El desierto de los tártaros

El desierto de los tártaros Resumen y Análisis Parte 5, Capítulos 25-30

Resumen

Capítulo 25

La carretera se extiende ahora hasta el valle que custodia el Reducto Nuevo. La obra se ha terminado finalmente, aunque no en los seis u ocho meses calculados por Simeoni, sino luego de 15 años.

En todo ese tiempo la guarnición ha continuado en decadencia. El número de soldados se redujo aún más y la vida marcial se ha relajado llamativamente. Drogo ahora es capitán de la Fortaleza y vuelve de la ciudad tras un mes de permiso, que ha decidido acortar a 20 días. En la ciudad ya no hay nada que le interese. Su madre ha fallecido, sus hermanos se han ido a vivir a otras partes y sus amigos están demasiado ocupados y apenas lo saludan cuando se lo cruzan en la calle. Drogo ha envejecido y ya se nota en sus hábitos que no es el mismo joven el pasado.

Mientras avanza, Drogo siente que alguien lo llama a gritos desde el camino que faldea la montaña del otro lado del valle y le pregunta, irritado, qué es lo que le pasa. El joven oficial le responde que tan solo quería saludarlo, y esto llama la atención de Drogo: por qué querría saludarlo ese joven a los gritos si más adelante ambos caminos se cruzarían y ellos dos se encontrarían sobre el puente.

De pronto, Drogo comprende con dolor que ya ha vivido esa escena, pero a la inversa: hace muchos años, él era aquel joven entusiasta que había gritado, exactamente de la misma manera, al capitán Ortiz. Drogo comprende que su destino está cumpliéndose: el tiempo ha pasado y ahora él es un viejo que observa llevar a la nueva generación. A pesar de que es un día hermoso de primavera, Drogo siente un nudo en su corazón y piensa que ya debe decirle adiós a las cosas bellas de la vida.

Capítulo 26

La carretera está terminada, pero nada avanza por ella, ni un vestigio de soldados o exploradores, nada. Los días en la Fortaleza se suceden todos idénticos entre sí, y lo único que cambia es el aspecto físico de Drogo y de otros oficiales que también envejecen.

Como oficial viejo y con experiencia, ahora Drogo asiste a las angustias del teniente Moro, el joven recién llegado que se cruzó de regreso a la Fortaleza, quien, al igual que él en el pasado, es engatusado por otros oficiales para mantenerlo en la Fortaleza. En verdad, a Drogo le habría gustado hablar con Moro y decirle que se marche cuanto antes de aquel lugar, pero lo cierto es que nunca parece encontrar el momento adecuado para hacerlo.

El tiempo avanza y le llega el retiro incluso a Ortiz, el único oficial amigo de Drogo que quedaba en la Fortaleza. La despedida entre los dos viejos oficiales es deplorable; ninguno sabe qué decir, y Ortiz le asegura a Drogo que aún tiene tiempo como para esperar que suceda algo. Sin embargo, Drogo no cree en las palabras del viejo, y sabe que ya no puede esperar nada de la vida en la Fortaleza, y que del norte ya no llegará nadie.

Capítulo 27

Pasan los meses y los años. Drogo cumple 54 años y ahora se nota definitivamente su vejez: ha adelgazado llamativamente y su rostro presenta un triste color amarillo. El doctor Rovina le ha diagnosticado trastornos en el hígado y agotamiento general. A pesar de los medicamentos que le recetan, su estado solo empeora paulatinamente.

Ahora Drogo, además de esperar que suceda algo en la Fortaleza, también espera curarse, algo que Rovina le asegura que pasará pronto. Sin embargo, las semanas transcurren y no hay una mínima mejoría, sino más bien todo lo contrario, las energías de Drogo disminuyen cada día más.

La Fortaleza está a cargo de Simeoni, quien es incluso más desagradable que Mattí, el antiguo capitán. Drogo, aunque es segundo al mando en la guarnición, apenas si interviene en la vida cotidiana de la Fortaleza, y cada vez menos conforme avanza su enfermedad y el cansancio lo recluye a su habitación.

Como su salud no mejora, Rovina le recomienda que guarde cama, y así Drogo ya ni siquiera sale de su cuarto y se pasa los días tumbado, observando el mundo por su ventana.

Un día, el viejo sastre Prosdocimo entra corriendo a la pieza de Drogo y le avisa, a los gritos, que un gran ejército está avanzando por la carretera, y que en un par de días ya tendrán la artillería montada contra la Fortaleza. La noticia conmueve a Drogo, quien no puede creer que, después de tanta espera, finalmente algo esté ocurriendo.

Drogo envía a Prosdocimo a buscar a su asistente, Luca, y mientras espera pide a Dios que le confiera salud para poder levantarse y vivir ese evento tan esperado por todos. Cuando se levanta de la cama, sin embargo, lo asalta un fuerte mareo.

Después de afeitarse y vestirse con un uniforme que ahora le queda demasiado grande, Drogo sale y camina despacio, mareado, hasta las murallas. Allí lo saludan otros oficiales, aunque Drogo vive todo confusamente, sin poder fijar su atención en nada de lo que está pasando. También nota que ningún subalterno da muestras de respetar su rango, y comprende que nadie le ha avisado de la invasión: si no fuera por la iniciativa de Prosdócimo, él no se habría enterado de nada.

En ese momento, Simeoni se acerca a él y le habla con falsa cordialidad para pedirle su consejo, algo que en verdad se hace evidente que no desea ni contempla. Simeoni le explica a Drogo que dos regimientos están en camino para reforzar la Fortaleza, y que él ya ha tomado todos los recaudos necesarios. Drogo intenta responderle algo, pero se siente tan agotado que tiene que agarrarse al parapeto de la muralla para no desfallecer.

Mientras observa el ejército que avanza sobre el desierto, Drogo se lamenta por su salud. Tanto tiempo ha esperado y ahora que sucede finalmente algo, él no está en condiciones de afrontarlo. Luego, Drogo se desmaya.

Capítulo 28

Drogo yace en la cama, sin fuerzas para levantarse. Simeoni lo visita y, tras preguntarle como se siente, le indica que un carruaje llegará para llevarlo a la ciudad, donde podrá reponerse con mayor comodidad. Esta noticia choca a Drogo, quien quiere estar en la Fortaleza durante la batalla, por lo que le manifiesta a su superior que no acepta la carreta ni sus buenas intenciones.

Simeoni entonces pierde la paciencia y le indica que en su cuarto bien podrían caber tres camas para los oficiales de los regimientos de refuerzo, y que Drogo solo hace las cosas más difíciles con su inutilidad. Estos comentarios despiadados llenan de furia a Drogo, quien no da el brazo a torcer y le dice a su superior que no abandonará la Fortaleza.

Sin embargo, Simeoni le replica que si no lo hace por las buenas, tendrá que hacerlo a la fuerza, puesto que él es su superior y así se lo ordena. Luego, sin esperar una respuesta, se da vuelta y se retira con paso firme y decidido.

Capítulo 29

La carroza llega esa tarde y un grupo de soldados carga en ella a Drogo, quien apenas puede observar el tumulto que envuelve a la Fortaleza. Tras una despedida con algunos oficiales jóvenes, entre los que se encuentra el teniente Moro, Drogo da la indicación de partir, sin esperar a que llegue a saludarlo Simeoni.

Así, Drogo parte justo en el momento en el que por fin hubiera podido obtener algo de esa gloria que tanto añoraba y por la que tanto tiempo esperó. Por ello, mientras avanza por el valle, no para de maldecir a todos los oficiales, especialmente a Simeoni, quien no lo ha dejado permanecer.

La carroza llega hacia las cinco de la tarde a una pequeña posada, donde se detiene un momento. Drogo ve pasar a un grupo de mosqueteros hacia la Fortaleza y siente cómo entre ellos intercambian bromas sobre su pobre aspecto de viejo decrépito. Luego, decide que quiere pasar la noche en la posada y le pide a Luca, su ayudante, que lo acompañe al interior.

Capítulo 30

Drogo contempla la tarde por la ventana de su habitación y por primera vez comienza a pensar en la muerte. Le parece que el paso del tiempo finalmente se ha detenido para él, y que su camino se ha terminado.

Con la caída de la noche, algo más avanza hacia él: un último enemigo contra el que debe combatir solo, sin que nadie sea testigo de su lucha y lo llame valiente. Su muerte es la peor de todas: nada más dificil que morir solo, en una tierra desconocida, viejo y sin tener a nadie en el mundo.

Sin embargo, es mejor demostrar valor en el último trance, y Drogo marcha a la muerte como un soldado. Está listo para su final. Con un último pensamiento, mientras se adentra en la muerte, desea recuperar en el más allá su aspecto fresco y juvenil. Luego, se incorpora en la cama para contemplar por última vez las estrellas y sonríe mientras lo envuelve la oscuridad.

Análisis

En la última parte del libro, el paso del tiempo se acelera, y la narración hace dos grandes saltos temporales: el primero de 15 años y el segundo de 14.

Después de 15 años, la vida en la Fortaleza se ha vuelto totalmente monótona, y la soledad de Drogo se ha acrecentado al extremo: ya nada lo ata a su pasado; su madre ha muerto y sus hermanos se han mudado a otras partes del país y del mundo, por lo que su casa, ahora vacía, le parece un sitio extraño. Sin embargo, aunque el tiempo ha pasado, los ánimos de Drogo aún se mantienen intactos, y sigue esperando que algo suceda que justifique su vida. Así, el lector puede comprender que el absurdo es el fundamento de la vida del protagonista.

Cuando Drogo regresa de su segundo descenso a la ciudad, tras haber cortado definitivamente cualquier posible lazo de unión con la vida urbana, se encuentra con un joven oficial que le grita en el camino, una escena que es idéntica a la de Drogo llegando por primera vez a la Fortaleza, solo que ahora los roles se han invertido: él está en el lugar del capitán Ortiz, y el joven que llega es el teniente Moro, aunque Drogo no llega a escuchar bien su nombre (tal como Ortiz tampoco había escuchado el suyo, casi dos décadas atrás). Esta escena hace aflorar a la superficie del texto una concepción temporal cíclica y produce un efecto circular en la lectura y la interpretación de la novela. La escena de Drogo con Moro repite de forma especular la escena inicial de Ortiz y Drogo, y la inversión de los papeles desata en Drogo un profundo cuestionamiento del paso del tiempo, a la vez que le revela repentinamente la pérdida de su juventud y la infelicidad que tiñe toda su vida.

La noción del tiempo como una estructura circular que se repite cíclicamente vuelve a hacerse presente hacia el final de la novela, que se abre y se cierra con la presencia de lo femenino y la presencia de la oscuridad. En el primer capítulo, Drogo manda “que lo despertaran cuando todavía era de noche” (p. 9) y comienza su aventura bien temprano a la mañana, con las primeras luces. En el último capítulo, a la inversa, cuando Drogo se encuentra a punto de morir en la posada, “en la habitación había entrado la oscuridad” (p. 264). Así, el orden temporal reflejado en el binomio "nacimiento del día–muerte del día e inicio de la noche" es un ciclo que funciona a nivel simbólico para marcar el inicio y el fin del ciclo vital de Drogo.

Asu vez, lo femenino también acompaña estos dos momentos. En el primer capítulo, es la madre quien despierta a Drogo, simbolizando claramente la idea de dar a luz o de salir al mundo, mientras que, al final del relato, la muerte es personificada como una presencia femenina que llega al cuarto de Drogo para llevárselo: “aunque quizá ella ha entrado, con paso silencioso, y ahora está acercándose al sillón de Drogo” (p. 267). Así, la idea de que los extremos se tocan y se cierran para volver a generar un nuevo ciclo queda expresada por el narrador, quien incluso expresa: “eso se decía Giovanni Drogo a sí mismo (…) notando estrecharse a su alrededor el círculo final de la vida” (p. 265). El ciclo se cierra entonces sobre la no existencia, a la que el ser humano regresa indefectiblemente. La muerte pone fin al fluir temporal, y Drogo la recibe con una sonrisa. Este último gesto positivo pone de manifiesto una esperanza en el tiempo cíclico: la regeneración periódica de la humanidad es la única forma de asegurar una existencia eterna al hombre del siglo XX, atormentado por la amenaza de la extinción.

Otro indicio de la concepción cíclica del tiempo y de la renovación de la vida se incluye justo cuando Drogo va a ingresar en la posada. Una mujer está sentada en el umbral, con un niño que duerme en una cuna a su lado. Drogo, ya viejo y al borde de la muerte, mira al niño con asombro y tristeza y recuerda que él también ha sido pequeño e inocente, y quizás alguna vez un viejo oficial enfermo se haya detenido para mirarlo. Así, el efecto circular vuelve a hacerse presente, tanto en el tiempo regresivo de la memoria de Drogo como en la duplicación de la escena en su imaginación.

Como se ha dicho en la sección anterior en relación a la concepción del tiempo, la muerte de Drogo aparece como la única conclusión posible para el relato. Tal como lo planteaba Heidegger, el ser es un ser para la muerte, y es la muerte la que pone el límite a toda posibilidad. Por eso, las esperanzas no se acaban sino cuando el ser deja de existir.

Una última dimensión de lo absurdo se desarrolla al final del relato: Drogo ha esperado toda su vida una invasión imposible, los tártaros no eran más que una leyenda y todos los oficiales sabían, en su fuero interno, que nada atacaría la Fortaleza ni los sacaría de su ensueño. Sin embargo, y contra todo pronóstico, la invasión finalmente sucede: un ejército avanza y se prepara para asediar las murallas de la Fortaleza. En el momento en el que se produce el evento improbable e inverosímil que justificaría la existencia de Drogo, este está demasiado viejo y no puede ya experimentarlo. La ironía es devastadora, y el mensaje abrumador: el ser humano está condenado a esperar algo que nunca llegará y deberá vivir alimentado tan solo por sus esperanzas. Sin embargo, cuando el momento tan esperado llegue, ya no se tendrá las fuerzas para aprovecharlo.

Ante este fracaso absoluto, a Drogo le queda una sola opción: enfrentarse a la muerte como quien avanza contra un último enemigo y empeñar en ese trance todo el coraje y la valentía que nunca había podido poner en juego. Al final del relato, el narrador presenta otra de las formas de la soledad: contra la muerte “no se combate para regresar coronados de flores, en una mañana de sol, entre sonrisas de mujeres jóvenes. No hay nadie que mire, nadie que le llame valiente” (p. 264). La última valentía de Drogo reside en la sonrisa con la que enfrenta a la muerte: aunque sabe que está solo, que nadie más lo ama y que será olvidado por el mundo, Drogo acepta la muerte y le sonríe.