El desierto de los tártaros

El desierto de los tártaros Resumen y Análisis Parte 1, Capítulos 1-3

Resumen

Capítulo 1

Giovanni Drogo es nombrado oficial y parte una mañana de septiembre rumbo a la Fortaleza Bastiani, su primer destino como militar. Aunque hace años que espera su primer nombramiento, la mañana en que abandona su casa no puede dejar de sentir un extraño sentimiento de fatalidad, como si estuviera a punto de iniciar un viaje sin retorno.

Durante el primer tramo lo acompaña su amigo de toda la vida, Francesco Vescovi, quien le indica -erróneamente- un monte lejano donde supuestamente comienza la Fortaleza. Vescovi y Drogo han crecido juntos, pero luego sus caminos se han bifurcado: mientras que Drogo se ha dedicado a la carrera militar, su amigo se ha enriquecido. Luego de despedirse de él, Drogo continúa en dirección a las montañas.

En el camino, Drogo pregunta a un hombre por la Fortaleza, pero este no sabe de qué habla, y le dice que allí no hay ningún puesto militar. Confundido, Giovanni sigue andando hasta que comienza a hacerse de noche. En un momento, llega a una antigua construcción militar abandonada y cree, erróneamente, que se trata de la Fortaleza. Un vagabundo que anda por allí lo saca de su error y le indica que hace más de diez años que allí no hay más que ruinas. Confundido, Giovanni continúa su camino mientras las sombras terminan de caer en el valle.

Capítulo 2

Giovanni espera en el valle hasta el amanecer del día siguiente para retomar la marcha. Cuando se hace de día, descubre que hay otro camino en la falda opuesta del valle, y ve a un hombre que avanza por allí a caballo. Como nota que se trata de un capitán, Drogo lo saluda varias veces con un gesto, pero luego se atreve a gritarle el saludo. El capitán le contesta y le pregunta quién es, aunque probablemente no escucha el nombre que grita Drogo.

Más adelante, los dos caminos se unen sobre un puente, y allí se encuentran los dos jinetes. El capitán, de nombre Ortíz, se presenta y le pregunta a Drogo si se dirige también hacia la Fortaleza Bastiani y si va a entrar en servicio allí. Él hace 18 años que está destinado a la Fortaleza, aunque supone que Drogo habrá elegido ese sitio por un periodo de 2 años, puesto que a los oficiales destinados a la Fortaleza los años de servicio se les computan doble, y en 2 años cumplen 4. Sin embargo, este no es el caso de Drogo, que no ha podido elegir, sino que lo han destinado de oficio.

El capitán Ortíz le pregunta a Giovanni si viene de la Academia Real, y luego menciona a varios coroneles que ya no cumplen servicio allí, lo que delata que hace muchos años que él ha salido de la Academia. Luego, Ortíz comienza a hablar de la Fortaleza y desmiente todo lo que Drogo parece saber de ella: no es un lugar importante ni imponente, tan solo un puesto de frontera que no sirve para nada. Al norte de sus murallas se extiende el desierto de los tártaros, llamado así por alguna antigua leyenda, aunque Ortíz no puede precisar que los tártaros hayan andado por allí alguna vez. Lo único positivo que destaca el capitán de la Fortaleza es su comida; esta forma de hablar confunde a Drogo, quien no sabe si su interlocutor le está jugando una broma o es un imbécil.

Finalmente, los dos jinetes llegan a la Fortaleza, y Giovanni la contempla con una extraña fascinación: se trata de una construcción relativamente pequeña, construida contra un desfiladero de la montaña, con unas murallas amarillentas de poca altura. Toda la visión está cargada de una potente soledad y, a la vez, de un extraño hechizo que parece hipnotizar a los dos jinetes. Giovanni cree notar algo misterioso en aquella construcción, aunque no comprende de qué puede tratarse. De pronto, él también se siente solo y desválido, y unas terribles ganas de huir de aquel lugar se apoderan de él. Sin embargo, logra refrenar su instinto y avanza hacia ella junto a Ortíz, quien a pesar de cumplir servicio allí desde hace 18 años, la contempla sumido en el mismo hechizo.

Capítulo 3

Drogo se presenta ante el comandante Matti, ayudante del coronel, un hombre regordete que sonríe con amabilidad excesiva. Luego de las presentaciones, Matti dice haber conocido al padre de Drogo, Presidente del Tribunal Supremo, pero el recién llegado lo saca del error y le indica que su padre era médico.

Tras este altercado, Giovanni manifiesta su deseo de abandonar la Fortaleza, y el comandante le pregunta si quiere regresar inmediatamente o si puede esperar unos meses, puesto que lo más fácil para irse sería hacerse pasar por enfermo, ir a la enfermería un par de días seguidos y obtener un certificado del médico. Esto no es del agrado de Drogo, quien preferiría no mentir, y pregunta si hay manera de regresar sin hacerse pasar por enfermo.

La otra opción que le queda, explica Matti, es hacer una petición de traslado por escrito, enviarla al Mando Supremo y esperar una respuesta que tarda como mínimo dos semanas. Pero para todo eso tiene que intervenir el coronel, y eso es algo que el comandante evitaría, de ser posible. Luego, Matti le dice que su comportamiento lo aflige, puesto que parece que está ofendiendo a la Fortaleza, y que eso al coronel no le va a gustar.

Finalmente, el comandante plantea una opción más: pasar 4 meses en la Fortaleza, hasta que se realice el próximo control médico para hacer los certificados a todo el cuerpo de la Fortaleza. En esa ocasión, Matti puede intervenir y lograr un certificado negativo para él. Además, Matti trata de convencerlo de que el servicio en la Fortaleza no será fatigoso, y Drogo no deberá realizar prácticamente ningún trabajo.

Al escuchar todas estas excusas, un extraño sentimiento se apodera de Giovanni y lo desalienta. Para poder retirarse, le pide al comandante que le deje pensar el asunto hasta la mañana siguiente y se retira, aunque antes pregunta si puede echar un vistazo a lo que hay al norte, al otro lado de las murallas. Matti le dice que no vale la pena, puesto que el paisaje es monótono, y le sugiere que se olvide del asunto. Además, a las murallas y a los cuerpos de guardia solo pueden ir los militares de servicio, con un santo y seña especial para el caso, totalmente secreto.

Para observar el exterior norte, solo hay una ventana en el despacho del coronel y, nuevamente, Matti disuade a Drogo para que olvide la idea de asomarse hacia el desierto.

Sin embargo, esa misma noche, el teniente Morel lleva a Drogo a escondidas hasta el extremo de las murallas, cerca de la entrada del tercer reducto. Drogo cruza un pasadizo y se asoma a las almenas del reducto, hacia el norte. En el silencio desmesurado de la noche, Drogo pregunta qué hay más allá de unas rocas que se alcanzan a divisar, y Morel le contesta que no sabe, y que hay que ir al Reducto Nuevo, el puesto de avanzada que se encuentra en el desierto. Luego, también cuenta lo que otros soldados dicen haber visto: un campo de piedras blancas, como si fueran de nieve, y más al horizonte una niebla que no deja ver nada. Algunos soldados dicen que la niebla oculta torres blancas, otros dicen que allí hay un volcán humeante. A Drogo le parece que todo aquello ya lo ha visto en algún sueño y siente cómo algo en su interior comienza a despertarse, aunque no comprende de qué se trata.

De pronto, una corneta rompe el silencio de la noche, y Morel le sugiere a Giovanni que regrese a la Fortaleza, aunque este no lo escucha la primera vez y el teniente debe repetirlo.

Análisis

Como se hace evidente desde los primeros capítulos, El desierto de los tártaros es una novela que explora las formas de ser y estar en el mundo, la relación del ser humano con el espacio que habita y con el tiempo en el que se desarrolla su vida.

El tiempo y el espacio son los dos elementos más importantes de esta obra, desde una perspectiva estructural hasta sus profundas significaciones filosóficas. En toda esta primera sección, dos espacios antagónicos se despliegan y el protagonista, Giovanni Drogo, los transita: la ciudad y la casa materna, el espacio real del fluir de la vida en sociedad, y la Fortaleza Bastiani junto al desierto del norte, un espacio que si bien se despliega geográficamente, sus resonancias más significativas son alegóricas, como se revisará a lo largo de nuestro análisis de la obra.

La novela da inicio con Drogo en la casa materna, en una ciudad que no lleva nombre ni presenta ningún rasgo que la defina. La imprecisión no es gratuita, ni en la ciudad ni en ningún otro elemento del relato: el carácter indefinido de los espacios y del tiempo que se habitan cumple una serie de funciones, siendo la primera de ellas provocar en el lector una sensación de alejamiento de la realidad al quitarle todos los referentes concretos que podría utilizar para identificarla como un lugar existente en el mundo. La segunda función, aún más importante, es borrar todos los rasgos concretos para así transformar los espacios en símbolos y construir una gran alegoría; la ciudad es, desde esta perspectiva, un ensamble de significaciones en torno a la existencia humana al que se le oponen todas las significaciones del desierto como un espacio alegórico, tal como se explicará más adelante.

Al inicio del relato, la casa representa un lugar seguro para Drogo, el espacio de la familia, las esperanzas y la conexión con el mundo conocido donde todo está ordenado y tiene su justa medida. A su vez, la casa también representa un tiempo particular para Drogo: el de la primera juventud, el de las posibilidades que se despliegan infinitas. La ciudad, de forma análoga, es el espacio de la vida social, de las fiestas, los amigos y el amor. En este primer momento, Drogo indica que, al convertirse en oficial del ejército, su idea es participar de la vida de la ciudad con cierto rango de privilegio para poder asistir a las fiestas y conocer mujeres hermosas que lo admirarían por su condición de militar. Sin embargo, tal como lo indica, al abandonar la casa un presentimiento que funciona a modo de presagio lo asalta: “…sobre todo eso pesaba una insistente idea, que no conseguía identificar, como un vago presentimiento de cosas fatales, como si estuviera a punto de iniciar un viaje sin retorno” (pp. 10-11). El presagio va a corroborarse: el camino que está a punto de iniciar lo alejará para siempre no de su casa y de la ciudad, sino de lo que esa casa y esa ciudad significan para él. Conforme avance la novela se observará cómo la aceptación o el rechazo de Drogo hacia su casa y la ciudad irán señalando los cambios que se operan en el interior del personaje y su evolución psicológica.

En camino hacia la Fortaleza, Drogo observa una última vez la ciudad y se imagina su casa, con su cuarto ahora clausurado por su madre en un intento de mantenerlo intacto hasta su regreso: “El pequeño mundo de su niñez quedaba encerrado en la oscuridad” (p. 12). Acto seguido, el narrador reflexiona sobre las intenciones de la madre de Drogo al cerrar el cuarto, con un aire agorero que marca ya el estilo del relato: “Oh, desde luego, ella se hacía la ilusión de poder conservar intacta una felicidad desaparecida para siempre, de contener la huida del tiempo, de que al abrir de nuevo puertas y ventanas al regreso del hijo las cosas volverían a ser como antes” (p. 12). Los anhelos de la madre son inútiles, como lo indica el narrador: la felicidad no puede recuperarse y es imposible detener el tiempo.

Al espacio de la ciudad se le opone la Fortaleza Bastiani, cuyo nombre recuerda a bastión (bastione en italiano), término que designa un lugar fortificado; así, la Fortaleza-bastión, valga la redundancia, no aporta ninguna información que sirva al lector para definir su emplazamiento o tener ningún dato preciso de ella, más allá de su función como guarnición en la frontera del norte. Drogo no sabe exactamente dónde se encuentra aquel baluarte, y la gente con la que se cruza en el camino tampoco es capaz de indicárselo. Así, la Fortaleza se perfila como un espacio indeterminado cuyas coordenadas geográficas lo ubican por fuera de lo cotidiano, como si se tratara de un lugar-otro, un espacio simbólico que se coloca por fuera de los espacios cotidianos.

Esta falta de precisión también es el primer elemento textual que establece una atmósfera misteriosa y atemporal, como si Drogo realizara un viaje hacia fuera del tiempo y el espacio, hacia un lugar inquietante y agorero del que no se podrá retornar.

La primera percepción que tiene Drogo de la Fortaleza es la de una fortificación baja, nada imponente, sumida en una profunda quietud y en una soledad que resulta “inmensa” (p. 26). Sin embargo, la percepción está cargada de ambigüedad; a pesar de que no es nada llamativa, hay algo en la Fortaleza que hipnotiza a Drogo y lo llena de excitación. De pronto, toda su percepción se extraña, y la Fortaleza cobra dimensiones fantásticas:

Le parecía la Fortaleza uno de esos mundos desconocidos a los que nunca había pensado en serio que podría pertenecer, no porque le parecieran odiosos, sino por infinitamente alejados de su vida normal. (…) También Ortiz miraba intensamente las amarillas murallas. Sí, él, que vivía allí desde hacia dieciocho años, las contemplaba, casi hechizado, como si volviera a ver un prodigio. Parecía no cansanrse de remirarlas y una vaga sonrisa, de alegría y tristeza al tiempo, iluminaba lentamente su rostro. (p. 28)

La ambigüedad de la mirada del capitán Ortiz es un presagio de la relación que tendrá Drogo con la Fortaleza. Por más que el lugar lo llene de tristeza y algo en lo más profundo de su ser lo impulse a largarse de allí, Drogo quedará atrapado por la extraña influencia de aquel bastión apartado del mundo y desarrollará allí una existencia marcada por la espera, como se verá más adelante.

Durante todo el capítulo 3, Drogo intenta inútilmente escapar de aquel lugar y regresar a la ciudad. Para ello, habla con Matti, un comandante que se desempeña como ayudante del coronel. Como comprueba rápidamente, todo en el cuartel se le presenta impreciso y elusivo: nadie parece capaz de darle información concreta y las charlas que tiene con otros oficiales no llevan a ningún sitio. Al parecer, Drogo podría conseguir un pase para regresar a la ciudad en el momento, pero el comandante se lo desaconseja, alegando que aquella burocracia puede molestar al coronel, y que sería mejor esperar 4 meses a la primera revisión médica y obtener una baja por enfermedad. Si bien Drogo todavía no lo comprende, así funciona la Fortaleza: los oficiales encubren con excusas y falsas promesas una terrible verdad: Drogo debe permanecer allí un tiempo suficiente como para comprobar el influjo del lugar sobre su persona: en 4 meses podrá elegir realmente si desea irse o no.

Otra presencia enigmática y hechizante es la del desierto que se extiende a partir de la Fortaleza. Como le indican todos los oficiales a Drogo, está prohibido salir al desierto e, incluso, le aconsejan que no se detenga siquiera a observarlo ni piense en él. Al parecer, está prohibido subir a las murallas si uno no está de servicio. De esta forma, el desierto aparece como un lugar legendario que ejerce sobre Drogo una potente atracción.

Tal como le pregunta a Ortiz en el primer encuentro, la llanura que se extiende al norte de la Fortaleza es llamada “el desierto de los tártaros” por antiguas leyendas que se cuentan entre los oficiales, desde la construcción del cuartel, hace siglos: supuestamente, los tártaros rondaban aquella zona y la Fortaleza se construyó con el fin de evitar una invasión. Sin embargo, Ortiz recalca que aquellas son solo leyendas y que en verdad nunca se ha visto a ningún enemigo merodeando por las llanuras. La referencia a los tártaros en esta novela es estratégica: en primer lugar, tártaros es un nombre colectivo que se aplicaba a una serie de pueblos que dominaron parte de Asia y Europa bajo el liderazgo mongol en el siglo XIII. Luego, en los siglos siguientes, el nombre pasó a utilizarse para referirse casi a cualquier invasor nómada de origen asiático.

Los rusos, por su parte, designaban bajo el término “Tatar” a numerosos pueblos, inclusive muchas tribus de siberia, que tras siglos de enfrentamientos lograron dominar y asimilar a su cultura.

En 1920 se proclamó la autonomía del pueblo tártaro en territorio ruso y en 1990 se aprobó la declaración de la soberanía estatal de la República de Tartaristan, perteneciente a la Federación Rusa. Así, el uso del término “tártaros” en 1940 es un término extremadamente elusivo, que no designa nada en concreto y presenta un anacronismo evidente: hace siglos que los tártaros han dejado de ser una tribu nómada preparando una invasión hacia Europa. Cuando Drogo se encuentra por primera vez con Ortiz y le pregunta si en aquella llanura había tártaros, este le responde “Antiguamente, creo. Pero más que nada es una leyenda. Nadie debe haber pasado por allí, ni siquiera en las últimas guerras” (p. 23). Sin embargo, es imposible para el lector saber de qué guerras habla Ortiz, y a qué época se está refiriendo. Con todas estas indeterminaciones, el efecto fantástico se acrecienta y la Fortaleza termina de perfilarse como un espacio lejano, misterioso y atemporal.