nieve con minuciosidad, como si fuera algodón, o grandes pozos blancos en las calles de Buenos Aires.

La imagen de la nieve cobra protagonismo durante la partida definitiva de los sobrevivientes: "El camión arrancó, me alegré de que la nevada hubiera arreciado: en un instante el chalet desapareció de nuestra vista, y la calle, la calle donde habíamos vivido los mejores años de nuestra vida se esfumó también, reducida a los pocos metros que los faros del camión conseguía hacer visible" (p.331). El chalet y, consecuentemente, el pasado de Juan Salvo, se diluye entre los caudalosos copos.

El rostro de Favalli

Favalli es el principal compañero de Juan Salvo a lo largo de la historia. Su carácter resolutivo y “su lógica de hierro, fría" (p.100) lo convierten en una persona que tiende a mostrar cautela a la hora de expresar preocupación. Como la aventura está narrada por Juan Salvo, podemos acceder a los pensamientos y las reflexiones de este personaje, que intenta adivinar lo que Favalli siente, incluso en los momentos más difíciles: “Mientras Favalli hablaba, miré el rostro del desdichado. Un rostro común, igual a tantos que se veían en el tren de todos los días… Un rostro de hombre cualquiera, convertido en asesino por la terrible catástrofe…” (p.64). La personalidad de Favalli, entonces, aparece más claramente en la imagen que Juan Salvo construye sobre su rostro y su mirada, más que en lo que el personaje necesariamente dice o en cómo aparece representado: “Favalli, por su parte, se limitó a ponerme la mano en el hombro y a mirarme largo. Como se mira a alguien que se va, para no volver” (p.135). Evidentemente, en estas situaciones límite, Favalli considera que es mejor ahorrar palabras para no agregar solemnidad a una situación desesperante.

Sin embargo, Juan también percibe que “los ojos de Favalli llamearon intensamente como jamás lo viera en tantos años de amistad” (p.237) cuando propone vencer al mano del subterráneo con su desafío intelectual. En el rostro de Favalli, entonces, se juega para Juan Salvo una suerte de sostén emocional para afrontar el agravio que significa la invasión a cada paso.

Estas impresiones que narra Juan Salvo tienen un correlato en las ilustraciones de El Eternauta. Favalli parece siempre estar sereno y pensativo, con los ojos entrecerrados, enmarcados por sus gruesos anteojos negros. Ni siquiera en los momentos en los que Juan identifica momentos expresivos, como en el citado encierro del túnel o el estallido de la bomba en la Plaza del Congreso, el dibujo del personaje se altera demasiado. Los primeros planos sobre su rostro revelan algunas arrugas, por lo que se puede suponer que es mayor que Juan.

La muerte de los manos

El mano que Juan y Franco secuestran en Barrancas de Belgrano es el primer invasor con el que tienen la posibilidad de entablar un diálogo. Lamentablemente, a causa de la activación de la glándula del terror, el mano muere a los pocos minutos. Cuando el extraterrestre les explica que está próximo a fallecer, los humanos perciben que "la piel se le oscurecía, se le marchitaba" (p.174). Gráficamente, estas observaciones cobran importancia, dado que aumenta la oscuridad en las sombras del rostro del mano, un rostro de rasgos finos y élficos, como comentamos en otras partes de esta guía. A continuación, el mano entona su canción de muerte: "de sus labios brotó una canción incomprensible, de ritmo extraño..." (p.175). Esta canción, que luego Juan identifica como "una viejísima canción de cuna" (p.244), se vuelve insignia del momento de muerte de los manos, que eligen honrar a su planeta y a su pueblo de esta manera. Además, muchos de los manos próximos a morir aparecen representados con la cabeza inclinada hacia arriba, mirando al cielo, como si buscaran su tierra natal ente las estrellas.

La imagen auditiva del canto de los manos gana un protagonismo absoluto una vez que Franco le dispara a la cúpula de los Ellos y todos los invasores mueren.

Apagada la esfera, de nuevo veíamos las estrellas. De la plaza subía ya un coro extraño, una melodía irreal... (...) También nos llegó de la calle, de lejos. Comprendimos: en todas partes se morían a la vez los 'manos' (...). El agua [de la fuente] era como un arpa de luz entre los dedos múltiples. Entre las flores muertas por la nevada, otro 'mano' moría, cara a las estrellas... (p.286-287)

El coro de voces de manos unidas tiñe este momento de una tragedia inesperada. Los manos expresan su identidad pura en estos últimos instantes de sus vidas, cuando ya no sirven a los designios de los Ellos. Sus cabellos platinados y sus amplias frentes brillan en la noche de Buenos Aires: una vez más, las ilustraciones de Solano López los muestran ensombrecidos y con la mirada perdida. El canto se torna así en una especie de himno a la libertad, que suena por última vez en una Buenos Aires desolada, cuando se saben vencidos y, al fin, ajenos a la esclavitud.