El desierto de los tártaros

El desierto de los tártaros Ironía

Desando irse de la Fortaleza, cuando finalmente tiene la opción de hacerlo, Drogo decide quedarse.

Motivado por su deseo de abandonar la Fortaleza, Drogo acude al médico a los cuatro meses de servicio para solicitarle un permiso de enfermo. Sin embargo, cuando el médico le hace el certificado, contradiciendo todo lo que ha dicho hasta el momento, Drogo decide quedarse y pide al médico que destruya el permiso.

Drogo se enfurece cuando descubre que los oficiales lo han engañado para que se quede en la Fortaleza. Sin embargo, cuando los nuevos oficiales llegan, Drogo participa del mismo engaño del que fue producto.

Resulta contradictorio que Drogo, habiéndose enfurecido cuando descubrió que sus oficiales lo habían engañado para que se quedara en la Fortaleza, luego incurra en la misma acción: siendo él un comandante con experiencia, acepta que sus colegas mientan a los recién llegados para retenerlos en la Fortaleza, aun cuando considera que aquello está mal y no debería hacerse.

Después de esperarlos durante años, cuando los enemigos llegan, Drogo le pide al universo que estos se retrasen un poco más.

Cuando finalmente un ejército invasor aparece en la llanura, Giovanni Drogo se encuentra enfermo, postrado en su cama. Como el médico le dijo que en unas semanas se repondría, Drogo pide al universo que los enemigos se retrasen y le den tiempo a mejorarse. Resulta irónico que, luego de tanta espera, sea Drogo el que pida un poco más de tiempo.

Drogo se pasa la vida adulta en la Fortaleza, esperando la llegada del enemigo, pero cuando esto finalmente sucede, lo expulsan del cuartel.

El final de la novela representa un giro irónico sobre la vida de Drogo y sus expectativas: el protagonista del relato se pasó la vida esperando la llegada de un ejército enemigo que justificara su existencia al servicio de la Fortaleza. Sin embargo, cuando este hecho finalmente se produce, Drogo está enfermo y es obligado a regresar a la ciudad, por lo que no puede ni siquiera contemplar al ejército enemigo que avanza por la llanura. La ironía es señalada por el narrador en el siguiente pasaje: "Allá arriba había transcurrido su existencia segregada del mundo, por esperar al enemigo se había atormentado más de treinta años, y ahora que los extranjeros llegaban, ahora lo expulsaban" (p. 258).