El desierto de los tártaros

El desierto de los tártaros Resumen y Análisis Parte 2, Capítulos 4-9

Resumen

Capítulo 4

Solo en su habitación, Drogo se siente más solo que nunca. Piensa que todo el mundo lo ha olvidado por completo y que ya absolutamente nadie piensa más en él. El profundo silencio solo es interrumpido por un sonido sordo, como de una gota de agua que cae sobre un charco. En su habitación, además del escaso mobiliario, hay un cordón que, piensa Drogo, quizás está conectado a una campanilla.

Efectivamente, al tirar del cordón se escucha un tintineo en otra habitación y momentos después aparece un soldado a preguntarle qué necesita. Giovanni se queja del sonido que realiza esa gota al caer y le dice al soldado que debe solucionarlo, pero este le explica que se trata del aljibe del patio y no hay absolutamente nada que hacer al respecto.

Cuando vuelve a quedarse solo, Drogo piensa en la gran incoherencia que es la Fortaleza: decenas y decenas de hombres protegiendo una región en la que nunca se ha divisado un solo enemigo ni se ha realizado ninguna campaña militar. Ese pensamiento lo lleva a reflexionar que quizás Matti ha tratado de engañarlo con sutilezas para retenerlo allí y vuelve a sentir que debe escapar de aquel lugar cuanto antes. Pensando en ello, siente que existe una fuerza que se le opone para mantenerlo en la Fortaleza y que quizás esta fuerza proviene de su propia alma. Luego se queda dormido.

Capítulo 5

Dos tardes después, Giovanni cumple servicio en el tercer reducto. Allí se encuentra con el sargento Tronk, un hombre bajo y delgado, con el pelo rapado, que suele hablar muy poco y se pasa sus horas libres encerrado, estudiando música.

El sargento Tronk critica la organización del coronel y la tacha de poco eficiente. Para él, los relevos están mal organizados, especialmente el del Reducto Nuevo. Como le explica a Drogo, el relevo del Reducto Nuevo parte de la Fortaleza tres cuartos de hora antes del horario de relevo. Si este es a las seis, entonces el grupo parte a las cinco y cuarto. Para entrar en el Reducto, dicho relevo necesita la contraseña del día anterior, vigente hasta que ellos toman el puesto. Una vez hecho el relevo, comienza la contraseña de ese día, que también la sabe solo el oficial. Esa contraseña dura 24hs, hasta que llega la guardia nueva a hacer el relevo. Al día siguiente, cuando esos soldados relevados a las 6 de la tarde lleguen a la Fortaleza, aproximadamente a las seis y media, puesto que el regreso es más rápido, deberán tener la contraseña nueva, para poder entrar en la Fortaleza. Así, un grupo debe poseer la contraseña del día anterior, la del día de guardia y la del día posterior, un sistema que a Tronk le parece absolutamente ineficiente. Además, estas contraseñas las sabe solo el oficial, por lo que si a este le sucede algo, explica, los soldados no podrán regresar a la Fortaleza.

En este punto, Drogo interviene y pregunta por qué los soldados necesitan una contraseña para regresar a la Fortaleza, si ya todos los centinelas los conocen y bien podrían dejarlos pasar directamente. Tronk dice que eso es imposible y que esa es la regla de la Fortaleza y punto. El rigor absurdo irrita a Drogo, quien no comprende a qué responden todas esas reglas absurdas del lugar. Tronk le explica que cambiar el reglamento necesitaría la promulgación de una nueva ley, y eso es algo que no va a hacerse.

Drogo contempla en silencio a Tronk, y comprende hasta qué punto aquel oficial que cumple el servicio en la Fortaleza desde hace 22 años ha perdido la noción del exterior: Tronk ya no reconoce que existe un mundo por fuera de aquellas murallas, habitado por otros hombres y mujeres con vidas totalmente diferentes a la suya. La fortaleza lo ha alienado completamente, y eso mismo podría sucederle a él si se queda allí. Giovanni entonces vuelve a sentir la necesidad de huir de aquel sitio.

Capítulo 6

Por la noche, Drogo siente toda la opresión de la soledad en la que vive. Movido por el abatimiento, se sienta a escribirle una carta a su madre para contarle la verdad sobre la Fortaleza, pero frente al papel reflexiona y termina contando que allí todo va bien y que la vida de servicio es todo lo que había deseado. Drogo piensa que es mejor tranquilizar a su madre, aunque sea mintiendo sobre su situación, antes que preocuparla con algo que ella no puede cambiar.

Tras escribir la carta, Giovanni se tira en su cama y se pone a escuchar los sonidos del cuartel: la respiración de los centinelas, el cambio de guardia, las inspecciones; como está de servicio, no puede dormir, pero puede descansar vestido. En un momento de la noche, la pesadez invade su cuerpo, y el sueño lo asalta repentinamente. Mientras Drogo se queda dormido, el narrador se explaya sobre su vida y la presenta como un camino por el que el joven militar había avanzado despreocupado durante toda su juventud. Sin embargo, Drogo se encuentra en un momento de cambios fundamentales: su juventud ha terminado, y ahora puede volverse hacia atrás y mirar el camino recorrido, que se cierra ante él y sobre el que no puede volver. El camino que tiene por delante, lamentablemente, se perfila como un mar de plomo, gris y uniforme, sin ninguna felicidad que lo amenice.

Capítulo 7

A Drogo le envían de la ciudad una capa nueva, que resalta por su calidad y su azul vibrante. Como se trata de una capa demasiado lujosa para lucirla en las guardias de la Fortaleza, Giovanni se la pone únicamente para visitar al sastre y pedirle que le haga una nueva, más acorde a sus funciones en aquel cuartel polvoriento. Durante el camino, está seguro de que la capa suscitará la admiración de otros soldados, pero se equivoca: nadie en la Fortaleza parece notar el lujo de su capa, al punto de llegar a pensar que la capa, en aquel lugar, pierde todo su esplendor.

El sastre, un viejo llamado Prosdocimo, le indica que el cuello de aquella capa es totalmente inadecuado y no cumple con las reglas establecidas por el reglamento militar, ya que es demasiado corto. Mientras habla de la capa, el sastre también le dice que él está de forma provisional en la Fortaleza y que conoce muy bien las modas de la ciudad. En ese momento, un soldado lo viene a buscar para llevarlo ante el coronel, y Drogo se queda esperándolo en el taller.

Desde el escritorio que está en el rincón, un viejo le dirige la palabra a Drogo. Se trata del hermano de Prosdocimo que le cuenta a Drogo que, por más que el sastre diga que está de forma provisoria, hace 15 años que permanece en la Fortaleza, y que es evidente que no piensa irse. Él lo sabe perfectamente, puesto que es su hermano y lo ha acompañado todos esos años.

El viejo le cuenta que existe una especie de enfermedad en la Fortaleza, algo innombrable que se apodera de los oficiales y los empuja a permanecer allí año tras año, a la expectativa de que algo grandioso suceda. Según su relato, todo eso ha comenzado con el coronel Filimore, hace unos 18 años, a quien se le metió que la Fortaleza era el puesto fronterizo más importante de todos. Filimore se la pasaba estudiando los mapas y asegurando que los tártaros aún andaban por el desierto, listos para lanzarse al asalto en el momento menos esperado. Este mismo espíritu se fue contagiando de capitán en capitán, y así todos, hasta Prosdocimo, terminaron por quedarse esperando en la Fortaleza. Al terminar su relato, el viejo agrega que, por el brillo de los ojos de Drogo, a él también le pasará lo mismo.

Después de la charla, Drogo piensa en todo aquello y siente el latir acelerado de su corazón: él también está esperando un destino heroico. Sin embargo, al conocer el secreto de la Fortaleza, se piensa que él podrá escapar cuando lo desee.

Capítulo 8

Drogo se encuentra en el comedor, junto a sus nuevos amigos: Carlo Morel, Pietro Angustina, Francesco Grotta y Max Lagorio. Todos festejan que Lagorio se marcha de la Fortaleza al día siguiente. Angustina, por el contrario, no acepta la invitación de su amigo a marcharse con él, y desea quedarse, algo que suscita una discusión acalorada entre los amigos.

Angustina parece ser un oficial severo, reservado e inteligente, que hace caso omiso a los comentarios de su amigo y no responde a sus provocaciones. Lagorio por su parte, parece un hombre sencillo que anhela regresar a los placeres de la ciudad: las fiestas, la familia y las mujeres.

Al día siguiente, Lagorio y Angustina hacen las pases por la discusión de la noche, y el oficial se marcha lentamente. Angustina le pide que, una vez en la ciudad, visite a su madre y le diga que está bien, y que salude también a Claudina, una chica con la que se hubiera casado de no haber entrado en servicio en la Fortaleza. Al marcharse, Lagorio se da vuelta un último momento, ante una seña que le hace Angustina, pero este se limita a saludarlo y a despedirlo, sin nada más que agregar.

Capítulo 9

Ha comenzado a nevar en la Fortaleza, y Drogo se prepara para partir, puesto que se han cumplido los 4 meses de servicio y llega el día del informe del médico.

El 10 de enero se presenta en el despacho del doctor, Ferdinando Rovina, un hombre de más de 50 años que parece dispuesto a facilitarle el permiso para regresar a la ciudad.

Sin embargo, cuando Drogo comienza a hablar con él, el médico no hace más que lamentar la partida de buenos oficiales que podrían hacer tanto bien a la Fortaleza. Él, por ejemplo, lleva 25 años de servicio allí, y no pretende pedir el traslado. Luego, el médico le dice que pondrá en su diagnóstico que Drogo padece problemas cardíacos y que su organismo no soporta la altura de la Fortaleza.

Mientras el médico habla, Drogo contempla la Fortaleza por una ventana, y esta se revela ante sus ojos como un laberinto inmenso y complicado. La visión se hace cada vez más fantástica y parece absorber por completo la atención de Giovanni, hasta el punto de abstraerlo completamente de la charla.

De pronto, Drogo abandona la ventana y se vuelve hacia el médico para pedirle que destruya aquel diagnóstico, puesto que ha decidido quedarse en la Fortaleza. En su voz se mezcla, a la vez, exaltación, pena y felicidad.

Análisis

Uno de los temas principales de la novela se revela en estos capítulos: la soledad. Las primeras noches que pasa en la Fortaleza, Drogo se siente completamente solo, triste y desamparado. Sin embargo, la soledad no se relaciona al hecho de no tener amigos o familiares cerca, sino que tiene que ver con un descubrimiento que Drogo hace sobre la condición humana: el hombre, no importa en qué situación se encuentre, está solo y aislado de los demás, y debe hacerse cargo y aprender a vivir sabiendo que cualquier posibilidad de relación con otros seres no modifica la inherente soledad del individuo.

La primera noche, es consciente de su condición de individuo solo en el mundo, y así lo plantea: “Ahora sí que entendía en serio qué era la soledad (…) nadie en toda la Fortaleza pensaba en él, y no solo en la Fortaleza, probablemente tampoco en todo el mundo había un alma que pensase en Drogo; cada uno tiene sus ocupaciones, cada uno apenas se basta a sí mismo…” (p. 41).

La vida en la Fortaleza, aislada del mundo y de sus actividades cotidianas, perdida en un recóndito lugar del norte y sumida siempre en un misterioso sopor, aumenta la sensación de soledad en Drogo y la instala a un nivel profundo. En verdad, desde el día en que llega al cuartel, algo comienza a cambiar en la personalidad del protagonista, aunque este tarde meses en notarlo e incluso necesite toda su vida para comprenderlo. La conciencia de la soledad está acompañada de la certeza del desamparo que convierte al mundo en lugar triste en el que el ser humano solo puede esperar -vanamente- a que suceda algo que le otorgue sentido a su vida.

Una multiplicidad de sentimientos ambiguos embarga a Drogo en sus primeros días de servicio; la Fortaleza lo espanta, lo llena de congoja y de tristeza, al mismo tiempo que suscita una extraña y misteriosa atracción, como si algo que no puede poner en palabras ni comprender de forma consciente lo sedujera y lo invitara a permanecer allí. Esa es la amenaza velada a la que se enfrenta Drogo, algo en la Fortaleza que escapa a la comprensión humana lo atrae y lo somete.

La ambigüedad se explicita cuando Drogo se desespera por marcharse al mismo tiempo que siente una fascinación extraña por aquel lugar: “¿Tendría que quedarse allá arriba, años y años, y en aquella habitación, en aquella cama solitaria, se consumiría su juventud? Qué absurdas hipótesis, se decía Drogo, dándose cuenta de su necedad… Y, sin embargo, no conseguía desecharlas (…) Le parecía sentir crecer a su alrededor una oscura trama que intentaba retenerlo (…) una fuerza desconocida trabajaba contra su regreso a la ciudad, quizá brotaba de su propia alma, sin que él lo advirtiese” (pp. 44-45).

La ambigüedad en los sentimientos de Drogo y la extraña influencia de la Fortaleza en él se desarrolla hasta el final del capítulo 9, momento en que el protagonista cede al influjo de aquel páramo y decide quedarse allí a cumplir servicio. En esos primeros 4 meses, la Fortaleza se reviste de tintes fantásticos en más de una ocasión, y un episodio destacable es el de las voces en la noche: Drogo cree que un centinela está hablando durante el servicio -algo que está prohibido- sin embargo, cuando se acerca comprueba que el soldado no está moviendo los labios y que aquel sonido de voces es producido por el paso del viento sobre una caida de agua en la montaña. Ese extraño fenómeno no hace más que corroborar el extraño influjo de la Fortaleza sobre los hombres: allí todo cobra una proporción desmesurada que pone en jaque a la percepción humana. Esto mismo se comprueba en las descripciones que el narrador hace de las murallas y los cuarteles: aquellas construcciones que en un principio Drogo había visto como modestas y pequeñas de pronto se le figuran enormes e inabarcables, desproporcionadas e inconmensurables.

A la percepción alterada de las dimensiones el narrador suma también una serie de personificaciones que contribuyen a la percepción de la Fortaleza como una criatura viviente, con ánimos propios que se contagian a sus habitantes. Drogo, al proponerse escribir una carta a su madre, confiesa por ejemplo que “la Fortaleza es melancólica” (p. 55). A continuación, el aire que se respira en el cuartel se califica de “ingrato” (p. 56), lo que contribuye a generar una atmósfera de opresión que asfixia a Drogo.

Este ambiente indeterminado y siniestro que ejerce un influjo misterioso pero potente sobre los personajes es uno de los principales rasgos por los que El desierto de los tártaros ha sido considerado como una novela fantástica. Existe una atmósfera que cuestiona los límites de lo real y sugiere de forma constante que existe otra cosa, una contracara oculta de lo visible con la capacidad de operar sobre la voluntad de los hombres y someterlos lentamente. La dimensión fantástica de la novela, como se verá más adelante, orienta al lector hacia una interpretación alegórica de los hechos narrados y revela un cuestionamiento profundo de la naturaleza humana. Publicada en 1940, en plena Segunda Guerra Mundial, Buzzati explora a través del personaje de Drogo lo absurda que es la existencia del hombre contemporáneo.

Es importante aclarar que no es solo la Fortaleza la que influye sobre los ánimos de Drogo, sino toda la geografía del lugar: el desierto, la llanura que se extiende hasta donde el ojo alcanza a ver y las montañas que rodean al cuartel. Estos espacios se presentan desde la percepción de Drogo, a través de los contrastes de luz y sombras, día y noche, sonido y silencio. A su vez, en la Fortaleza se destaca la distribución geométrica de los espacios: las murallas que delimitan el territorio del cuartel, los reductos con sus bastiones, las guarniciones, todo ello estructura el espacio y se contrapone al espacio exterior indeterminado. Sin embargo, Drogo descubre que toda esa estructura arquitectónica se encuentra en decadencia y no refleja más que la opresión del lugar sobre el individuo condenado a esperar un enemigo que no aparece. Así, el espacio estéril e inútil de la Fortaleza se transforma en una alegoría de la existencia angustiada del ser humano y de una vida sin posibilidad de realizaciones. Esta sensación, que en los primeros capítulos apenas se esboza, se desarrollará en las próximas secciones, cuando el tiempo y la espera se conviertan en los temas principales de la novela.

La visita al médico, en el capítulo 8, representa un momento clave en la novela: Drogo ha cumplido los 4 meses de servicio y puede solicitar un permiso de enfermo para conseguir el pase a otra sección y abandonar la Fortaleza. En el diálogo que sostiene con Rovina es interesante destacar cómo se configura la relación entre el cuartel y la ciudad a partir del uso de los adverbios de lugar: en el discurso del médico (y en los siguientes capítulos también en el del propio Drogo y en el de María), la ciudad es el “abajo” (p. 79), mientras que a la Fortaleza se refieren como “allá arriba” (p. 155). Ese arriba simboliza el destino de grandeza al que aspira Drogo, la realización personal a través de una hazaña militar con la que gane fama y honor. El abajo, mientras tanto, define a la ciudad y el destino simple y hasta vil de aquellos que se entregan a la vida cotidiana que no brinda posibilidades de realización. Es esta noción la que termina cambiando la opinión de Drogo a último momento y empujándolo a quedarse. Cuando se asoma por la ventana de la oficina del médico, la Fortaleza lo cautiva con su aspecto desproporcionado: “Nunca se había dado cuenta Drogo de que la Fortaleza fuera tan complicada e inmensa (…) Vio, entre faroles y teas, sobre el fondo lívido del patio, soldados enormes y fieros desenvainar las bayonetas (…) La trompeta sonaba abajo en el patio, sonido puro de voz humana y metal. Palpitó una vez más con ímpetu guerrero. Al callar, dejó un inexplicable encanto, hasta en el despacho del médico” (pp. 80-81).

La descripción de la Fortaleza continúa, pero bastan estos pasajes para comprender el encanto que produce en Drogo aquella vida marcial y la gloria que promete. En contraposición a esta visión, la ciudad aparece deslucida en la memoria de Drogo, como un lugar que no le ofrece nada: “Pasó por la mente de Drogo el recuerdo de su ciudad, una imagen pálida, calles fragorosas bajo la lluvia, estatuas de yeso, humedad de cuarteles, escuálidas campanas, caras cansadas y deshechas, tardes sin fin, cielos rasos sucios de polvo” (p. 82).

De pronto, la influencia de la Fortaleza que poco a poco había ido permeando su ánimo se manifiesta: “Drogo sentía agolparse su destino” (p. 82). Movido por esta sensación, Drogo decide quedarse a cumplir servicio los años que siguen.